Qué diría aquella niña

 Qué diría aquella niña
de toda esta sensación.
Tal vez, del bullir de sentires
en su cabeza
no encontraría más palabra
que dolor, bruma o vacío.
Como el dolor no es definible,
la bruma es oscura
y el vacío tan grande,
lo expresaría con juegos o llantos.
En su imaginación tendría
la imagen de una lavadora
con las prendas girando con fuerza
en el centrifugado
sin distinguirse unas de otras,
solo un bulto apretado y húmedo
escurriendo agua por los agujeros,
como su nariz respirando agitada
o su boca llena de angustia.
Podrían ser también las ruedas
de un coche que corre veloz
dando vueltas sin parar.
Y, retumbando en sus oídos,
los golpes de cuerda
sobre las losas del patio
al saltar y enredarse los pies
en un nudo.
Una eterna lucha sin tregua ni paz
en solitario
en el territorio hostil de su mente.
Aquella niña no encontraría las palabras
con tan corto diccionario,
archivaría para un futuro
en ficheros de cartón y por orden alfabético
las lágrimas acumuladas:
por la c, las del corazón y la carne;
por la d, las de derrotas;
por la r, las reprimidas;
por la s, las silenciadas;
por la a, solo las amargas por ser muchas.
Y, en cajón aparte, las descartadas
las dulces por ser pocas
y las sin sentido, confusas y olvidadas
por no saber definirlas.

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