En este valle azul cielo,
comen hierba de vapor
un rebaño de borreguitos.
El viento del noreste es su pastor
y ladran las horas empujado
por el ocaso que ya llega,
conduciendo al refugio
bajo el manto negro de la noche.
En este valle azul cielo
Duele la vida de igual modo
Duele la vida de igual modo
que duelen los sueños,
el cuerpo igual se estremece.
Frente al ignoto cosmos,
se pierde toda la fe,
las creencias se diluyen
como sueños con otros sueños.
El ay que la boca exhala
no distingue de espacios.
La risa suena del mismo modo
al difundir su eco,
el puñal se clava,
la lluvia nos moja,
nos hundimos en un pozo oscuro
y la bestia nos persigue sin alcanzarnos.
El grito y el sollozo,
el gemido y el éxtasis,
tan ciertos como que Dios existe.
Somos durmientes en sueños.
Parece no pasar el tiempo
Parece no pasar el tiempo,
los días son charquitos de agua
de una lluvia somera
y se hacen en la distancia
inmenso océano.
Quedan perdidos a la vista
todos los barcos que zarparon
del muelle.
Es tan dulce esta lluvia
Es tan dulce esta lluvia
que no amedrenta a estas aves.
Sin miedo disfrutan de su vuelo
no carga peso en sus alas,
cruzan ligeras de un tejado a otro.
En mi voz no pongo exigencias
En mi voz no pongo exigencias,
de poco me vale,
ni reclamo derecho que no tengo.
De antemano espero lo que deba venir,
aunque el miedo con lo inevitable luche.
No hay aceptación sin valentía,
ni huida digna de cobardes,
tampoco sumisa obediencia.
Es diálogo desigual.
Mi boca lanza un hilo de voz
y los labios de un infinito lo recogen.
Ceñidos a esta realidad olvidamos
Ceñidos a esta realidad olvidamos
las alas del pensamiento.
La mente imagina, saca el arsenal
de conceptos y palabras
y con esa entropía crea
la armonía de los sueños.
Pasarán estos días amargos
Pasarán estos días amargos,
serán un recuerdo de noche.
Tendrán al principio definida forma,
se borrarán algunos fragmentos
de su triste narrativa
al pasar las hojas del calendario.
Desdibujadas sus líneas,
quedará el rastro de su huella,
residuos aferrados a las vísceras.
En la sangre llevará aún su sabor agrío,
rondarán la cabeza otros asuntos,
al menos, su daño no sea tan intenso.
Tal vez, haya un sol brillante
y llene sus destellos de promesas,
se guarden en las nubes las lágrimas,
para ser alimento de nuestras raíces.
Brotará una nueva fe en los días,
quizá encontremos un camino,
trazado con ramajes de sueños
con sombras solo de árboles.
Abandonemos estas tinieblas,
la lucha cruel contra una maleza indomable.
Confiemos en el cuidado de un Dios
y al amparo de sus ángeles.
Todas las pieles que me cubrieron
Todas las pieles que me cubrieron
han tejido la prenda que hoy me viste.
Lo malo no es la pérdida sino el olvido.
Ya no sufro porque el tiempo se escape
Ya no sufro porque el tiempo se escape,
sino que me alegro
de sus segundos regalados
y miro hacia el horizonte
sin pedirle mayor sol
que el que nos cubre.
Aumentas aquello que reprimes,
así que busco el simple deleite,
sin apego ni hartazgo, lo justo.
Lloré la ausencia irremediable
y lamentaba cómo corren los días,
hasta que me planté en el camino,
bajo la sombra de un árbol.
Al arrullo de los trinos de aves,
tomé un respiro para pensar
y sentí aliviados cuerpo y espíritu.
Aprendo en este peregrinaje
a valorar desde la distancia
el borroso paisaje abandonado.
Ahora desde esta colina alcanzo a ver
algunos de aquellos trechos,
me reconforta haberlos cruzado
y confío que aún llevo agua fresca
para seguir la senda brumosa del mañana,
sin saber los pasos que quedan
ni conocer las posibles sorpresas por venir.
Saber que no se llega a ningún lugar,
sino que todo es recorrido.
No soy una ilusa y sé que el cuerpo
va más cansado a medida que avanza.
Aprendo a llevar lo imprescindible,
poco basta para vivir
y esas pertenencias son ligeras,
las transportan el corazón y la mirada.
Al abrigo del amor,
tener pan y techo
y llevar el alma en paz.
Siempre hubo un ayer para el hombre
Siempre hubo un ayer para el hombre,
unas costumbres, unas leyes, una tradición,
unos antepasados que recordar.
Siempre hubo para el hombre
un dicho, un proverbio sabio que seguir,
un pasado que respetar.
Siempre hubo para el hombre
una mirada tan alejada de otros hombres
que parece nunca haber tenido un principio.
Nos dio la vida el dolor de la herida
Nos dio la vida el dolor de la herida,
el vacío de un deseo,
también el placer de lo logrado,
y la cicatriz para la llaga abierta.
Los placeres dejan en la lengua
el regusto dulce
minutos, días, horas, años.
Para este vivir me fueron concedidos
unos ojos por donde corren ríos
que dan consuelo cuando tengo sed
y garganta que grita un eco
de desahogo.
Bueno o malo todo es préstamo,
hasta la desgracia se toma su descanso.
Lanzado al escenario del despertar
Lanzado al escenario del despertar,
el personaje yace ahora en un lecho caliente,
descubre que fue una ilusión,
engaño de un soñar dormido.
Todo pierde el sentido que antes tenía,
nada tiene el valor otorgado,
ni los placeres, ni los peligros,
ni el llanto ni la risa.
Lo que dolió, rasgó las entrañas,
abrió en canal el cuerpo,
brotó la sangre y las vísceras.
Resulta que no hay en la piel
ni un rasguño,
palpamos y con un suspiro,
comprobamos que el cuerpo
no recibió perjuicio ni daño.
Del sufrimiento devuelto fue el alivio
de la alegría, obtuvo solo vacío e indiferencia.
Ahogado en la angustia, recobró el aliento.
Es por ello que dudan mis certezas,
sospechan lo que ven mis ojos
y cuestionan lo que oyen mis oídos.
Engañados van, manchados de lodo y mugre,
vestidos de gasas y sedas.
El miedo atado como sombra
a nuestros talones,
se agarra a la luz pasajera de los días
y en las noches regresa
a un universo de retazos que serán olvido.
Cuando me miro, veo a mi padre
Cuando me miro, veo a mi padre
en las líneas torcidas
sobre el trazo primigenio puro
y veo el rostro del tiempo,
sus pisadas sutiles que harán
el sendero de mi existencia.
Es un tiempo sin forma
ni número en un calendario.
Es la unidad de todos los instantes,
sus intervalos y el silencio
agazapado entre las notas.
La bruma de sus ayeres
enturbia la mirada,
reduce la sonrisa a una triste mueca,
deja su abandono
en cada espacio de tu ser
y alcanzas una torpe sabiduría
que sirve para bien poco.
Un consuelo quizá,
una calma sin ansias,
unos ojos que procuran
esquivar el engaño
detrás de las apariencias.
Si mis piernas frenan o corren
Si mis piernas frenan o corren,
será porque las tengo
y en ellas restaron flaquezas
ya desde el vientre.
Subiré ligera como una nube
o caeré como una piedra desde las alturas.
Será el viento que empuja en ambas direcciones,
trae o lleva a su antojo
una muchedumbre de cadáveres.
En paz me creía y hallé guerra en mis territorios
y cuando esperaba la luz, vino la oscuridad.
Biblia del Oso. Job [30, 26]
En paz me creía y hallé guerra en mis territorios.
Esperaba la compañía y encontré soledad,
Regalé mis fuerzas y me devolvieron con abatimiento.
Di consuelo y recibí olvido.
Sabía que no era yo mi dueño,
ni mi juez, ni protector de mis días.
Conocía la procedencia de los regalos,
obtuve premio sin merecer
y por merced me dieron castigo.
A nadie ni a nada podría culpar,
ni siquiera conmutar la pena
a menos años.
No son responsables tierra o cielo,
sino la vida que tiene contados
hasta los segundos
y el recorrido de nuestros pasos.
Su plan es desorden y abismo.
No pondré en mi boca ofensa,
ni exigiré justicia por unas razones
que ignoro.
Cuando escuece la herida,
si tengo a mano la cura, la pongo,
si falta la ayuda, que su mal no la gangrene.
Este espíritu vagabundo
Este espíritu vagabundo
acumula viejos enseres, inútiles
cáscaras de los frutos comidos.
Los días, aun repitiéndose
en su retahíla de semanas y años,
con imagen falsa de uniformidad,
se visten sin protocolo,
de oscuro o de color.
Y al quedar desnudo el cuerpo
ves el abismo de un hueco profundo
que traspasas de la mano y compañía
de una infinita soledad.
Entonces, por inercia, por cordura,
te asomas y lanzas tu voz,
por la simple necesidad
de ser devuelta por el eco.
