Esta gata es mi sombra.
Cada mañana al levantarme,
me saluda y rodea mis piernas
mientras preparo el desayuno.
Tengo que arrastrar los pies
para no pisarla
y si la rozo, encima protesta.
Allá donde voy me persigue,
me siento, se sienta al lado
me levanto, se levanta.
Querría estar siempre
recibiendo mis caricias
en mi regazo.
Levanta sus patitas y con qué
cuidado acaricia mi cara
sin sacar las uñas
con su planta esponjosa
y reposa su cabeza en mi brazo.
Pero, a mí me da miedo
que de repente me dé
un mordisco pequeño
como forma de cariño
y me ponga nerviosa.
Si no me ve, coge cualquier
objeto mío con un maullido protector.
Esta gata me dice ma-ma
a su forma gatuna
y se contagia de mi ánimo.
Sueña que caza y mueve sus dientecillos
y su bigote de forma curiosa
como si ya gozara de su presa.
Tiene su preciado manjar
en la distancia, sobre los tejados
y a veces, se pone tan nerviosa
su instinto que corre
como una loca por la casa.
Pobre gata, acaso no sabe
que la sombra solo a ratos
puede unirse al cuerpo
y entonces desaparece
entre las tinieblas de la noche.
Esta gata es mi sombra.
Arde el sol con avivado fuego
Arde el sol con avivado fuego
y enciende en las candorosas nubes
rubor de enamorada.
Por qué se marcha el forastero
¿Por qué se marcha el forastero
del lugar que ama?
¿Acaso no es locura
abandonar la tierra que le acogió?
Estas piedras le protegieron
y alimentaron sus dones
su boca hambrienta de sueños.
El aire esparció en su piel
sus fragancias
y las calles condujeron sus pasos
por bellos y vetustos paisajes.
Allá dónde va,
¿tendrá el mismo recibimiento?
¿Hallará en su cielo
las bondades de este territorio?
El amor no se reparte,
se entrega por entero.
¡Ojalá en aquel horizonte
su verdor lo envuelva
en un apasionado abrazo!
Se agotan los días
Se agotan los días
y, alterado el cotidiano ritmo,
ya no se buscan las cosas
en el lugar acostumbrado,
sino que esperan volver a la vida
en el útero de unas cajas.
Se agotan las horas
y agónicas espiran
entre el impasse y la urgencia
de sus agujas.
Imposible retener el vacío
que llena poco a poco estas estancias.
Se agotan los minutos
de estar contenida
entre las fronteras que fueron refugio
para la sustancia de los sueños.
Se agotan los pasos, las miradas,
el reposo, la rutina, la melodía en el aire,
el dulzor saboreado en la boca,
la espera y la recompensa
de ver sus días y sus noches sin mayor desvelo
que alguna pesadilla traicionera.
No podrán en el cercano mañana
los brazos retener este horizonte,
enredados quedarán entre la telaraña
de la memoria.
El corazón se aprieta
para dar abrigo al alma que ya extraña.
Va puesta la vista al paso siguiente
mientras sigue en la misma senda,
toma a cada instante el impulso
hacia adelante.
Se agarran los dedos a la trama del porvenir
y deshacen hebras trazadas
para tejer nueva prenda.
Pierde pie ya el cuerpo en este mar
de imprecisas formas
y debe nadar confiado
hacia tierra segura.
Fueron solo unos instantes
Fueron solo unos instantes,
las nubes habían sembrado
sobre las tejas
la tonalidad plomiza de lluvia.
Los fornidos brazos del sol
deslizaron el cerrojo y abrieron
los cristales de su ventana,
asomó ligeramente su cabeza
proyectando unos rayos firmes
y certeros
sobre el tejado.
Cambió su rostro cetrino
por un intenso rojo fuego.
Fueron solo unos instantes
pero, ¡tan gloriosos!
Preguntan la mujer y el hombre
Preguntan la mujer y el hombre,
¿qué es mejor, la palabra o el silencio?
Y el eco propagado desde las altas montañas
al profundo valle de la humanidad
proclama el secreto de su derrota,
quisieron alcanzar el cielo y su gloria
y dejaron en el aire el lamento de su fracaso.
Responde el eco:
el silencio,
el silenci,
el silenc,
el silen,
el sile,
el sil,
el si,
el s,
el,
e,
Él guarda todas las palabras,
las dichas, olvidadas y oídas,
las pensadas, reprimidas y por decir,
las nunca por labios susurradas,
el grito por la garganta lanzado,
profuso río o manantial seco.
Creadas y muertas palabras,
naciente flor en otras bocas.
El silencio sellado en el último suspiro,
podridas palabras, larvas de gusanos.
Soñadas palabras de un infinito,
derramada lluvia sobre la carne y el lodo,
semillas que germinarán
en nuevas palabras.
Encarnación del verbo, el silencio,
diálogo del alma con Dios.
Qué agreste naturaleza
Qué agreste naturaleza,
supura la tierra la esencia rancia
del tiempo.
Las lluvias de siglos han sembrado
un apretado nudo de verdes intensos
y atraviesan los muros de las casas
vistiéndolas con un añejo ropaje,
prendas roídas por infinitas gotas
que penetran silenciosas por sus poros.
Arriba un cielo plomizo rodea
las cumbres de las montañas
y el paisaje adquiere la superficie opaca
de la plata sucia,
que relucirá brillante
cuando el sol salga airoso de esta nubes.
Un miedo se instala en el pecho
entre corazón y alma,
¿y si esta fría atmósfera,
esta bruma espesa
se cuela por los nervios solidificándolos?
Qué extraña sensación
nos produce el lugar desconocido
donde el cuerpo debe aprender
otras voces y colores
y un mismo cielo parece
tan distinto.
Eres tú el rostro forastero,
el extraño que se extraña
de lo que un día le será cotidiano.
¿Llevará este río más agua en invierno?
Al menos
Al menos,
aprenda su corazón a resistir,
cree en la fiel rutina
y, asida a las agujas de un reloj,
esparza la plegaria de los minutos por el aire,
alcance ese mar su horizonte
y se haga un todo con el cielo.
Naufraguen sus maletas con sus pertenencias,
pero llegue salvo a tierra su cuerpo
y encuentre el verdadero tesoro,
la dulce paz para su alma
que no se la lleve el último suspiro.
Amén.
La casa torcida
No se sabe cómo trazó en el plano estos espacios el arquitecto, si fue que le tembló el pulso. Tal vez el maestro de obra dejó sin supervisar al peón novato y puso los ladrillos sin nivel. El dueño al final, dio por buenos los tabiques. Pero en esta casa, no hay ni un cuadro derecho. Las puertas por la inclinación del piso se desvencijan y los muebles ceden hacia un lado. Hasta los grifos andan confusos y dan agua fría por donde debía salir la caliente. Ya nada más subir las escaleras hay descuadre en la altura de algunos peldaños. Sin embargo, qué amplio su ventanal abierto a un grandioso horizonte.
En esta casa escorada van enfilados los sueños, entregados a este bello paisaje. Qué importa el eje inclinado, cambiar el hábito en la ducha, tener el cajón atrancado, la losa hundida, los defectos en su construcción, el encaje difícil de las estanterías. El cuerpo hará anécdota con sus rarezas, le perdonará el corazón sus veniales pecados, la boca recordará sus méritos y las palabras harán en la memoria alabanzas. Pero, ay, sus ojos cómo añorarán su luz cuando ellos se llenan con su brillo.
La firmeza del puente
La firmeza del puente,
la resistencia de tu piedra,
el pulido brillo de unos ojos
detrás del ramaje de unas pestañas.
