Somos mar,
un fondo donde enmudecen los días,
oxidados metales que pierden
el brillo de remotos calendarios.
Devueltos a la orilla vienen los recuerdos
entre nácares, conchas y algas
traídas desde lo más profundo.
Renacen mañanas con tesoros de siglos,
allí donde los peces no tienen sombras.
Las mareas alcanzan siempre la playa,
por el color de sus aguas se sabe
de inviernos y veranos.
Es su ánimo voluble,
manso y calmado espíritu,
iracundo y cruel su carácter.
Sobre la piel se refleja un esplendoroso sol,
lanzas de fuego que atraviesan su carne húmeda.
Lame la piel su brisa
y esculpe de sal las rocas.
Atizado por vientos amables y suaves,
venidos del sur, verdes y turquesas,
fríos y azulados del norte y de poniente.
Del este viene el genuino levante,
impar en sus medidas,
contrario en sus modos.
Sofoca y confunde la razón,
siembra fuego en la arena
y la aventa con rabia hacia el cielo.
Da tregua al bajar la marea
y vuelve al ataque en pleamar.
La luna traza una estela plateada
sobre su manto oscuro
y los rayos del sol se enredan en sus olas
entre hervores de espuma.
Mar infinito de tantos amaneceres y ocasos,
de nostálgica infancia
y melancólicos adioses.
Ya eras verso en esta tierra,
punto señalado en un viejo cuaderno de bitácora
antes de pisar la playa.
Ya se siente su carnal aroma.
Quedaron borradas las huellas
en nuestros olvidos
y guardadas por siempre
en el cofre de su memoria.
Somos mar
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