Tengo necesidad de decir algo,
pero no sé qué decir.
Hablaré del cielo, este hermoso
y cambiante cielo de mi horizonte.
Impreso en mi nervio óptico
ha quedado fija esta imagen
que olvidaré con los años.
Dudaré de sus perfiles,
cuántas ventanas tenía aquella buhardilla
o las chimeneas con sus distintos sombreritos.
Quizá, aun esforzándome,
no pueda traer a mi memoria
de un modo seguro cada detalle:
esta cruz que me mira y miro
cada día con sus tantas noches.
En este lugar sin mar,
qué bello es este oleaje de tejas,
viejas y ocres con su pequeño jardín mustio,
que el estío dejó seco y escuálido
y que reverdecerá en invierno con las lluvias.
Recordaré lejano, sin textura,
carente de los olores y brillos,
el sonido de los caños rebosantes de agua
dirigidos los canalones a un mismo punto del suelo,
dejando su reguero de manantiales.
Ahora, en este día claro y en este atardecer
traslúcido de rojos y malvas entre un dorado difuso,
como pintado por lápices pastel,
no veo aquella imagen pura y de extrema belleza
desvelada tras la cortina de un aguacero.
Por más que lo intento, se niegan los ojos.
Del mismo modo y con más razón,
olvidará mi cabeza este paisaje
cuando me halle lejos frente a otro distinto.
No me refiero a la eventualidad que lo transforma,
sino a la presencia sólida y estable
que lo levanta con dignidad cada mañana
para gozo de mi corazón.
Aunque nada es duradero por siempre,
sé que existirá mientras yo viva
este solemne edificio con sus muros de siglos ,
aguantando más años que mi frágil cuerpo.
Por eso escribo, para no olvidar
ninguno de sus trazos.
Caprichosa es la mirada.
Su fondo siempre es diferente,
nada es igual, algo cambia,
una grieta invisible se muestra.
Necesito escribir y no sé qué decir,
por eso divago.
Tengo necesidad de decir algo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario