Entrar en los territorios oníricos
es pisar indicios de la eternidad.
El sueño guarda los secretos
de la humanidad en su cofre cerrado.
En el sueño su lenguaje parece claro.
¿Cómo conocer las razones de sus imágenes,
entender la física de su cronómetro,
que la vigilia convierte en extrañeza?
¿Cómo hallar su incógnita
sin saber manejar sus símbolos?
Al atravesar ese etéreo cuerpo
se destruye cualquier respuesta.
Los sueños nos descubren
como seres caóticos,
Creamos ángeles o monstruos
de sus sombras,
que alimentan o rompen las cadenas
de nuestros miedos.
Rechazamos su estructura.
Abocados a la necesidad de un orden,
buscamos siempre el equilibrio.
Hay luces que nos deslumbran
y nos impiden ver
dentro de su abismo.
El sueño puede darnos el descanso
frente a nuestra soberbia de poder
o en la esclavitud de nuestras desgracias.
Recreados en sus paisajes,
dejémonos bañar
en sus aparentes aguas turbias,
más transparente cristal transparente
que estos reflejos donde nos miramos.
En su convulso océano,
nadar con la corriente.
En su cielo oscuro,
volar libres.
En su oscuridad sin tropiezos,
encendemos cerillas,
que terminarán quemándonos los dedos.
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