Este rostro que se mira
Este rostro que se mira
dice ser tener lazos consanguíneos
y lo acepta con agrado,
como al familiar que viene
a nuestro convite,
acude a la cita siempre puntual,
celebra contigo las alegrías
y llora contigo las tristezas.
Este rostro asume un nombre,
un número, una descripción,
hasta la servidumbre de unos gestos
que extrae aprendidos de otros.
Descarta defectos y virtudes,
no quiere atributos que no le pertenezcan,
ya vengan con razones conscientes
o con inconsciencia esclava.
Este rostro ha transitado por estaciones,
fresca hierba de primavera
y paja en otoño.
Nunca fue flor ni árbol
que sobresaliera del conjunto
de un jardín o un bosque,
ni su aroma era exquisito,
ni su ramaje exuberante.
Hace tiempo que este rostro se deshace,
se borran sus contornos,
dibuja trazos de un remoto ayer
ya casi olvidado,
y se acostumbra a este presente,
a su corto horizonte,
frágil línea que retiene la memoria,
tierra labrada por siglos.
Cuánta bondad ofrece este paisaje
Cuánta bondad ofrece este paisaje
cuadro creado por un artista insigne.
Anhela el espíritu
ser pincelada de color
dentro de ese lienzo.
Fiel orden tiene el sueño
Fiel orden tiene el sueño,
camina derecho por una lúcida senda,
sin desconcierto,
por un territorio apocalíptico
en un tiempo sin medida.
Mientras los relojes avanzan,
se pierde el ser por laberintos.
No hay reglas ni modelos ,
sino símbolos.
Sigue con pasos etéreos
por el fluir de sus secuencias.
Sobrecogidos por miedos,
nadamos en un mar tempestuoso,
volamos por un cielo infinito.
La boca cerrada habla con palabras,
el manjar se saborea,
se escupe el sabor amargo,
se aceptan todos los perfiles romos
y aristas afiladas
con la misma convicción de lo inevitable.
Y responde el ánimo
a la emoción provocada.
Esa realidad que se muestra tan caótica
al diluirse la oscuridad en el alba,
cuando se descorren las cortinas
y aparece un sol naciente,
se desmorona, su figura se deshace.
Se abren los párpados,
se sacuden las pestañas
el polvo de la noche.
Fría queda la luz de la mesilla.
Y queda esta concubina desnuda,
cubierta por las sábanas,
a esperar en la penumbra su turno.
La frase que traíamos en la punta
de la lengua aún pegada a las babas,
rescatada del secreto universal ,
se expone ante el tribunal de la vigilia,
jura sobre la biblia su testimonio.
Mas, cuestionada por el fiscal,
velador de la ley de la auténtica existencia,
la acusa de vana, ridícula,
rayana a lo cómico,
sin coherencia ni validez,
incongruente, hueca.
Ea, ya viene por ahí
Ea, ya viene por ahí,
con su paso tranquilo
y su rostro pálido.
El vestido lleno de arrugas
de un apagado color.
No sé si será por el día
que hoy amaneció
con un aspecto grisáceo,
Viene sin paraguas,
humedecida por la fina lluvia que cae
de unas nubes benévolas.
El cielo tiene la claridad plateada
proyectada por el sol
que siempre vigila desde el firmamento.
No mira a la cara,
baja sus párpados hacia los pies.
De cerca se le intuye
una lágrima que sostiene
entre las pestañas y no sabe
si retenerla o dejar salir.
Ea, ya está aquí y se cuestiona
el corazón si esquivarla.
Palpita entre la duda,
le abre o no la puerta.
Escucha su latir cansado,
se entrega al silencio del día
lleno de sutiles ecos.
Tal vez, ahora que el astro
penetra perpendicular esta tierra,
le dé brillo a sus apagadas mejillas
alguna pavesa de su fuego.
Ea, se ha parado al lado
de un banco,
a ver si se sienta
y regresa por donde vino
esta sombra de tristeza.
Flotan sobre las aguas
transparentes del río
balsas de musgo verde,
pequeñas islas de ranas,
dibujando la perfecta orografía
agua, yerba y piedra.
Hace brillar en la mirada
Hace brillar en la mirada
la promesa de un sol en su vasto cielo,
traicionado por el resplandor
de infinitos espejos falsos
sobre un mar en calma.
Por qué el mundo borra
Por qué el mundo borra
la sonrisa cándida
del rostro libre de tinieblas,
de alborozadas mejillas
con brillo de un sol naciente.
Quién dispara al pecho
de la ingenua mirada
y sin rastro de sangre
abre profundas heridas.
Ni el aullido de un perro
en la silenciosa noche
nos hizo temer el presagio.
