Nos dio la vida el dolor de la herida,
el vacío de un deseo,
también el placer de lo logrado,
y la cicatriz para la llaga abierta.
Los placeres dejan en la lengua
el regusto dulce
minutos, días, horas, años.
Para este vivir me fueron concedidos
unos ojos por donde corren ríos
que dan consuelo cuando tengo sed
y garganta que grita un eco
de desahogo.
Bueno o malo todo es préstamo,
hasta la desgracia se toma su descanso.
Nos dio la vida el dolor de la herida
Lanzado al escenario del despertar
Lanzado al escenario del despertar,
el personaje yace ahora en un lecho caliente,
descubre que fue una ilusión,
engaño de un soñar dormido.
Todo pierde el sentido que antes tenía,
nada tiene el valor otorgado,
ni los placeres, ni los peligros,
ni el llanto ni la risa.
Lo que dolió, rasgó las entrañas,
abrió en canal el cuerpo,
brotó la sangre y las vísceras.
Resulta que no hay en la piel
ni un rasguño,
palpamos y con un suspiro,
comprobamos que el cuerpo
no recibió perjuicio ni daño.
Del sufrimiento devuelto fue el alivio
de la alegría, obtuvo solo vacío e indiferencia.
Ahogado en la angustia, recobró el aliento.
Es por ello que dudan mis certezas,
sospechan lo que ven mis ojos
y cuestionan lo que oyen mis oídos.
Engañados van, manchados de lodo y mugre,
vestidos de gasas y sedas.
El miedo atado como sombra
a nuestros talones,
se agarra a la luz pasajera de los días
y en las noches regresa
a un universo de retazos que serán olvido.
Cuando me miro, veo a mi padre
Cuando me miro, veo a mi padre
en las líneas torcidas
sobre el trazo primigenio puro
y veo el rostro del tiempo,
sus pisadas sutiles que harán
el sendero de mi existencia.
Es un tiempo sin forma
ni número en un calendario.
Es la unidad de todos los instantes,
sus intervalos y el silencio
agazapado entre las notas.
La bruma de sus ayeres
enturbia la mirada,
reduce la sonrisa a una triste mueca,
deja su abandono
en cada espacio de tu ser
y alcanzas una torpe sabiduría
que sirve para bien poco.
Un consuelo quizá,
una calma sin ansias,
unos ojos que procuran
esquivar el engaño
detrás de las apariencias.
Si mis piernas frenan o corren
Si mis piernas frenan o corren,
será porque las tengo
y en ellas restaron flaquezas
ya desde el vientre.
Subiré ligera como una nube
o caeré como una piedra desde las alturas.
Será el viento que empuja en ambas direcciones,
trae o lleva a su antojo
una muchedumbre de cadáveres.
En paz me creía y hallé guerra en mis territorios
y cuando esperaba la luz, vino la oscuridad.
Biblia del Oso. Job [30, 26]
En paz me creía y hallé guerra en mis territorios.
Esperaba la compañía y encontré soledad,
Regalé mis fuerzas y me devolvieron con abatimiento.
Di consuelo y recibí olvido.
Sabía que no era yo mi dueño,
ni mi juez, ni protector de mis días.
Conocía la procedencia de los regalos,
obtuve premio sin merecer
y por merced me dieron castigo.
A nadie ni a nada podría culpar,
ni siquiera conmutar la pena
a menos años.
No son responsables tierra o cielo,
sino la vida que tiene contados
hasta los segundos
y el recorrido de nuestros pasos.
Su plan es desorden y abismo.
No pondré en mi boca ofensa,
ni exigiré justicia por unas razones
que ignoro.
Cuando escuece la herida,
si tengo a mano la cura, la pongo,
si falta la ayuda, que su mal no la gangrene.
Este espíritu vagabundo
Este espíritu vagabundo
acumula viejos enseres, inútiles
cáscaras de los frutos comidos.
Los días, aun repitiéndose
en su retahíla de semanas y años,
con imagen falsa de uniformidad,
se visten sin protocolo,
de oscuro o de color.
Y al quedar desnudo el cuerpo
ves el abismo de un hueco profundo
que traspasas de la mano y compañía
de una infinita soledad.
Entonces, por inercia, por cordura,
te asomas y lanzas tu voz,
por la simple necesidad
de ser devuelta por el eco.
Este rostro que se mira
Este rostro que se mira
dice ser tener lazos consanguíneos
y lo acepta con agrado,
como al familiar que viene
a nuestro convite,
acude a la cita siempre puntual,
celebra contigo las alegrías
y llora contigo las tristezas.
Este rostro asume un nombre,
un número, una descripción,
hasta la servidumbre de unos gestos
que extrae aprendidos de otros.
Descarta defectos y virtudes,
no quiere atributos que no le pertenezcan,
ya vengan con razones conscientes
o con inconsciencia esclava.
Este rostro ha transitado por estaciones,
fresca hierba de primavera
y paja en otoño.
Nunca fue flor ni árbol
que sobresaliera del conjunto
de un jardín o un bosque,
ni su aroma era exquisito,
ni su ramaje exuberante.
Hace tiempo que este rostro se deshace,
se borran sus contornos,
dibuja trazos de un remoto ayer
ya casi olvidado,
y se acostumbra a este presente,
a su corto horizonte,
frágil línea que retiene la memoria,
tierra labrada por siglos.
Cuánta bondad ofrece este paisaje
Cuánta bondad ofrece este paisaje
cuadro creado por un artista insigne.
Anhela el espíritu
ser pincelada de color
dentro de ese lienzo.
Fiel orden tiene el sueño
Fiel orden tiene el sueño,
camina derecho por una lúcida senda,
sin desconcierto,
por un territorio apocalíptico
en un tiempo sin medida.
Mientras los relojes avanzan,
se pierde el ser por laberintos.
No hay reglas ni modelos ,
sino símbolos.
Sigue con pasos etéreos
por el fluir de sus secuencias.
Sobrecogidos por miedos,
nadamos en un mar tempestuoso,
volamos por un cielo infinito.
La boca cerrada habla con palabras,
el manjar se saborea,
se escupe el sabor amargo,
se aceptan todos los perfiles romos
y aristas afiladas
con la misma convicción de lo inevitable.
Y responde el ánimo
a la emoción provocada.
Esa realidad que se muestra tan caótica
al diluirse la oscuridad en el alba,
cuando se descorren las cortinas
y aparece un sol naciente,
se desmorona, su figura se deshace.
Se abren los párpados,
se sacuden las pestañas
el polvo de la noche.
Fría queda la luz de la mesilla.
Y queda esta concubina desnuda,
cubierta por las sábanas,
a esperar en la penumbra su turno.
La frase que traíamos en la punta
de la lengua aún pegada a las babas,
rescatada del secreto universal ,
se expone ante el tribunal de la vigilia,
jura sobre la biblia su testimonio.
Mas, cuestionada por el fiscal,
velador de la ley de la auténtica existencia,
la acusa de vana, ridícula,
rayana a lo cómico,
sin coherencia ni validez,
incongruente, hueca.
Ea, ya viene por ahí
Ea, ya viene por ahí,
con su paso tranquilo
y su rostro pálido.
El vestido lleno de arrugas
de un apagado color.
No sé si será por el día
que hoy amaneció
con un aspecto grisáceo,
Viene sin paraguas,
humedecida por la fina lluvia que cae
de unas nubes benévolas.
El cielo tiene la claridad plateada
proyectada por el sol
que siempre vigila desde el firmamento.
No mira a la cara,
baja sus párpados hacia los pies.
De cerca se le intuye
una lágrima que sostiene
entre las pestañas y no sabe
si retenerla o dejar salir.
Ea, ya está aquí y se cuestiona
el corazón si esquivarla.
Palpita entre la duda,
le abre o no la puerta.
Escucha su latir cansado,
se entrega al silencio del día
lleno de sutiles ecos.
Tal vez, ahora que el astro
penetra perpendicular esta tierra,
le dé brillo a sus apagadas mejillas
alguna pavesa de su fuego.
Ea, se ha parado al lado
de un banco,
a ver si se sienta
y regresa por donde vino
esta sombra de tristeza.
Flotan sobre las aguas
transparentes del río
balsas de musgo verde,
pequeñas islas de ranas,
dibujando la perfecta orografía
agua, yerba y piedra.
Hace brillar en la mirada
Hace brillar en la mirada
la promesa de un sol en su vasto cielo,
traicionado por el resplandor
de infinitos espejos falsos
sobre un mar en calma.
Por qué el mundo borra
Por qué el mundo borra
la sonrisa cándida
del rostro libre de tinieblas,
de alborozadas mejillas
con brillo de un sol naciente.
Quién dispara al pecho
de la ingenua mirada
y sin rastro de sangre
abre profundas heridas.
Ni el aullido de un perro
en la silenciosa noche
nos hizo temer el presagio.
Por sus secretas callejuelas
se escondían lascivos ojos,
letanía de lamentos
balbuceos de borrachos
y la embaucada pasión
se dejaba llevar
por la luz de plata
de una hermosa luna llena.
De los tiernos labios
brotaron blandas sílabas,
melodía de fuente
que el tiempo y el uso
hicieron rodar las palabras como piedras.
A cada paso se adherían
a las suelas de los zapatos
piedras y lodo
y las amplias aceras
ceñidas quedaron por altos y recios edificios
cegando la clara luz del horizonte.
La sonrisa se hizo mueca
y por la piel fueron anidando
voraces arañas,
con sus diminutas bocas
roían lento y tenaz
la carne blanda
hasta llegar a la médula
y poner a resguardo sus huevos.
