Poder guardarlo en la memoria

 Poder guardarlo en la memoria
como se retiene un paisaje
una canción, un objeto.
Devuelto en forma clara,
ayudado por una fotografía,
una melodía, la palabra impresa,
reconocer la textura suave y áspera
reaccionar al calor o al frío, a su peso.
¿Cómo recoger en tus manos 
el frágil material de los aromas?
Se recuerda la estructura levantada 
por los ojos, los trazos de los sonidos,
el dolor del fuego,
sin embargo, es propósito
atrapar ese olor indefinible,
esa sustancia etérea.
Ningún perfume logra superar
la fragancia de la rosa
ni retornar a la piel, 
más allá de evocar un huidizo sueño
que fácil se disuelve en el aire,
la destilada esencia
de dos cuerpos amándose.

Qué ramilletes de blancas florecillas

 Qué ramilletes de blancas florecillas 
adornan estos tejados,
particular jardín para mi mirada.
Esos que pasan por la calle
posan sus ojos en el asfalto
y, aunque se pongan de puntillas,
no tendrán el privilegio
de admirar este hermoso vergel.

Esta torre está firme

 Esta torre está firme, 
aunque su veleta gire
de oeste a sur,
de este a norte.
¿Por qué permitir que tan noble edificio 
se tambalee a su capricho?
Es tronco agarrado
con fuerza a tierra,
aunque sufre la ira de huracanes.
Da fresca sombra frente a un ardiente sol
guardián de horas,
refugio de pájaros.
Brillan cristalinas sus tejas,
sueña en el sosiego
de las tardes entre melodías
de trinos y vuelos de aves.
No tiemblan sus muros en la noche
con el ulular de las lechuzas
y es solemne figura 
sobre su oscuro firmamento.
Hay días, horas, instantes,
donde las brumas se despejan
y esas nubes se marchan
perdidas en la lejanía por otros senderos.
Fluye en el aire aroma a hierba fresca
y la piedra desprende su penetrante
fragancia con una carnalidad impropia.
Erguida la atalaya no la inclina el viento,
su corazón alberga los dulces ecos de campanas
y su curvada silueta desvía 
las rachas y turbonadas violentas.
Solo hieren su sustancia
las saetas del tiempo,
horadada por la tenaz gota de las horas.

Dadme un rincón donde abunden

 Dadme un rincón donde abunden
verde y agua transparente,
se alcen al cielo las ramas
de frondosos árboles,
florezca su prado en primavera
y me acompañen las horas
los trinos y vuelos de aves.
Al llegar el otoño se cubra su bosque
con un traje de hojas rojas y anaranjadas
y pise su alfombra crujiente
en mis paseos cotidianos.
En su amplio paisaje
la naturaleza siembre elogios.
Allí levantaré mi refugio,
una cabaña de madera y piedra
al abrigo de vientos y lluvias
de un frío invierno. 
Bajo un benévolo sol,
jugaré a ratos con las palabras
como hacen los niños con las  nubes, 
inventando un mundo 
de formas y sueños.

Abrumado va el corazón

 Abrumado va el corazón
por esas callejuelas retorcidas,
perdido, sin plano,
con los ojos llenos de sospechas:
la cortina que se desliza sutil
desde una esquina de la ventana,
los pasos que se oyen
sin saber por dónde vienen,
el cuerpo que quizá se oculta 
tras aquella puerta.
La cabeza lleva sus pensamientos,
prisioneros de un enemigo 
que se esconde 
en la transparencia del aire.

Ardía un fuego en ese bosque 
y bastó para apagarlo 
el manantial claro de rutinas de aves,
la perfección de un cielo azul 
navegado por veleros de nubes 
de algodón de azúcar.
La hiel de la boca se borró
con su dulce esencia.
Encendió en el ánimo
la viva llama de la calma.
Ese que llevaba la mirada esquiva,
sumido en la locura
de malos presagios,
repite un eco:
nada pasa, nada pasa.

Los miedos son como esta sombra
fina y alargada, 
línea trazada en el blanco lienzo,
pegada y sumisa al muro, 
atemorizada por su fortaleza.
Confía en la benevolencia de estos instantes
y piensa: ¿acaso no será refugio fresco 
cuando este sol apriete?
Son nuestras tinieblas ceñida cuerda 
al cuello del ahorcado
que espera la gracia del indulto.

