Se han impregnado mis retinas
de este horizonte
que espero no borre el olvido.
El faldón sur del tejado
de una iglesia gótica con reminiscencias
románicas y árabes.
Todas sus tejas son ocres
y cubiertas de musgo.
Florecillas silvestres se mimetizan
entre sus hendiduras.
El polvo y el viento,
las lluvias y la fuerza del sol
las van oscureciendo poco a poco.
Cada vez su color es más pardo,
aunque brilla su cumbre
con los rayos de la luna
y por las mañanas de invierno
sigue el sol el rastro nacarado
del relente que dejó la noche.
No me canso de mirar este paisaje.
Aunque parezca rutina de días,
siempre me sorprende con otro regalo.
En la madrugada,
bajo el silencio solemne del cosmos,
en la oscuridad salpicada de estrellas,
se dibuja su sacra silueta,
apenas iluminada por tibias farolas
de una calle solitaria.
Parecen hablar sus muros
de secretos de un tiempo eterno.
La torre del campanario es vigía alerta
al abismo del cielo.
Recortada sobre la negrura,
es clandestina alcoba de aves.
Sobrecoge toda su presencia
y, con sus cuatro puntos cardinales,
la vieja cruz de piedra
apunta firme a lo inconmensurable.
En los atardeceres rondan y reposan
por su ondulado camino
mirlos y algún cernícalo.
Alguna paloma se posa
sobre la punta alta de la cruz,
como una esfinge
Se hace parte de su materia pétrea,
forma una única sustancia,
con ese fondo azul profundo.
Hay un palpitar de horas
que transforma la vida cotidiana.
Calla por momentos,
deja de sonar la dulce nana de un zureo
o el rítmico silbido de un mirlo.
* * *
No me cansa mirar este escenario.
A ratos lo abandono y, cuando regreso,
aquella paloma ya marchó
y las demás alzaron el vuelo,
dejaron estas sombras
en busca de otra luz.
Sobre una de las esquinas,
cobijadas en un recodo del alero,
hay dos tejas verdes esmaltadas.
Son las únicas tejas diferentes.
Se muestran desnudas ante mis ojos.
Puede que sea yo la elegida,
pues se oculta a las vecinas ventanas.
Amo este paisaje que abandonaré un día,
llevada en su reflejo por otros cauces.
Perdurará su volátil belleza,
la musicalidad de la vida,
las ritualizadas armonías
de saxofones, pianos y violines,
los acompasados trinos de la naturaleza,
baile de voces, danza de nubes y moscas,
brillo y mística celestial.
Cómo podemos decir
que este horizonte es un cuadro fijo.
Cómo pensar que estas piedras no hablan,
si a cada instante modifica su semblante
y su alma se transforma.
Guarda tanto su memoria,
que a poco que pongas el oído
¡te cuentan tanto!
En este fluir constante,
yo también me modifico,
cambio de fondo y figura.
Yo, que soy transeúnte sobre la nada,
voy vistiéndome con sus distintos ropajes.
Se han impregnado mis retinas
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