Roca hollada por lluvias,
playa devorada por la arena,
bosques de frondosas hojas
picoteadas por gorriones hambrientos.
Mira ese escuálido árbol,
tiene vencido su tronco,
esmirriada sombra que no da consuelo
a las tardes solitarias.
Perdidos sus frutos,
se hacen desechos,
buena cosecha para gusanos.
Morirá si un clemente sol
no se apiada,
si no rompe esa nube
y lo riega.
Así sin darte cuenta
Así sin darte cuenta,
despacio,
suave,
sigiloso,
entra el ladrón.
Te engañó con regalos,
puso primero en tu oído
la palabra,
entre tus manos jugosos frutos,
en tus pies el primer paso,
sobre tus ojos la primera mirada de deseo
y dentro de tu corazón, el amor.
Ese traidor fue robando de noche,
clandestino,
astuto diablo enredado entre los sueños
y, con aquellos cabos atados,
cortó sus hilos.
Deshilachadas pendían las prendas
sobre las anudadas cuerdas
que se deshacían.
Jugaba con trampas,
aprovechaba tus horas distraídas.
mientras bordabas quehaceres inocentes
y, poquito a poco, grababa
su estigma sobre tu piel.
Tú creíste intuir una sombra insignificante
cuando en realidad penetraban densas tinieblas
hasta hacer completa oscuridad.
Pensaste que era un desvelo sin importancia,
un olvido fugaz,
una simple raya en el lienzo blanco,
el ascla rota de un cristal transparente
que aún ponía a la mesa tu alimento ,
la losa que cubría tu suelo firme.
Se hicieron hileras de minutos,
esa larga procesión de hormigas
abría heridas en tu tierra,
labraba laberintos,
roía tus raíces
sembraba de excrementos
tu sagrado trono
y se echaba cada noche
en tu lecho cálido,
cada día más frío,
cada invierno más helado.
Cada mañana se formaba escarcha
sobre tus blancas sábanas.
Y así, sin percatarte del desastre,
te borró de los labios los besos
y de tu garganta las risas,
rosas crecidas en otros jardines
que fueron arrancadas de tu patio.
Y barrió del diccionario
las flores de la primavera,
verde
luz,
nube de terciopelo.
Y, a cambio cayeron
las hojas secas
en temprano otoño,
fuerte viento,
bruma,
tormenta.
Los pies caminaron espacios
cada vez más vacíos
y retumbaban los ecos
de recuerdos lejanos.
Y descubrió aquello que estuvo
siempre presente,
lo delataron sus ojos.
Tras la cortina de lágrimas
reconoció el rostro del enemigo.
Debimos aprender
a perderlo todo sin miedo,
la voluntad del destino es férrea.
La vida es la ingenua niña
que va perdiendo su tesoro
mientras camina sin propósito
por un bosque oscuro.
Llovía y cubrió su cabeza
Llovía y cubrió su cabeza
levantando sus brazos,
plegadas alas de mariposa
protegida del aguacero.
En aquel prado de amplias avenidas
y loco tráfico mecánico y humano,
eran flores silvestres
sobre un denso magma
por donde pululan insectos
libando su néctar
mientras arrecia la tierra
bajo sus pasos.
Ha venido el viento
Ha venido el viento.
Arrastró todo a su paso,
arrinconaba el lodo
por las esquinas,
rodaban desechos
calle abajo.
Agitaba los toldos
de las terrazas
y campanilleaban sus cadenitas
contra el hierro.
Llegó la calma después
y las ventanas cerradas
se abrieron al mundo.
Comenzaron los pétalos
de las flores a desplegarse
como niñas desperezándose del sueño.
Brillaban los cristales,
tragaban la luz de un sol enérgico.
Lento, indolente, regresó el gato
a buscar su cojín en el balcón
pero lo asustó el crujir
de una persiana al levantarse
y salió como rayo a esconderse
baja la cama.
Silenciosa, lánguida, con los párpados
echados sobre los ojos,
la soledad se mecía al compás
monótono del reloj.
Ha llovido, rugía el cielo
Ha llovido, rugía el cielo,
levantaba en el aire humaredas
de polvo y esparcía ese olor
caliente y dulce de la sangre
vertida por las entrañas de las piedras.
Espero con impaciencia llegue la noche
y saber si de esta batalla
salió victoriosa la luna.
Traiga el esplendor en su rostro
y entre a mi castillo
a desvelarme su misterio
y repose su luz en mi lecho.
Somos reflejos de un sol
Somos reflejos de un sol.
Si él no nos alumbra,
la noche nos traga.
Desaparecidos del mundo,
seguimos vivos en su útero.
Volver al inicio, recoger la madeja
Volver al inicio, recoger la madeja
que nos condujo al olvido.
Habrá que desatar nudos,
quitar vueltas retorcidas,
meter el cabo por un sitio
y liarlo aún más.
Retroceder,
probar por otro agujero,
buscar otro camino.
Encontraremos hilos tan apretados
unos con otros,
que el regreso
nos parecerá imposible.
Dudaremos si cortar por lo sano,
abandonar el intento,
quedarnos entre las manos
el trozo liberado y continuar
tejiendo con el resto que nos quede.
Mas no, nunca rendirse,
esta es nuestra única meta,
volver al inicio,
deshacer esta maraña,
ese enredo confuso.
Es necesario volver sin miedo,
libre de ataduras,
alcanzar el principio,
la fuente pura y clara.
Y después, que la piedra nos revele
sus profundidades.
Nuestro existir es un absurdo
Nuestro existir es un absurdo
al que damos nombre
y le buscamos una razón de ser.
Nuestra vida es una madeja,
enredada, mancha oscura en la distancia,
confuso discurso de palabras inconexas
que quizá un día podamos descifrar.
Recojo las cosas que ocuparon
Recojo las cosas que ocuparon
estos espacios que hoy abandono.
Los libros que aún quedan por leer
vendrán conmigo a otra casa.
Las prendas que pretendieron vestirme
y a la espera guardé en los armarios
tal vez salgan a tomar otros aires.
Estos objetos sin utilidad,
sin embargo, tan valiosos,
seguirán pegados a mi mirada.
Dejaré polvo, hilos sueltos,
polillas hambrientas
y larvas de moscas por rincones
preparadas a recibir otros cuerpos.
Cargo cajas llenas con mis pertenencias
y aunque envueltas del ligero aire
es grueso peso de futuros sueños.
Seguirán sonando estas campanas
Seguirán sonando estas campanas
cuando lejos de aquí me halle.
¿Qué torres altas verán mis ojos
y qué claros cielos alumbrarán
mis días?
Abriré las ventanas cada mañana
y tomaré el aliento
del paisaje que habite.
Qué bello ha entrado el día
Qué bello ha entrado el día.
Sacó del armario el vestido arrugado,
guardado por meses,
y al calor de un radiante sol
ha quedado planchado y liso,
tan vaporosas sus formas.
Qué gracia da al cuerpo
de las horas, qué luz transita
por la urdimbre de su tejido.
Lo traspasa una claridad admirable,
centelleantes reflejos de cristal,
espolvoreada purpurina plateada.
Son sus minutos pasos primorosos,
van de puntilla sus pies,
calzados con zapatillas de bailarina.
Todo reluce bajo los rayos,
el aire tiene la suave ondulación
y la blancura de una sábana tendida.
Brotan en el ambiente
susurros de voces,
gorjeo de aves,
ecos de risas de ángeles.
Hay un crujir de seda y tul
por los espacios
y un océano infinito surcado
por veleros.