Qué pena el olvido

 Qué pena el olvido 
de aquellos que quieren olvidar
para justificar su orgullo.

Qué triste aquellos que olvidan
sus recuerdos entre las sombras
sin remedio.

Qué triste aquel que olvidó
todo lo recibido por lo poco
entregado.

Rondaban por los callejones

 Rondaban por los callejones
en la madrugada festiva
jóvenes ebrios de felicidad. 
Gritaban eufóricos en el silencio
de la noche.
Han salido de sus madrigueras
estas crías salvajes
con el corazón agitado 
y ansias de placeres.
Rugen sus vientres hambrientos
ávidos de manjares.
Clavan sus uñas sobre los relojes
arrancando las agujas
sin rendirse al agotamiento.
Desvelan a los durmientes
que por otros territorios andaban
con sus sufrimientos y alegrías.

Ten cuidado con él

 Ten cuidado con él,
te mira de reojo.
No le gusta que nadie
le desafíe
y puede atacarte
por cualquier flanco.
Vigila tus murallas y tus torreones,
gira tu cintura al torcer la esquina
para ver si viene.
Vuelve la espalda ante
la intuición de que alguien
te persigue.
Ataca con violencia y alevosía,
te coge a contrapié
cuando te ve más desamparada.
Es verdad que su fuerza es grande,
que su cuerpo transpira ira,
que pocas veces actúa con benevolencia.
Advierte a veces, pero también castiga.
Te recomiendo que no te confíes,
saltará de improviso
en cualquier momento.
Como un gato que te observa
desde el muro,
se echará sobre tus hombros
te arañará la cara
y luego huirá por un callejón estrecho,
como un cobarde,
sin darte la opción de revancha.
Maltrecha, te curarás de las heridas,
mas, habrá dejado en tu ánimo
su veneno que irá labrando su nido.
No tengas ojitos aviesos con él,
llega mejor a un acuerdo.
Ya se sabe que con los enemigos
mejor siempre mirarlos de frente.
Y recuerda, tiene experiencia
de millones de años,
mientras tú, para sus armas,
eres un recién nacido.
Cierto que matar a cañonazos
moscas es estúpido,
no sea esta la razón de tu estrategia,
ni te ciegue la euforia del éxito,
trata al necio con su ignorancia,
y que prevalezca tu inteligencia.
Al  miedo, dale el espacio justito.

El viajero quiere beber

 El viajero quiere beber
de estos contornos por donde pernoctó 
y recuperar fuerzas
antes de proseguir su camino.
Lleva en las manos partículas
de sus muros y en sus plantas 
polvo de las piedras.
En sus oídos resuenan sus voces
y respira su alma la paz de sus silencios.
Recorrió laberintos de calles,
descansó en sus plazas,
se impregnó de sus aromas 
y le cautivó su cielo luminoso.
Por su paisaje transita su mirada 
con la gula del hambriento
que sabe le faltará mañana este manjar.
Para el viajero marcharán los días 
con cierta parsimonia,
empujado ya por el deseo de vagar.
El viajero prepara su ida con brillo
en los ojos y con el corazón templado
del que nada espera y todo
con agrado recibe.

Se dirigen los pasos al arrullo de su eco

 Se dirigen los pasos al arrullo de su eco.
Rumor de fuente y aroma de azahar,
revoloteo de palomas que bajan a beber 
desde los tejados y se ocultan
entre las ramas de los naranjos.
La luminosa primavera
enciende una tierna llama
en los corazones
y brota por los poros
el brillo de la alegría.
Después del ruido de voces
y el deambular de gente,
la plaza queda sosegada
y deja brotar su canto en el silencio
acompañada de trinos de aves.
Su melena transparente
se mece con la brisa
y sobre el brocal de piedra
saltan como críos en un charco 
los cristales de sus gotas. 
En su pila flotan como barquitos
las hojas caídas,
a la deriva llevada   
por las olas de sus ondas.

