Aprendiendo con cada paso

 Aprendiendo con cada paso,
dejó roto el sueño de la inocencia.
Se coló subrepticio con las palabras
por las alegres primaveras y
tiñó de colores opacos la mirada.
Levantamos un universo árido
donde la sonrisa es triste,
donde aquellas fugaces lágrimas
lamían dulce las bocas.

Rodeada de extraños

 Rodeada de extraños,
¿qué quieres que haga?
Este es mi hogar, el que tú
ya no frecuentas.
No reconozco ni sus cuerpos
ni sus rostros,
acaso, la voz guarde la sintonía
de aquellas aguas de un nacido río.
Qué maldad reservará el tiempo
y sus calendarios
que amenazan con hacer distancia
del refugio.

Hubo un tiempo que la dama quiso

 Hubo un tiempo que la dama quiso
tener total ausencia del mundo,
la noche con sus blandas tinieblas,
su silencio solo roto por algún crujido,
las bocas tragando aire
y el aire espeso era un mullido colchón
donde caer muerta.
Mas, la mañana volvía
con su acostumbrada sonoridad,
limpia de brumas,
desayunada de los primeros rituales.
Ella, al volver al mundo,
sonreía por los trinos de pájaros,
pero temblaba con las voces.
Rompía el mármol de su tumba,
salía del pesado abrigo,
se aseguraba que la puerta
estuviera cerrada con llave,
dos vueltas,
y no descorría las cortinas
para no dar señales de existencia.

Esta marea de voces, rumor de olas

 Esta marea de voces, rumor de olas,
en este océano cubierto de náufragos.
Qué isla encontrarán en su lucha
contra la intemperie.

Y si tuviéramos un reloj parado

 Y si tuviéramos un reloj parado,
marcando una hora fija,
el día sería una fracción diferente.
Si tuviéramos un calendario fijo
colgado de la pared de nuestra estancia,
el paso que lleváramos sería más lento.
Si nuestro ritmo fuera conducido por el viento
para avanzar como hojas secas
caídas de un árbol
o nubes extendidas por el cielo,
se habría forjado lo cotidiano en imprevisto.
Si nuestra medida del tiempo la marcara
el rodar de las olas calmadas o abruptas,
que llegan a la orilla para besarla
un instante y jugar con sus caracolas
o muerden con ira la roca
para volver a su útero,
todo sería un instante único.

Eso es la vida,
sin hacer divisible el infinito.


No te engañen los sentidos, corazón

 No te engañen los sentidos, corazón,
no existe ese tiempo
que tú creas y cuentas, restas y sumas.
Fallas en los cálculos si crees
en las agujas del reloj,
cuadras las estaciones sobre un almanaque
y controlas las órbitas de los planetas.
Sueñas si piensas que vas o vienes,
si llegas o te marchas.
Ay, corazón que nada entiende,
mantén con brillo el germen que habita
tu sagrario y por tu carne y sangre
fluya incorpórea su gracia.
Es aquello que permanece al romper
las vestiduras que nos cubren,
la semilla sin cáscara ni falsas apariencias.
Mira ese instante de fulgor,
destello que se intuye sobre una teja,
está
porque le penetra un rayo de sol,
si te mueves un solo centímetro,
desaparece ante tus ojos.
Acaso, ¿podrás tener la certeza
de esos traidores que juegan
con la luz y la sombra?
Ven, corazón, a sentir
en cada partícula de tu ser
ese bendito germen.
Cuida de esa joya,
que nada la oscurezca,
ni siquiera nuestra obstinada obsesión
por la medida de las cosas.
No te importen los reflejos
de un rostro que envejece,
solo son engaños de este mundo.
Ni busques por ningún lugar tangible
ese hermoso regalo que te contiene.
El fuego eterno lo oculta
                                        bajo su amparo.

Qué cándido cielo ha venido

 Qué cándido cielo ha venido
tras las lluvias
a vestir este horizonte,
inocente preludio de lecho carnal.
Ya promete lujuria su graciosa figura,
el andar contoneante y la mirada llena de luz
de esta primavera.

Sin remedio, caerá seducida
en los brazos del ardiente estío,
entregará su virginal verdor
para arder paja entre sus llamas.

A la casa abandonada en el campo

 A la casa abandonada en el campo
solo le quedan en pie los muros.
Sin su tejado la lluvia
ha creado un jardín frondoso.
Desde la distancia parece
una bonita maceta
con hojas verdes, muy verdes.
En tan pequeña selva
qué gran cosmos,
guarida de culebras se enredan
por sus tallos
hacen laberintos bajo la tierra
musarañas y conejos,
colonias de hormigas
y otros insectos,
bandadas de pájaros,
hermosas mariposas
que parecen pétalos de flores.
¡Qué paraíso estas ruinas
para estos seres!
¿En qué infierno arderán
aquellas almas?

Un día una madre bajó del altillo

 Un día una madre bajó del altillo
del viejo ropero
un vestidito de niña,
blanco con volantes de organdí.
Esa niña se reconoció en un foto,
sentada sobre una piedra de la playa
con aquel hermoso vestido.
Al verlo ahora tan pequeño,
descorazonada, miró a la madre
con tristeza y le preguntó:
mamá, ¿por qué ha encogido?

Tiene este dulce atardecer

 Tiene este dulce atardecer
los colores tiernos de nubes mullidas,
con promesas de un todavía fuego, 
que poco a poco se convierten
en ascuas frías de noche.
Aún la luz enciende en su albor
llamas incandescentes de color púrpura.

Por qué nuestros pasos siguen el desfile

 ¿Por qué nuestros pasos siguen el desfile
de las hormigas
trepando por el pentagrama,
una detrás de otra dándose el pie?
Acaso, ¿no fue mejor repetir
los trinos de los pájaros
y aprender con la danza de sus vuelos?
¿Por qué llevamos el zumbido
de las abejas
pegado a nuestro eco,  
afanados en la rutina,
si nuestras celdas no tienen miel?
Debimos ser aves migratorias
que van ligeras de un lugar a otro.
¿Por qué cargar con tanto peso?
Así, ¿quién puede volar?

Uno a ratos largos olvida remotas emociones

 Uno a ratos largos olvida remotas emociones,
quedan en letargo en la oscuridad de su cueva,
silenciosas, ocultas.
Entonces uno habla de cosas estúpidas
y añora una libertad imposible, increada.
Sin percatarse, desprevenida,
entra al alma una corriente
de agradable brisa de primavera,
cargada con los aromas de aquellos pétalos
y de hierba húmeda por el rocío
brillante bajo los primeros rayos del sol,
como esquirlas de un cristal
sobre un manto de nieve verde.
Y, !ay! penetra con fuerza arrasadora,
descontrola todos los sentires,
muda la memoria hacia el pasado.
¿En qué momento se volvió huracán
aquel airecillo débil
que tumba este firme edificio,
derriba su fortaleza
y abandona desparramados por el suelo
sus trozos rotos?

Son montañas nevadas estas nubes

 Son montañas nevadas estas nubes
del horizonte,
de cimas blancas, tan altas y tan lejos.
Estas nubes hacen blanda cordillera
en el cielo azul.
¿Cómo subir su ladera y alcanzar la cumbre
para tocarlas con los dedos?

Estas palomas

 

Estas palomas, ajenas a todo este ajetreo mundano, están más cerca del cielo que este bullicioso aire sobre la tierra.

Hay redoble de tambores, dulces clarinetes  y trompetas metálicas. Van de la mano y al mismo paso fe y fiesta. Los niños juegan con su habitual aire distraído sin importarle si se escapan los momentos, no se aferran como sus mayores, temerosos de perderlos de vista para siempre como nubes en el horizonte.  Por eso, con sus móviles en alto, son los ojos que no olvidarán. Va uniéndose a la muchedumbre más gente, apiñadas en un engrudo indefinido de color pardo, afincadas al filo de las aceras para ver desfilar el cortejo de imágenes sagradas y las penitentes almas. Hay mujeres vestidas de negro de los pies a la cabeza y nazarenos de oro y grana, una cohorte de cofrades y clérigos con sus hábitos blanco y púrpura. Va la comitiva con cirios y farolillos con llamas titilantes, cargan a pulso estandartes, cruces de madera, bastón de mando y suenan las campanillas en los varales del palio. Abajo, ocultos por el paño, cargan el trono los costaleros. Cuerpo con cuerpo aportándose calor frente al viento gélido de la noche. Vivos que adoran la muerte con ansias de vida.

Sobre una teja la inocente paloma está ausente de ese caos, con su pico metido entre las plumas del pecho, indolente, flemática, abullonado su plumaje para darse abrigo en este moribundo atardecer que se aproxima al ocaso. ¿Qué le importa este bullir del fondo si ella solo escucha cómo se arrastran los pies de las sombras y qué soplos apagan las velas del día para entregarse a las profundidades del sueño?

Recorrí tu costa de levante a poniente

 Recorrí tu costa de levante a poniente,
me bañe en tu mar esmeralda y turquesa,
me doré con las arenas de tu playa,
jugué con tus olas de espuma de nácar.
Hice un pozo y escondí mis tesoros,
abandoné en tus aguas mis lágrimas
y dejé con tu rumor
enredadas mis risas de inocencia.
Con estos verbos construí mi humilde barca
y fui a la aventura
a buscar en su horizonte otros territorios
como hicieron mis ancestros.

Aquí retorna el ave migratoria

Aquí retorna el ave migratoria,
el nido abandonado en otoño,
al volver cada primavera
lo encuentra sin el calor del hogar.
Las hojas y el barro seco,
endurecido por el sol del verano,
se impregna cada año de polvo.
Aún permanece la paja en los lechos
donde dormían las crías
con sus abiertos picos en reclamo.
Al abrigo de la piedra protegía sus tesoros.
Hoy, al volver con la mirada cansada,
encuentran su casa tan vacía.
Volaron los polluelos a otros cobijos
y dejaron impreso en las paredes
el olor de sus cuerpos.

