Me echaste,
sabías que adoraba tus brazos de piedra.
Me echaste
o tal vez fui yo
quién no supo ver tras los tejados.
Me dejé abrumar por el secreto
al otro lado del tabique
de voces sin una historia.
El silencio y la soledad se agrandaban
como las malvas sombras
de los atardeceres.
Me echaste,
me fui,
ya nada importa.
Habrá que seguir donde el cuerpo
se asienta al fondo del vaso
como la sal mal disuelta.
Dejemos esta partida en tablas,
este reproche de espejos,
nos expulsamos
y, sin embargo,
cuánto te echo de menos.
¿Añoras quizá mi presencia?
¿Esta anodina masa que cruza la plaza en la noche?
¿Estas manos que acariciaban tu piedra?
Nunca volverá ese horizonte,
serán otras distancias,
otras miradas
y tanto vacío de un amor
que se abandona.
Me echaste
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