Un brillo intenso atraviesa el iris
de los ojos
dejándolos ciegos su extrema pureza.
Parece estática, pétrea, inerte
Parece estática, pétrea, inerte,
duras sus entrañas,
áspera su piel,
su mirada ciega,
terroso su semblante
y, sin embargo, ¡qué sabios sus ojos,
cuánta belleza muestran!
Vibra y se transforma su sustancia,
modifican su silueta las horas,
se perfilan en su cuerpo
las caricias del aire
y su oleaje la moldea.
El tiempo la viste de arena
y polvo cósmico,
derrama la sensual fragancia
de la naturaleza
y esculpe en su talle
un universo que solo ven aquellos
que, con admiración,
la contemplan.
Un día, trae en su pecho
tatuado un corazón,
otro, cuelga de su ancho cuello una cruz
y, a veces, por arte de magia,
quedan atrapados en su espejo opaco
rostros silenciosos que nos miran.
Después, se desvanecen en la nada,
o quizá se hundan en su tuétano,
perdidos por los senderos recónditos
del inframundo.
No hay un después
No hay un después
en todos los ahoras.
Nunca más
habitará este cuerpo
los espacios
que hoy
le contienen.
Marcharse,
lento,
guardar en los bolsillos
estos instantes,
como migas de pan
esparcidas
por otros
territorios.
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para atrapar la luz de una quimera,
velero sobre las aguas azules
del océano del tiempo.
Cada mañana retiro las sombras
y en mi pequeña pupila
se trazan estos perfiles hermosos.
Cada mañana arranco una brizna
del árbol de las horas
y extraigo su jugo.
Qué frondoso es este jardín prohibido
donde gozan libres los pájaros
y los hombres rondan los suburbios.
Cada detalle de este paisaje
se funde hoy en mi mirada,
mañana quedará perdido en la lejanía.
Aunque luche por retenerlo,
la frágil memoria cortará su hilo
y será cometa surcando aquel edén.
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para protegerlos contra las lanzas
de estos rayos de sol
y ser fiel al fuego eterno.
Poder guardarlo en la memoria
Poder guardarlo en la memoria
como se retiene un paisaje
una canción, un objeto.
Devuelto en forma clara,
ayudado por una fotografía,
una melodía, la palabra impresa,
reconocer la textura suave y áspera
reaccionar al calor o al frío, a su peso.
¿Cómo recoger en tus manos
el frágil material de los aromas?
Se recuerda la estructura levantada
por los ojos, los trazos de los sonidos,
el dolor del fuego,
sin embargo, es propósito
atrapar ese olor indefinible,
esa sustancia etérea.
Ningún perfume logra superar
la fragancia de la rosa
ni retornar a la piel,
más allá de evocar un huidizo sueño
que fácil se disuelve en el aire,
la destilada esencia
de dos cuerpos amándose.
Qué ramilletes de blancas florecillas
Qué ramilletes de blancas florecillas
adornan estos tejados,
particular jardín para mi mirada.
Esos que pasan por la calle
posan sus ojos en el asfalto
y, aunque se pongan de puntillas,
no tendrán el privilegio
de admirar este hermoso vergel.
Esta torre está firme
Esta torre está firme,
aunque su veleta gire
de oeste a sur,
de este a norte.
¿Por qué permitir que tan noble edificio
se tambalee a su capricho?
Es tronco agarrado
con fuerza a tierra,
aunque sufre la ira de huracanes.
Da fresca sombra frente a un ardiente sol
guardián de horas,
refugio de pájaros.
Brillan cristalinas sus tejas,
sueña en el sosiego
de las tardes entre melodías
de trinos y vuelos de aves.
No tiemblan sus muros en la noche
con el ulular de las lechuzas
y es solemne figura
sobre su oscuro firmamento.
Hay días, horas, instantes,
donde las brumas se despejan
y esas nubes se marchan
perdidas en la lejanía por otros senderos.
Fluye en el aire aroma a hierba fresca
y la piedra desprende su penetrante
fragancia con una carnalidad impropia.
Erguida la atalaya no la inclina el viento,
su corazón alberga los dulces ecos de campanas
y su curvada silueta desvía
las rachas y turbonadas violentas.
Solo hieren su sustancia
las saetas del tiempo,
horadada por la tenaz gota de las horas.
Dadme un rincón donde abunden
Dadme un rincón donde abunden
verde y agua transparente,
se alcen al cielo las ramas
de frondosos árboles,
florezca su prado en primavera
y me acompañen las horas
los trinos y vuelos de aves.
Al llegar el otoño se cubra su bosque
con un traje de hojas rojas y anaranjadas
y pise su alfombra crujiente
en mis paseos cotidianos.
En su amplio paisaje
la naturaleza siembre elogios.
Allí levantaré mi refugio,
una cabaña de madera y piedra
al abrigo de vientos y lluvias
de un frío invierno.
Bajo un benévolo sol,
jugaré a ratos con las palabras
como hacen los niños con las nubes,
inventando un mundo
de formas y sueños.
Abrumado va el corazón
Abrumado va el corazón
por esas callejuelas retorcidas,
perdido, sin plano,
con los ojos llenos de sospechas:
la cortina que se desliza sutil
desde una esquina de la ventana,
los pasos que se oyen
sin saber por dónde vienen,
el cuerpo que quizá se oculta
tras aquella puerta.
La cabeza lleva sus pensamientos,
prisioneros de un enemigo
que se esconde
en la transparencia del aire.
Ardía un fuego en ese bosque
y bastó para apagarlo
el manantial claro de rutinas de aves,
la perfección de un cielo azul
navegado por veleros de nubes
de algodón de azúcar.
La hiel de la boca se borró
con su dulce esencia.
Encendió en el ánimo
la viva llama de la calma.
Ese que llevaba la mirada esquiva,
sumido en la locura
de malos presagios,
repite un eco:
nada pasa, nada pasa.
Los miedos son como esta sombra
fina y alargada,
línea trazada en el blanco lienzo,
pegada y sumisa al muro,
atemorizada por su fortaleza.
Confía en la benevolencia de estos instantes
y piensa: ¿acaso no será refugio fresco
cuando este sol apriete?
Son nuestras tinieblas ceñida cuerda
al cuello del ahorcado
que espera la gracia del indulto.
Qué pena el olvido
Qué pena el olvido
de aquellos que quieren olvidar
para justificar su orgullo.
Qué triste aquellos que olvidan
sus recuerdos entre las sombras
sin remedio.
Qué triste aquel que olvidó
todo lo recibido por lo poco
entregado.
Rondaban por los callejones
Rondaban por los callejones
en la madrugada festiva
jóvenes ebrios de felicidad.
Gritaban eufóricos en el silencio
de la noche.
Han salido de sus madrigueras
estas crías salvajes
con el corazón agitado
y ansias de placeres.
Rugen sus vientres hambrientos
ávidos de manjares.
Clavan sus uñas sobre los relojes
arrancando las agujas
sin rendirse al agotamiento.
Desvelan a los durmientes
que por otros territorios andaban
con sus sufrimientos y alegrías.
Ten cuidado con él
Ten cuidado con él,
te mira de reojo.
No le gusta que nadie
le desafíe
y puede atacarte
por cualquier flanco.
Vigila tus murallas y tus torreones,
gira tu cintura al torcer la esquina
para ver si viene.
Vuelve la espalda ante
la intuición de que alguien
te persigue.
Ataca con violencia y alevosía,
te coge a contrapié
cuando te ve más desamparada.
Es verdad que su fuerza es grande,
que su cuerpo transpira ira,
que pocas veces actúa con benevolencia.
Advierte a veces, pero también castiga.
