Da sus últimos pasos un año,

 Da sus últimos pasos un año,
ese que, recién nacido,
ha pasado por todas las estaciones
y, cercano a su fin, no muestran sus días
mayor sabiduría que los pasados
si acaso, acumuladas experiencias
y sensaciones.
De la alquimia de los sucesos,
se destila su esencia
para quizá extraer el puro mineral
del conocimiento,
el odre donde se conserva el buen vino,
y que hable la verdad  
tras esas sombras de ilusiones y engaños.

Los años, empedernidos tahúres,
echan sus cartas sobre el tapete
de los días.
Ganaron y perdieron las apuestas,
llenaron sus pupilas de avidez
y cubrieron sus párpados de insomnio.
Todo empeño depositado en un azar
mucho más experto que cualquier perspicacia.
Uno tras otro se suceden en su ronda
como si fueran un absorto ritual,
ya manido y viciado,
siempre con la esperanza puesta
en la partida próxima,
perfeccionando sus estrategias
haciéndose más hábil para el disimulo
y la mentira.

Una vida es un parto múltiple,
en sus criaturas buscamos algún parecido.
En sus distintos rostros distinguimos
qué traen de su madre o de su padre.
Tal vez nos recuerden de cada uno
los ojos de un tío crápula,
la boca de aquella prima soltera,
la nariz del abuelo,
de la abuela esa frente ancha.
Un no sé qué nos recuerda
ese algo indefinible,
de extraña mezcolanza,
entre tristeza y miedo,
esa mirado del viejo antepasado
en aquel retrato gris y blanco.
Cuánto guarda esa imagen desgastada
y comida de polillas
que cuelga olvidada y, sin embargo,
siempre presente,
de una alcayata
en un rincón a oscuras.

Termina un año, comienza otro,
sin percatarnos que son horas sumadas
a un recorrido continuo sin regreso,
solo de ida y sin mapa.
Arañados segundos a un tiempo fugaz
de un tiempo infinito.

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