Gracias por ofrecerme cada día este paisaje,
tu semblante siempre sublime,
lleno de luz o de sombras.
Tus perfiles recios me entregaban
la dicha de un tiempo perpetuo.
No hay dureza en tu piedra,
sino la blandura de todas las almas
que navegaron a través del tiempo
por este océano azul,
oscurecido, a veces, por tormentas
y cubiertas noches con estelas de lunas.
Gracias por acompañar mis soledades
y otorgarle a mi mirada
la anchura de un horizonte
más allá de los límites de mis ojos
y alimentar la sensual sintonía
de un renacer a cada instante.
Gracias por escuchar mis llantos
y mis quejas,
tener simplemente tu abrazo
para sentir sobre tu pecho
el palpitar de la existencia.
Gracias, llevaré en mi corazón
y sobre mi piel,
entre las ruinas de mi memoria,
tu silueta,
la elegancia de tus formas,
tu ceñido talle y rotundo cimbreo,
la cadencia de tus pasos cotidianos,
el ritmo de tus minutos,
el bullicio de tus calles y sus silencios.
Brotarán sus flores en venideras primaveras
por otros jardines y valles
donde soñar con el perfume de sus pétalos
en la fresca fragancia de otros mañanas.
Gracias, por el rumor de tu fuente,
los vuelos de tus pájaros,
la algarabía de tus campanas,
tu porte vetusto,
el encanto de tu rostro.
Gracias por las voces prestadas,
los pasos anónimos,
las risas esparcidas como papelillos al aire.
Penetraron tus ecos por mi ventana,
bañaban la mugre de los juicios,
el lastimero cansancio,
la herida de la monotonía,
con destellos de albedrío y encantamiento.
Gracias porque observabas mi baile,
mi ensalzado canto solitario,
mi locura y mis miedos.
Dejabas las sombras en reposo
y encendías la llama de la esperanza.
Gracias, no diré siempre te recordaré,
porque traicionan los propósitos
y muerden gusanos este firme esqueleto.
Guardaré cada golfo y cabo de tus contornos
y el relieve de tu anatomía.
Si, abandonados a mi torpeza,
logran escabullirse por los resquicios,
quedarán ocultos tantos detalles,
borradas tantas líneas rectas y curvas,
aunque anhelo que mi consciencia
retenga la belleza impalpable y duradera,
esta que atraviesa mi ser y me hechiza.
Un trozo de tu cielo bastaba
para salir de la torcida cordura
y saborear los desvíos infinitos
sin las trabas de este cuerpo.
Mas, no siento tristeza en la despedida,
sino amorosa ternura por tu regalo.
No voy sola, camino abrazada
con fuerte lazo a otro cuerpo,
para seguir
por estos senderos recónditos de la vida
hasta encontrar la tierra
que acoja mis despojos.
Gracias por ofrecerme cada día este paisaje
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