Perplejos los ojos no entienden

 Perplejos los ojos no entienden
qué justifica la injusticia
por más que el dolor
purifique al espíritu
con recompensa de goce eterno
un cielo aquí en la tierra
a pesar de todos nuestros pesares.
Vivimos agarrados a este clavo
que arde,
quemándonos  las manos
su infierno.

No habrá palabra verdadera,
ni verbo hecho carne que nos salve.
La promesa del premio está
en el abandonarse
al amor de un Dios que nos pide
obediencia, olvido de los sentidos
y humillada razón a una fe ciega.
Bienaventurada esa mente
que al menos alcanza el consuelo
de un sueño, de una mentira,
de una revelación que transmuta
en alma y trasciende
la carne para rozar quizá,
la superficie acotada que es la vida
y vislumbrar el divino abismo
que le rodea

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