Te recomiendo que no te confíes,
saltará de improviso
en cualquier momento.
Como un gato que te observa
desde el muro,
se echará sobre tus hombros
te arañará la cara
y luego huirá por un callejón estrecho,
como un cobarde,
sin darte la opción de revancha.
Maltrecha, te curarás de las heridas,
mas, habrá dejado en tu ánimo
su veneno que irá labrando su nido.
No tengas ojitos aviesos con él,
llega mejor a un acuerdo.
Ya se sabe que con los enemigos
mejor siempre mirarlos de frente.
Y recuerda, tiene experiencia
de millones de años,
mientras tú, para sus armas,
eres un recién nacido.
Cierto que matar a cañonazos
moscas es estúpido,
no sea esta la razón de tu estrategia,
ni te ciegue la euforia del éxito,
trata al necio con su ignorancia,
y que prevalezca tu inteligencia.
Al miedo, dale el espacio justito.
El viajero quiere beber
El viajero quiere beber
de estos contornos por donde pernoctó
y recuperar fuerzas
antes de proseguir su camino.
Lleva en las manos partículas
de sus muros y en sus plantas
polvo de las piedras.
En sus oídos resuenan sus voces
y respira su alma la paz de sus silencios.
Recorrió laberintos de calles,
descansó en sus plazas,
se impregnó de sus aromas
y le cautivó su cielo luminoso.
Por su paisaje transita su mirada
con la gula del hambriento
que sabe le faltará mañana este manjar.
Para el viajero marcharán los días
con cierta parsimonia,
empujado ya por el deseo de vagar.
El viajero prepara su ida con brillo
en los ojos y con el corazón templado
del que nada espera y todo
con agrado recibe.
Se dirigen los pasos al arrullo de su eco
Se dirigen los pasos al arrullo de su eco.
Rumor de fuente y aroma de azahar,
revoloteo de palomas que bajan a beber
desde los tejados y se ocultan
entre las ramas de los naranjos.
La luminosa primavera
enciende una tierna llama
en los corazones
y brota por los poros
el brillo de la alegría.
Después del ruido de voces
y el deambular de gente,
la plaza queda sosegada
y deja brotar su canto en el silencio
acompañada de trinos de aves.
Su melena transparente
se mece con la brisa
y sobre el brocal de piedra
saltan como críos en un charco
los cristales de sus gotas.
En su pila flotan como barquitos
las hojas caídas,
a la deriva llevada
por las olas de sus ondas.
¡Calle el mundo y escuche
de sus labios jugosos
las palabras sabias!
Fuente de agua clara,
canción de cuna que duerma
la niña inquieta de las horas
y despierte un tiempo eterno.
Esta noche clara por donde pasean
Esta noche clara por donde pasean
gruesas nubes,
olas que derriban la naciente luna
y dejan su claridad de espejo,
intenso fulgor sobre su fondo oscuro.
El cielo, majestuoso,
rodea los edificios y cae sobre las calles
su abrumadora grandeza.
Bajo un silencio solemne
solo se escucha el continuo golpear
de las gotas de lluvia,
pausadas y furtivas,
humedecen estos muros y piedras,
destila en su alambique pétreo
la fragancia salina de un mar lejano.
De vez en cuando se escuchan
las cadenas de un mástil
como campanillas de monaguillo.
Ni un paso por la calle suena,
ni vuelo de vencejos y palomas,
solo una lechuza blanca
cruza por delante
camino de su refugio
entre las ramas de un árbol.
Calma y soledad se respiran
en la abrumadora densidad de plomo,
el insomne siente confianza y temor
bajo el peso del universo.
Observa sus labios sellados,
su enigmática mirada,
la blanca tez de la luna
que a ratos desaparece
y deja reposado su blanco velo
sobre la bruma.
El centinela abandona su torre vigía
y regresa al amparo
del cálido cobijo de su lecho.
Tras las ventanas a oscuras
el mundo duerme.
La delicada cometa de colores y espejismos
La delicada cometa de colores y espejismos
llevada de la mano de una niña ilusionada.
Olvidar los cimientos duros
para saltar sobre la blanda nube.
Procurar la eternidad de la palabra pura
buscar entre sus archivos remotos
el brote, la yema de la nueva mata
y saltar de alegría sobre su prado verde.
Gracias por ofrecerme cada día este paisaje
Gracias por ofrecerme cada día este paisaje,
tu semblante siempre sublime,
lleno de luz o de sombras.
Tus perfiles recios me entregaban
la dicha de un tiempo perpetuo.
No hay dureza en tu piedra,
sino la blandura de todas las almas
que navegaron a través del tiempo
por este océano azul,
oscurecido, a veces, por tormentas
y cubiertas noches con estelas de lunas.
Gracias por acompañar mis soledades
y otorgarle a mi mirada
la anchura de un horizonte
más allá de los límites de mis ojos
y alimentar la sensual sintonía
de un renacer a cada instante.
Gracias por escuchar mis llantos
y mis quejas,
tener simplemente tu abrazo
para sentir sobre tu pecho
el palpitar de la existencia.
Gracias, llevaré en mi corazón
y sobre mi piel,
entre las ruinas de mi memoria,
tu silueta,
la elegancia de tus formas,
tu ceñido talle y rotundo cimbreo,
la cadencia de tus pasos cotidianos,
el ritmo de tus minutos,
el bullicio de tus calles y sus silencios.
Brotarán sus flores en venideras primaveras
por otros jardines y valles
donde soñar con el perfume de sus pétalos
en la fresca fragancia de otros mañanas.
Gracias, por el rumor de tu fuente,
los vuelos de tus pájaros,
la algarabía de tus campanas,
tu porte vetusto,
el encanto de tu rostro.
Gracias por las voces prestadas,
los pasos anónimos,
las risas esparcidas como papelillos al aire.
Penetraron tus ecos por mi ventana,
bañaban la mugre de los juicios,
el lastimero cansancio,
la herida de la monotonía,
con destellos de albedrío y encantamiento.
Gracias porque observabas mi baile,
mi ensalzado canto solitario,
mi locura y mis miedos.
Dejabas las sombras en reposo
y encendías la llama de la esperanza.
Gracias, no diré siempre te recordaré,
porque traicionan los propósitos
y muerden gusanos este firme esqueleto.
Guardaré cada golfo y cabo de tus contornos
y el relieve de tu anatomía.
Si, abandonados a mi torpeza,
logran escabullirse por los resquicios,
quedarán ocultos tantos detalles,
borradas tantas líneas rectas y curvas,
aunque anhelo que mi consciencia
retenga la belleza impalpable y duradera,
esta que atraviesa mi ser y me hechiza.
Un trozo de tu cielo bastaba
para salir de la torcida cordura
y saborear los desvíos infinitos
sin las trabas de este cuerpo.
Mas, no siento tristeza en la despedida,
sino amorosa ternura por tu regalo.
No voy sola, camino abrazada
con fuerte lazo a otro cuerpo,
para seguir
por estos senderos recónditos de la vida
hasta encontrar la tierra
que acoja mis despojos.
Estos muros, reliquias de aquella muralla
Estos muros,
reliquias de aquella muralla,
tienen un caño que vierte a una alberca
agua transparente
que se hace lodo en su fondo.
Nadan en monotonía unas carpas
naranjas y grises,
desasosiego de días sin río.
Hay unos cipreses
a cada lado del arco de entrada,
abrazan el muro sus ramillas verdeoscuras
y buscan nido por las dentelladas
que el viento y la lluvia
hollaron en la piedra.
