Aunque reconozco en mi rostro
los ojos que cada día me miran
y leo en mis labios sus pensamientos.
Aunque estos brazos y piernas
van unidos a este tronco que lucha
por seguir erguido.
Aunque la huella de mi pulgar
sea la misma y los papeles oficiales
me identifiquen,
qué sé yo de mi hígado,
del trabajo de mi sangre
repartiéndose por mis células.
Qué cansancio tiene mi corazón
sin un descanso dando cada segundo su latido.
Mis pobres pulmones suspiran,
paran y sostienen un silencio
para soltar un grito desesperado
o el desgarro de un sollozo.
Estas vísceras que me acompañan
cada hora de mi vida,
¿en qué espejo se miran para reconocerse?
Esta búsqueda de uno mismo
rastrea una pueril superficie,
ni siquiera sospecha la consciencia
la lucha que sus neuronas mantienen.
¿Acaso veo las chispas que sueltan
al rozarse la mano de una dentrita con otra
ni como rebusca en la memoria un recuerdo?
Todo esto y más que ni piensan mis palabras,
son este cúmulo de carne y huesos.
La herida abre un resquicio
y en lugar de ver en su rojez
mi reflejo claro,
retiro mi mirada, sello, desinfecto,
espero la cicatriz que borre el dolor del daño,
con el terrible engaño de hacernos olvido
sin abrazarnos por entero,
del derecho y del revés ,
de frente y de espalda,
de arriba abajo,
de fuera a dentro.
Este río no es solo agua,
es también piedras, peces y lodo
en el fondo de su ser.
Aunque reconozco en mi rostro
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