Este rostro que se mira
dice ser tener lazos consanguíneos
y lo acepta con agrado,
como al familiar que viene
a nuestro convite,
acude a la cita siempre puntual,
celebra contigo las alegrías
y llora contigo las tristezas.
Este rostro asume un nombre,
un número, una descripción,
hasta la servidumbre de unos gestos
que extrae aprendidos de otros.
Descarta defectos y virtudes,
no quiere atributos que no le pertenezcan,
ya vengan con razones conscientes
o con inconsciencia esclava.
Este rostro ha transitado por estaciones,
fresca hierba de primavera
y paja en otoño.
Nunca fue flor ni árbol
que sobresaliera del conjunto
de un jardín o un bosque,
ni su aroma era exquisito,
ni su ramaje exuberante.
Hace tiempo que este rostro se deshace,
se borran sus contornos,
dibuja trazos de un remoto ayer
ya casi olvidado,
y se acostumbra a este presente,
a su corto horizonte,
frágil línea que retiene la memoria,
tierra labrada por siglos.
Este rostro que se mira
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