Cuánta espesura, qué enredo
Cuánta espesura, qué enredo
de ramas, matojos y arbustos,
cuánto verdor ofrece esta tierra fértil.
A lo lejos, sobre un lecho de colinas
se extiende un manto de hierba,
generoso pasto de ovejas y vacas.
Cuánta belleza impenetrable,
¿cómo traspasar
esta barrera de abrazados árboles
que tejen una red sus frondosas hojas,
trampa para piernas y brazos?
Los troncos caídos hacen melaza
de podredumbre,
alimento para hongos, musgos
y trepadoras hiedras
que visten sus cortezas recias
con suave y mullido manto.
Imposible recorrer sin peligros ni obstáculos
esta promiscua flora,
preñado útero que vierte
sus semillas a la tierra.
Crece caótica y efervescente esta prole
levantando una maraña de un verdor intenso.
Por cada resquicio se escapa su lujuria,
sin respeto a la intimidad del otro,
lanzados al impúdico desenfreno.
No deja sendero al caminante,
obligado a luchar
contra una pétrea frontera.
Cuánta belleza en sus hechuras,
qué placer para los ojos
y qué inútil regalo si no se puede gozar
el manjar que ofrece.
El horizonte es un amurallado paisaje
que nos invita y a la vez nos niega
penetrar en su secreto.
Alimentó el deseo y protegió su virginidad
dejando en los labios la recompensa de sus mieles,
quimera de un loco que busca y no halla.
Creímos alcanzar la nube,
rozarla ya con el dedo
por el torpe truco
de entreabrir los párpados.
Este firmamento, cristal oscuro
Este firmamento, cristal oscuro
de un reciente anochecer,
se ha quebrado
y por sus grietas se cuela la luz de un sol
que hoy nos abandona.
Cierra cuentas con el día,
no quiere dejar para mañana
hacer justicia,
cobrándose la deuda,
golpe con golpe,
dolor con dolor.
Un cielo azulado
Un cielo azulado,
claro y diluido por un sol brillante,
sin nubes que lo adornen
ni vuelo de aves
que son comas realzando su bello texto.
Abajo, desde las verdes colinas,
se asienta en la tierra
la vida cotidiana,
salpicada de un rodar de motores,
perros que pasean a sus amos,
voces perdidas en la nada
de este invisible aire
envuelto en mágico misterio.
El lugar extraño al que pronto
se acomoda nuestra pupila,
reconoce sus partes
y las hace un todo definido y seguro.
Con rostro amigo,
con pie firme al suelo,
va descifrando incógnitas
hasta alcanzar un resultado
sin decimales sueltos,
esos que siempre
dejan correr hasta el infinito
las dudas y miedos.
Haces lectura de un relato
revelando las señales desconocidas,
para conocer la trama e intuir el desarrollo
sin grandes sorpresas en el desenlace.
Y sin embargo, en este mundo
todo es ajeno, imprevisible,
más enemigo, menos amable que en sueños.
Un señor que murmura a la espalda
es una amenaza indescifrable.
Entonces coges de la mano
al que a tu lado derecho siempre camina.
Retoma el ritmo armonioso el corazón
y avanza confiado el cuerpo.
Este mundo,
firmamento nublado,
se despeja y descorre su manto oscuro,
donde quedaban ocultas sus intenciones.
Abre la ventana al nuevo día,
con una certeza de horas que discurren
sin sobresaltos.
No olvides que van amarradas
con hilos tan frágiles
que fáciles se rompen y descuelgan su aguja
sobre el fondo de la esfera de metacrilato.
El tiempo queda en suspenso,
desaparece en un vacío,
sin sujetarse a las humanas leyes,
hundido en el último segundo,
ese que tan alegre llevaba
su paso bien marcado.
En esa densa bruma,
a brazadas sal a flote
y recobra el tic tac de tu cerebro,
el aliento en la boca,
devolviendo orden al caos.
Quedó olvidada en la mochila
Quedó olvidada en la mochila,
oculta en un doble fondo ,
la tristeza.
Y en cada viaje,
sin sospecharlo,
entre los bártulos y prendas renovadas,
llevaba su carga añadida.
Notaba los hombros más pesados,
revisaba el escaso equipaje,
sin entender por qué sentía
aquel peso.
Sacaba todo,
miraba qué podría eliminar
y para el siguiente viaje llevaba
lo estrictamente necesario.
Pero, aun así,
¡Dios, cuánto le dolía la espalda!
Serán los años, pensaba
por dar alguna explicación.
Mira que escogía la vestimenta más ligera,
la de tejido más fino,
y ni por esas, algo se hacía plomo
allí dentro.
Al final, fue mejor quedar en casa,
caminar un rato por los alrededores,
reducir a lo cotidiano
sus escapadas, castigar el deseo
por conocer lugares distintos.
En las tediosas tardes,
revolvía en la memoria
para seguir sacándole jugo
a los recuerdos
y lamentaba los sueños malogrados
por aquel motivo.
Un día su perro rabioso
destrozó la mochila
y sobre la alfombra
visible y despedazada también
quedó la tristeza.
Al fin comprendió todo,
y sentado en el sofá cabizbajo,
comenzó a llorar secándose las lágrimas
con los pedazos rotos de su desgracia.
Necesario este dormir y soñar
Necesario este dormir y soñar,
negar la claridad que muestra
el absurdo,
insistir en el engaño,
cubrirlo con el velo de las ilusiones,
nube que se deshace
en un instante fortuito.
Deslumbrados y asustados
ante el vacío,
volvemos el rostro hacia la oscuridad,
acostumbramos los ojos a las sombras,
líquidas estructuras comprimidas en conceptos,
y vamos dando formas y nombres
entre estas hilachas de tinieblas,
con la fe puesta en que se abra
un claro en ese apretado cielo.
Estos mirlos rondan los tejados
Estos mirlos rondan los tejados
de una vieja iglesia.
Han hecho su hogar en el hueco
de una teja y allí pasan sus días
con sus rutinas cotidianas.
Revolotean al romper el silencio
las campanas, sorprendidos
por sus fuerte repicar.
Comparten patio con las palomas
y dan pequeños paseos
para aprovisionarse o esparcirse
un rato por los alrededores.
Estos mirlos han decidido
cambiar de paisaje, dejarán
su modesta casa vacía
y vendrán nuevos habitantes
a ocuparla con sus olores y sus huellas
borrando poco a poco las de ellos
hasta desaparecer del todo,
como si sus cuerpos nunca hubieran existido.
¿Qué silbidos adornaran el aire?
¿Les tendrán tanto amor a estos muros?
¿Se pasarán horas mirando este cielo
como hacen estos mirlos cada tarde
dejando en su recreo pasar el sol
hacia el ocaso?
¿Qué ojos mirarán desde las ventanas
y soñarán como aquellos ojos
entre la sinfonía de vuelos y trinos
de otros recién llegados pájaros?
Soy ave migratoria
Soy ave migratoria,
cabra que se aventura
a otros montes,
inquieta pulga que salta
de cuerpo en cuerpo,
polvo que el viento lleva,
suave caricia que derrite
las formas y, amorfas,
se desparraman.
Soy ameba deslizada
por todos los espacios,
muelle que deshace
su rizada estructura
para ser luz que recorre
el infinito.
Tras esos cipreses reposan
Tras esos cipreses reposan
los huesos de mi padre,
desmembrados,
vestido de harapos,
aquellos que fueron sus prendas
en el hospital,
su penúltimo hogar antes del postrero.
Unidos a su cuerpo se hicieron polvo.
Entre astillas de madera
desaparecen lentamente en la eternidad.
Olvidé olvidar
que, cuando busco algo,
no encuentro nada
en esa masa apretada y oscura.
A veces, encuentro algo que
ni buscaba ni recordaba
el porqué estaba allí
y, a veces, por sorpresa,
al tirar de unas cosas y otras
por fin hallaba debajo
de un montón de inútiles cachivaches
el ansiado recuerdo,
Cuánta ilusión me hace
reencontrarme con algo tan añorado,
polvoriento y roído de polillas.
¡Qué pesado cuerpo! Dicen los pies
¡Qué pesado cuerpo! Dicen los pies
que lo llevan a rastras.
¡Qué cansado sendero por esta ribera!
¡Mira estas flores! ¡Qué pequeñas
y altivas se levantan ,
protegidas por la espesa hierba rebelde
nacida de tantas lluvias de inviernos!
Bajo el cielo gris de la mañana,
los pasos siguen las huellas del día
llevados por un río hacia un océano ignoto.
Al fondo del paisaje
Al fondo del paisaje,
sobre las montañas,
se ciñen las nubes
formando una densa bruma.
No dejan ver el verde
que la luz del sol
les brindó el otro día.
Se acomodan los ojos
sobre un fondo inestable,
forzando la mirada
para darle a la vida
una forma reconocible.
Hay voces sin rostros
Hay voces sin rostros,
sombras que caminan,
runrún de motores,
ladridos de perro,
un eco sin forma
y una nube espesa
que nos cae encima,
revienta sobre la tierra
y estalla un silencio pétreo,
el grito de todos los muertos.
Seguirá la fuente
Seguirá la fuente
con su continuo rumor
aún en la noche oscura.
Luna llena de cristal
y destellos de infinitos soles.
Ojos ciegos de su presencia
y vacío de su dulce eco.
El tiempo, eterno y fugaz,
guardará todas las voces y murmullos.
Ceñida por los altos muros,
quedará en el recuerdo
su sencilla y solemne figura,
memoria y olvido de nuestros pasos.
El espejo es charco
El espejo es charco que
refleja un cielo de intenso azul,
un luminoso y profundo horizonte.
Hay muchos cielos distintos
y su cristal frío, tal vez,
encienda corazón y espíritu.
O con dolor descubras,
tras la transparente superficie,
su oscuro fondo.
Ha venido una racha de viento
Ha venido una racha de viento
aullando como un lobo,
removiendo polvo, hojas secas
y basura esparcidas por el suelo.
Ha enturbiado el aire en unos segundos.
Danzó el torbellino un rato
y, como si cayeran de golpe sus bailarines,
quedaron sobre tierra en reposo.
De regreso a la calma,
como si nada hubiera ocurrido
y, sin embargo,
¿qué sentirán sus cuerpos?,
¿qué aturdida estarán sus almas
después de sufrir este golpe sin aviso?
¿Cómo recomponerse tras el caos
y poner de nuevo en orden su mundo?
Ya supo que iba de paso
Ya supieron que iban de paso,
no debían detenerse por mucho tiempo.
Recorrerían
nuevos caminos,
también abandonados.
Hasta que la vida los detenga
o la muerte los destierre
al país del olvido.
En esta tarde que ya comienza
En esta tarde que ya comienza
a vestirse de otoño,
vierte el cielo una fina y silenciosa lluvia.
Minúsculas gotas acarician la tierra,
bañan las calles y sus enseres
desamparados sin un cálido refugio.
Cubre un velo el paisaje
y embellece su rostro melancólico.
Es lluvia breve, como el llanto de un crío
que, sin pasión, muestra su enfado
y pronto sonríe abriendo sus labios,
mostrando al mundo
sus inocentes dientes de leche
y su inconstante ánimo.
Olvido tu nombre y tu palabra
Olvido tu nombre y tu palabra,
me hago oscuridad,
niego el rayo de luz
que se filtra por la quebrada
madera de mi encierro.
Me empeño en ver noche
en esta alba,
cuando el sol devuelve
las formas al mundo.
Despierto de las brumas
y entiendo que poco vale luchar
contra el viento que nos azota,
nos empuja o nos vence
y por qué sufrir si los dones
de la amable brisa llegarán
para entregarnos el día acordado su regalo.
Es el miedo al vacío de un tiempo etéreo,
suspendido sobre nuestras cabezas ignorantes,
esa nube incierta, el torbellino imprevisto,
el radiante sol que se impone
frente a la oscura amenaza,
la lectura siempre dudosa
de un cielo de colores teñido
por ocultas razones.
Desde que la inconsciencia se domestica,
el cuerpo se hace sumiso,
leal al amo que ordena
sin mostrar nunca su rostro,
si acaso, un perfil confuso.
Con la fe en su cuidado
y a la espera, después de la ofrenda
de una vida a su servicio,
de que tenga la compasión de cubrir
con tierra nuestros despojos.
Gracias por este espacio
Gracias por este espacio
del que hoy me despido.
Paseo mi mirada por cada rincón
de tus paredes moradas.
Discurre la claridad del día,
atraviesa la traslúcida pantalla
del store.
Me recreo en cada trozo,
en cada línea que dibuja la estancia,
sus esquinas torcidas,
la lámpara del techo,
buscando la simetría imperfecta,
sin encontrar el centro.
Gracias por tus voces prestadas,
por tu silencio sonoro,
por ser cobijo frente al horror
de un purgatorio.
Me rodea tu atmósfera pesada
y ardiente,
donde se fundieron lágrimas y música,
sueño y desvelo.
Gracias por la penetrante luz
que invadía mi territorio,
reverberada en los muros,
atravesaba todas las fronteras
y destilaba oro
sobre mi campo de trigo.
Y esas crecientes y menguantes sombras
que iban ciñendo noches
y deshojando amaneceres.
Nunca fue la oscuridad impenetrable,
dejó al amparo de los miedos resquicios luminosos,
aunque el peligro siempre estuvo al acecho,
rondaba las horas agónicas
frente a la urgencia del deseo
de eliminar todo dolor.
Gracias por la frescura
de un esperanzado invierno
y la calma rígida de la tarde
disuelta en amalgama de intensos colores
sobre el horizonte del ocaso.
Gracias por acoger mi cansancio,
por sostener mis castillos
de hilos, palabras y piedras.
Hoy, que en mi despertar
aún puedo mirarte con la lentitud
de los miembros
acostumbrados a la ternura de tu lecho,
poso mis ojos por cada parte
de tu grácil figura,
de tus contornos sublimes.
Sé que el tiempo la volverá extraña,
desdibujará su rostro
y, a pesar del cruel olvido,
intento anudar en estas horas
cada lunar de su cuerpo,
hacer mío el aliento de su boca
envolver mis dedos con las hebras
de su alma.
El reloj cuenta y descuenta segundos,
veinte, diez,
extiendo mis brazos con un bostezo
y me pongo un vestido que ya se deshace
como humo en el cielo,
cinco, tres, uno, NADA.
Tú, Secreto del mundo
Tú, Secreto del mundo,
la única Voz,
la verdadera Palabra,
imitada con vanos intentos.
Melodías, gritos, susurros,
suspiros en el silencio
lanzados al aire,
orgullo del incauto.
Destellos sin atadura de forma,
la reducida y confusa luz
que nos devuelve un reflejo.
Nunca recogeremos del fondo
de ese manantial
la claridad tragada,
que tan solo nos presta
el fugaz instante,
alimento de peces,
entre duda y error.
Y cómo entender ese mapa,
trazar letra a letra,
diseccionar la palabra y su conjunto
buscar su raíz y sus ramas,
las metáforas y sus límites.
El conocedor de la Palabra
no habla al ignorante,
sino al que humilde abre sus puertas
y pone su cuenco
al caño de la fuente,
por rozar, quizá, los labios,
el frescor de su agua.
Esta soledad en las calles
Esta soledad en las calles,
este cargado silencio
de encierro de almas
tras las puertas.
Estas cansadas palomas
que evitan el vuelo
bajo una densa calima
donde no hizo sombra
un penetrante sol.
Este dolor que penetra
entre la llaga abierta
de la despedida.
Dejar pasar las horas,
restar al reloj los últimos segundos,
borrar de los ojos el paisaje
y callar las voces de la rutina,
para siempre.
No volver atrás
y nunca más retomar las huellas trazadas,
de los espacios acostumbrados.
Nada permanece,
aunque su reflejo
nos engañe con sus apariencias.
Este rodar continuo,
esta marea que arrastra
los guijarros a las profundidades
y después los vomita,
pero no devuelve la concha de nácar.
La piedra brillante,
por el mar humedecida,
en la ardiente arena quedará seca y olvidada,
picoteada por torpes gaviotas,
tal vez, llegue de nuevo a la orilla.
Tú, secreto del mundo
Tú, secreto del mundo,
la única voz,
la verdadera palabra,
susurrada, rogada,
suplicada al cielo.
Devuelto destello sin completa forma,
deforme sombra forjada
por una luz confusa.
Nunca recogeremos del fondo
de este río
la claridad tragada.
Pescaremos por error peces
que no son gratos para nuestro paladar.
Y cómo extraer de la letra
borrada lo escrito,
el eco diluido en la distancia.
No le importa hacerse entender
este hablante,
conoce el mal oído
de sus oyentes.
Vienen los pensamientos a la mente
Vienen los pensamientos a la mente,
entran sin pedir permiso,
avasallando.
Reza por que se queden un rato
y se marchen sin dejar
un estropicio en tu casa.
Ocupan tus estancias,
rompen algún vaso,
ensucian y arman jaleo,
utilizan tus cosas,
en tu baño dejan sus desechos.
Con un poco de suerte,
son prudentes y amables,
si ven que molestan,
se marchan;
si los invitas te entretienen un tiempo
y, después al despedirles,
dejan una agradable sensación
en tu ánimo.
¡Ay, los pensamientos!
Son vecinos que,
al capricho del destino,
se agradecen
o se temen.
Crecidas sombras en el horizonte
Crecidas sombras en el horizonte,
ave de plumas oscuras,
alas que abren la noche,
noche triste y fría.
Sueños de otro cielo,
desde la distancia,
ojos que verán nacer
la hierba fresca
sobre la tierra húmeda.
Qué libre se sintió el espíritu
Qué difícil mirar el paisaje
que no volverás a ver.
Con qué ansias
buscan retener tus ojos
su silueta,
guardar en la memoria
sus perfiles,
el rostro de aquellos días
de dulces sonrisas,
de amargas tristezas.
Qué libre se sintió el espíritu
navegando en este ondulado mar,
donde solo vio muros
el distraído visitante.
Las palomas que hoy sobrevuelan
estos tejados
cubiertos de flores secas,
mañana serán anónimas aves.
En esta tarde de estío,
de cielo brumoso,
de pesado aire,
de denso silencio y vacío,
corre por las estancias
la gris melancolía
que viste el adiós.
No tengo el tema claro
No tengo el tema claro.
Por mi mente navega
la indefinida inquietud
y las palabras no la entienden
ni la alcanzan.
No advierte su incisiva mirada
la difuminada estructura.
Reduzco, meto en el redil
este rebaño de nubes
para distinguir negras de blancas,
claras de oscuras.
De una sola teta mamamos
De una sola teta mamamos
el verbo que se plasmó en piedra.
Que el eco lo repita hasta el final
de nuestros días.
Comienzo
Comienzo,
voy dando los primeros pasos
hacia la distancia.
La mente anda ocupada
en el trajín de embalajes,
solo a ratos para y deja entrar
la tristeza del adiós.
La urgencia de los actos
hace olvidar al corazón la ausencia
que vendrá.
De repente,
se abraza al pecho la nostalgia
de lo ya abandonado
y lo rodea la bruma del destino,
de la incertidumbre.
Un río de temores recorre
el cuerpo,
por suerte,
es torrente que se calma.
Desaparece entonces,
todo dolor,
llevado de nuevo,
por su senda
de orden
y concierto.
Ese enemigo huye a su guarida,
acecha tras las sombras
a la espera de mejor ocasión
para volver al ataque.
Como el sol
Como el sol
que hace crecer la planta
y la seca,
reverdece el campo
y transforma la fresca espiga
en voraz mecha
que enciende un fuego.
Ese sol que hace resplandecer,
en esta mañana,
la vida,
marcha al atardecer y nos abandona
a la oscura noche.
Es el mismo sol que enciende
en nuestro corazón
un sueño de libertad,
eleva el alma a las alturas
y precipita, sin compasión,
la carne a los infiernos.
En el silencio de la noche
En el silencio de la noche
hay susurros de clandestinos pasos,
un grito y un llanto femenino,
un hombre que abraza y consuela
su alma herida.
En el estrecho callejón
se levanta solemne,
sobre la profunda oscuridad del cielo,
la imponente figura de una iglesia.
La mujer vomita contra el muro
su desesperación.
Impertérrita,
acostumbrada por siglos
a las plegarias y súplicas,
no se conmueve y calla.
Tras una ventana abierta,
en esta noche de verano,
el insomne siente el anónimo dolor.
Aunque se pinta de azul y nubes blancas
Aunque se pinta de azul y nubes blancas
un mismo cielo
y las horas recorren el mismo reloj
con sus rápidos segundos,
aún el cuerpo se resiste,
busca la mirada en otro horizonte
el recorrido acostumbrado.
Aquella luz de las mañanas,
los dulces atardeceres,
las penetrantes sombras
trazadoras de perfiles y tinieblas
y esa aura mística entregada
por la claridad fingida
de unas farolas,
penetrando los secretos
de los gruesos muros.
Ay, la noche oscura,
su profundo silencio
contenido de tantas voces.
Recuerda el alma los sonidos
con otros ecos,
resuena con engaño por los espacios
un lejano tañer de campanas,
dibuja en la memoria
el alborozo que levantaban en el aire
las asustadas palomas.
Qué ausente de ellas se halla
la mirada.
Dos solitarias a lo lejos,
picotean la hierba
a trozos verdes, a trozos quemada
por el ardiente sol
de caduco verano.
Tienen su nido en el hueco
de un alto ático,
revolotean rodeadas de gorriones
y otras aves anónimas.
Saben igual los guisos
que en otro fuego hierven,
alimento de bocas con la misma hambre.
Tendrán que aprender los pasos
al ritmo de gotas de otra fuente sonora.
Qué tormentas desplegarán las alas
de las nubes
y vendrán a sembrar de charcos
esta tierra.
Abriré las pupilas en esta oscuridad
hasta que se compriman
en una clara imagen.
Hay días donde el cuerpo parece
Hay días donde el cuerpo parece
liberarse de ataduras,
suelta las cuerdas que lo aprisionaban.
Es la agradable sensación
de zafar un nudo.
Andaba el cuerpo apretado
dentro de tan reducida estancia,
los miembros se ceñían al tronco,
brazo con brazo sobre el pecho,
piernas con piernas flexionadas,
hundida la cabeza, hacías un ovillo.
La sangre en hervor,
el corazón álgido
todos los sentidos en alerta,
ante la amenaza de un peligro.
Y así como de la nada o, mejor dicho,
tirando de un hilo suelto,
se desenreda lo turbio y brilla un sol radiante.
Aparece un cielo azul y en el aire se esparcen
alegres risas infantiles,
llevada por los espacios la festiva algarabía
de un mundo amable.
Cruzan el horizonte bandadas de palomas,
trazan con sus vuelos brochazos de blancura.
Hay días que se abren todos los cerrojos,
puertas y ventanas,
no hay murallas ni cadenas
en este paisaje infinito.
Las formas se diluyen
y se hacen sustancia única,
como terrones de azúcar
en el café de la mañana.
Prado de un valle florido
donde va sin miedo la mariposa
distraída de flor en flor
y fluyen sin obstáculos las aguas
de un claro y jubiloso río.
Sin embargo, estos brotes verdes
se harán pajizos en otoño,
en busca de la vida
hallaran la muerte,
igual que el alba ansiosa de luz
se hizo oscuridad.
La noche se encontró con la claridad del día.
Volverá a caer la noche fría
y danzarán oscuros murciélagos
por sus oquedades,
mientras los ángeles duermen.
Es víspera de fiesta
Es víspera de fiesta
y parecen intuirlo las aves.
¡Han venido tantas palomas
mirlos y otros pájaros!
Recorren con regocijo los espacios,
los llevan sus ansias de vida
y su miedo a la muerte.
Aquel que nace cerca del mar
Aquel que nace cerca del mar
sabe de leyendas
que envidian a quién creció en el bosque.
Son sus héroes más valerosos,
sus enemigos más crueles,
su oscuridad más profunda,
sus monstruos más salvajes.
Más perdido quedó quién se aventuró
entre sus aguas de abierto horizonte
que el otro entre los barrotes de troncos.
Sus abismos son infinitos,
sus trampas más traicioneras,
no hay más senda ni guía que un cielo,
ni más castigo que de él venga.
Aunque la espesura de árboles
no deje entrar los rayos del sol,
el caminante siempre hallará
un claro y un refugio.
En el océano la claridad es cegadora
y el náufrago lucha contra el oleaje,
le vencen sus fuerzas y ganas.
Sin fe ni esperanza delira,
cree llegar a una isla desierta.
Mis ojos ya ven aquello
Mis ojos ya ven aquello
que mi consciencia no reconoce.
En ellos la luz de un todo
deja al fondo de su órbita
las manchas oscuras que la memoria
no reconoce ni pone nombre
y nuestro entender se pierde.
Desde el océano calmo de tu frente
Desde el océano calmo de tu frente
se deslizan lágrimas de savia fría,
resbalan por los contornos de esta pendiente
y buscan en la tierra su propio gozo.
Mientras mueren en el aire los suspiros
trepa el vigor fugitivo por las ramas,
alcanza las hojas y rendidas,
sometidas al despótico bamboleo del viento.
Crédulas, se aferran al frágil pedúnculo
que las sostienen.
Danzan ufanas al son de su hipnótica melodía,
bañadas por aguas de engaño.
Cobijarán nidos de aves migratorias
y en semejantes primaveras
repetirán madrugadas y amaneceres.
Estos pájaros cantarán mañana
porque la vida siempre renace.
Cuelga la prenda que dejaste tendida al sol
Cuelga la prenda que dejaste tendida al sol,
la mece el aire como a una cuna.
El tiempo la ha cubierto de polvo y lluvias.
Luchó desesperada contra un viento fuerte,
pende aún de la cuerda, aferrada a una sola pinza.
El día que emprenda el vuelo,
dejará el espacio de tu olvido.
Imposible eliminar
Imposible eliminar
el dolor con el llanto.
Acaso aliviarlo un instante,
aligerar el peso de su carga,
reducir gramos de lágrimas.
Ese pozo bebe
de aguas subterráneas.
Porque el dolor es bestia
que nunca se aplaca,
no retrocede por la ternura.
Es un implacable puñal
hundido en lo más profundo.
Su herida vierte sangre
que nunca hace costra.
En qué sustancia germinó
En qué sustancia germinó,
dónde se ubicará el secreto
de que, ante la tragedia,
unos se entreguen a la vida
más intensamente
y otros se abandonen
a una muerte lenta.
Qué manía tiene este viajero
Qué manía tiene este viajero
que no toma asiento nunca.
Con su mirada inquieta,
después de recorrer las líneas concéntricas,
salta de nuevo
a la línea recta hacia su infinito.
Le puede su inquietud
frente a la cómoda estancia
y mira que sabe que le dolerá el adiós.
Aunque le brille la mirada
y despeje el brumoso horizonte
con la promesa de descubrir
otros paisajes,
no olvida la esquina clavada
en su corazón
al despedirse de un territorio
al que quizá nunca más vuelva.
A qué Dios rezar
¿A qué Dios rezar sin nuestra indumentaria?
¿En qué vasto territorio tendrá su hogar
y de qué país de jauja será único habitante?
¡Qué lástima!
¡Qué lástima!
Me despido de este jardín
con tus flores secas.
No volverán mis ojos
a verte reverdecer
con las primeras lluvias.
Aún recuerdo los fugaces
copos de unas nieves
tan pronto derretidas
al rozar tu tierra
y la blancura de tu escarcha
en las frías mañanas de invierno.
¡Qué lástima!
No volver a ver tu cruz
y tu campanario
desde estas ventanas,
ni correr para ver vibrar la úvula
de tu campana.
Tuve el regalo de tu horizonte
prestado por un tiempo
y, aunque lo devuelvo en forma,
lo llevo en mi corazón,
en transformada materia,
diluida en el espejo de mis ojos,
al fondo de mi alma va plasmada.
Es difícil soñar con un horizonte
Es difícil soñar con un horizonte
si te han elegido otro.
Pones un pie donde ya marcó tu huella.
Llevas a la espalda el empuje del viento
y aún ingenua, dices, mañana iré
por este camino.
Huyes, quizá,
mas por donde indicó tu mapa.
Hay un mar para cada mirada
Hay un mar para cada mirada.
Como olas nacen de su vientre,
tan inmenso y profundo desde su orilla
y con ocultos secretos en sus entrañas.
Nunca te engañará,
si sabes leer su lenguaje.
Hay que conocerlo bien,
dicen aquellos que con él tratan.
Los niños hacen charcos en la orilla
con el deseo de abarcarlo entre
sus pequeñas manos.
Somos mar de altas mareas y fuerte oleaje,
un lecho en calma y fresca brisa,
fuego abrasador su dorada arena
y beso dulce de un sol de invierno.
Sobre su manto oscuro de noche
brillan los plateados rayos de luna
y los de un faro protector,
guía para su territorio sin senda.
En su abismo habitan todos nuestros miedos.
Su calmada superficie,
de suaves ondas de aguas turquesas,
el arrullo de su espuma acariciando la orilla,
la gaviota que pende sobre las olas
nos hace olvidar su fondo oscuro,
la incertidumbre de su deriva,
su voracidad y su furia,
y, acogidos en su útero,
nos dejamos flotar
mecidos como en el vientre materno
y somos náufragos que alcanzaron la isla
a salvo de los peligros.
A veces, su ronco respirar
nos pone en alerta y nos encoge el corazón,
a veces, es una dulce nana que adormece,
susurros de sirenas llamándonos a su abrazo.
Esta mañana las nubes se apiñan
Esta mañana las nubes se apiñan
y sueltan su rabia de muchedumbre
con un lamento que se hace rumor.
Es como caminar rodeada de árboles
Es como caminar rodeada de árboles
y temer que detrás de sus troncos
se oculten enemigos.
Te asustan sus sombras que no ofrecen
los detalles claros de su rostro.
Es el miedo ante un ruido,
el crujir de tus propios pasos
te sobrecoge.
No es engaño ni tampoco puedes
decir que es cierto,
es la lejana línea del horizonte
cubierta de niebla.
Y no tranquiliza la luz del sol
que cuelga en el cielo.
Ella enigmática, sugerente,
provoca un palpito,
recelo en la mirada.
Anda con cautela, se dice.
No tienes indicios,
sin embargo, sientes su presencia
y no te relajas.
La confianza anda confusa,
te sientes inseguro,
la duda te atormenta.
Ella, extraña y misteriosa,
presentimiento de oscuridad,
la sospecha.
Qué pena el olvido
Qué pena el olvido
de aquellos que quieren olvidar
para justificar su orgullo.
Qué triste aquellos que olvidan
sus recuerdos entre las sombras
sin remedio.
Qué triste aquel que olvidó
todo lo recibido por lo poco
entregado.
Errante y solitario camina
Errante y solitario camina
por los senderos sin sombras
donde cobijar su alma
y consolar su tristeza.
No halla más huellas
que las propias
ni más voz que el retumbe de su eco.
Nadie le abre la puerta a su paso
y encuentra solo vacío y soledades.
Así fue y así será, le dice su memoria,
pero persiste en su intento
sin doblegarse la esperanza.
Esta gata es mi sombra.
Esta gata es mi sombra.
Cada mañana al levantarme,
me saluda y rodea mis piernas
mientras preparo el desayuno.
Tengo que arrastrar los pies
para no pisarla
y si la rozo, encima protesta.
Allá donde voy me persigue,
me siento, se sienta al lado,
me levanto, se levanta.
Querría estar siempre
recibiendo caricias
en mi regazo.
Levanta sus patitas y con qué
cuidado acaricia mi cara
sin sacar las uñas,
con su planta esponjosa
y reposa su cabeza en mi brazo.
Pero, me da miedo
que de repente me dé
un mordisco pequeño
como forma de cariño
y me ponga nerviosa.
Si no me ve, coge cualquier
objeto mío con un maullido protector.
Esta gata me dice ma-ma
a su forma gatuna
y se contagia de mi ánimo.
Sueña que caza y mueve sus dientecillos
y su bigote de forma curiosa
como si ya gozara de su presa.
Tiene su preciado manjar
en la distancia, sobre los tejados
y a veces, se pone tan nerviosa
que corre como una loca por la casa.
Pobre gata, acaso no sabe
que la sombra solo a ratos
puede unirse al cuerpo
y entonces desaparece
entre las tinieblas de la noche.
Arde el sol con avivado fuego
Arde el sol con avivado fuego
y enciende en las candorosas nubes
rubor de enamorada.
Por qué se marcha el forastero
¿Por qué se marcha el forastero
del lugar que ama?
¿Acaso no es locura
abandonar la tierra que le acogió?
Estas piedras le protegieron
y alimentaron sus dones
su boca hambrienta de sueños.
El aire esparció en su piel
sus fragancias
y las calles condujeron sus pasos
por bellos y vetustos paisajes.
Allá dónde va,
¿tendrá el mismo recibimiento?
¿Hallará en su cielo
las bondades de este territorio?
El amor no se reparte,
se entrega por entero.
¡Ojalá en aquel horizonte
su verdor lo envuelva
en un apasionado abrazo!
Se agotan los días
Se agotan los días
y, alterado el cotidiano ritmo,
ya no se buscan las cosas
en el lugar acostumbrado,
sino que esperan volver a la vida
en el útero de unas cajas.
Se agotan las horas
y agónicas espiran
entre el impasse y la urgencia
de sus agujas.
Imposible retener el vacío
que llena poco a poco estas estancias.
Se agotan los minutos
de estar contenida
entre las fronteras que fueron refugio
para la sustancia de los sueños.
Se agotan los pasos, las miradas,
el reposo, la rutina, la melodía en el aire,
el dulzor saboreado en la boca,
la espera y la recompensa
de ver sus días y sus noches sin mayor desvelo
que alguna pesadilla traicionera.
No podrán en el cercano mañana
los brazos retener este horizonte,
enredados quedarán entre la telaraña
de la memoria.
El corazón se aprieta
para dar abrigo al alma que ya extraña.
Va puesta la vista al paso siguiente
mientras sigue en la misma senda,
toma a cada instante el impulso
hacia adelante.
Se agarran los dedos a la trama del porvenir
y deshacen hebras trazadas
para tejer nueva prenda.
Pierde pie ya el cuerpo en este mar
de imprecisas formas
y debe nadar confiado
hacia tierra segura.
Fueron solo unos instantes
Fueron solo unos instantes,
las nubes habían sembrado
sobre las tejas
la tonalidad plomiza de lluvia.
Los fornidos brazos del sol
deslizaron el cerrojo y abrieron
los cristales de su ventana,
asomó ligeramente su cabeza
proyectando unos rayos firmes
y certeros
sobre el tejado.
Cambió su rostro cetrino
por un intenso rojo fuego.
Fueron solo unos instantes
pero, ¡tan gloriosos!
Preguntan la mujer y el hombre
Preguntan la mujer y el hombre,
¿qué es mejor, la palabra o el silencio?
Y el eco propagado desde las altas montañas
al profundo valle de la humanidad
proclama el secreto de su derrota,
quisieron alcanzar el cielo y su gloria
y dejaron en el aire el lamento de su fracaso.
Responde el eco:
el silencio,
el silenci,
el silenc,
el silen,
el sile,
el sil,
el si,
el s,
el,
e,
Él guarda todas las palabras,
las dichas, olvidadas y oídas,
las pensadas, reprimidas y por decir,
las nunca por labios susurradas,
el grito por la garganta lanzado,
profuso río o manantial seco.
Creadas y muertas palabras,
naciente flor en otras bocas.
El silencio sellado en el último suspiro,
podridas palabras, larvas de gusanos.
Soñadas palabras de un infinito,
derramada lluvia sobre la carne y el lodo,
semillas que germinarán
en nuevas palabras.
Encarnación del verbo, el silencio,
diálogo del alma con Dios.
Qué agreste naturaleza
Qué agreste naturaleza,
supura la tierra la esencia rancia
del tiempo.
Las lluvias de siglos han sembrado
un apretado nudo de verdes intensos
y atraviesan los muros de las casas
vistiéndolas con un añejo ropaje,
prendas roídas por infinitas gotas
que penetran silenciosas por sus poros.
Arriba un cielo plomizo rodea
las cumbres de las montañas
y el paisaje adquiere la superficie opaca
de la plata sucia,
que relucirá brillante
cuando el sol salga airoso de esta nubes.
Un miedo se instala en el pecho
entre corazón y alma,
¿y si esta fría atmósfera,
esta bruma espesa
se cuela por los nervios solidificándolos?
Qué extraña sensación
nos produce el lugar desconocido
donde el cuerpo debe aprender
otras voces y colores
y un mismo cielo parece
tan distinto.
Eres tú el rostro forastero,
el extraño que se extraña
de lo que un día le será cotidiano.
¿Llevará este río más agua en invierno?
Al menos
Al menos,
aprenda su corazón a resistir,
cree en la fiel rutina
y, asida a las agujas de un reloj,
esparza la plegaria de los minutos por el aire,
alcance ese mar su horizonte
y se haga un todo con el cielo.
Naufraguen sus maletas con sus pertenencias,
pero llegue salvo a tierra su cuerpo
y encuentre el verdadero tesoro,
la dulce paz para su alma
que no se la lleve el último suspiro.
Amén.
La casa torcida
No se sabe cómo trazó en el plano estos espacios el arquitecto, si fue que le tembló el pulso. Tal vez el maestro de obra dejó sin supervisar al peón novato y puso los ladrillos sin nivel. El dueño al final, dio por buenos los tabiques. Pero en esta casa, no hay ni un cuadro derecho. Las puertas por la inclinación del piso se desvencijan y los muebles ceden hacia un lado. Hasta los grifos andan confusos y dan agua fría por donde debía salir la caliente. Ya nada más subir las escaleras hay descuadre en la altura de algunos peldaños. Sin embargo, qué amplio su ventanal abierto a un grandioso horizonte.