Por sus secretas callejuelas
se escondían lascivos ojos,
letanía de lamentos
balbuceos de borrachos
y la embaucada pasión
se dejaba llevar
por la luz de plata
de una hermosa luna llena.
De los tiernos labios
brotaron blandas sílabas,
melodía de fuente
que el tiempo y el uso
hicieron rodar las palabras como piedras.
A cada paso se adherían
a las suelas de los zapatos
piedras y lodo
y las amplias aceras
ceñidas quedaron por altos y recios edificios
cegando la clara luz del horizonte.
La sonrisa se hizo mueca
y por la piel fueron anidando
voraces arañas,
con sus diminutas bocas
roían lento y tenaz
la carne blanda
hasta llegar a la médula
y poner a resguardo sus huevos.
Cuánta espesura, qué enredo
Cuánta espesura, qué enredo
de ramas, matojos y arbustos,
cuánto verdor ofrece esta tierra fértil.
A lo lejos, sobre un lecho de colinas
se extiende un manto de hierba,
generoso pasto de ovejas y vacas.
Cuánta belleza impenetrable,
¿cómo traspasar
esta barrera de abrazados árboles
que tejen una red sus frondosas hojas,
trampa para piernas y brazos?
Los troncos caídos hacen melaza
de podredumbre,
alimento para hongos, musgos
y trepadoras hiedras
que visten sus cortezas recias
con suave y mullido manto.
Imposible recorrer sin peligros ni obstáculos
esta promiscua flora,
preñado útero que vierte
sus semillas a la tierra.
Crece caótica y efervescente esta prole
levantando una maraña de un verdor intenso.
Por cada resquicio se escapa su lujuria,
sin respeto a la intimidad del otro,
lanzados al impúdico desenfreno.
No deja sendero al caminante,
obligado a luchar
contra una pétrea frontera.
Cuánta belleza en sus hechuras,
qué placer para los ojos
y qué inútil regalo si no se puede gozar
el manjar que ofrece.
El horizonte es un amurallado paisaje
que nos invita y a la vez nos niega
penetrar en su secreto.
Alimentó el deseo y protegió su virginidad
dejando en los labios la recompensa de sus mieles,
quimera de un loco que busca y no halla.
Creímos alcanzar la nube,
rozarla ya con el dedo
por el torpe truco
de entreabrir los párpados.
Este firmamento, cristal oscuro
Este firmamento, cristal oscuro
de un reciente anochecer,
se ha quebrado
y por sus grietas se cuela la luz de un sol
que hoy nos abandona.
Cierra cuentas con el día,
no quiere dejar para mañana
hacer justicia,
cobrándose la deuda,
golpe con golpe,
dolor con dolor.
Un cielo azulado
Un cielo azulado,
claro y diluido por un sol brillante,
sin nubes que lo adornen
ni vuelo de aves
que son comas realzando su bello texto.
Abajo, desde las verdes colinas,
se asienta en la tierra
la vida cotidiana,
salpicada de un rodar de motores,
perros que pasean a sus amos,
voces perdidas en la nada
de este invisible aire
envuelto en mágico misterio.
El lugar extraño al que pronto
se acomoda nuestra pupila,
reconoce sus partes
y las hace un todo definido y seguro.
Con rostro amigo,
con pie firme al suelo,
va descifrando incógnitas
hasta alcanzar un resultado
sin decimales sueltos,
esos que siempre
dejan correr hasta el infinito
las dudas y miedos.
Haces lectura de un relato
revelando las señales desconocidas,
para conocer la trama e intuir el desarrollo
sin grandes sorpresas en el desenlace.
Y sin embargo, en este mundo
todo es ajeno, imprevisible,
más enemigo, menos amable que en sueños.
Un señor que murmura a la espalda
es una amenaza indescifrable.
Entonces coges de la mano
al que a tu lado derecho siempre camina.
Retoma el ritmo armonioso el corazón
y avanza confiado el cuerpo.
Este mundo,
firmamento nublado,
se despeja y descorre su manto oscuro,
donde quedaban ocultas sus intenciones.
Abre la ventana al nuevo día,
con una certeza de horas que discurren
sin sobresaltos.
No olvides que van amarradas
con hilos tan frágiles
que fáciles se rompen y descuelgan su aguja
sobre el fondo de la esfera de metacrilato.
El tiempo queda en suspenso,
desaparece en un vacío,
sin sujetarse a las humanas leyes,
hundido en el último segundo,
ese que tan alegre llevaba
su paso bien marcado.
En esa densa bruma,
a brazadas sal a flote
y recobra el tic tac de tu cerebro,
el aliento en la boca,
devolviendo orden al caos.