Esta casa habitada de olvidos y añoranzas
se llena de ausencias y silencios.
Juntan sus alas estas aves para darse abrigo.
En la soledad buscan amparo,
vienen los días fríos y hacen escarcha
las noches,
Cada año llega más pronto el otoño.


Fuimos los olvidados

Fuimos los olvidados,
somos los olvidados,
seremos los olvidados.
Acaso, ¿quién recordará la hormiga
ahogada en una gota de lluvia?

¿Qué hace que uno se sienta de un lugar?

 ¿Qué hace que uno se sienta de un lugar?
Porque no basta nacer
ni tener el arraigo de la sangre.
No es menester tampoco
la cordial amistad de años,
ni siquiera los rostros reconocidos
por la calle.
¿Qué hace sentirse de un lugar?
Tal vez, la soledad amiga,
los aullidos de perros en la noche,
la herida que nunca cierra,
los zapatos odiosos,
la sonrisa que busca un abrazo,
el amor o desamor aprendidos,
sus cadáveres.
¿Qué hace sentirse de un lugar
cuando no se siente de ninguna parte
y el alma extraña el cuerpo que habita
como el ermitaño la caracola que no le pertenece?
¿Cómo encontrar entre las tinieblas
de la memoria
y las orillas de los presentes
ese huidizo paraíso?

Aunque no todas las infancias

 Aunque no todas las infancias
son felices,
todas tienen una sonrisa en los labios,
brillo en los ojos y luz en sus sueños
mientras juegan.
Pero, ¿qué corta la niñez y su inocencia?,
¿cuán largo el desengaño y su agria malicia?
En aquella mirada pura
estará siempre
la belleza del mundo.

Si soy poeta, me preguntas

 Si soy poeta, me preguntas.
Te diré: si poeta significa pulir
la roca hasta extraer el diamante,
te contestaría con un no rotundo.
Si me dices que bastaría con sacar
alguna vez brillo a las palabras,
entonces, tal vez lo logré.
Cuántos días con la urgencia de la rutina
interrumpida entre una obligación y otra,
extrayendo trocitos de tiempo
de las horas, componía un mosaico.
Cuántas veces quedaron esas criaturas
tal como fueron paridas, sin limpiar
la grasa que les cubría.
Movida por la urgencia de dejar
salir de mis entrañas y pasadas rápido
por la razón,
ajustaba el sentir al pensamiento.
Buscaba debajo de su coraza,
el cuerpo carnoso que ocultaba
y cuántas veces mordí solo hueso.

Te diría entonces, con el alma en la mano,
que, si quise entrar en tan oscuro bosque,
nunca lo hice con miedo,
aunque sí protegida con las adecuadas armas,
no fuera que, por ir al paraíso,
me encontrara con el infierno.
Si todo este camino lo recorren los poetas,
yo soy uno de ellos.
De todo hay en este patio de colegio,
donde unos pretenden jugar a ser eternos
mientras otros se afanan en tocar tierra
y levantar su propio mundo.

Hay tiempos con distintos sabores

 Hay tiempos con distintos sabores.
Qué dulces estos que traen
la melodía de una canción,
tan llenos de promesas,
nada malo podía ocurrir.
Qué hermoso el mundo,
qué lujuria de bellos colores,
qué cielo más azul,
qué ensueño estos jardines,
qué orgía de trinos hay entre las ramas
de estos árboles.
¡Cuántos placeres promete este espejismo!

Va expirando la claridad

 Va expirando la claridad
en este atardecer traslúcido
cubierto de un gris diáfano.
Se alargan las horas del día
que saborea el dulce almíbar
de la festiva primavera.
Lamen las sombras la luz de un sol
oculto tras las nubes
y se perpetúa el ajetreo por las calles,
va la gente con ansias de vida.
Este maravilloso tiempo de un aire
cargado de aromas a tierra ardiente
germinado de semillas.
Al caer la noche aún seguirán
en la plaza los niños jugando
y los viejos disfrutará de sus conversaciones
sobre sus achaques y sus trabajosas rutinas.
Agotarán los minutos antes de volver
a sus hogares.
También se rejuvenecen
tras pasar un largo invierno
recogidos al abrigo.

En estos ojos cerrados

 En estos ojos cerrados
se bañó un infinito cielo
con rayos de luna.
Dibujó estrellas en el mar
y perlas de rocío
vestían su prado verde.
Brotan flores de papel
sobre una tela de araña,
ramas de este tronco de piedra.

La madre recoge al hijo muerto

 La madre recoge al hijo muerto
descendido de la cruz.
Lo recoge a su regazo
al igual que al nacer.
Entonces recibió al niño
que se hizo hombre,
ahora acoge con dolorosa
devoción al hijo resucitado.
Ese cuerpo que fue su hijo
para vivir la eternidad.

Recorre caliente la sangre

 Recorre caliente la sangre
al abrigo del lecho,
late el corazón bajo las mantas.
A una mano le vence el sueño,
sin tacto desaparecen masa y volumen
y el blando colchón que la sostiene
será líquido tabique que se traspasa
sin encontrar fondo ni tope.
Queda la conciencia sin agarre,
confundida de sus límites.
La densa niebla oculta el campo
y su cosecha se pierde,
el humo cubre el horizonte
y la mirada se desorienta.
Las nubes ocultan el azul del cielo,
la esperanza duda
si volverá el sol a lucir mañana,
cuando el viento con su furia
las hagan huir humilladas al exilio.
Sensible son los andamios
de esta estructura levantada con argamasa falaz.
Con un dedo se derrumba,
Y entonces, si esto ocurre,
¿dónde habitarán razón y alma?

Son los mismos muros

 Son los mismos muros
y nosotros hemos cambiado tanto.
Esas altas columnas nos dieron sombras
en una tarde perdida de un lejano otoño.
De no ser por el instante
que grabó la luz que en el lugar habitaba,
tal vez, sería olvido o nublada memoria.
Han crecido los años
como altura en sus huesos
mientras estos se reducen a polvo.
Son los mismos muros
¡tan jóvenes aún!
y nosotros tan viejos.

Han florecido los naranjos

 Han florecido los naranjos
y esparcen en la noche
su dulce aroma a azahar.
Comienza la orgía
de la primavera.
Ronda por el cielo multitud de aves
y, en las mañanas,
un fluir de gente
recorre con sus miradas curiosas
los vetustos monumentos.
Ay, qué sola está la fuente
cuando las sombras la rodean.
Brilla como una diosa
y vierte por su boca
la transparencia de sus palabras.
Es su brotar canto que arrulla
a las palomas entre las ramas dormidas,
y entrega sus secretos más íntimos
al corazón del poeta.
Son sus gotas brillantes perlas de nácar,
en la noche serena su presencia
es un gozo para el alma.

Con este ligero día

 Con este ligero día,
qué pesada tarde.
Con estas horas,
cuántos años huyeron al exilio.
Este presente y sus segundos
efímeros
vuelve a recoger en un saco
roto
su tiempo líquido.
Y si todo aquello que fue,
ya no existe,
cómo tener la certeza
de que un día fuimos.

Dios de las escalas del infinito

 Dios de las escalas del infinito,
ecuación sin solución,
incógnita irresoluble.
Dios, que supedita al hombre
a levantar un Padre Omnipotente,
un Creador Supremo,
con el ingenio de sus palabras,
metáforas, razones,
miedos e ignorancia.
Necesario para sus dudas y vacíos,
para su pequeñez y su fragilidad.
Dios, al que ponemos nuestras características,
Dios hecho a imagen y semejanza del hombre
por la cortedad de nuestra inteligencia.
Vestido de grandeza insuperable,
esconde bajo su túnica
el gran secreto de la existencia.
Y este Dios, ya nombrado,
tejido de luz,
qué mediocre resulta siempre
bajo nuestra mirada.
Con ruda roca esculpimos tan pobre imagen,
la mejor obra posible
levantada por nuestras manos.
Dios y su paraíso para dar respuesta
a la muerte,
para satisfacer la incomprensión
la justificación de lo fortuito,
la insensatez de no tener causa visible,
la injusticia de la vida,
su dolor, pobreza, maldad
por la redención del sufrimiento.
Este insignificante ser que sueña
con ser como Dios,
dominar la tierra y sus confines,
alcanzar las alturas del universo,
acaparar bajo su mando
entre sus cortos brazos
el imperio cósmico,
la inmensidad de lo eterno.

Dios, cómo dirigirme a ti
con la escasez de mis palabras
y la imaginación torpe,
sumisa al bagaje que carga mi cerebro.
¡Qué humanidad ilusa,
soberbia de estar en la cima
de la jerarquía animal!
Dios, ¿qué nombre darte
que no contenga las letras
de un abecedario?,
¿qué calificativo que se ajuste
al perfecto sustantivo?,
¿qué don otorgarte y no errar?
¿Cómo dialogar con mis palabras
y tu silencio,
con tu suspiro inaudible?
¿Con qué ojos ve este Dios
y qué orejas nos escucha
si su enigmática sustancia,
aunque hecha del mismo polvo,
hace descomunal su tamaño
y sus geometrías perfectas?
¿Cómo obtener la Única fórmula
con nuestros números?
¿Cómo crear con esta materia endeble
tan perfecto diamante?
¿A qué Dios rezar?
¿En qué vasto territorio
tiene su casa,
de qué país de Jauja
será único habitante?

