Cuánta espesura, qué enredo
de ramas, matojos y arbustos,
cuánto verdor ofrece esta tierra fértil.
A lo lejos, sobre un lecho de colinas
se extiende un manto de hierba,
generoso pasto de ovejas y vacas.
Cuánta belleza impenetrable,
¿cómo traspasar
esta barrera de abrazados árboles
que tejen una red sus frondosas hojas,
trampa para piernas y brazos?
Los troncos caídos hacen melaza
de podredumbre,
alimento para hongos, musgos
y trepadoras hiedras
que visten sus cortezas recias
con suave y mullido manto.
Imposible recorrer sin peligros ni obstáculos
esta promiscua flora,
preñado útero que vierte
sus semillas a la tierra.
Crece caótica y efervescente esta prole
levantando una maraña de un verdor intenso.
Por cada resquicio se escapa su lujuria,
sin respeto a la intimidad del otro,
lanzados al impúdico desenfreno.
No deja sendero al caminante,
obligado a luchar
contra una pétrea frontera.
Cuánta belleza en sus hechuras,
qué placer para los ojos
y qué inútil regalo si no se puede gozar
el manjar que ofrece.
El horizonte es un amurallado paisaje
que nos invita y a la vez nos niega
penetrar en su secreto.
Alimentó el deseo y protegió su virginidad
dejando en los labios la recompensa de sus mieles,
quimera de un loco que busca y no halla.
Creímos alcanzar la nube,
rozarla ya con el dedo
por el torpe truco
de entreabrir los párpados.
Cuánta espesura, qué enredo
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