Cualquier argumento nos vale
para entender este confuso texto.
Sembramos la semilla de la palabra
del árbol de la razón y el juicio.
Después dejemos a la primavera
madurar sus frutos y nos quite
el hambre de conocer y el miedo a la duda.
Huellas perdidas en la lejanía
que dejan sobre el lienzo unos surcos
en blanco con código encriptado.
La sal del ancho océano del tiempo
que corre, vence días y caduca agendas,
empaña su transparencia.
Y la frágil, ingenua y tramposa memoria,
impulsando el pie de la voluntad,
saca del fondo oscuro
algo parecido a un sueño
que atrapa al desvelado
inventa, elimina o suma
para narrar el relato de su verdad.
En un proceso inverso
tratamos reconstruir la urdimbre
del tejido virgen
a partir de los hilos sueltos,
sin guía ni dibujo sobre un papel.
Partiendo del error del presente
o la perspectiva distorsionada,
movemos piezas deformes
sobre un tablero de cristal
con falsos reflejos.
Dibujan sombras chinescas
sobre la pantalla de la mente
simples imágenes oníricas,
y asustan sus sombras de gigantes
de un sombrío bosque,
elevados árboles que ocultan el río.
Nos llega su rumor pero no vemos su agua.
Persiste lo sustancial en este misterio
de renovado aspecto
creador y destructor de infinitas apariencias.
Esta entidad amorfa
que no ocupa espacio,
consistencia impalpable,
que fluye por una sospechada
eternidad.
Cualquier argumento nos vale
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