Un cielo azulado,
claro y diluido por un sol brillante,
sin nubes que lo adornen
ni vuelo de aves
que son comas realzando su bello texto.
Abajo, desde las verdes colinas,
se asienta en la tierra
la vida cotidiana,
salpicada de un rodar de motores,
perros que pasean a sus amos,
voces perdidas en la nada
de este invisible aire
envuelto en mágico misterio.
El lugar extraño al que pronto
se acomoda nuestra pupila,
reconoce sus partes
y las hace un todo definido y seguro.
Con rostro amigo,
con pie firme al suelo,
va descifrando incógnitas
hasta alcanzar un resultado
sin decimales sueltos,
esos que siempre
dejan correr hasta el infinito
las dudas y miedos.
Haces lectura de un relato
revelando las señales desconocidas,
para conocer la trama e intuir el desarrollo
sin grandes sorpresas en el desenlace.
Y sin embargo, en este mundo
todo es ajeno, imprevisible,
más enemigo, menos amable que en sueños.
Un señor que murmura a la espalda
es una amenaza indescifrable.
Entonces coges de la mano
al que a tu lado derecho siempre camina.
Retoma el ritmo armonioso el corazón
y avanza confiado el cuerpo.
Este mundo,
firmamento nublado,
se despeja y descorre su manto oscuro,
donde quedaban ocultas sus intenciones.
Abre la ventana al nuevo día,
con una certeza de horas que discurren
sin sobresaltos.
No olvides que van amarradas
con hilos tan frágiles
que fáciles se rompen y descuelgan su aguja
sobre el fondo de la esfera de metacrilato.
El tiempo queda en suspenso,
desaparece en un vacío,
sin sujetarse a las humanas leyes,
hundido en el último segundo,
ese que tan alegre llevaba
su paso bien marcado.
En esa densa bruma,
a brazadas sal a flote
y recobra el tic tac de tu cerebro,
el aliento en la boca,
devolviendo orden al caos.
Un cielo azulado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario