Abrumado va el corazón

 Abrumado va el corazón
por esas callejuelas retorcidas,
perdido, sin plano,
con los ojos llenos de sospechas:
la cortina que se desliza sutil
desde una esquina de la ventana,
los pasos que se oyen
sin saber por dónde vienen,
el cuerpo que quizá se oculta 
tras aquella puerta.
La cabeza lleva sus pensamientos,
prisioneros de un enemigo 
que se esconde 
en la transparencia del aire.

Ardía un fuego en ese bosque 
y bastó para apagarlo 
el manantial claro de rutinas de aves,
la perfección de un cielo azul 
navegado por veleros de nubes 
de algodón de azúcar.
La hiel de la boca se borró
con su dulce esencia.
Encendió en el ánimo
la viva llama de la calma.
Ese que llevaba la mirada esquiva,
sumido en la locura
de malos presagios,
repite un eco:
nada pasa, nada pasa.

Los miedos son como esta sombra
fina y alargada, 
línea trazada en el blanco lienzo,
pegada y sumisa al muro, 
atemorizada por su fortaleza.
Confía en la benevolencia de estos instantes
y piensa: ¿acaso no será refugio fresco 
cuando este sol apriete?
Son nuestras tinieblas ceñida cuerda 
al cuello del ahorcado
que espera la gracia del indulto.

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