En esta silla se sienta el silencio

 En esta silla se sienta el silencio
y espera.
Sin confianza y distraída,
la vida le pasa por delante.
Hay más sillas repartidas por la casa
pero no tiene piernas adecuadas
para caminar hacia ellas.
Su posición en una esquina
le permite tomar algunos rayos de sol,
sin embargo, no puede evitar
que estos además de darle cálidos abrazos
también borren poco a poco
el brillo de su barniz.
Ella misma se consuela
meciéndose con ayuda del aire
que entra por la ventana
y soporta estoica la intemperie
de la tristeza de un abandono.
No permite ya que su balanceo
murmure decepción ni reclamo.
Hace tiempo que perdió la esperanza
y con ella se marchó el afán
por lograr una explicación.
Retiene en su frío cojín
el resentimiento de aquel cuerpo
que nunca con ella se sinceró.

Este pueblo de obispos y beatos

 Este pueblo de obispos y beatos
tiene rostro de nobleza y orgullo.
Entre muros robustos, la piedra
rodante resiste los pasos del tiempo.
Tierra de campos y colinas,
donde lo verde siembra frutos maduros,
gula de vientres hartos,
semillas para hambrientas bocas.
Luz de un cielo azul, nubes blancas,
fuente sonora, sagrados cipreses,
templos profanados
y melodías de campanas.
Altos vuelos de aves
y, a ras del suelo, sus sombras.
Horas de tantas voces
y solemne silencio,
horizonte de sueños y promesas,
muralla de tejados por donde caminan
las palomas con sueños de libertad.
Sin corona de oro,
se alza humilde su cruz pétrea,
aspirando lo eterno.

Tus razones no son mis razones

 Tus razones no son mis razones
y con mi razón a Tu razón no llego.
Quizá no sea cuestión de lógica
la Verdad absoluta,
dilucidar con tan torpes palabras
lo irresoluble.
¿Cómo ganar en fuerza con la pelusa
al Polvo cósmico?
Los cristales de nuestros ojos
no soportan la Luz impenetrable,
ni llega a nuestras orejas
la voz de la Certeza rotunda
indisoluble, indivisible,
eterna, divina.
Para nuestras manos innobles,
¿qué dedos podrán rozar siquiera
la eternidad inefable?

El mundo sin sentidos no existe

 El mundo sin sentidos no existe.
¿Acaso le duele a la sombra
de este cuerpo las pisadas,
sangra si la golpean,
coge frío bajo la lluvia,
teme en la solitaria calle  
el vagar de las ánimas?
No mata la bala homicida
la silueta sobre la piedra de la paloma.
Mientras la sólida materia
se estremece por los aullidos de un perro
en el silencio de la noche,
¿qué le importa a las alargadas sombras
que rondan las farolas
sus malos augurios de muerte?
No podrán clavar sus colmillos
en su sustancia de aire,
no llevarán prendidos sus despojos
entre las fauces.
Solo el rayo penetrante la devora,
la destruye, la convierte en haz de polvo.
Ausente, suspendida por un tiempo breve,
volverá a caer su leve peso sobre la tierra.

Exiliado de un país sin nombre

 Exiliado de un país sin nombre,
caminé desiertos,
navegué océanos,
me perdí por oscuros bosques,
llegué a verdes valles,
rodeé montañas,
atravesé ríos,
encontré aldeas,
y me hice a sus costumbres.
Llevo en el alma su vacío
y retumba en mi corazón
el eco de su amada voz.
Me siento extranjero allá donde voy,
sin encontrar los contornos
que contenga la imagen
guardada en algún lugar de mi memoria.
Pienso que tal vez, fue un sueño
ser habitante de un paisaje que no existe.
Con el tiempo dudo y pierdo la fe de encontrarlo.
Esta aventura sin meta ni retorno
es un odisea para dioses
pues adónde ir, cómo buscar sin mapa
el hogar que un corazón añora
y la razón no acierta a orientarse.

En la nada, ni piedra ni arena

 En la nada, ni piedra ni arena.
Y, sin embargo,
sobre su vacía sustancia
se levantan infinitos universos.

La casa del ayer es extensa y tiene

 La casa del ayer es extensa y tiene
pasillos laberínticos,
sus numerosas estancias
adquieren una atmósfera brumosa.
No hay cortinas en las ventanas
ni balcones sino ligeros visillos de tul
que dejan entrar una claridad traslúcida.
En los días de viento se agitan
como velos de novia,
mostrando su rostro pálido
y melancólico.
Entra el aire con ímpetu,
desordena las íntimas enaguas de la memoria,
levanta un oleaje de instantes
por aquel desolado lugar.
Brotan cascadas de pensamientos
y torbellinos de nostalgia.
Al colarse por los resquicios
aúlla una manada de lobos.
La fresca brisa de la primavera
siembra sus espacios con trinos de aves
y pétalos de flores.
A aquellos recovecos oscuros
regresa una luz perdida.
En su soledad rondan ecos
de risas y  llantos.
Hay días que el sol entra a hurtadillas
y rompe la penumbra
instalada por los rincones.
Ilumina hasta lo más profundo
y dibuja claros reflejos,
perfila esquinas y resalta detalles,
allí donde dejó el tiempo su paso.
De sorpresa el alma se conmueve
y se regocija.
Mientras los ojos se recrean por los cuartos,
pasea por un cementerio
donde antes palpitaba la vida,
encuentra objetos abandonados,
desvencijados muebles,
fotos con los cristales rotos.
Ha entrado el sol a raudales
y alumbra un bello recuerdo.
La vida pasa muy rápido
cuando se mira el trecho cruzado.

Contábamos las horas, los días,
los meses, repetimos rituales
y negábamos el vértigo de su velocidad.
Al mirar aquel sendero remoto,
qué apretado se ve todo lo andado,
qué fugaz fue aquel momento concreto.
Qué ingenuidad la nuestra,
soñar con esa casa siempre intacta.
Nada de lo que se abandona
resiste el deterioro del tiempo.
Pensábamos, acaso, que el frío y el calor
el viento, las lluvias,
el relente de las noches
y los ardores de los veranos,
el polvo, las hojas secas de los otoños
arrastradas hasta su interior,
no iba todo a desconchar las paredes,
acumular lodo y telarañas,
desvencijarse las ventanas
y romperse los cristales
con los granizos y las piedras
tiradas por el loco por simple placer.

Esta casa ya no es habitable.
No podremos pernoctar alguna noche
que vayamos de paso.
Podremos recorrerla con cuidado,
no se desprenda algún cascote
del techo, se nos clave alguna
astilla de la vieja madera
de los quicios.
Tendremos que pisar con tiento
y salir pitando si hicieron nido
alguna travesura de ratas.
Pero, esta casa, es nuestra casa,
aunque no podamos evitar su decadencia.
Siempre quedarán sus estancias,
sus muros levantados,
su estructura firme,
aún sin ver bien en sus salas oscuras,
y perder el calor del hogar apagado.
Impresa y comprimida está su esencia.
Nuestra casa y sus olores van con nosotros,
aunque se cocinan otros guisos
que volarán a un apagado fuego.
Desde la distancia nuestra casa
parece aún más grande, pero diluida
como un espejismo en la bruma del aire.
Cuán pronto envejecen los instantes vestidos
con nuevas telas.

Ah, nuestra añorada casa de un anterior cobijo.
Tú sabes igual que yo que quererte atrapar
es una encarnizada lucha
por dar final feliz a una tragedia.

Pasamos rápido este bosque

 Pasamos rápido este bosque
de apretada arboleda.
Desde este presente reconocemos que
fue arduo el camino
y ¡qué largo parece!
Creímos entretenernos en los detalles,
estirábamos los relojes y no vimos
el correr de los calendarios.
Ahora todo aquello se junta en un suspiro leve.

Hay tramos oscuros y abiertos claros.
Cuando el ramaje hace reverencia al cielo,
penetran en avalancha los rayos del sol.
Las hojas, antes pardas, tornan en verde brillante,
se enciende un resplandor diáfano,
albor de niebla, corona lunar,
día en la noche.
Cae desde el cielo una lluvia
de estrellitas amarillas.
El aire adquiere una cristalina transparencia
y el paisaje recobra su grandiosa belleza.
Lejos quedaron los temores,
las trampas y su gélida atmósfera.
Se esconden asustadas las sombras
tras los troncos con miradas esquivas.
Dios es compasivo, rasga la oscuridad
del denso bosque y vuelca la luz
de un firmamento infinito.

Mirarlos aún protegidos por la inocencia

Mirarlos aún protegidos por la inocencia,
acogidos en sus tiernos brazos.
¿Cómo mirar esa foto y no sentir
nostalgia de aquel ayer,
en el que el tiempo borra sus perfiles
y no deja olvido del dolor
por la muerte constante
de lo bello?

No sé qué les ocurre a los relojes

 No sé qué les ocurre a los relojes,
qué prisa les ha entrado,
van sus frágiles segundos
y sus lacayos minutos con tal urgencia
que parecen ser ellos los que tiran
de las agujas como bestias de carga.
Sería una distracción para un hermoso baile
su rítmico tic tac,
pero saltan por sorpresa las alarmas
azuzando tus pasos.
No es un juego esta carrera.
Como engarzados vagones de un tren,
va una semana tras otra.
Cruza por delante de tu vista el tiempo
con rabiosa premura por llegar
no sabemos a qué destino.
Sus ruedas levantan una nube de polvo,
te envuelve y arrastra con violencia.
A veces, me gustaría desprenderme
de este caudillo justiciero.
¡Ah!, pero están los ruidos de una rutina
separando los espacios,
obedeciendo su determinante orden.
Colabora un sol que pasea por el horizonte,
sin hacer pausa ni día ni noche.

Son mis párpados muselina
y mis ojos se acostumbran
a un paisaje difuminado
donde los detalles se dispersan y pierden
en la atmósfera del horizonte,
lienzo salpicado de manchas
de distinto grosor y tamaño:
los días, comas;
las semanas, punto;
los meses, dos puntos de serie de calendarios
por punto y seguido separados.
La vida, puntos suspensivos
con monotonía de horas.

