Son agujas de un reloj

Son agujas de un reloj
sobre las sábanas,
marcando las once y veinticinco
de una mañana cualquiera.
Del centro de esta esfera cálida,
hacia abajo, dintel, pilar y zócalo,
hacia arriba, cúpula, altar y sagrario.
Se retira de los ojos la licuada oscuridad,
atravesada por rayos fieros,
que dan calor allí donde se posan
y muerte donde la sombra los cubre.
Sobre un cielo azul claro,
océano para veleros de nubes,
el frío invernal se cuela hasta los huesos
y muerde hasta el espíritu.
Un helado suspiro se ha congelado
antes de salir por la boca.
El corazón ha tomado el aire
y lleva por su cauce esta pura savia,
roja sangre que riega este árbol
por sus purpúreos capilares,
desde las raíces al tronco,
hasta sus ramas.
No sabe el cuerpo qué siente ,
ni qué le pasa,
por qué su hálito se resiste
a reverdecer en este invierno.
Caen mustias sus hojas,
tiemblan,
no sabe si de frío o pavor.

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