¡Calle el mundo y escuche
de sus labios jugosos
las palabras sabias!
Fuente de agua clara,
canción de cuna que duerma
la niña inquieta de las horas
y despierte un tiempo eterno.

Esta noche clara por donde pasean

 Esta noche clara por donde pasean
gruesas nubes,
olas que derriban la naciente luna
y dejan su claridad de espejo,
intenso fulgor sobre su fondo oscuro.
El cielo, majestuoso, 
rodea los edificios y cae sobre las calles 
su abrumadora grandeza.
Bajo un silencio solemne
solo se escucha el continuo golpear
de las gotas de lluvia,
pausadas y furtivas,
humedecen estos muros y piedras,
destila en su alambique pétreo
la fragancia salina de un mar lejano.
De vez en cuando se escuchan
las cadenas de un mástil
como campanillas de monaguillo.
Ni un paso por la calle suena,
ni vuelo de vencejos y palomas,
solo una lechuza blanca
cruza por delante 
camino de su refugio
entre las ramas de un árbol.
Calma y soledad se respiran
en la abrumadora densidad de plomo,
el insomne siente confianza y temor
bajo el peso del universo.
Observa sus labios sellados,
su enigmática mirada,
la blanca tez de la luna
que a ratos desaparece
y deja reposado su blanco velo 
sobre la bruma.
El centinela abandona su torre vigía
y regresa al amparo
del cálido cobijo de su lecho.
Tras las ventanas a oscuras
el mundo duerme.

La delicada cometa de colores y espejismos

 La delicada cometa de colores y espejismos
llevada de la mano de una niña ilusionada.
Olvidar los cimientos duros
para saltar sobre la blanda nube.
Procurar la eternidad de la palabra pura
buscar entre sus archivos remotos
el brote, la yema de la nueva mata
y saltar de alegría sobre su prado verde.

Gracias por ofrecerme cada día este paisaje

 Gracias por ofrecerme cada día este paisaje,
tu semblante siempre sublime,
lleno de luz o de sombras.
Tus perfiles recios me entregaban
la dicha de un tiempo perpetuo.
No hay dureza en tu piedra,
sino la blandura de todas las almas
que navegaron a través del tiempo
por este océano azul, 
oscurecido, a veces, por tormentas 
y cubiertas noches con estelas de lunas.

Gracias por acompañar mis soledades
y otorgarle a mi mirada
la anchura de un horizonte
más allá de los límites de mis ojos
y alimentar la sensual sintonía
de un renacer a cada instante.
Gracias por escuchar mis llantos
y mis quejas,
tener simplemente tu abrazo
para sentir sobre tu pecho
el palpitar de la existencia.

Gracias, llevaré en mi corazón 
y sobre mi piel,
entre las ruinas de mi memoria,
tu silueta, 
la elegancia de tus formas,
tu ceñido talle y rotundo cimbreo,
la cadencia de tus pasos cotidianos,
el ritmo de tus minutos,
el bullicio de tus calles y sus silencios.
Brotarán sus flores en venideras primaveras
por otros jardines y valles 
donde soñar con el perfume de sus pétalos
en la fresca fragancia de otros mañanas.

Gracias, por el rumor de tu fuente,
los vuelos de tus pájaros,
la algarabía de tus campanas,
tu porte vetusto,
el encanto de tu rostro.

Gracias por las voces prestadas,
los pasos anónimos,
las risas esparcidas como papelillos al aire.
Penetraron tus ecos por mi ventana,
bañaban la mugre de los juicios, 
el lastimero cansancio, 
la herida de la monotonía,
con destellos de albedrío y encantamiento.

Gracias porque observabas mi baile,
mi ensalzado canto solitario, 
mi locura y mis miedos.
Dejabas las sombras en reposo
y encendías la llama de la esperanza.

Gracias, no diré siempre te recordaré,
porque traicionan los propósitos
y muerden gusanos este firme esqueleto.
Guardaré cada golfo y cabo de tus contornos
y el relieve de tu anatomía.
Si, abandonados a mi torpeza,
logran escabullirse por los resquicios,
quedarán ocultos tantos detalles,
borradas tantas líneas rectas y curvas,
aunque anhelo que mi consciencia
retenga la belleza impalpable y duradera,
esta que atraviesa mi ser y me hechiza.
Un trozo de tu cielo bastaba 
para salir de la torcida cordura 
y saborear los desvíos infinitos
sin las trabas de este cuerpo.