Qué rey desahucia a otro del palacio
Qué rey desahucia a otro del palacio
para hacer su reino,
y qué plebeyos podrán conquistarlo
cuando echen al soberano y a todo su séquito.
De qué chabola se desalojará al pobre
que venga el rico a ocuparla.
Qué Dios expulsará a otro Dios del templo,
qué hombres se apropiarán de su nombre
y crearán su propia gloria
a costa de imponer a los demás
un infierno.
No existe redondez en la línea recta
No existe redondez en la línea recta,
inalcanzable es el cero absoluto,
imposible sacar conclusión
de un argumento secreto,
la irresoluble ecuación única.
Como el sol que hace crecer
Como el sol que hace crecer
el árbol y lo seca,
reverdece el campo
y convierte la fresca espiga
de trigo en paja.
Ese sol que resplandece en el día
se marcha cada atardecer
y nos entrega la noche.
Es el mismo sol que alumbra
nuestros corazones y los ciega,
abrasa el alma y la aturde
y a la carne hierve y enfría.
Como este sol que contiene
luz y oscuridad,
calidez de brasas y violenta llama,
vida y muerte transitan,
así se envuelve el misterio
de templanza y locura.
Son susurros de pasos que se presienten,
intuición de sombras que se adelantan.
Nunca muestra el cuerpo original
su sustancia y su trayecto.
Nuestras certezas tienen dobleces,
engaños de formas,
porque el sol que brilla
sobre nuestras cabezas
es amago de claridad
que pronto se apaga.
Intento bailar con estas moscas
Intento bailar con estas moscas, pero ellas me ganan en coreografía y no hay forma de seguirlas. Son nueve o diez, me cuesta contarlas con esos movimientos tan rápidos. Me cuelo en el centro de la troupe y se apartan para otro lado. Nada quieren con este cuerpo denso y pesado desprovisto de alas. Así que mejor las observo en sus sinuosos y armoniosos giros.
Estas moscas de primavera son menos impertinentes que sus familiares del verano. Se instalan en tu casa y se hacen las dueñas del territorio. Hasta llegar el invierno no se marchan y se refugian por grietas y rincones, sobre altos de armarios, para protegerse de la lluvia y el frío que teje escarcha en sus etéreas membranas. Esas son un tormento, nos desquician, nos quitan el reposo, se apoderan de nuestro hábitat y tocan nuestras cosas con sus manos sucias y sus lenguas largas. No sé qué les entra por el cuerpo que les hierve la sangre y se vuelven tan odiosas. Provocan en la persona pacífica un instinto criminal que emprende contra su enjambre una contienda sangrienta.
Ah, pero míralas, estas van a lo suyo, entran por la ventana sin pedir permiso, entregadas a su danza mística, cada una en un punto vacuo sin rozarse una con la otra. Qué bella sincronía en su balanceo, dibujan una nube en el aire con un patrón exacto. No buscan posarse sobre nada ni tocar las narices a nadie. Bailan sin alboroto, no como aquellas que, con su penetrante zumbido, te vuelven loca.
Hoy, aunque anda compungido el sol con estas orondas nubes que le quitan brillo, sienten su calor y salen a divertirse. Baile de salón al son de una música inaudible, sale y entra este júbilo de moscas hasta caer la tarde y llegar el ocaso. Entonces, entre sus sombras desaparecen. Alguna despistada se queda y echa la noche sobre el cristal de la ventana cerrada, en el borde de una repisa, sobre la pared o un libro. Tal vez, una se muestre con ganas de fiesta y ronde la luz de una lámpara.
No hay que temer por nuestros sueños te dejarán dormir en paz.
Ser punto invisible en el vacío
Ser punto invisible en el vacío,
reconocerse ajeno a vanidades.
Sea solo el aliento imprescindible
para saber que uno existe.
Mas, en la soledad,
¿cómo asegurar sin sospechas
que uno está vivo?
Es como caminar rodeada de árboles
Es como caminar rodeada de árboles
y temer que detrás de sus troncos
se oculten enemigos.
Te asusta su sombra que no ofrece
los detalles claros de su rostro.
Es el miedo ante un ruido,
el crujir de tus propios pasos
te sobrecoge.
No es engaño ni tampoco puedes
decir que es cierto,
es la lejana línea del horizonte
cubierta de niebla
y no tranquiliza la luz del sol
que cuelga en el cielo.
Ella enigmática, sugerente,
provoca un palpito,
recelo en la mirada.
Anda con cautela, se dice.
No tienes indicios,
sin embargo, sientes su presencia
y no te relajas.
La confianza anda confusa,
te sientes inseguro,
la duda te atormenta.
Ella, extraña y misteriosa,
presentimiento de oscuridad,
la sospecha.
Cómo pudo saber del amor
Cómo pudo saber del amor
si de su verbo
hizo palabra polisémica.
Dado por recompensa,
quitado por castigo,
medido en una escala de valor,
producto de intercambio,
modelo confrontado,
dolor y miedo.
Cuánta ausencia y soledad
en su pequeño mundo.
Sus torpes pasos sobre vacío,
dubitativo, inseguro,
desoído reclamo,
inmerecido y condicional afecto.
Qué fácil errar en el camino,
tropezar con los árboles,
y, abrazado a sus troncos,
recibir la áspera corteza.
Cuando en el cielo oscuro
se apartan las nubes
y un brillante sol se muestra,
se le exige todo el calor
para aliviar tanto frío.
Ni una brecha en su estructura
podría soportar su terror al abismo.
Y confunde brazos con piernas,
huesos con vísceras,
a la voz murmurada
le pide el rotundo acento.
No cabe ningún interrogante,
cualquier fallo ortográfico,
por mínimo que fuese,
sería errata imperdonable,
el agravio a la promesa ,
el dedo en la llaga.
Te amo, le dijo,
y le sonó a eco repetido,
imperfecto trazo de un corazón
sobre su cristal turbio.
Llegaré a mil tal vez
Llegaré a mil tal vez.
Llegaré a tu cuerpo bañado,
a tu voz angelical,
tu boca húmeda,
el rostro alegre del día,
el semblante calmado de la noche,
tu voz cantarina, risueña,
sensual y amorosa,
en el silencio.
Tu rumor es verdad murmurada.
Bajan de los tejados
las palomas
a beber de tu fresca agua.
Soñadora amante,
compañera del templo
en la perpendicular distancia.
Tu sencillez, tu figura sin arrogancia,
sin alardes de grandeza.
Cuánta belleza en el nácar de tus gotas,
en tu piedra labrada
que los siglos y las manos
desgastan y hacen grietas.
Sobre este fondo oscuro
Sobre este fondo oscuro
de una noche de dulce primavera
se perfilan tras la ventana
los simples detalles de un paisaje,
insinuados, indefinidos,
muestran y ocultan la totalidad
de sus formas.
Aquí un muro iluminado,
arriba los trazos de una cruz,
abajo una cornisa de tejas
y más allá, unido en la distancia,
aunque separada por una calle,
la silueta esbelta y clara
de una chimenea sobre un impreciso tejado.
El todo está diluido entre estas sombras
y, sin embargo, ¡qué densidad de voces!
Una risa se suelta de una boca
y rueda por los espacios
sin la razón de su revelo.
Aprendiendo con cada paso
Aprendiendo con cada paso,
dejó roto el sueño de la inocencia.
Se coló subrepticio con las palabras
por las alegres primaveras y
tiñó de colores opacos la mirada.
Levantamos un universo árido
donde la sonrisa es triste,
donde aquellas fugaces lágrimas
lamían dulce las bocas.
Rodeada de extraños
Rodeada de extraños,
¿qué quieres que haga?