Tralará tralará

 Hoy es miércoles, ¡caracoles!
y hemos tenido aguas mil en este abril.
Si canto mi mal espanto,
pero él no tiene miedo.
Dijo el poeta, ¡luz más luz!,
y vino el apagón.
Añadió el sabio, solo sé que no sé nada
y no hay nada mejor que saber sin preguntar,
no te mates por saber pues el tiempo te lo dirá.
Saquemos conclusión de la historia,
del amor amamantado,
de la mano diestra,
del dedo índice que señala.
Con las letras menudas aprendí
esta canción entre juegos.
Digan ustedes qué santo patrón sería
y cuán grande su ingenio
que, con el germen de la verdad,
creó esta gran fábula,
mentirijillas de patas muy largas
para alcanzar la luna y rebotar su eco.
Con un simple tarareo sigamos el compás,
tralará, tralará.

Este puso un huevo,
este lo echó al fuego,
este lo peló,
este le echó la sal
y este gordito, gordito,
¡se lo comió enterito!
Tralará, tralará.

Es tarde de siesta

 Es tarde de siesta,
en el silencio bulle la vida.
Había frescura en aquella estancia
de tabiques de cal y suelo de cemento.
En días luminosos de primavera
se perdían los pies entre retamas.
Alegre algarabía de cantos de pájaros
en las mañanas y, al llegar el cenit,
flotaba en el aire su zumbido,
melodía de la calma.
Es recuerdo indeleble
la impertinencia de su danza,
de soledad sin rejas,
abiertas las alas al gozo.
Juegan al incordio del sosiego,
revolotean a su alrededor,
rozan la oreja, se posan en la nariz,
suben por los brazos
huyen de la frente a la palmetada.
Corro de patio sobre tu cabeza,
anuncian el tórrido estío.
En sus alargadas sombras
buscan el cuerpo que dormita
al consuelo de la penumbra.
Y, concienzudas, siguen en su empeño,
las molestas,
juguetonas hadas de la memoria,
las moscas.

Cuando el campo estaba florido

 Cuando el campo estaba florido,
eran verdes los prados,
frondosos los bosques
y en las cumbres de las montañas
reverberaba la luz de un grandioso sol
¡qué hermoso horizonte se prometía!
El paso firme,
siempre puesta la vista al frente
persiguiendo la meta de aquel paisaje.
Y llevado por la urgencia avanzar
sin descanso hasta no alcanzar su paraíso.
Nunca llegaban las manos a rozar aquel territorio
que parecía cada vez más lejano y turbio.
Qué triste evidencia abrir puertas,
traspasar fronteras,
pisar su orilla,
y encontrar en su lecho tanto abandono.
Apagado el oro de un sol,
la tierra árida,
sin color ni brillo,
sin verde prado,
sin nieve blanca,
solo un bosque de cenizas
y un campo de flores secas.

En este equinoccio de primavera

 En este equinoccio de primavera
la luz alarga sus dedos,
llega tardía la noche
y duerme un poco más el alba.
Es tiempo exuberante,
la tierra procrea una cosecha
de bellos colores,
el aire y sus vientos son menos
agresivos
y nos abrasan las llamas
de un sol ardiente.
El ímpetu de los carnales deseos
irrumpe el hermoso desierto de una playa
y se lanza a la caricia
de mar menos bravo.
En aquella soledad,
con estallidos de blanca espuma
penetra la despavorida avalancha
como potros salvajes
y siembran de pisadas la dorada arena.
La fuerza de su bramido
acalla el dulce mecido de las olas
y corrompe la pureza del silencio.

Han buscado para su descanso

 Han buscado para su descanso la piedra del escalón de la espadaña, este mirlo negro y su  pareja de pardos plumajes. Es época de celo, el macho se ha subido a la cumbrera  del tejado, la seduce con graciosos giros de alas. Tienen el refugio en el hueco de una teja donde harán nido para su prole. Llenan el aire sus penetrantes gorjeos en la calma de la siesta. Ha bajado el bullicio de la mañana, recorren los espacios ecos de voces y el rugido esporádico del tráfico. Por el cielo pasa la fina línea blanca de un avión, como un gusanillo de seda mordiendo con sus dientes este reverberante azul del cielo. Van pasando los minutos, sigiloso avanza el sol y vierte por los rincones las sombras. Buscan la luz los pájaros y se recrean recibiendo el calor de un atardecer manso. El tiempo repite un ritual mientras el mundo renace a cada instante.

Cómo serán tus otoños y primaveras

 Cómo serán tus otoños y primaveras,
aquellos ceñidos de flores
y arroyos jubilosos,
estos sembrados de manto ocre
y verdes riberas.
No quiero soñarlos y que al despertar
caigan sus velos mostrando el rostro
del desengaño.
Recogeré cada día las voces musitadas
entre las sombras
y, al retorcer sus esquinas,
descubrir las risas de sus destellos.

Morirán aquellos que se amaron

 Morirán aquellos que se amaron.
De las secas fibras de sus corazones
tejerán pasiones otros enamorados.
Rueda de cadáveres.

Hoy es día de mercadillo

 Hoy es día de mercadillo,
¡qué gentío hay en la plaza!
Los ojos curiosos recorren los puestos
atiborrados de cachivaches
y objetos pasados de moda.
Es universo para nostálgicos,
coleccionistas y caprichosos.
Ese juego lo tenía de pequeño,
aquel plato se parece a la vajilla de la abuela,
esta caja de madera tendrá por lo menos cien años
y aquellas de lata eran de galletas.
¡Ah, qué recuerdos!
Las monedas antiguas, los sellos,
tebeos y libros apiñados,
todo viejo, obsoleto, caduco,
de un ayer que resiste al olvido,
negándose a ser borrado de la historia.
Misales de cubiertas de tela roja y negra
tocados por temblorosas manos de beata.
Hay viejos relojes de cadena oxidados,
bajo el turbio cristal yacen sus agujas
como princesas de un cuento de hadas.
¡Qué beso les devolverá la vida
a estos momificados cadáveres!
¡Qué parte de la estantería ocupará
esa muñeca de porcelana!
Tan alegre está el ambiente
que se unen a la algarabía
las campanas de la iglesia.
Los corazones se encienden
con estos placeres sencillos,
beben la vida con estos sorbos,
como si el tiempo no pasara
y quedase en esta fluida urna
la dulce mezcolanza de pasado y presente eterno,
sacando trastos del desván de la memoria.

Qué lindos estos pajarillos

 Qué lindos estos pajarillos
con su trino alegre
en este día soleado
con olor a dulce primavera.
Qué aire fresco y puro
pletórico cielo luminoso
y sobre los tejados
deja el sol su brillo de nácar.
La esquila en el campanario
reposa tras el Ángelus.
¿Qué tiene la primavera
que enciende chispas
en las frías ascuas
del brasero del invierno?

Su mundo se ha vuelto tan pequeño

 Su mundo se ha vuelto tan pequeño,
apretada entre tabiques endebles
que se han forjado firmes muros de prisión.
Muchas son las contrariedades,
basta una gota de lluvia
para ser fuerte aguacero.
Que la sorpresa de una mancha
en el mantel blanco sea augurio
de un mal día.
Que olvidó al hacer la compra
sus peras conferencia,
un disgusto muy grande.
Que le dio sin querer a una tecla del móvil
y no le llegan los mensajes,
una ruina.
Que el termo del agua no funcione,
una catástrofe.
Que la antena no coja su cadena favorita
y no pueda ver la novela
de los martes, miércoles y jueves,
una tragedia.

A esta mujer los años la aniquilan
y vive una permanente contienda
frenética y dura contra sus fantasmas
y monstruos de humo.
Se lamenta, ¡qué vida más desgraciada!
Mejor morir y descansar de tanto sufrimiento,
proclama con la boca pequeña.
Se reprocha y se insulta,
siempre fui una carajota,
esclava de los demás y maltratada.

***

A este cuerpo que impotente asiste
a su resuello, su duelo le deja roto
y molido a palos el corazón se resiente.
Un terremoto se desencadena,
se contraen sus músculos,
se rompen las rocas de su ánimo,
y sus vértebras son pedazos que caen
ladera abajo hacia el precipicio.
Se abre en el asfalto una brecha profunda
y afloran los fuegos no apagados.
Duele mucho verla tan frágil
y el error estúpido de sus pecados
que la convierten en una vasija vieja
sin vino, oscuro interior con olor acre.
Es la muerte de la que huye
y cada día de ella bebe.

***

Sin embargo, cuánto teme
a esa mosca intrusa
que entró por la ventana
y le atormenta con su zumbido.
Le quita la calma la brisa
que agita sus desvelos
y trastorna los sueños cotidianos.
Niega al espejo sus verdades
y aún espera en la mirada del otro
saber si sigue siendo bella.
Va engañada con el brillo del sol mañanero
y al atardecer las sombras
hacen piña en el salón de su casa,
destruyen las luces de sus anhelos
y callan sus palabras con el ruido de la tele.
Espera ávida los juicios de la calle,
jueces tan severos a los que debe convencer
con sumisa obediencia.
Y de pronto, todo este drama se descompone
por el halago de alguien que pasa.
Viste su mesa con un alegre ramillete
que le devuelve la sonrisa.

En la estrechura de su memoria
todo es confusión.
No sabe poner en equilibrio la balanza,
y hace océano de olvido
de sus profundas aguas
para mirarse en la superficie
desde donde ve un fondo de lodo.

Después de un tremendo sofoco,
pasada la tormenta,
su mente de niña queda como un lienzo
sin mácula.
Qué tierno su corazón sin rencores.
Ojalá respire los aires de la indolencia
y tome cada día como un regalo.

Con un pedacito de cielo

 Con un pedacito de cielo
se agarra la mínima esperanza,
la luz penetra las nubes
volviéndolas más luminosas.
Con un pedacito de luna,
la noche es más clara,
sobresalen las cumbres
tras su hueste de sombras.
Con un pedacito de amor
el corazón no se sacia,
gota a gota se funden
y hacen oleaje contra las rocas.