Mas, no siento tristeza en la despedida,
sino amorosa ternura por tu regalo.
No voy sola, camino abrazada  
con fuerte lazo a otro cuerpo,
para seguir
por estos senderos recónditos de la vida
hasta encontrar la tierra
que acoja mis despojos.

Estos muros, reliquias de aquella muralla

Estos muros,
reliquias de aquella muralla,
tienen un caño que vierte a una alberca 
agua transparente
que se hace lodo en su fondo.
Nadan en monotonía unas carpas 
naranjas y grises,
desasosiego de días sin río.
Hay unos cipreses
a cada lado del arco de entrada,
abrazan el muro sus ramillas verdeoscuras
y buscan nido por las dentelladas 
que el viento y la lluvia
hollaron en la piedra.

Qué rey desahucia a otro del palacio

 Qué rey desahucia a otro del palacio
para hacer su reino,
y qué plebeyos podrán conquistarlo
cuando echen al soberano y a todo su séquito.
De qué chabola se desalojará al pobre
que venga el rico a ocuparla.
Qué Dios expulsará a otro Dios del templo,
qué hombres se apropiarán de su nombre
y crearán su propia gloria 
a costa de imponer a los demás 
un infierno.

No existe redondez en la línea recta

 No existe redondez en la línea recta, 
inalcanzable es el cero absoluto,
imposible sacar conclusión
de un argumento secreto,  
la irresoluble ecuación única.

Como el sol que hace crecer

 Como el sol que hace crecer
el árbol y lo seca,
reverdece el campo
y convierte la fresca espiga
de trigo en paja.
Ese sol que resplandece en el día
se marcha cada atardecer
y nos entrega la noche.
Es el mismo sol que alumbra
nuestros corazones y los ciega,
abrasa el alma y la aturde 
y a la carne hierve y enfría.
Como este sol que contiene 
luz y oscuridad,
calidez de brasas y violenta llama,
vida y muerte transitan,
así se envuelve el misterio
de templanza y locura.

Son susurros de pasos que se presienten,
intuición de sombras que se adelantan.
Nunca muestra el cuerpo original
su sustancia y su trayecto.
Nuestras certezas tienen dobleces,
engaños de formas,
porque el sol que brilla 
sobre nuestras cabezas
es amago de claridad 
que pronto se apaga.

Intento bailar con estas moscas

 

Intento bailar con estas moscas, pero ellas me ganan en coreografía y no hay forma de seguirlas. Son nueve o diez, me cuesta contarlas con esos movimientos tan rápidos. Me cuelo en el centro de la troupe y se apartan para otro lado. Nada quieren con este cuerpo denso y pesado desprovisto de alas. Así que mejor las observo en sus sinuosos y armoniosos giros.

Estas moscas de primavera son menos impertinentes que sus familiares del verano. Se instalan en tu casa y se hacen las dueñas del  territorio. Hasta llegar el invierno no se marchan y se refugian por grietas y rincones, sobre altos de armarios, para protegerse de la lluvia y el frío que teje escarcha en sus etéreas membranas. Esas son un tormento, nos desquician, nos quitan el reposo, se apoderan de nuestro hábitat y tocan nuestras cosas con sus manos sucias y sus lenguas largas. No sé qué les entra por el cuerpo que les hierve la sangre y se vuelven tan odiosas. Provocan en la persona pacífica un instinto criminal  que emprende contra su enjambre una contienda sangrienta.

Ah, pero míralas, estas van a lo suyo, entran por la ventana sin pedir permiso, entregadas a su danza mística, cada una en un punto vacuo sin rozarse una con la otra. Qué bella sincronía en su balanceo, dibujan una nube en el aire con un patrón exacto. No buscan posarse sobre nada ni tocar las narices a nadie. Bailan sin alboroto, no como aquellas  que, con su penetrante zumbido, te vuelven loca.