En esta casa escorada van enfilados los sueños, entregados a este bello paisaje. Qué importa el eje inclinado, cambiar el hábito en la ducha, tener el cajón atrancado, la losa hundida, los defectos en su construcción, el encaje difícil de las estanterías. El cuerpo hará anécdota con sus rarezas, le perdonará el corazón sus veniales pecados, la boca recordará sus méritos y las palabras harán en la memoria alabanzas. Pero, ay, sus ojos cómo añorarán su luz cuando ellos se llenan con su brillo.
La firmeza del puente
La firmeza del puente,
la resistencia de tu piedra,
el pulido brillo de unos ojos
detrás del ramaje de unas pestañas.
Roca hollada por lluvias,
playa devorada por la arena,
bosques de frondosas hojas
picoteadas por gorriones hambrientos.
Mira ese escuálido árbol,
tiene vencido su tronco,
esmirriada sombra que no da consuelo
a las tardes solitarias.
Perdidos sus frutos,
se hacen desechos,
buena cosecha para gusanos.
Morirá si un clemente sol
no se apiada,
si no rompe esa nube
y lo riega.
Así sin darte cuenta
Así sin darte cuenta,
despacio,
suave,
sigiloso,
entra el ladrón.
Te engañó con regalos,
puso primero en tu oído
la palabra,
entre tus manos jugosos frutos,
en tus pies el primer paso,
sobre tus ojos la primera mirada de deseo
y dentro de tu corazón, el amor.
Ese traidor fue robando de noche,
clandestino,
astuto diablo enredado entre los sueños
y, con aquellos cabos atados,
cortó sus hilos.
Deshilachadas pendían las prendas
sobre las anudadas cuerdas
que se deshacían.
Jugaba con trampas,
aprovechaba tus horas distraídas.
mientras bordabas quehaceres inocentes
y, poquito a poco, grababa
su estigma sobre tu piel.
Tú creíste intuir una sombra insignificante
cuando en realidad penetraban densas tinieblas
hasta hacer completa oscuridad.
Pensaste que era un desvelo sin importancia,
un olvido fugaz,
una simple raya en el lienzo blanco,
el ascla rota de un cristal transparente
que aún ponía a la mesa tu alimento ,
la losa que cubría tu suelo firme.
Se hicieron hileras de minutos,
esa larga procesión de hormigas
abría heridas en tu tierra,
labraba laberintos,
roía tus raíces
sembraba de excrementos
tu sagrado trono
y se echaba cada noche
en tu lecho cálido,
cada día más frío,
cada invierno más helado.
Cada mañana se formaba escarcha
sobre tus blancas sábanas.
Y así, sin percatarte del desastre,
te borró de los labios los besos
y de tu garganta las risas,
rosas crecidas en otros jardines
que fueron arrancadas de tu patio.
Y barrió del diccionario
las flores de la primavera,
verde
luz,
nube de terciopelo.
Y, a cambio cayeron
las hojas secas
en temprano otoño,
fuerte viento,
bruma,
tormenta.
Los pies caminaron espacios
cada vez más vacíos
y retumbaban los ecos
de recuerdos lejanos.
Y descubrió aquello que estuvo
siempre presente,
lo delataron sus ojos.
Tras la cortina de lágrimas
reconoció el rostro del enemigo.
Debimos aprender
a perderlo todo sin miedo,
la voluntad del destino es férrea.
La vida es la ingenua niña
que va perdiendo su tesoro
mientras camina sin propósito
por un bosque oscuro.
Llovía y cubrió su cabeza
Llovía y cubrió su cabeza
levantando sus brazos,
plegadas alas de mariposa
protegida del aguacero.
En aquel prado de amplias avenidas
y loco tráfico mecánico y humano,
eran flores silvestres
sobre un denso magma
por donde pululan insectos
libando su néctar
mientras arrecia la tierra
bajo sus pasos.
Ha venido el viento
Ha venido el viento.
Arrastró todo a su paso,
arrinconaba el lodo
por las esquinas,
rodaban desechos
calle abajo.
Agitaba los toldos
de las terrazas
y campanilleaban sus cadenitas
contra el hierro.
Llegó la calma después
y las ventanas cerradas
se abrieron al mundo.
Comenzaron los pétalos
de las flores a desplegarse
como niñas desperezándose del sueño.
Brillaban los cristales,
tragaban la luz de un sol enérgico.
Lento, indolente, regresó el gato
a buscar su cojín en el balcón
pero lo asustó el crujir
de una persiana al levantarse
y salió como rayo a esconderse
baja la cama.
Silenciosa, lánguida, con los párpados
echados sobre los ojos,
la soledad se mecía al compás
monótono del reloj.
Ha llovido, rugía el cielo
Ha llovido, rugía el cielo,
levantaba en el aire humaredas
de polvo y esparcía ese olor
caliente y dulce de la sangre
vertida por las entrañas de las piedras.
Espero con impaciencia llegue la noche
y saber si de esta batalla
salió victoriosa la luna.
Traiga el esplendor en su rostro
y entre a mi castillo
a desvelarme su misterio
y repose su luz en mi lecho.
Somos reflejos de un sol
Somos reflejos de un sol.
Si él no nos alumbra,
la noche nos traga.
Desaparecidos del mundo,
seguimos vivos en su útero.
Volver al inicio, recoger la madeja
Volver al inicio, recoger la madeja
que nos condujo al olvido.
Habrá que desatar nudos,
quitar vueltas retorcidas,
meter el cabo por un sitio
y liarlo aún más.
Retroceder,
probar por otro agujero,
buscar otro camino.
Encontraremos hilos tan apretados
unos con otros,
que el regreso
nos parecerá imposible.
Dudaremos si cortar por lo sano,
abandonar el intento,
quedarnos entre las manos
el trozo liberado y continuar
tejiendo con el resto que nos quede.
Mas no, nunca rendirse,
esta es nuestra única meta,
volver al inicio,
deshacer esta maraña,
ese enredo confuso.
Es necesario volver sin miedo,
libre de ataduras,
alcanzar el principio,
la fuente pura y clara.
Y después, que la piedra nos revele
sus profundidades.
Nuestro existir es un absurdo
Nuestro existir es un absurdo
al que damos nombre
y le buscamos una razón de ser.
Nuestra vida es una madeja,
enredada, mancha oscura en la distancia,
confuso discurso de palabras inconexas
que quizá un día podamos descifrar.
Recojo las cosas que ocuparon
Recojo las cosas que ocuparon
estos espacios que hoy abandono.
Los libros que aún quedan por leer
vendrán conmigo a otra casa.
Las prendas que pretendieron vestirme
y a la espera guardé en los armarios
tal vez salgan a tomar otros aires.
Estos objetos sin utilidad,
sin embargo, tan valiosos,
seguirán pegados a mi mirada.
Dejaré polvo, hilos sueltos,
polillas hambrientas
y larvas de moscas por rincones
preparadas a recibir otros cuerpos.
Cargo cajas llenas con mis pertenencias
y aunque envueltas del ligero aire
es grueso peso de futuros sueños.
Seguirán sonando estas campanas
Seguirán sonando estas campanas
cuando lejos de aquí me halle.
¿Qué torres altas verán mis ojos
y qué claros cielos alumbrarán
mis días?
Abriré las ventanas cada mañana
y tomaré el aliento
del paisaje que habite.
Qué bello ha entrado el día
Qué bello ha entrado el día.
Sacó del armario el vestido arrugado,
guardado por meses,
y al calor de un radiante sol
ha quedado planchado y liso,
tan vaporosas sus formas.
Qué gracia da al cuerpo
de las horas, qué luz transita
por la urdimbre de su tejido.
Lo traspasa una claridad admirable,
centelleantes reflejos de cristal,
espolvoreada purpurina plateada.
Son sus minutos pasos primorosos,
van de puntilla sus pies,
calzados con zapatillas de bailarina.
Todo reluce bajo los rayos,
el aire tiene la suave ondulación
y la blancura de una sábana tendida.
Brotan en el ambiente
susurros de voces,
gorjeo de aves,
ecos de risas de ángeles.
Hay un crujir de seda y tul
por los espacios
y un océano infinito surcado
por veleros.
Un brillo intenso atraviesa el iris
de los ojos
dejándolos ciegos su extrema pureza.
Parece estática, pétrea, inerte
Parece estática, pétrea, inerte,
duras sus entrañas,
áspera su piel,
su mirada ciega,
terroso su semblante
y, sin embargo, ¡qué sabios sus ojos,
cuánta belleza muestran!
Vibra y se transforma su sustancia,
modifican su silueta las horas,
se perfilan en su cuerpo
las caricias del aire
y su oleaje la moldea.
El tiempo la viste de arena
y polvo cósmico,
derrama la sensual fragancia
de la naturaleza
y esculpe en su talle
un universo que solo ven aquellos
que, con admiración,
la contemplan.
Un día, trae en su pecho
tatuado un corazón,
otro, cuelga de su ancho cuello una cruz
y, a veces, por arte de magia,
quedan atrapados en su espejo opaco
rostros silenciosos que nos miran.
Después, se desvanecen en la nada,
o quizá se hundan en su tuétano,
perdidos por los senderos recónditos
del inframundo.
No hay un después
No hay un después
en todos los ahoras.
Nunca más
habitará este cuerpo
los espacios
que hoy
le contienen.
Marcharse,
lento,
guardar en los bolsillos
estos instantes,
como migas de pan
esparcidas
por otros
territorios.
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para atrapar la luz de una quimera,
velero sobre las aguas azules
del océano del tiempo.
Cada mañana retiro las sombras
y en mi pequeña pupila
se trazan estos perfiles hermosos.
Cada mañana arranco una brizna
del árbol de las horas
y extraigo su jugo.