Son continuo tormento las púas de esa planta

 Son continuo tormento las púas de esa planta,
rozando la piel la hiere con sus puntas afiladas
hasta hacer lacerante estigma indeleble,
pústula que vierte
la podredumbre de los miedos
al terrible mañana.
Ella sufre hasta por el polen que suelta
la simple brisa,
teme que anuncia los desastres
de un gran huracán
y se encierra en sus tinieblas,
brumas que podría deshacer a brazadas
pues no son nubes negras todavía.
Erró el rumbo y se adentró por el sendero oscuro
de un apretado bosque
por donde ningún destello de sol
penetra.
De sus cabellos caen estas semillas
y hacen gran cosecha en esta tierra húmeda.
Crecen sin parar las sombras
rodeándola, torturándola días y aún más,
sus eternas noches.
Qué hacer se pregunta si este mundo
se ha convertido en un aterrador jardín
lleno de estos arbustos espinosos.
Bebe con ansia el agua
de las falsas creencias
y exprime el jugo de su sangre
convirtiéndola en desierto.
Con el corazón en la mano le aconsejo
que no escuche sus amenazas,
que es verdad que puede atacar por sorpresa.
Mas, si por desgracia ocurre,
sacar el veneno, curar la herida
y buscar el refugio de un oasis.

En los infinitos espacios va libre

 En los infinitos espacios va libre
de la carga de la carne,
por el aire camina con pies etéreos
su sustancia.
Es contraría melodía a nuestros oídos
y esta recia piel no está hecha
para notar su sutil roce.
Qué decir de los ojos
que sin fe caminan,
atados a la luz que entra
en sus pupilas con sombras.
Cómo distinguir su brillo transparente.
De aquel jardín oculto no llega
el aroma de sus flores
y, aunque la boca en silencio
capte un sabor indefinible,
solo el corazón atiende el recado
de sus líquidas palabras.

Fuimos engañados una vez más

 Fuimos engañados una vez más,
creímos aprender ya el truco,
reconocer donde estaba la mentira.
Y sin embargo, si hasta uno se engaña,
¿no será este mundo un desierto sin verdad
y lamemos arenas de certezas
creyendo ser manantial en nuestros espejismos?

Cuántos siglos y minutos

 ¿Cuántos siglos y minutos
necesita el cuerpo para acostumbrarse?
Acaso, ¿no revisas la agenda
donde se repitieron los meses?
Este Sísifo no escarmienta
y rodará una vez tras otra, ladera abajo
como piedra que hará sedimento.
Solo así, un día tal vez, los pies
estén al mismo nivel de la corona.

Está la gata entretenida en su aseo

 Está la gata entretenida en su aseo
mientras reposa sobre la manta.
Después, hecha un ovillo, duerme.
Tal vez sueña que caza estas palomas
que revolotean sobre los tejados
tras las ventanas abiertas a la luz cenital.

Los días caen como plomo

 Los días caen como plomo
desde las alturas.
Fueron plumillas mecidas por el aire,
que subían y bajaban armoniosas
hasta el suelo
y entre los dedos, pegadas,
de un soplo volvían a volar.
Así eran de pausados y ligeros en la infancia.
Los calendarios avanzaban con pasitos cortos
cuando eran sustituidos en la alcayata.
Por no saber de horas ni de años,
el vivir era un todo presente.
El día se estiraba como el aburrimiento
de las tardes silenciosas,
la prisa del reloj era para la merienda
y el juego en la calle.

El tiempo, ese enemigo que acecha,
el compañero vil,
la sombra pétrea de la calavera es nuestro miedo,
el que aprendimos con las palabras.
Surgió del tierno corazón inventándose la vida,
de la ingenuidad del sueño.
Sutil, lento y pertinaz,
se coló por las alegres primaveras,
rompió el cristal transparente
de sus miradas,
para ver el reflejo dibujado
de aquel otro universo árido,
donde la sonrisa es más triste
que la lágrima fugaz de sus bocas.

No por cerrar la puerta

 No por cerrar la puerta
impedimos entrar a los miedos,
vienen pegados
a la suela de nuestros zapatos,
adheridos al pelo y a la piel.
Nos guardamos de la mordedura
del perro rabioso,
salvados del peligro que ronda
las calles y el mundo que habita.
No vienen a nuestras espaldas
los pasos del enemigo
ni nos persiguen las sombras.
Echamos el pestillo y dos vueltas de llave,
miramos debajo de la cama
y encendemos las luces.
Aseguramos con rejas y cementos
las ventanas y resquicios
por donde pudieran colarse.
Respiramos tranquilos,
anda la casa en orden
y todo está en su lugar.
De pronto, suena el teléfono,
inofensivo artefacto,
capaz de matarnos de un susto.

Pero, ay, de aquellos miedos
etéreos, invisibles, mezclados
con la transparencia.
De apariencia inocente,
esos que, sin gritar,
con un simple suspiro,
te paralizan y te dejan sin aliento,
sin boca te clavan los dientes.
Sus armas parecen inofensivas,
frágiles palitos de una rama
con tan afiladas puntas
que hieren y penetran
hasta lo más profundo.
Dañan con precisión exacta
allí donde más duele,
en tu talón de Aquiles.
No hay ley que lo detenga
ni encierro seguro,
para estar protegido de sus maldades
tendremos que rezar mucho,
mostrarnos con ellos desafiantes
y engañarnos con creernos
criaturas inmortales.

Con todos estos trozos rotos

 Con todos estos trozos rotos
de prendas abandonadas
haré un paisaje de momentos,
tejidos de memoria
al abrigo del olvido.

El jacinto jugaba con la margarita

 El jacinto jugaba con la margarita,
vestidos sus pétalos de soles.
Soñaban mañanas y noches de luna.
Ignoraban que el mundo
no estaba bien hecho.
La primavera va rápido por el cielo,
hincha nubes de promesas de lluvia.
Serán niños con suerte chapoteando
en sus charcos,
mas solo verán dulces reflejos   
en espejos que se rompen.

Tenía en sus sonrisas y palabras

 Tenía en sus sonrisas y palabras
rincones encendidos
y abiertas cancelas de cristal.
De la mano de la mañana
habitaba el nuevo día
para hacerse breve adiós.

No entiendo como no extraña

 No entiendo como no extraña
esta monotonía de mañanas,
tardes y ocasos,
de noches breves y eternas.
Engañados vamos por un sol
que aparece y desaparece como
por arte magia.
Y cada mañana un volver
o un comenzar a la obra
que dejamos interrumpida,
coger entre los dedos el pincel
y seguir pintando este cuadro
con trazos reconocidos.
Tiempo marcado por un reloj
bajo la orden de un dueño sin rostro,
llevando el paso a su ritmo
y a contrapié la libertad de los sueños.
No entiendo esta necesidad imperante,
tan humana, de hacernos rutinarios,
caminar los espacios señalados
entre finos hilos fáciles de romper
y sin embargo, dejarnos tan apretados
en este nudo.

Estos ojos hechos para la forma

 Estos ojos hechos para la forma,
solo de geometrías entiende,
mas mi mirada sabe
que el recorte que hace mi pupila
con la verdad no se corresponde.
Este mundo ilusorio creado a partir
de su aritmética, de sus precisos modelos,
vestida la memoria con sus trajes,
solo reconoce aquellos parecidos
que se ajustan al patrón.
Y este ojo que mira ya sabe
que la mesa encerrada en metros,
anchura y altura,
tiene la licuada forma en el espacio
como el cielo que nos cubre.
La botella que comprime
el agua en su figura
es también océano inabarcable.
Es necesario para estar en el mundo
este engaño.
Estas formas sujetas al error
vierten su líquido hacia el infinito.

Llueve y dejo la estancia en silencio

  Llueve y dejo la estancia en silencio
para oír caer la lluvia.
Se escucha el chocar de gotas
contra los viejos adoquines
y el golpear del agua brotada
de los canalones
haciendo arroyos que ceden por la pendiente
de un valle diminuto.
Solo de vez en cuando
pasa un coche,
y aparecen y se pierden
algunas voces con sus cuerpos
protegidos por paraguas.
Llueve y no es espanto
para una paloma
que cruza en vuelo de un tejado a otro
gozosa con su ofrenda.
Han dejado un coche aparcado
justo donde desagua la fuente de un canalón
y suena como un tambor de lata.
Se van llenando unos contenedores
de basura que harán caldo en su olla
y pequeños charcos van surgiendo
entre los huecos de las losas.
Llueve y es tan dulce su canto,
sin estridencias ni ira,
vertida del cielo gris claro
es una algarabía de niñas alegres
y saltarinas jugando al corro
en la calle.
Las tejas y piedras están húmedas
y llenos los espacios por su melodía.
De soslayo,
hacia un rincón del muro,
justo en una esquina
se perfila la lluvia, fina, recta, continua,
rítmica y simétrica.
Llueve y se dibujan en los cristales
lunares transparentes
y un brillo de espejo.
Llueve y, puesta mi mirada
hacia el frente ,
no la distingo en el vacío ,
sin nada que le haga sombra
es invisible.

Qué silencio sonoro,
qué hermosa gallardía su traje de plata,
qué don preciado este elixir,
qué grato su aroma de tierra limpia.
Inunda el aire su frescura
y calma el corazón sus inquietudes.
Ah, qué regalo su clara y pura esencia,
con qué mesura entregada.

Vence la hora, no hay vuelta atrás

 Vence la hora, no hay vuelta atrás,
el universo decide.
Abierto el plazo para la salida
y mientras, guardar en la mirada
las nubes blancas que avanzan con decisión
llevadas por las manos del viento
sobre el cielo azul de este día.
Forzar los sentidos a retener
las efímeras sensaciones
hacerlas perpetuas en la recóndita isla
donde hallar siguiendo un mapa su tesoro.
Recorran ligeros los nervios sin polvo de olvido,
tracen sus senderos y los desvíos obligados
para volver siempre a esa estancia
donde se recrean las formas y los sonidos
recogidos al amparo en el rincón de la memoria.
¡Ah!, a veces amiga y a veces, caprichosa
juega al escondite,
aprovecha nuestra torpeza.