Hoy, aunque anda compungido el sol con estas orondas nubes que le quitan brillo, sienten su calor y salen a divertirse. Baile de salón al son de una música inaudible, sale y entra este júbilo de moscas hasta caer la tarde y llegar el ocaso. Entonces, entre sus sombras desaparecen. Alguna despistada se queda y echa la noche sobre el cristal  de la ventana cerrada, en el borde de una repisa, sobre la pared o un libro. Tal vez, una se muestre con ganas de fiesta y ronde la luz de una lámpara.

No hay que temer por nuestros sueños te dejarán dormir en paz.

Ser punto invisible en el vacío

 Ser punto invisible en el vacío,
reconocerse ajeno a vanidades.
Sea solo el aliento imprescindible
para saber que uno existe.
Mas, en la soledad,
¿cómo asegurar sin sospechas
que uno está vivo?

Es como caminar rodeada de árboles

Es como caminar rodeada de árboles
y temer que detrás de sus troncos
se oculten enemigos.
Te asusta su sombra que no ofrece
los detalles claros de su rostro.
Es el miedo ante un ruido,
el crujir de tus propios pasos
te sobrecoge.
No es engaño ni tampoco puedes
decir que es cierto,
es la lejana línea del horizonte
cubierta de niebla
y no tranquiliza la luz del sol
que cuelga en el cielo.
Ella enigmática, sugerente,
provoca un palpito,
recelo en la mirada.
Anda con cautela, se dice.
No tienes indicios,
sin embargo, sientes su presencia
y no te relajas.
La confianza anda confusa,
te sientes inseguro,
la duda te atormenta.

Ella, extraña y misteriosa,
presentimiento de oscuridad,
la sospecha.

Cómo pudo saber del amor

 Cómo pudo saber del amor
si de su verbo
hizo palabra polisémica.
Dado por recompensa,
quitado por castigo,
medido en una escala de valor,
producto de intercambio,
modelo confrontado,
dolor y miedo.
Cuánta ausencia y soledad
en su pequeño mundo.
Sus torpes pasos sobre vacío,
dubitativo, inseguro, 
desoído reclamo,
inmerecido y condicional afecto.
Qué fácil errar en el camino,
tropezar con los árboles,
y, abrazado a sus troncos,
recibir la áspera corteza.
Cuando en el cielo oscuro
se apartan las nubes
y un brillante sol se muestra,
se le exige todo el calor
para aliviar tanto frío.
Ni una brecha en su estructura
podría soportar su terror al abismo.
Y confunde brazos con piernas,
huesos con vísceras,
a la voz murmurada
le pide el rotundo acento.
No cabe ningún interrogante,
cualquier fallo ortográfico,
por mínimo que fuese,
sería errata imperdonable,
el agravio a la promesa ,
el dedo en la llaga.
Te amo, le dijo,
y le sonó a eco repetido,
imperfecto trazo de un corazón
sobre su cristal turbio.

Llegaré a mil tal vez

 Llegaré a mil tal vez.
Llegaré a tu cuerpo bañado,
a tu voz angelical,
tu boca húmeda,
el rostro alegre del día,
el semblante calmado de la noche,
tu voz cantarina, risueña,
sensual y amorosa,
en el silencio.
Tu rumor es verdad murmurada.

Bajan de los tejados
las palomas
a beber de tu fresca agua.
Soñadora amante,
compañera del templo
en la perpendicular distancia.

Tu sencillez, tu figura sin arrogancia,
sin alardes de grandeza.
Cuánta belleza en el nácar de tus gotas,
en tu piedra labrada
que los siglos y las manos
desgastan y hacen grietas.

Sobre este fondo oscuro

 Sobre este fondo oscuro
de una noche de dulce primavera
se perfilan tras la ventana
los simples detalles de un paisaje, 
insinuados, indefinidos, 
muestran y ocultan la totalidad
de sus formas.
Aquí un muro iluminado,
arriba los trazos de una cruz,
abajo una cornisa de tejas
y más allá, unido en la distancia,
aunque separada por una calle,
la silueta esbelta y clara
de una chimenea sobre un impreciso tejado.
El todo está diluido entre estas sombras
y, sin embargo, ¡qué densidad de voces!
Una risa se suelta de una boca
y rueda por los espacios 
sin la razón de su revelo.