Qué frondoso es este jardín prohibido
donde gozan libres los pájaros
y los hombres rondan los suburbios.
Cada detalle de este paisaje
se funde hoy en mi mirada,
mañana quedará perdido en la lejanía.
Aunque luche por retenerlo,
la frágil memoria cortará su hilo
y será cometa surcando aquel edén.
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para protegerlos contra las lanzas
de estos rayos de sol
y ser fiel al fuego eterno.
Poder guardarlo en la memoria
Poder guardarlo en la memoria
como se retiene un paisaje
una canción, un objeto.
Devuelto en forma clara,
ayudado por una fotografía,
una melodía, la palabra impresa,
reconocer la textura suave y áspera
reaccionar al calor o al frío, a su peso.
¿Cómo recoger en tus manos
el frágil material de los aromas?
Se recuerda la estructura levantada
por los ojos, los trazos de los sonidos,
el dolor del fuego,
sin embargo, es propósito
atrapar ese olor indefinible,
esa sustancia etérea.
Ningún perfume logra superar
la fragancia de la rosa
ni retornar a la piel,
más allá de evocar un huidizo sueño
que fácil se disuelve en el aire,
la destilada esencia
de dos cuerpos amándose.
Qué ramilletes de blancas florecillas
Qué ramilletes de blancas florecillas
adornan estos tejados,
particular jardín para mi mirada.
Esos que pasan por la calle
posan sus ojos en el asfalto
y, aunque se pongan de puntillas,
no tendrán el privilegio
de admirar este hermoso vergel.
Esta torre está firme
Esta torre está firme,
aunque su veleta gire
de oeste a sur,
de este a norte.
¿Por qué permitir que tan noble edificio
se tambalee a su capricho?
Es tronco agarrado
con fuerza a tierra,
aunque sufre la ira de huracanes.
Da fresca sombra frente a un ardiente sol
guardián de horas,
refugio de pájaros.
Brillan cristalinas sus tejas,
sueña en el sosiego
de las tardes entre melodías
de trinos y vuelos de aves.
No tiemblan sus muros en la noche
con el ulular de las lechuzas
y es solemne figura
sobre su oscuro firmamento.
Hay días, horas, instantes,
donde las brumas se despejan
y esas nubes se marchan
perdidas en la lejanía por otros senderos.
Fluye en el aire aroma a hierba fresca
y la piedra desprende su penetrante
fragancia con una carnalidad impropia.
Erguida la atalaya no la inclina el viento,
su corazón alberga los dulces ecos de campanas
y su curvada silueta desvía
las rachas y turbonadas violentas.
Solo hieren su sustancia
las saetas del tiempo,
horadada por la tenaz gota de las horas.
Dadme un rincón donde abunden
Dadme un rincón donde abunden
verde y agua transparente,
se alcen al cielo las ramas
de frondosos árboles,
florezca su prado en primavera
y me acompañen las horas
los trinos y vuelos de aves.
Al llegar el otoño se cubra su bosque
con un traje de hojas rojas y anaranjadas
y pise su alfombra crujiente
en mis paseos cotidianos.
En su amplio paisaje
la naturaleza siembre elogios.
Allí levantaré mi refugio,
una cabaña de madera y piedra
al abrigo de vientos y lluvias
de un frío invierno.
Bajo un benévolo sol,
jugaré a ratos con las palabras
como hacen los niños con las nubes,
inventando un mundo
de formas y sueños.
Abrumado va el corazón
Abrumado va el corazón
por esas callejuelas retorcidas,
perdido, sin plano,
con los ojos llenos de sospechas:
la cortina que se desliza sutil
desde una esquina de la ventana,
los pasos que se oyen
sin saber por dónde vienen,
el cuerpo que quizá se oculta
tras aquella puerta.
La cabeza lleva sus pensamientos,
prisioneros de un enemigo
que se esconde
en la transparencia del aire.
Ardía un fuego en ese bosque
y bastó para apagarlo
el manantial claro de rutinas de aves,
la perfección de un cielo azul
navegado por veleros de nubes
de algodón de azúcar.
La hiel de la boca se borró
con su dulce esencia.
Encendió en el ánimo
la viva llama de la calma.
Ese que llevaba la mirada esquiva,
sumido en la locura
de malos presagios,
repite un eco:
nada pasa, nada pasa.
Los miedos son como esta sombra
fina y alargada,
línea trazada en el blanco lienzo,
pegada y sumisa al muro,
atemorizada por su fortaleza.
Confía en la benevolencia de estos instantes
y piensa: ¿acaso no será refugio fresco
cuando este sol apriete?
Son nuestras tinieblas ceñida cuerda
al cuello del ahorcado
que espera la gracia del indulto.
Qué pena el olvido
Qué pena el olvido
de aquellos que quieren olvidar
para justificar su orgullo.
Qué triste aquellos que olvidan
sus recuerdos entre las sombras
sin remedio.
Qué triste aquel que olvidó
todo lo recibido por lo poco
entregado.
Rondaban por los callejones
Rondaban por los callejones
en la madrugada festiva
jóvenes ebrios de felicidad.
Gritaban eufóricos en el silencio
de la noche.
Han salido de sus madrigueras
estas crías salvajes
con el corazón agitado
y ansias de placeres.
Rugen sus vientres hambrientos
ávidos de manjares.
Clavan sus uñas sobre los relojes
arrancando las agujas
sin rendirse al agotamiento.
Desvelan a los durmientes
que por otros territorios andaban
con sus sufrimientos y alegrías.
Ten cuidado con él
Ten cuidado con él,
te mira de reojo.
No le gusta que nadie
le desafíe
y puede atacarte
por cualquier flanco.
Vigila tus murallas y tus torreones,
gira tu cintura al torcer la esquina
para ver si viene.
Vuelve la espalda ante
la intuición de que alguien
te persigue.
Ataca con violencia y alevosía,
te coge a contrapié
cuando te ve más desamparada.
Es verdad que su fuerza es grande,
que su cuerpo transpira ira,
que pocas veces actúa con benevolencia.
Advierte a veces, pero también castiga.
Te recomiendo que no te confíes,
saltará de improviso
en cualquier momento.
Como un gato que te observa
desde el muro,
se echará sobre tus hombros
te arañará la cara
y luego huirá por un callejón estrecho,
como un cobarde,
sin darte la opción de revancha.
Maltrecha, te curarás de las heridas,
mas, habrá dejado en tu ánimo
su veneno que irá labrando su nido.
No tengas ojitos aviesos con él,
llega mejor a un acuerdo.
Ya se sabe que con los enemigos
mejor siempre mirarlos de frente.
Y recuerda, tiene experiencia
de millones de años,
mientras tú, para sus armas,
eres un recién nacido.
Cierto que matar a cañonazos
moscas es estúpido,
no sea esta la razón de tu estrategia,
ni te ciegue la euforia del éxito,
trata al necio con su ignorancia,
y que prevalezca tu inteligencia.
Al miedo, dale el espacio justito.
El viajero quiere beber
El viajero quiere beber
de estos contornos por donde pernoctó
y recuperar fuerzas
antes de proseguir su camino.
Lleva en las manos partículas
de sus muros y en sus plantas
polvo de las piedras.
En sus oídos resuenan sus voces
y respira su alma la paz de sus silencios.
Recorrió laberintos de calles,
descansó en sus plazas,
se impregnó de sus aromas
y le cautivó su cielo luminoso.
Por su paisaje transita su mirada
con la gula del hambriento
que sabe le faltará mañana este manjar.
Para el viajero marcharán los días
con cierta parsimonia,
empujado ya por el deseo de vagar.
El viajero prepara su ida con brillo
en los ojos y con el corazón templado
del que nada espera y todo
con agrado recibe.
Se dirigen los pasos al arrullo de su eco
Se dirigen los pasos al arrullo de su eco.
Rumor de fuente y aroma de azahar,
revoloteo de palomas que bajan a beber
desde los tejados y se ocultan
entre las ramas de los naranjos.
La luminosa primavera
enciende una tierna llama
en los corazones
y brota por los poros
el brillo de la alegría.
Después del ruido de voces
y el deambular de gente,
la plaza queda sosegada
y deja brotar su canto en el silencio
acompañada de trinos de aves.
Su melena transparente
se mece con la brisa
y sobre el brocal de piedra
saltan como críos en un charco
los cristales de sus gotas.
En su pila flotan como barquitos
las hojas caídas,
a la deriva llevada
por las olas de sus ondas.
¡Calle el mundo y escuche
de sus labios jugosos
las palabras sabias!
Fuente de agua clara,
canción de cuna que duerma
la niña inquieta de las horas
y despierte un tiempo eterno.
Esta noche clara por donde pasean
Esta noche clara por donde pasean
gruesas nubes,
olas que derriban la naciente luna
y dejan su claridad de espejo,
intenso fulgor sobre su fondo oscuro.
El cielo, majestuoso,
rodea los edificios y cae sobre las calles
su abrumadora grandeza.
Bajo un silencio solemne
solo se escucha el continuo golpear
de las gotas de lluvia,
pausadas y furtivas,
humedecen estos muros y piedras,
destila en su alambique pétreo
la fragancia salina de un mar lejano.
De vez en cuando se escuchan
las cadenas de un mástil
como campanillas de monaguillo.
Ni un paso por la calle suena,
ni vuelo de vencejos y palomas,
solo una lechuza blanca
cruza por delante
camino de su refugio
entre las ramas de un árbol.
Calma y soledad se respiran
en la abrumadora densidad de plomo,
el insomne siente confianza y temor
bajo el peso del universo.
Observa sus labios sellados,
su enigmática mirada,
la blanca tez de la luna
que a ratos desaparece
y deja reposado su blanco velo
sobre la bruma.