Este es mi hogar, el que tú
ya no frecuentas.
No reconozco ni sus cuerpos
ni sus rostros,
acaso, la voz guarde la sintonía
de aquellas aguas de un nacido río.
Qué maldad reservará el tiempo
y sus calendarios
que amenazan con hacer distancia
del refugio.
Hubo un tiempo que la dama quiso
Hubo un tiempo que la dama quiso
tener total ausencia del mundo,
la noche con sus blandas tinieblas,
su silencio solo roto por algún crujido,
las bocas tragando aire
y el aire espeso era un mullido colchón
donde caer muerta.
Mas, la mañana volvía
con su acostumbrada sonoridad,
limpia de brumas,
desayunada de los primeros rituales.
Ella, al volver al mundo,
sonreía por los trinos de pájaros,
pero temblaba con las voces.
Rompía el mármol de su tumba,
salía del pesado abrigo,
se aseguraba que la puerta
estuviera cerrada con llave,
dos vueltas,
y no descorría las cortinas
para no dar señales de existencia.
Esta marea de voces, rumor de olas
Esta marea de voces, rumor de olas,
en este océano cubierto de náufragos.
Qué isla encontrarán en su lucha
contra la intemperie.
Y si tuviéramos un reloj parado
Y si tuviéramos un reloj parado,
marcando una hora fija,
el día sería una fracción diferente.
Si tuviéramos un calendario fijo
colgado de la pared de nuestra estancia,
el paso que lleváramos sería más lento.
Si nuestro ritmo fuera conducido por el viento
para avanzar como hojas secas
caídas de un árbol
o nubes extendidas por el cielo,
se habría forjado lo cotidiano en imprevisto.
Si nuestra medida del tiempo la marcara
el rodar de las olas calmadas o abruptas,
que llegan a la orilla para besarla
un instante y jugar con sus caracolas
o muerden con ira la roca
para volver a su útero,
todo sería un instante único.
Eso es la vida,
sin hacer divisible el infinito.
No te engañen los sentidos, corazón
No te engañen los sentidos, corazón,
no existe ese tiempo
que tú creas y cuentas, restas y sumas.
Fallas en los cálculos si crees
en las agujas del reloj,
cuadras las estaciones sobre un almanaque
y controlas las órbitas de los planetas.
Sueñas si piensas que vas o vienes,
si llegas o te marchas.
Ay, corazón que nada entiende,
mantén con brillo el germen que habita
tu sagrario y por tu carne y sangre
fluya incorpórea su gracia.
Es aquello que permanece al romper
las vestiduras que nos cubren,
la semilla sin cáscara ni falsas apariencias.
Mira ese instante de fulgor,
destello que se intuye sobre una teja,
está
porque le penetra un rayo de sol,
si te mueves un solo centímetro,
desaparece ante tus ojos.
Acaso, ¿podrás tener la certeza
de esos traidores que juegan
con la luz y la sombra?
Ven, corazón, a sentir
en cada partícula de tu ser
ese bendito germen.
Cuida de esa joya,
que nada la oscurezca,
ni siquiera nuestra obstinada obsesión
por la medida de las cosas.
No te importen los reflejos
de un rostro que envejece,
solo son engaños de este mundo.
Ni busques por ningún lugar tangible
ese hermoso regalo que te contiene.
El fuego eterno lo oculta
bajo su amparo.
Qué cándido cielo ha venido
Qué cándido cielo ha venido
tras las lluvias
a vestir este horizonte,
inocente preludio de lecho carnal.
Ya promete lujuria su graciosa figura,
el andar contoneante y la mirada llena de luz
de esta primavera.
Sin remedio, caerá seducida
en los brazos del ardiente estío,
entregará su virginal verdor
para arder paja entre sus llamas.
A la casa abandonada en el campo
A la casa abandonada en el campo
solo le quedan en pie los muros.
Sin su tejado la lluvia
ha creado un jardín frondoso.
Desde la distancia parece
una bonita maceta
con hojas verdes, muy verdes.
En tan pequeña selva
qué gran cosmos,
guarida de culebras se enredan
por sus tallos
hacen laberintos bajo la tierra
musarañas y conejos,
colonias de hormigas
y otros insectos,
bandadas de pájaros,
hermosas mariposas
que parecen pétalos de flores.
¡Qué paraíso estas ruinas
para estos seres!
¿En qué infierno arderán
aquellas almas?
Un día una madre bajó del altillo
Un día una madre bajó del altillo
del viejo ropero
un vestidito de niña,
blanco con volantes de organdí.
Esa niña se reconoció en un foto,
sentada sobre una piedra de la playa
con aquel hermoso vestido.
Al verlo ahora tan pequeño,
descorazonada, miró a la madre
con tristeza y le preguntó:
mamá, ¿por qué ha encogido?
Tiene este dulce atardecer
Tiene este dulce atardecer
los colores tiernos de nubes mullidas,
con promesas de un todavía fuego,
que poco a poco se convierten
en ascuas frías de noche.
Aún la luz enciende en su albor
llamas incandescentes de color púrpura.
Por qué nuestros pasos siguen el desfile
¿Por qué nuestros pasos siguen el desfile
de las hormigas
trepando por el pentagrama,
una detrás de otra dándose el pie?
Acaso, ¿no fue mejor repetir
los trinos de los pájaros
y aprender con la danza de sus vuelos?
¿Por qué llevamos el zumbido
de las abejas
pegado a nuestro eco,
afanados en la rutina,
si nuestras celdas no tienen miel?
Debimos ser aves migratorias
que van ligeras de un lugar a otro.
¿Por qué cargar con tanto peso?
Así, ¿quién puede volar?
Uno a ratos largos olvida remotas emociones
Uno a ratos largos olvida remotas emociones,
quedan en letargo en la oscuridad de su cueva,
silenciosas, ocultas.
Entonces uno habla de cosas estúpidas
y añora una libertad imposible, increada.
Sin percatarse, desprevenida,
entra al alma una corriente
de agradable brisa de primavera,
cargada con los aromas de aquellos pétalos
y de hierba húmeda por el rocío
brillante bajo los primeros rayos del sol,
como esquirlas de un cristal
sobre un manto de nieve verde.
Y, !ay! penetra con fuerza arrasadora,
descontrola todos los sentires,
muda la memoria hacia el pasado.
¿En qué momento se volvió huracán
aquel airecillo débil
que tumba este firme edificio,
derriba su fortaleza
y abandona desparramados por el suelo
sus trozos rotos?
Son montañas nevadas estas nubes
Son montañas nevadas estas nubes
del horizonte,
de cimas blancas, tan altas y tan lejos.
Estas nubes hacen blanda cordillera
en el cielo azul.
¿Cómo subir su ladera y alcanzar la cumbre
para tocarlas con los dedos?
Estas palomas
Estas palomas, ajenas a todo este ajetreo mundano, están más cerca del cielo que este bullicioso aire sobre la tierra.
Hay redoble de tambores, dulces clarinetes y trompetas metálicas. Van de la mano y al mismo paso fe y fiesta. Los niños juegan con su habitual aire distraído sin importarle si se escapan los momentos, no se aferran como sus mayores, temerosos de perderlos de vista para siempre como nubes en el horizonte. Por eso, con sus móviles en alto, son los ojos que no olvidarán. Va uniéndose a la muchedumbre más gente, apiñadas en un engrudo indefinido de color pardo, afincadas al filo de las aceras para ver desfilar el cortejo de imágenes sagradas y las penitentes almas. Hay mujeres vestidas de negro de los pies a la cabeza y nazarenos de oro y grana, una cohorte de cofrades y clérigos con sus hábitos blanco y púrpura. Va la comitiva con cirios y farolillos con llamas titilantes, cargan a pulso estandartes, cruces de madera, bastón de mando y suenan las campanillas en los varales del palio. Abajo, ocultos por el paño, cargan el trono los costaleros. Cuerpo con cuerpo aportándose calor frente al viento gélido de la noche. Vivos que adoran la muerte con ansias de vida.