Mañana, desde otro horizonte,
abrir sus ventanas y al entrar un sol
se cubran de luz sus detalles,
mostrándolos nítidos con el mismo brillo
de todos los ayeres,
igual que este presente hará
uno más de los suyos.
Paisaje íntegro y generoso es la vida
encerrada en cada corpúsculo de este existir.
Ser peregrino que siempre halle
el cálido abrazo
y el amable hospedaje
para continuar el camino.

Han marchado las lluvias

 Han marchado las lluvias.
En el traslúcido cielo
se esparcen hebras de nubes,
se enciende la claridad
de un sol de tarde,
suave y diáfana.

Mirarlos aún protegidos por la inocencia

 Mirarlos aún protegidos por la inocencia,
acogidos en sus tiernos brazos.
¿Cómo mirar esa foto y no sentir
nostalgia de aquel ayer,
en el que el tiempo borra sus perfiles
y no deja olvido del dolor
por la muerte constante
de lo bello?

Soñar si los pasos no avanzan

 Soñar si los pasos no avanzan,
dormir y que vuele el espíritu
por los infinito territorios.
Ante la quietud de nuestro cuerpo,
encarcelados los actos,
el alma escapa de esa muerte
¡y vive!

Estos hilos de lluvia

 Estos hilos de lluvia
son barrotes de mi cárcel.
Encierran tras el cristal
la soledad y su silencio.
Fuera, se apaga el mundo
lentamente
y la carne triunfa cada mañana.
Los ojos cansados de rutinas
esperan su descanso,
mientras, al amanecer,
despierta la fe engañada
con los alegres trinos
de estos mirlos negros.

Él siempre quiso llevar encima su reloj

 Él siempre quiso llevar encima su reloj,
no desprenderse de la certeza
de estar vivo.
Lo llevaba en su delgada muñeca.
Castigadas sus venas,
cubrían su piel extensos lagos púrpuras.
Ese reloj, talismán contra la muerte
lo traicionó, paró su tic tac.
Dejó de girar sobre las horas cotidianas,
abandonó toda rutina y cuidado,
huérfana quedó la mano de su cadena
y helado el latir de su corazón.
Hoy su esfera de cristal,
sus agujas impertérritas,
me miran desafiantes,
su callado ritmo amenaza y recuerda
el último aliento.

A pesar de las nubes

 A pesar de las nubes la noche es clara, las lleva el viento y a ratos cubren una luna que crece cada día. Al cruzarse por encima su claridad, deja rastros luminosos, bordes de un gris teñido de burdeos. Es noche profunda y sin embargo, parece el inicio de un nuevo alba. Perfila la luz clara con maestría este mundo que duerme. Sobre ese fondo misterioso  emerge la rotunda presencia de una iglesia, trazado cada detalle con limpias líneas. No hace falta un sol para mostrarla en toda su grandeza. Hacia poniente donde se hacen nudo las tinieblas, se levanta suave una espadaña  culminada por una rústica y pétrea cruz. Al este, buscando la luz, está la torre del campanario, hermosa silueta con los cuatro arcos de sus ventanas huecas tragando todas las sombras. Con su viejos yugos de madera y solo tres campanas silenciosas. Dentro, a resguardo, dormitan las palomas.
En esta noche de clara luna, bañada de gruesas nubes cargadas de lluvia, el insomne antes de rendirse al sueño, respira su belleza y deja acariciar su rostro por este aire frío. Son como estas nubes claras y oscuras, muchedumbre brumosa que huye hacia otro firmamento, abandonado el espíritu al reposo. Madrugada de este cielo sublime que contiene todos los miedos y todas las promesas, la amenaza de la incertidumbre y el consuelo de la esperanza.

No entender nada

 No entender nada.
Después de este fuego
abrazar la decepción gélida
de la noche del desierto.

Como estar perdido en el bosque

 Como estar perdido en el bosque
para volver a soñar y jugar
con las piezas de otro paisaje.
Igual que al alba el sol calienta
la piel y derrite el rocío
y resplandece bajo la escarcha sombría
el verde prado luminoso.
Así retoma el cuerpo la confianza
se acomoda en el espacio.
Los miembros van ligeros,
no están ceñidos los brazos ante la intemperie.
Comienza a recibir el calor de su abrazo
amable, cálido, amigo.
Con el corazón en calma,
entrever tras las enredadas ramas el claro,
sin buscarlo traspasar la linde de lo oscuro.
Ya no tiemblan los pétalos de esta flor,
habita el territorio de su refugio.

Qué sigiloso paso

 Qué sigiloso paso
lleva esta mañana.
Qué confusión de ecos
recorren las calles.
Y pretendes de cansancio
levantar castillos,
si va esta pereza en reposo
de piedra en piedra
y deja abandona a la sombra
la voluntad frágil.
Traes las suelas manchadas de cenizas
y harás huellas de lodo
cuando caiga la tormenta.

La línea

 Opinemos todos:
la línea está torcida, recta,
ondulada, zigzagueada, diagonal, secante.
La línea está segmentada,
infinita, perpendicular, cortada,
tangente, paralela, superpuesta,
discontinua, quebrada, clara y difusa.
La línea es una raya,
marca en el espacio,
borrón sobre las letras,
coordenadas de abscisa y ordenada.
La línea imaginaria,
líneas que convergen o divergen,
líneas hechas punto a punto,
líneas dispersas fueras del plano,
líneas que señalan, subrayan,
tachan, enmarcan y encierran
sostén caligráfico, mapa y guía.
Líneas en cruz y encrucijada.
Línea oculta, fantasma,
central, repudiada, solitaria.
Líneas sólidas, finas y gruesas,
líneas que forman figuras,
dan volumen y área.
Línea luminosa, emocional,
normalizada, funcional, inútil.
Líneas radiales, elípticas, caóticas,
clandestinas líneas entre sombras.
Líneas mixtas, cerradas y abiertas,
profundas.
Líneas simbólicas, espirales, fractales,
predecibles.
Líneas infértiles, procreadoras,
fanáticas y cuerdas,
tan escrupulosas que ni se tocan.
Para opinar toda una gama geométrica.

Mi línea es rúbrica personalizada
sin patrón ni molde.
Prefiero la línea errática, crítica, curiosa,
compleja, la antítesis, la imperfecta,
aquella que mi boca modula
y pronuncia la palabra,
ese hilo salivar que produce mi lengua,
dendritas ramificadas de mi cerebro,
estrellas fugaces que recorren mi médula,
humor nutrido que vierte savia
a mis entrañas.

Nadar a ratos y dejarse llevar

 Nadar a ratos y dejarse llevar
por la marea.
Nada y mécete.
Nada somos,
simples pinceladas de azul
sobre un inmenso océano.

En los infinitos espacios

 En los infinitos espacios
va libre de la carga de la carne,
por el aire camina con pies etéreos
su sustancia.
Es contraría melodía a nuestros oídos
y esta recia piel no está hecha
para notar su sutil roce.
Qué decir de los ojos
que sin fe caminan,
atados a la luz que entra
en sus pupilas con sombras,
¿cómo distinguir su brillo transparente?
De aquel jardín oculto
no llega el aroma de sus flores
y, aunque la boca en silencio
capte un sabor indefinible,
solo el corazón atiende el recado
de sus líquidas palabras.

Búscame allí donde se ocultan las sombras

 Búscame allí donde se ocultan las sombras
tras robarle la luz a los objetos.
Si arañas el envés del espejo verás
la transparencia de tus desvelos.

Mientras la luna sale,
cierro los ojos y rezo.

Búscame allí donde se forjan los colores
que el tiempo tiñó de negro.
Si descorres todos los velos verás
el brillo azabache de aquel cielo.

Mientras el sol sale,
abro los ojos y muero.

Voy a evocar cada piedra

 Voy a evocar cada piedra
de este templo.
Voy a mirar su cruz
para hacerla recuerdo y nunca olvido.
Voy a retener en mis oídos los ecos
y trinos cotidianos,
también la alegría de sus campanas
callando todas las voces.
Voy a encerrar en mi retina bajo llave
este horizonte de luz infinita,
su sublime firmamento de nubes y luna.

Soy nómada, pernocté en sus brazos
bajo la luz del sol y la noche más oscura.
Voy a un lugar nuevo con otra capa de piel
y abandono la cáscara de tu aire y tus muros.
Bebí de tu fuente y su soledad sonora,
entre sus calles quedarán mis huellas y las tuyas
y, en el silencio, nuestros murmullos.

En este destierro elegido,
voy transeúnte por esta tierra
hasta alcanzar los infinitos espacios
de las eternidades.

Dejo muda memoria
y conservo melodías de recuerdos.
Cargo la mochila de semillas
para sembrar nuevas cosechas.
La vida hasta quieta es errante
y su sendero siempre incierto.
Es bruma en lontananza
que se deshace a cada paso.

Oh, muerte, que te niegas a mi mirada

 Oh, muerte, que te niegas a mi mirada
y no me muestras ni cercanía ni lejanía,
tejes tus hilos callada sin susurrar al oído
ni cantar mientras haces tu labor.
No sabemos si eres sombra de otra noche
o vienes de camino para hacer último alba.
Ah, muerte, siempre pegada a nuestra boca,
lanzada tras las palabras inútiles
de este escaso abecedario,
vuelves a la úvula de nuestra garganta
sin escupir ni el más leve suspiro,
ni dejar cabo suelto de tu secreto
hasta que, culminada tu obra,
en nuestro postrero aliento te manifiestes
y ya, vestidos de mortaja,
disuelvas en la nada este sueño que fuimos.

