Esta torre está firme,
aunque su veleta gire
de oeste a sur,
de este a norte.
¿Por qué permitir que tan noble edificio
se tambalee a su capricho?
Es tronco agarrado
con fuerza a tierra,
aunque sufre la ira de huracanes.
Da fresca sombra frente a un ardiente sol
guardián de horas,
refugio de pájaros.
Brillan cristalinas sus tejas,
sueña en el sosiego
de las tardes entre melodías
de trinos y vuelos de aves.
No tiemblan sus muros en la noche
con el ulular de las lechuzas
y es solemne figura
sobre su oscuro firmamento.
Hay días, horas, instantes,
donde las brumas se despejan
y esas nubes se marchan
perdidas en la lejanía por otros senderos.
Fluye en el aire aroma a hierba fresca
y la piedra desprende su penetrante
fragancia con una carnalidad impropia.
Erguida la atalaya no la inclina el viento,
su corazón alberga los dulces ecos de campanas
y su curvada silueta desvía
las rachas y turbonadas violentas.
Solo hieren su sustancia
las saetas del tiempo,
horadada por la tenaz gota de las horas.
Esta torre está firme
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