Uno hereda de sus padres,
aun no queriendo, esas cosas defectuosas
a las que les unía mucho apego.
Son pertenencias que te incomodan
y escondes en un sótano
o sobre el armario.
Le soplas el polvo como el que se desprende
de lo que no es suyo,
pero dejan su rastro en la palma
de tu mano diestra,
esa que dirige tus pasos
por el mismo camino.
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