Caen en avalancha desde la cima del cielo,
abren agujeros en los tejados de nuestras casas,
dejan en pie desnudas paredes.
Colgados y torcidos, cubiertos de polvo,
los retratos de rostros desconocidos.
Impávidos ojos miran,
a través del cristal frío
frontera con la vida.
Por ventanas que nunca se cierran
entra a veces un pálido sol
y muchas noches sin lunas.
Sobre escombros donde antes hubo alfombras
caminan arañas entre sus redes.
En un rincón bajo el triste paño
de lágrimas de ayer,
una perla se cobija y aún brilla su nácar
con destellos que no se olvidan.
En el recuerdo
la sonrisa de una sombra agradecida da más luz
que la llama ardiente de un fuego encendido.
Adivinan los días el peso de un cuerpo
y sueña la eternidad prometida de la muerte.
Ya ligera y sin herida,
el alma vuela sin ataduras.
Caen en avalancha desde la cima del cielo
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