La niña posa vestida de domingo
para una boda con luz de mayo.
Sus ojos sonríen y sus manos no dejan ver su boca.
Con gesto tímido cruzan sus deditos
sobre sus labios.
La niña lleva un calcetín caído siempre,
por mucho que se lo suba.
La niña con su carita graciosa
tiene en los ojos fuego de noche.
Es silencio ya, eco extinguido
de aquella tierna voz.
¿Cómo olería su pequeño cuerpo
casi de estreno como su vestido?
Tal vez a dulce fragancia
y primoroso aroma de inocencia.
Solo permanece la imagen
en frágil cartón, sin sus colores encendidos
y un fugaz recuerdo que expuesto
a corrientes de aire se pierde.
De los demás sentidos nada queda,
la caricia de un tacto,
los sabores que lamieron su lengua,
el rumor de sus sueños.
Es la traición de la conciencia
que hizo olvido por falta de palabra.
La niña posa vestida de domingo
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