Claro y alto, advirtió con contundencia el grito.
Tranquilo, le dijo el conciliador susurro.
La voz calló el rumor que corría
por la estrecha calle de la garganta
a gones de campana anunciado,
con la fuerza de una vocal abierta
y la vibración de una consonante sonora.
Con prudencia le dieron el alto los apretados labios,
frenado en seco quedó el hipo.
Carraspeó un poco, bisbiseó entre dientes
un runrún sordo.
Venía de algún lugar insospechado
el desesperado clamor de los ecos superlativos.
A veces, irrumpían el chasquido de unos dedos
sollozos infernales.
En ocasiones eran risas,
como gorjeos de pájaros o melodiosas gotas de una fuente.
Asustaba ese ruido críptico,
el bramido denso, estridente,
divisibles fonemas que no levantaba
ni un consolador lamento,
sino el leve quejido por lástima
con cierto sabor amargo en la lengua.
Un rugir de bestia asustó al gemido
que dejó entrecortado el aliento.
Al final fue simple gruñido de cachorro.
Aliviado se escapó un suspiro
cuando entro elegante, sabio, ingrávido,
el majestuoso silencio.
Claro y alto
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