Hoy, en este día de marzo

 Hoy, en este día de marzo,
en este cielo por donde se divierte
un sol caprichoso, niño que corretea
y juega al escondite con las nubes,
mi espíritu se siente confiado,
aunque sabe que no podrá
agarrar para siempre esta emoción
y regresará la bruma del desencanto
de la tristeza.
Entrará su alada sustancia a una cárcel
hecha de barrotes endebles
que parecerán de puro acero.
Creerá imposible de escapar
y al rato sin más se va a disolver
como hilos de agua transparente.

Qué extraño este vivir

 Qué extraño este vivir
del que nos sentimos sus dueños
y ni siquiera somos inquilinos.
Por qué atarnos nuestras propias cadenas,
si viene la brisa y su nudo se rompe
y cuanto más libre te sientes,
los dedos alargados de las sombras
se enredan y hacen nube oscura
sobre tu cabeza.

Qué extraño es este vivir
sin certezas de un mapa
que trace claro las sendas.
Por qué dejamos entrar al miedo,
si somos objetos de su capricho.
Sacudirse ese polvo gris.
hacer ovillo y lanzarlo lejos,
satélite del cosmos ignoto,
mientras nos dejamos llevar,
mecidos por sus ondas.
Que decidan nuestros pasos,
nos baste confiar en que el reloj
no se pare, levantarnos a una hora,
reír a la sorpresa,
soñar mucho
y llevar siempre los párpados levantados.

Me ha inundado su aroma de hierba

 Me ha inundado su aroma de hierba
bajo la neblina de un amanecer.
Ha llegado con su traje de señora,
seria y callada.
Arrincona la voluntad
y busca un asiento cómodo
al abrigo del norte,
un lugar sereno, donde se respire
sosiego y cobijo.
Tendrá ese espacio que hacerse
reconocible y para ello
hará falta habitarlo.
Me ha inundado su bruma,
su corriente de aire frío
y mi corazón temeroso
se encoge apretado en el pecho.
Cruzo los brazos para retener
su palpitar alocado y recibir
el calor de un fuego amable.
Qué desagradable tiempo de pereza
que siembra miedos y desánimos
con este otoño recién llegado,
tan desapacible que se barrunta
se adelante el invierno.

Qué sola está la iglesia de noche

 Qué sola está la iglesia de noche,
con sus santos, vírgenes y crucificados.
Se oirán sus plegarias y sus lamentos,
rondarán las columnas
los rezos y confesiones de beatas,
guardados en los confesionarios silenciosos,
sus secretos arañando los oídos de los ángeles
por los carnales pecados,
ellos que no saben de deseo,
pues Dios no talló su cuerpo para la lujuria.

Qué sola estará esa solemne estancia,
qué almas recorrerán los pasillos,
qué cuerpos sin peso estarán sentados
en los bancos fríos en perpetuo recogimiento,
y cuántas calaveras apoyadas sobre los reclinatorios.
Qué sola está esta iglesia,
llena de tinieblas sin velas encendidas,
calladas todas las bocas de yeso y madera.
Qué frío en la noche oscura,
mientras, en este profundo silencio
de madrugada, yo la miro compasiva,
intento atravesar este denso muro
para hacernos mutuamente compañía,
orando al cosmos una letanía eterna.

Me miran los días con el descaro

 Me miran los días con el descaro
de sus mañanas,
el ritual de luz y alborozo acostumbrado
que llevan las risas de la chiquillería.
A estos ojos cansados de noche
se les contagia su júbilo
y, frente a su decadencia,
le ofende tanta arrogancia
de lozanía y juventud.
Pero este turgente cielo
pronto se hará lacio corpiño,
y reverberarán los rayos de sol
sobre la piel aún exuberante de su atardecer,
sin sospecha de que avanzan
sigilosas sombras que se esconden
por los rincones.
Estos ojos cansados de noche la previenen:
no andes con alardes,
que el ocaso se aproxima.
Le llegará de golpe toda la penumbra
que tan ajena creyó.
Por cosa alejada la tenía,
cuento y leyenda de lunas y estrellas,
donde oscuridades mayores
las cubrieron de desventuras
y apagaron el brillo de su plata.

El día al final termina para todos
y estos ojos cansados de noche
se asoman en la negrura que adquirió
aquella resplandeciente blancura
en el azogue de su espejo.
De hito en hito se miran y se reconocen
caduco tiempo lleno de melancolía.

En clausura, vestida con el hábito

 En clausura, vestida con el hábito
de los quehaceres diarios,
en mano de la providencia,
regalada con los dones del destino,
entregada a la oración cotidiana,
con la fe puesta en su complacencia
y la gratitud por el cielo que me ofrece
entre los muros de mi celda.

Si la vida es conciencia

 Si la vida es conciencia y
sin conciencia no es esta vida.
Quién dice que murió aquel
que es recordado.
Mas, al final de los días.
qué muertos quedarán
sin memoria de vivos
sobre un valle olvidado.

Se derrumba esta colina

 Se derrumba esta colina
levantada con arena.
Vino el viento y la redujo
a un puñado de grava.
La alzó unos centímetros del suelo
con nuevos aires.
Este vendaval arrasará con todo.
Y presiento su olvido.

Desde mis esquinas

 Desde mis esquinas
siempre un horizonte pequeño,
un margen diminuto, reducido, modificado.
El vuelo de un ave,
el eco de un motor que se aleja,
gente anónima que camina
a lugares insospechados,
paredes de edificios colindantes,
ventanas de casas.

Desde mis esquinas,
entre bloques de pisos,
en cinco centímetros se dibuja un mar
y se recorta un cielo.
Vidas extrañas, sonidos amables y cotidianos,
niños que van y vienen de la escuela,
una calle que se pierde para la mirada.
Voces vecinas, críos que juegan,
un loco con sus demonios
atrapado en su cárcel.
Tras aquella ventana alta,
se presienten sus miedos
y se protegen los nuestros.

Desde mis esquinas,
Edificios que dejan un hueco
por donde transita la existencia,
trajín de horas y sus cadáveres.

Desde mis esquinas,
el escaparate de un local
que, cada cierto tiempo,
cambia de dueño y de artículos.

Desde mis esquinas,
una pared y, de soslayo,
un patio interior sin suelo ni firmamento.

Desde mis esquinas,
árboles que han crecido con el tiempo,
juntaron en oasis de bosque de ribera
para una autovía con su runrún indomable,
un monstruo que despierta cada amanecer
devorando el silencio que engendró la noche.
Balcones en hileras unos sobre otros,
floridos, abandonados, encerrados entre cristales.

Desde mis esquinas,
una farmacia, el dispensador de preservativos,
un bullir de idas y venidas,
de acordes y desacordes de palabras,
sonidos de claxon, ruedas que chirrían,
borrachos que cantan o gritan en la madrugada,
alborozo de jóvenes noctámbulos
de vuelta a sus prisiones.
Casas bajas con jardines vallados,
una calle enfrente y un palpitar excitante y decadente
según la hora del día y la noche.

Desde mis esquinas.
a un lado un árbol, pájaros que vuelan,
gaviotas y palomas posadas en los tejados,
mirlos que saltan de rama en rama,
nidos ocultos en su bóveda entre la maraña de hojas,
un patio pequeño, una puerta de garaje,
una valla enrejada,
un perro que duerme en su casa de madera.
Ya solo rondará su alma.
Al otro lado, un muro y otro patio,
un balcón enfrente,
trinos y un sol que avanza
y unas sombras que hacen ocaso,
noche oscura y nuevo amanecer.

Desde mis esquinas,
los tejados de una iglesia,
sobre la espadaña, una cruz de piedra,
un mar ondulado cubierto de musgo,
flores de apagado color y cruce de tejados.
Recortado en oblicuos ángulos, un cielo grandioso,
cambiante, renovado por los instantes,
calendarios y siglos sobre un cielo infinito,
un campanario que da llamadas a misa,
que anuncian el mediodía
alborozo de celebraciones,
toques de dolor en los sepelios.
Música y ruido que reverbera contra los muros.

Desde mis esquinas y sus horizontes,
todas ellas, pequeños universos,
límites para mis ojos,
infinito para mi mirada.

Ya se empieza a cubrir de sombras

 Ya se empieza a cubrir de sombras
el oriente, abandonado por el sol.
Y este horizonte de ocaso
engaña con sus vivos púrpuras y rojos.
Tiene el cielo la belleza y la fuerza
previas a la muerte.
Los ojos se embelesan en su encanto
y olvidan que, próxima, aúlla la noche
con tinieblas de espectros tenebrosos.

Todo eso que haces

 Todo eso que haces,
cambiar el color de tu pelo,
quitarte las lentes,
pintarte los ojos,
beber buen vino,
montar en moto,
hacer estupendos viajes,
vivir la fiesta con avidez,
apretar el tiempo en tu puño,
comprar la sonrisa perfecta.
Todo eso que haces
por ocultar las señales de los años,
la suma de tus anhelos,
para negarte aceptar la decadencia,
el deterioro, la decrepitud que se asoma
por una de las esquinas del espejo
donde te miras.
Eso es tu miedo a morir
sin saber qué está al otro lado.

En realidad temes el devenir,
su letanía de segundos,
la bruma que se extiende sobre el paisaje.
El sol atraviesa los espacios,
pero su luz decae
y van creciendo pertinaz las sombras.
Es la existencia que sufre,
se somete y se entrega
a su propio sacrificio.

Quieres mostrarle a la muerte tus dientes,
la fortaleza de tus sueños
y acaricias sumiso el lomo de esa bestia
que acabará devorándote.
Pero, te equivocas, ella,
la innombrable,
la bella porcelana,
la honorable eternidad,
no persigue nada,
no te busca,
te contiene,
te lleva de su diestra o siniestra mano
hasta el día marcado en rojo
en su agenda.