Sobre una teja la inocente paloma está ausente de ese caos, con su pico metido entre las plumas del pecho, indolente, flemática, abullonado su plumaje para darse abrigo en este moribundo atardecer que se aproxima al ocaso. ¿Qué le importa este bullir del fondo si ella solo escucha cómo se arrastran los pies de las sombras y qué soplos apagan las velas del día para entregarse a las profundidades del sueño?
Recorrí tu costa de levante a poniente
Recorrí tu costa de levante a poniente,
me bañe en tu mar esmeralda y turquesa,
me doré con las arenas de tu playa,
jugué con tus olas de espuma de nácar.
Hice un pozo y escondí mis tesoros,
abandoné en tus aguas mis lágrimas
y dejé con tu rumor
enredadas mis risas de inocencia.
Con estos verbos construí mi humilde barca
y fui a la aventura
a buscar en su horizonte otros territorios
como hicieron mis ancestros.
Aquí retorna el ave migratoria
Aquí retorna el ave migratoria,
el nido abandonado en otoño,
al volver cada primavera
lo encuentra sin el calor del hogar.
Las hojas y el barro seco,
endurecido por el sol del verano,
se impregna cada año de polvo.
Aún permanece la paja en los lechos
donde dormían las crías
con sus abiertos picos en reclamo.
Al abrigo de la piedra protegía sus tesoros.
Hoy, al volver con la mirada cansada,
encuentran su casa tan vacía.
Volaron los polluelos a otros cobijos
y dejaron impreso en las paredes
el olor de sus cuerpos.
Esta casa habitada de olvidos y añoranzas
se llena de ausencias y silencios.
Juntan sus alas estas aves para darse abrigo.
En la soledad buscan amparo,
vienen los días fríos y hacen escarcha
las noches,
Cada año llega más pronto el otoño.
Fuimos los olvidados
somos los olvidados,
seremos los olvidados.
Acaso, ¿quién recordará la hormiga
ahogada en una gota de lluvia?
¿Qué hace que uno se sienta de un lugar?
¿Qué hace que uno se sienta de un lugar?
Porque no basta nacer
ni tener el arraigo de la sangre.
No es menester tampoco
la cordial amistad de años,
ni siquiera los rostros reconocidos
por la calle.
¿Qué hace sentirse de un lugar?
Tal vez, la soledad amiga,
los aullidos de perros en la noche,
la herida que nunca cierra,
los zapatos odiosos,
la sonrisa que busca un abrazo,
el amor o desamor aprendidos,
sus cadáveres.
¿Qué hace sentirse de un lugar
cuando no se siente de ninguna parte
y el alma extraña el cuerpo que habita
como el ermitaño la caracola que no le pertenece?
¿Cómo encontrar entre las tinieblas
de la memoria
y las orillas de los presentes
ese huidizo paraíso?
Aunque no todas las infancias
Aunque no todas las infancias
son felices,
todas tienen una sonrisa en los labios,
brillo en los ojos y luz en sus sueños
mientras juegan.
Pero, ¿qué corta la niñez y su inocencia?,
¿cuán largo el desengaño y su agria malicia?
En aquella mirada pura
estará siempre
la belleza del mundo.
Si soy poeta, me preguntas
Si soy poeta, me preguntas.
Te diré: si poeta significa pulir
la roca hasta extraer el diamante,
te contestaría con un no rotundo.
Si me dices que bastaría con sacar
alguna vez brillo a las palabras,
entonces, tal vez lo logré.
Cuántos días con la urgencia de la rutina
interrumpida entre una obligación y otra,
extrayendo trocitos de tiempo
de las horas, componía un mosaico.
Cuántas veces quedaron esas criaturas
tal como fueron paridas, sin limpiar
la grasa que les cubría.
Movida por la urgencia de dejar
salir de mis entrañas y pasadas rápido
por la razón,
ajustaba el sentir al pensamiento.
Buscaba debajo de su coraza,
el cuerpo carnoso que ocultaba
y cuántas veces mordí solo hueso.
Te diría entonces, con el alma en la mano,
que, si quise entrar en tan oscuro bosque,
nunca lo hice con miedo,
aunque sí protegida con las adecuadas armas,
no fuera que, por ir al paraíso,
me encontrara con el infierno.
Si todo este camino lo recorren los poetas,
yo soy uno de ellos.
De todo hay en este patio de colegio,
donde unos pretenden jugar a ser eternos
mientras otros se afanan en tocar tierra
y levantar su propio mundo.
Hay tiempos con distintos sabores
Hay tiempos con distintos sabores.
Qué dulces estos que traen
la melodía de una canción,
tan llenos de promesas,
nada malo podía ocurrir.
Qué hermoso el mundo,
qué lujuria de bellos colores,
qué cielo más azul,
qué ensueño estos jardines,
qué orgía de trinos hay entre las ramas
de estos árboles.
¡Cuántos placeres promete este espejismo!
Va expirando la claridad
Va expirando la claridad
en este atardecer traslúcido
cubierto de un gris diáfano.
Se alargan las horas del día
que saborea el dulce almíbar
de la festiva primavera.
Lamen las sombras la luz de un sol
oculto tras las nubes
y se perpetúa el ajetreo por las calles,
va la gente con ansias de vida.
Este maravilloso tiempo de un aire
cargado de aromas a tierra ardiente
germinado de semillas.
Al caer la noche aún seguirán
en la plaza los niños jugando
y los viejos disfrutará de sus conversaciones
sobre sus achaques y sus trabajosas rutinas.
Agotarán los minutos antes de volver
a sus hogares.
También se rejuvenecen
tras pasar un largo invierno
recogidos al abrigo.
En estos ojos cerrados
En estos ojos cerrados
se bañó un infinito cielo
con rayos de luna.
Dibujó estrellas en el mar
y perlas de rocío
vestían su prado verde.
Brotan flores de papel
sobre una tela de araña,
ramas de este tronco de piedra.
La madre recoge al hijo muerto
La madre recoge al hijo muerto
descendido de la cruz.
Lo recoge a su regazo
al igual que al nacer.
Entonces recibió al niño
que se hizo hombre,
ahora acoge con dolorosa
devoción al hijo resucitado.
Ese cuerpo que fue su hijo
para vivir la eternidad.
Recorre caliente la sangre
Recorre caliente la sangre
al abrigo del lecho,
late el corazón bajo las mantas.
A una mano le vence el sueño,
sin tacto desaparecen masa y volumen
y el blando colchón que la sostiene
será líquido tabique que se traspasa
sin encontrar fondo ni tope.
Queda la conciencia sin agarre,
confundida de sus límites.
La densa niebla oculta el campo
y su cosecha se pierde,
el humo cubre el horizonte
y la mirada se desorienta.
Las nubes ocultan el azul del cielo,
la esperanza duda
si volverá el sol a lucir mañana,
cuando el viento con su furia
las hagan huir humilladas al exilio.
Sensible son los andamios
de esta estructura levantada con argamasa falaz.
Con un dedo se derrumba,
Y entonces, si esto ocurre,
¿dónde habitarán razón y alma?
Son los mismos muros
Son los mismos muros
y nosotros hemos cambiado tanto.