El centinela abandona su torre vigía
y regresa al amparo
del cálido cobijo de su lecho.
Tras las ventanas a oscuras
el mundo duerme.
La delicada cometa de colores y espejismos
La delicada cometa de colores y espejismos
llevada de la mano de una niña ilusionada.
Olvidar los cimientos duros
para saltar sobre la blanda nube.
Procurar la eternidad de la palabra pura
buscar entre sus archivos remotos
el brote, la yema de la nueva mata
y saltar de alegría sobre su prado verde.
Gracias por ofrecerme cada día este paisaje
Gracias por ofrecerme cada día este paisaje,
tu semblante siempre sublime,
lleno de luz o de sombras.
Tus perfiles recios me entregaban
la dicha de un tiempo perpetuo.
No hay dureza en tu piedra,
sino la blandura de todas las almas
que navegaron a través del tiempo
por este océano azul,
oscurecido, a veces, por tormentas
y cubiertas noches con estelas de lunas.
Gracias por acompañar mis soledades
y otorgarle a mi mirada
la anchura de un horizonte
más allá de los límites de mis ojos
y alimentar la sensual sintonía
de un renacer a cada instante.
Gracias por escuchar mis llantos
y mis quejas,
tener simplemente tu abrazo
para sentir sobre tu pecho
el palpitar de la existencia.
Gracias, llevaré en mi corazón
y sobre mi piel,
entre las ruinas de mi memoria,
tu silueta,
la elegancia de tus formas,
tu ceñido talle y rotundo cimbreo,
la cadencia de tus pasos cotidianos,
el ritmo de tus minutos,
el bullicio de tus calles y sus silencios.
Brotarán sus flores en venideras primaveras
por otros jardines y valles
donde soñar con el perfume de sus pétalos
en la fresca fragancia de otros mañanas.
Gracias, por el rumor de tu fuente,
los vuelos de tus pájaros,
la algarabía de tus campanas,
tu porte vetusto,
el encanto de tu rostro.
Gracias por las voces prestadas,
los pasos anónimos,
las risas esparcidas como papelillos al aire.
Penetraron tus ecos por mi ventana,
bañaban la mugre de los juicios,
el lastimero cansancio,
la herida de la monotonía,
con destellos de albedrío y encantamiento.
Gracias porque observabas mi baile,
mi ensalzado canto solitario,
mi locura y mis miedos.
Dejabas las sombras en reposo
y encendías la llama de la esperanza.
Gracias, no diré siempre te recordaré,
porque traicionan los propósitos
y muerden gusanos este firme esqueleto.
Guardaré cada golfo y cabo de tus contornos
y el relieve de tu anatomía.
Si, abandonados a mi torpeza,
logran escabullirse por los resquicios,
quedarán ocultos tantos detalles,
borradas tantas líneas rectas y curvas,
aunque anhelo que mi consciencia
retenga la belleza impalpable y duradera,
esta que atraviesa mi ser y me hechiza.
Un trozo de tu cielo bastaba
para salir de la torcida cordura
y saborear los desvíos infinitos
sin las trabas de este cuerpo.
Mas, no siento tristeza en la despedida,
sino amorosa ternura por tu regalo.
No voy sola, camino abrazada
con fuerte lazo a otro cuerpo,
para seguir
por estos senderos recónditos de la vida
hasta encontrar la tierra
que acoja mis despojos.
Estos muros, reliquias de aquella muralla
Estos muros,
reliquias de aquella muralla,
tienen un caño que vierte a una alberca
agua transparente
que se hace lodo en su fondo.
Nadan en monotonía unas carpas
naranjas y grises,
desasosiego de días sin río.
Hay unos cipreses
a cada lado del arco de entrada,
abrazan el muro sus ramillas verdeoscuras
y buscan nido por las dentelladas
que el viento y la lluvia
hollaron en la piedra.
Qué rey desahucia a otro del palacio
Qué rey desahucia a otro del palacio
para hacer su reino,
y qué plebeyos podrán conquistarlo
cuando echen al soberano y a todo su séquito.
De qué chabola se desalojará al pobre
que venga el rico a ocuparla.
Qué Dios expulsará a otro Dios del templo,
qué hombres se apropiarán de su nombre
y crearán su propia gloria
a costa de imponer a los demás
un infierno.
No existe redondez en la línea recta
No existe redondez en la línea recta,
inalcanzable es el cero absoluto,
imposible sacar conclusión
de un argumento secreto,
la irresoluble ecuación única.
Como el sol que hace crecer
Como el sol que hace crecer
el árbol y lo seca,
reverdece el campo
y convierte la fresca espiga
de trigo en paja.
Ese sol que resplandece en el día
se marcha cada atardecer
y nos entrega la noche.
Es el mismo sol que alumbra
nuestros corazones y los ciega,
abrasa el alma y la aturde
y a la carne hierve y enfría.
Como este sol que contiene
luz y oscuridad,
calidez de brasas y violenta llama,
vida y muerte transitan,
así se envuelve el misterio
de templanza y locura.
Son susurros de pasos que se presienten,
intuición de sombras que se adelantan.
Nunca muestra el cuerpo original
su sustancia y su trayecto.
Nuestras certezas tienen dobleces,
engaños de formas,
porque el sol que brilla
sobre nuestras cabezas
es amago de claridad
que pronto se apaga.
Intento bailar con estas moscas
Intento bailar con estas moscas, pero ellas me ganan en coreografía y no hay forma de seguirlas. Son nueve o diez, me cuesta contarlas con esos movimientos tan rápidos. Me cuelo en el centro de la troupe y se apartan para otro lado. Nada quieren con este cuerpo denso y pesado desprovisto de alas. Así que mejor las observo en sus sinuosos y armoniosos giros.
Estas moscas de primavera son menos impertinentes que sus familiares del verano. Se instalan en tu casa y se hacen las dueñas del territorio. Hasta llegar el invierno no se marchan y se refugian por grietas y rincones, sobre altos de armarios, para protegerse de la lluvia y el frío que teje escarcha en sus etéreas membranas. Esas son un tormento, nos desquician, nos quitan el reposo, se apoderan de nuestro hábitat y tocan nuestras cosas con sus manos sucias y sus lenguas largas. No sé qué les entra por el cuerpo que les hierve la sangre y se vuelven tan odiosas. Provocan en la persona pacífica un instinto criminal que emprende contra su enjambre una contienda sangrienta.
Ah, pero míralas, estas van a lo suyo, entran por la ventana sin pedir permiso, entregadas a su danza mística, cada una en un punto vacuo sin rozarse una con la otra. Qué bella sincronía en su balanceo, dibujan una nube en el aire con un patrón exacto. No buscan posarse sobre nada ni tocar las narices a nadie. Bailan sin alboroto, no como aquellas que, con su penetrante zumbido, te vuelven loca.
Hoy, aunque anda compungido el sol con estas orondas nubes que le quitan brillo, sienten su calor y salen a divertirse. Baile de salón al son de una música inaudible, sale y entra este júbilo de moscas hasta caer la tarde y llegar el ocaso. Entonces, entre sus sombras desaparecen. Alguna despistada se queda y echa la noche sobre el cristal de la ventana cerrada, en el borde de una repisa, sobre la pared o un libro. Tal vez, una se muestre con ganas de fiesta y ronde la luz de una lámpara.
No hay que temer por nuestros sueños te dejarán dormir en paz.
Ser punto invisible en el vacío
Ser punto invisible en el vacío,
reconocerse ajeno a vanidades.
Sea solo el aliento imprescindible
para saber que uno existe.
Mas, en la soledad,
¿cómo asegurar sin sospechas
que uno está vivo?
Es como caminar rodeada de árboles
Es como caminar rodeada de árboles
y temer que detrás de sus troncos
se oculten enemigos.
Te asusta su sombra que no ofrece
los detalles claros de su rostro.
Es el miedo ante un ruido,
el crujir de tus propios pasos
te sobrecoge.
No es engaño ni tampoco puedes
decir que es cierto,
es la lejana línea del horizonte
cubierta de niebla
y no tranquiliza la luz del sol
que cuelga en el cielo.
Ella enigmática, sugerente,
provoca un palpito,
recelo en la mirada.
Anda con cautela, se dice.
No tienes indicios,
sin embargo, sientes su presencia
y no te relajas.
La confianza anda confusa,
te sientes inseguro,
la duda te atormenta.
Ella, extraña y misteriosa,
presentimiento de oscuridad,
la sospecha.
Cómo pudo saber del amor
Cómo pudo saber del amor
si de su verbo
hizo palabra polisémica.
Dado por recompensa,
quitado por castigo,
medido en una escala de valor,
producto de intercambio,
modelo confrontado,
dolor y miedo.
Cuánta ausencia y soledad
en su pequeño mundo.
Sus torpes pasos sobre vacío,
dubitativo, inseguro,
desoído reclamo,
inmerecido y condicional afecto.
Qué fácil errar en el camino,
tropezar con los árboles,
y, abrazado a sus troncos,
recibir la áspera corteza.
Cuando en el cielo oscuro
se apartan las nubes
y un brillante sol se muestra,
se le exige todo el calor
para aliviar tanto frío.
Ni una brecha en su estructura
podría soportar su terror al abismo.
Y confunde brazos con piernas,
huesos con vísceras,
a la voz murmurada
le pide el rotundo acento.
No cabe ningún interrogante,
cualquier fallo ortográfico,
por mínimo que fuese,
sería errata imperdonable,
el agravio a la promesa ,
el dedo en la llaga.
Te amo, le dijo,
y le sonó a eco repetido,
imperfecto trazo de un corazón
sobre su cristal turbio.