Aprendiendo con cada paso

 Aprendiendo con cada paso,
dejó roto el sueño de la inocencia.
Se coló subrepticio con las palabras
por las alegres primaveras y
tiñó de colores opacos la mirada.
Levantamos un universo árido
donde la sonrisa es triste,
donde aquellas fugaces lágrimas
lamían dulce las bocas.

Rodeada de extraños

 Rodeada de extraños,
¿qué quieres que haga?
Este es mi hogar, el que tú
ya no frecuentas.
No reconozco ni sus cuerpos
ni sus rostros,
acaso, la voz guarde la sintonía
de aquellas aguas de un nacido río.
Qué maldad reservará el tiempo
y sus calendarios
que amenazan con hacer distancia
del refugio.

Hubo un tiempo que la dama quiso

 Hubo un tiempo que la dama quiso
tener total ausencia del mundo,
la noche con sus blandas tinieblas,
su silencio solo roto por algún crujido,
las bocas tragando aire
y el aire espeso era un mullido colchón
donde caer muerta.
Mas, la mañana volvía
con su acostumbrada sonoridad,
limpia de brumas,
desayunada de los primeros rituales.
Ella, al volver al mundo,
sonreía por los trinos de pájaros,
pero temblaba con las voces.
Rompía el mármol de su tumba,
salía del pesado abrigo,
se aseguraba que la puerta
estuviera cerrada con llave,
dos vueltas,
y no descorría las cortinas
para no dar señales de existencia.

Esta marea de voces, rumor de olas

 Esta marea de voces, rumor de olas,
en este océano cubierto de náufragos.
Qué isla encontrarán en su lucha
contra la intemperie.

Y si tuviéramos un reloj parado

 Y si tuviéramos un reloj parado,
marcando una hora fija,
el día sería una fracción diferente.
Si tuviéramos un calendario fijo
colgado de la pared de nuestra estancia,
el paso que lleváramos sería más lento.
Si nuestro ritmo fuera conducido por el viento
para avanzar como hojas secas
caídas de un árbol
o nubes extendidas por el cielo,
se habría forjado lo cotidiano en imprevisto.
Si nuestra medida del tiempo la marcara
el rodar de las olas calmadas o abruptas,
que llegan a la orilla para besarla
un instante y jugar con sus caracolas
o muerden con ira la roca
para volver a su útero,
todo sería un instante único.

Eso es la vida,
sin hacer divisible el infinito.


No te engañen los sentidos, corazón

 No te engañen los sentidos, corazón,
no existe ese tiempo
que tú creas y cuentas, restas y sumas.
Fallas en los cálculos si crees
en las agujas del reloj,
cuadras las estaciones sobre un almanaque
y controlas las órbitas de los planetas.
Sueñas si piensas que vas o vienes,
si llegas o te marchas.
Ay, corazón que nada entiende,
mantén con brillo el germen que habita
tu sagrario y por tu carne y sangre
fluya incorpórea su gracia.
Es aquello que permanece al romper
las vestiduras que nos cubren,
la semilla sin cáscara ni falsas apariencias.
Mira ese instante de fulgor,
destello que se intuye sobre una teja,
está
porque le penetra un rayo de sol,
si te mueves un solo centímetro,
desaparece ante tus ojos.
Acaso, ¿podrás tener la certeza
de esos traidores que juegan
con la luz y la sombra?
Ven, corazón, a sentir
en cada partícula de tu ser
ese bendito germen.
Cuida de esa joya,
que nada la oscurezca,
ni siquiera nuestra obstinada obsesión
por la medida de las cosas.
No te importen los reflejos
de un rostro que envejece,
solo son engaños de este mundo.
Ni busques por ningún lugar tangible
ese hermoso regalo que te contiene.
El fuego eterno lo oculta
                                        bajo su amparo.

Qué cándido cielo ha venido

 Qué cándido cielo ha venido
tras las lluvias
a vestir este horizonte,
inocente preludio de lecho carnal.
Ya promete lujuria su graciosa figura,
el andar contoneante y la mirada llena de luz
de esta primavera.

Sin remedio, caerá seducida
en los brazos del ardiente estío,
entregará su virginal verdor
para arder paja entre sus llamas.