Quizá no la temas porque te sobren
aún primaveras o veranos,
aguante el estío borrando otoños
y el invierno sospeche queda lejos.
Te sientes fuerte, soberbio, más joven.
Te mientes y no quieres escuchar
el tic tac del reloj.
Tal vez, creas que todos esos pasos,
esos hilos que aprietas en un nudo
te den hoy la seguridad,
la garantía para un mañana como el presente.
Sin embargo, la vida nunca avisa
del siguiente paso,
no sabrás cuál será tu última huella
y frenada en seco.

Caminamos, cerramos una puerta
y entramos a otra estancia
siempre más precaria que la anterior
hasta caer al vacío,
ese del que huyes cubriendo con parches
la tara, el deterioro inevitable
de la prenda que te viste.

La vida no piensa, sucede.

Aquello que el tiempo destruye

 Aquello que el tiempo destruye
es solo superficie, vana apariencia.
Podrá robarle a la rosa lozanía,
mas no hermosura.
Su grandeza no estaba en sus suaves pétalos
ni en su aroma delicado,
sino en ser semilla de nuevas rosas.

Ser llama de una vela

 Ser llama de una vela,
sinuosa, ondulante, vibrante
y desbocada por momentos,
conducida con suavidad
por la suave mano de la brisa,
melena suelta al viento.

Miro esa llama, danza
con movimiento sensual.
Por momentos,
su llama irisada se eleva,
se ensancha, se desvanece
y vuelve con fuerza
con pasos armoniosos
abrazados de alientos.
La vida.

Llama hipnótica, enigmática, mística,
fuego sublime, sol amante de océanos,
allá, hacia el horizonte infinito
donde nada es imposible.

Penetrar con las manos la tierra

 Penetrar con las manos la tierra,
desmenuzarla sin romper las raíces.
Qué placer sentirla, llenarse hasta el codo
con su maravillosa sustancia.
Moldear un sueño en soledad
era palpar dentro de las entrañas
de la vida.
El tiempo, aire que nos contiene
y nos hace fluir,
cubre la carne de costuras,
cerradas heridas con fino hilo de seda.
Y con mano diestra simula
 la rasgadura y el remiendo.

Hecho un ovillo de matas

 Hecho un ovillo de matas,
dentro de su cobijo como una crisálida,
se despierta el cuerpo.
Viene de recorrer territorios cubiertos de tinieblas,
teñidos de un cierto color pardo
por donde se mueven sus figurantes
entre geometrías irreales con certeza.
Es una atmósfera cargada y mágica
que deja sobre los espacios
la luz tenue de una vela.
Son sinuosos y recónditos sus escenarios,
transitados por extraños
y conocidos transformados en otros rostros.

En esta habitación malva,
de paredes torcidas y remiendos
con tono más oscuro,
los objetos se distinguen con nitidez
bajo la luz penetrante del sol
iluminando la estancia.

En este pequeño universo de intimidad,
los objetos cotidianos se manifiestan
con rotunda presencia.
En la esquina de enfrente
una sombra luminosa, un haz de luz,
se quiebra formando un ángulo obtuso
que atrapa entre sus luminosos lados
un móvil de viento estático, sin melodía,
a la espera de abrir la ventana,
entre el aire fresco y golpee con suavidad
el metal de sus tubos,
creando armonías aleatorias.
A su lado hay unos dibujos de pájaros,
una paloma que lleva en su pico una bufanda roja
y un jilguero apoyado sobre una ramita.
En un papel para acuarela
con la marca de un doblez,
está perfilada a rotulador azul y malva,
una luna creciente de la que cuelgan
en hilera unas estrellitas.
Todos nacieron de la misma mano,
dulce, tierna y herida.

Con el antifaz sobre la frente,
los ojos del durmiente parpadean
resentidos por la claridad del día.
Se recrean en los detalles
con la intención de retener de nuevo el mundo.
Brazos y piernas inician pequeños movimientos,
preparándose al ritmo cotidiano.
Cada hueso y músculo desentumece su rigidez,
ese muerto regresa a la vida.

En un lateral cuelgan de una alcayata
varios objetos,
un corazón hecho a retazos de tela vaquera,
trozos pegados unos con otros con cola,
igual que una bola con cartón de huevo.
Una percha retorcida que parece
prensada en la fragua a fuego y lodo,
bajo el martilleo continuo de ruedas
sobre el yunque del asfalto.
Hay también un yoyó antiguo,
aquellos de pasta dura,
de color amarillo y azul,
que cae como péndulo de reloj
sobre la pared.
Las prendas quitadas en la noche
reposan sobre una caja de herramientas
de metal que hace de costurero.
Más arriba, apoyada en un tornillo,
una pecha, esta perfecta, funcional.
No sirve para ropas
sino para sostener unas docenas
de collares de todo tipo,
tejidos a lana o cosidos con fieltro,
hechos de piedras y cristales
recogidos de la orilla de una playa.
Sobre ellos pende de un hilo
un corazón grande
construido con restos de hebras
rosas, rojos y azules.

De vez en cuando desgarrando
el silencio,
irrumpe atronador el motor de un vehículo
y, al regresar la calma,
una voz anónima transita la calle
hablando por teléfono.
A lo lejos se oyen las campanas de una iglesia,
pronto sonaran las de este campanario cercano.
Entrarán de lleno en esta densa soledad y paz
advirtiendo de un tiempo que se fuga
con estos destellos.

Es la soledad

 Es la soledad más estricta,
más diplomática, más conceptual.
Es la soledad indomable,
insaciable, indivisible,
multiplicada.
Es la soledad única,
abandonada, aislada, extraña,
singular.
Es la soledad deudora,
tramposa, farsante, desleal, impostora,
hipócrita.
Es la soledad perturbada,
catastrófica, aborrecible,
calamitosa, dolorosa.
Es la soledad compañera
inseparable, auténtica depredadora
insaciable, obsesiva.
Es la soledad calculadora,
lastimera, postergadora.
Ata, aniquila, araña,
envuelve, somete, muerde.
Es soledad rota, esparcida,
suelta y salva
porque a solas se atormenta,
se seca sin tu compañía,
perdida en la holgura del silencio
y el vacío de la estancia.
Soledad es sol y su temporalidad
enigmática,
imperativo verbalizado
y palabra sustantivada.

Los años nos vencen

 Los años nos vencen
como el viento al tronco.
No volveremos a ser los mismos
después de cada primavera
y de cada invierno.
No somos los mismos después
de tantos soles y noches.

Nunca seremos los mismos.

Aunque no tuvo suerte

 Aunque no tuvo suerte,
 se sintió afortunada.
Ella es vacío y soledad de océano.
Quiso ser libre para el gozo
y fue cárcel de silencio.
En el lecho, cuando sus dedos la rozan,
siente que aún no está muerta.
Como reto con la muerte, saber si sigue viva
aunque  la rodean brazos que callan
y el frío se instala entre las sábanas.

Ella abrió la jaula
echó los sueños a volar.

Por estas calles desiertas de densos muros

Por estas calles desiertas de densos muros,
corren los sonidos y reverberan
burbujas que explotan de golpe.
Estallan contra la piedra dura
con toda su rabia,
desparraman su fragor
en avalanchas.
Hay sonidos groseros
de motores y máquinas
que rompen el natural encanto
del silencio que ronda solitario
por las acostumbradas horas.

Las palabras forman una danza.
A ratos no llevan el compás
y a ratos, van tan apretados esos bailarines,
que no se distingue uno de otro.
Alguno sale del runrún
y lleva su ritmo aparte,
junta los pasos y compone,
con los sueltos fonemas ,
un movimiento claro y definido.
Apenas una o dos palabras saltan
de puntillas fuera del corro,
sin llegar a hacer una frase completa
ni saber qué dicen.
No son ecos que se vayan extinguiendo
con el tiempo, más bien
se agolpan en una sola nota,
agua que sale de un caño,
fuente que no siempre es arrullo
para la calma.
Una gota sale salpicada
y deja la huella húmeda sobre el suelo.
Pronto se seca y abandona la boca
para ser olvido en el aire.
Agradables risas y parloteo,
torpe vocabulario inocente de críos,
son hebras de una trama de colores suaves.

A veces son gritos que asustan,
gones fuertes de campanas
golpeando sus úvulas contra el bronce
y el alma se contagia de su gozo o pena,
según sea repique alegre de boda
o triste clamor de muerte.

Soy figura que cruza por detrás

 Soy figura que cruza por detrás
de Narciso y ve su espalda,
mientras él se recrea en su rostro.
Nadie llega a conocerse
y no se sabe de uno por el otro.
Pasajeros de un tren,
vemos en el cristal de la ventanilla
la sombra del que va
en el asiento de al lado.
Somos perfiles deformes
de una luz que nos entra
de soslayo, guardando silencios
con un lenguaje secreto.

Cuánto dura este árbol

 ¡Cuánto dura este árbol
sembrado en tierra tan poco fértil!
Miro cómo luce aún en sus ramas hojas verdes.
Se agrieta su corteza,
aunque no vierte el ámbar de sufrimiento.
Quizá ya rondará por sus raíces
y corran por su savia
las larvas mordiendo muerte.
Puede que su tronco siga firme
y su copa esté cubierta de otoños.
Saborea las bondades del cielo,
se distrae con pajarillos y nubes.
Entregado a sus caprichos,
resiste sus contratiempo.
Disfruta bajo el sol de su propia sombra
y, tras la lluvia amable y dulce,
hay destellos de frescura
en su vejez incipiente.
Trazan los días líneas profundas,
como su nervadura sobre el envés,
llevan la sabiduría de sus vivencias.

Cuando se ciñe la oscuridad

 Cuando se ciñe la oscuridad
de la noche al alma,
cómo no buscar alguna estrella
en su firmamento
que, generosa, nos conceda
el fulgor de su brillo,
aunque solo sea rastro de muerte
y seguir siendo luz
en otro cuerpo difunto.