Esas altas columnas nos dieron sombras
en una tarde perdida de un lejano otoño.
De no ser por el instante
que grabó la luz que en el lugar habitaba,
tal vez, sería olvido o nublada memoria.
Han crecido los años
como altura en sus huesos
mientras estos se reducen a polvo.
Son los mismos muros
¡tan jóvenes aún!
y nosotros tan viejos.
Han florecido los naranjos
Han florecido los naranjos
y esparcen en la noche
su dulce aroma a azahar.
Comienza la orgía
de la primavera.
Ronda por el cielo multitud de aves
y, en las mañanas,
un fluir de gente
recorre con sus miradas curiosas
los vetustos monumentos.
Ay, qué sola está la fuente
cuando las sombras la rodean.
Brilla como una diosa
y vierte por su boca
la transparencia de sus palabras.
Es su brotar canto que arrulla
a las palomas entre las ramas dormidas,
y entrega sus secretos más íntimos
al corazón del poeta.
Son sus gotas brillantes perlas de nácar,
en la noche serena su presencia
es un gozo para el alma.
Con este ligero día
Con este ligero día,
qué pesada tarde.
Con estas horas,
cuántos años huyeron al exilio.
Este presente y sus segundos
efímeros
vuelve a recoger en un saco
roto
su tiempo líquido.
Y si todo aquello que fue,
ya no existe,
cómo tener la certeza
de que un día fuimos.
Dios de las escalas del infinito
Dios de las escalas del infinito,
ecuación sin solución,
incógnita irresoluble.
Dios, que supedita al hombre
a levantar un Padre Omnipotente,
un Creador Supremo,
con el ingenio de sus palabras,
metáforas, razones,
miedos e ignorancia.
Necesario para sus dudas y vacíos,
para su pequeñez y su fragilidad.
Dios, al que ponemos nuestras características,
Dios hecho a imagen y semejanza del hombre
por la cortedad de nuestra inteligencia.
Vestido de grandeza insuperable,
esconde bajo su túnica
el gran secreto de la existencia.
Y este Dios, ya nombrado,
tejido de luz,
qué mediocre resulta siempre
bajo nuestra mirada.
Con ruda roca esculpimos tan pobre imagen,
la mejor obra posible
levantada por nuestras manos.
Dios y su paraíso para dar respuesta
a la muerte,
para satisfacer la incomprensión
la justificación de lo fortuito,
la insensatez de no tener causa visible,
la injusticia de la vida,
su dolor, pobreza, maldad
por la redención del sufrimiento.
Este insignificante ser que sueña
con ser como Dios,
dominar la tierra y sus confines,
alcanzar las alturas del universo,
acaparar bajo su mando
entre sus cortos brazos
el imperio cósmico,
la inmensidad de lo eterno.
Dios, cómo dirigirme a ti
con la escasez de mis palabras
y la imaginación torpe,
sumisa al bagaje que carga mi cerebro.
¡Qué humanidad ilusa,
soberbia de estar en la cima
de la jerarquía animal!
Dios, ¿qué nombre darte
que no contenga las letras
de un abecedario?,
¿qué calificativo que se ajuste
al perfecto sustantivo?,
¿qué don otorgarte y no errar?
¿Cómo dialogar con mis palabras
y tu silencio,
con tu suspiro inaudible?
¿Con qué ojos ve este Dios
y qué orejas nos escucha
si su enigmática sustancia,
aunque hecha del mismo polvo,
hace descomunal su tamaño
y sus geometrías perfectas?
¿Cómo obtener la Única fórmula
con nuestros números?
¿Cómo crear con esta materia endeble
tan perfecto diamante?
¿A qué Dios rezar?
¿En qué vasto territorio
tiene su casa,
de qué país de Jauja
será único habitante?
En esta silla se sienta el silencio
En esta silla se sienta el silencio
y espera.
Sin confianza y distraída,
la vida le pasa por delante.
Hay más sillas repartidas por la casa
pero no tiene piernas adecuadas
para caminar hacia ellas.
Su posición en una esquina
le permite tomar algunos rayos de sol,
sin embargo, no puede evitar
que estos además de darle cálidos abrazos
también borren poco a poco
el brillo de su barniz.
Ella misma se consuela
meciéndose con ayuda del aire
que entra por la ventana
y soporta estoica la intemperie
de la tristeza de un abandono.
No permite ya que su balanceo
murmure decepción ni reclamo.
Hace tiempo que perdió la esperanza
y con ella se marchó el afán
por lograr una explicación.
Retiene en su frío cojín
el resentimiento de aquel cuerpo
que nunca con ella se sinceró.
Este pueblo de obispos y beatos
Este pueblo de obispos y beatos
tiene rostro de nobleza y orgullo.
Entre muros robustos, la piedra
rodante resiste los pasos del tiempo.
Tierra de campos y colinas,
donde lo verde siembra frutos maduros,
gula de vientres hartos,
semillas para hambrientas bocas.
Luz de un cielo azul, nubes blancas,
fuente sonora, sagrados cipreses,
templos profanados
y melodías de campanas.
Altos vuelos de aves
y, a ras del suelo, sus sombras.
Horas de tantas voces
y solemne silencio,
horizonte de sueños y promesas,
muralla de tejados por donde caminan
las palomas con sueños de libertad.
Sin corona de oro,
se alza humilde su cruz pétrea,
aspirando lo eterno.
Tus razones no son mis razones
Tus razones no son mis razones
y con mi razón a Tu razón no llego.
Quizá no sea cuestión de lógica
la Verdad absoluta,
dilucidar con tan torpes palabras
lo irresoluble.
¿Cómo ganar en fuerza con la pelusa
al Polvo cósmico?
Los cristales de nuestros ojos
no soportan la Luz impenetrable,
ni llega a nuestras orejas
la voz de la Certeza rotunda
indisoluble, indivisible,
eterna, divina.
Para nuestras manos innobles,
¿qué dedos podrán rozar siquiera
la eternidad inefable?
El mundo sin sentidos no existe
El mundo sin sentidos no existe.
¿Acaso le duele a la sombra
de este cuerpo las pisadas,
sangra si la golpean,
coge frío bajo la lluvia,
teme en la solitaria calle
el vagar de las ánimas?
No mata la bala homicida
la silueta sobre la piedra de la paloma.
Mientras la sólida materia
se estremece por los aullidos de un perro
en el silencio de la noche,
¿qué le importa a las alargadas sombras
que rondan las farolas
sus malos augurios de muerte?
No podrán clavar sus colmillos
en su sustancia de aire,
no llevarán prendidos sus despojos
entre las fauces.
Solo el rayo penetrante la devora,
la destruye, la convierte en haz de polvo.
Ausente, suspendida por un tiempo breve,
volverá a caer su leve peso sobre la tierra.
Exiliado de un país sin nombre
Exiliado de un país sin nombre,
caminé desiertos,
navegué océanos,
me perdí por oscuros bosques,
llegué a verdes valles,
rodeé montañas,
atravesé ríos,
encontré aldeas,
y me hice a sus costumbres.
Llevo en el alma su vacío
y retumba en mi corazón
el eco de su amada voz.
Me siento extranjero allá donde voy,
sin encontrar los contornos
que contenga la imagen
guardada en algún lugar de mi memoria.
Pienso que tal vez, fue un sueño
ser habitante de un paisaje que no existe.
Con el tiempo dudo y pierdo la fe de encontrarlo.
Esta aventura sin meta ni retorno
es un odisea para dioses
pues adónde ir, cómo buscar sin mapa
el hogar que un corazón añora
y la razón no acierta a orientarse.