Quedó olvidada en la mochila
Quedó olvidada en la mochila,
oculta en un doble fondo ,
la tristeza.
Y en cada viaje,
sin sospecharlo,
entre los bártulos y prendas renovadas,
llevaba su carga añadida.
Notaba los hombros más pesados,
revisaba el escaso equipaje,
sin entender por qué sentía
aquel peso.
Sacaba todo,
miraba qué podría eliminar
y para el siguiente viaje llevaba
lo estrictamente necesario.
Pero, aun así,
¡Dios, cuánto le dolía la espalda!
Serán los años, pensaba
por dar alguna explicación.
Mira que escogía la vestimenta más ligera,
la de tejido más fino,
y ni por esas, algo se hacía plomo
allí dentro.
Al final, fue mejor quedar en casa,
caminar un rato por los alrededores,
reducir a lo cotidiano
sus escapadas, castigar el deseo
por conocer lugares distintos.
En las tediosas tardes,
revolvía en la memoria
para seguir sacándole jugo
a los recuerdos
y lamentaba los sueños malogrados
por aquel motivo.
Un día su perro rabioso
destrozó la mochila
y sobre la alfombra
visible y despedazada también
quedó la tristeza.
Al fin comprendió todo,
y sentado en el sofá cabizbajo,
comenzó a llorar secándose las lágrimas
con los pedazos rotos de su desgracia.
Necesario este dormir y soñar
Necesario este dormir y soñar,
negar la claridad que muestra
el absurdo,
insistir en el engaño,
cubrirlo con el velo de las ilusiones,
nube que se deshace
en un instante fortuito.
Deslumbrados y asustados
ante el vacío,
volvemos el rostro hacia la oscuridad,
acostumbramos los ojos a las sombras,
líquidas estructuras comprimidas en conceptos,
y vamos dando formas y nombres
entre estas hilachas de tinieblas,
con la fe puesta en que se abra
un claro en ese apretado cielo.
Estos mirlos rondan los tejados
Estos mirlos rondan los tejados
de una vieja iglesia.
Han hecho su hogar en el hueco
de una teja y allí pasan sus días
con sus rutinas cotidianas.
Revolotean al romper el silencio
las campanas, sorprendidos
por sus fuerte repicar.
Comparten patio con las palomas
y dan pequeños paseos
para aprovisionarse o esparcirse
un rato por los alrededores.
Estos mirlos han decidido
cambiar de paisaje, dejarán
su modesta casa vacía
y vendrán nuevos habitantes
a ocuparla con sus olores y sus huellas
borrando poco a poco las de ellos
hasta desaparecer del todo,
como si sus cuerpos nunca hubieran existido.
¿Qué silbidos adornaran el aire?
¿Les tendrán tanto amor a estos muros?
¿Se pasarán horas mirando este cielo
como hacen estos mirlos cada tarde
dejando en su recreo pasar el sol
hacia el ocaso?
¿Qué ojos mirarán desde las ventanas
y soñarán como aquellos ojos
entre la sinfonía de vuelos y trinos
de otros recién llegados pájaros?
Soy ave migratoria
Soy ave migratoria,
cabra que se aventura
a otros montes,
inquieta pulga que salta
de cuerpo en cuerpo,
polvo que el viento lleva,
suave caricia que derrite
las formas y, amorfas,
se desparraman.
Soy ameba deslizada
por todos los espacios,
muelle que deshace
su rizada estructura
para ser luz que recorre
el infinito.
Tras esos cipreses reposan
Tras esos cipreses reposan
los huesos de mi padre,
desmembrados,
vestido de harapos,
aquellos que fueron sus prendas
en el hospital,
su penúltimo hogar antes del postrero.
Unidos a su cuerpo se hicieron polvo.
Entre astillas de madera
desaparecen lentamente en la eternidad.
Olvidé olvidar
que, cuando busco algo,
no encuentro nada
en esa masa apretada y oscura.
A veces, encuentro algo que
ni buscaba ni recordaba
el porqué estaba allí
y, a veces, por sorpresa,
al tirar de unas cosas y otras
por fin hallaba debajo
de un montón de inútiles cachivaches
el ansiado recuerdo,
Cuánta ilusión me hace
reencontrarme con algo tan añorado,
polvoriento y roído de polillas.
¡Qué pesado cuerpo! Dicen los pies
¡Qué pesado cuerpo! Dicen los pies
que lo llevan a rastras.
¡Qué cansado sendero por esta ribera!
¡Mira estas flores! ¡Qué pequeñas
y altivas se levantan ,
protegidas por la espesa hierba rebelde
nacida de tantas lluvias de inviernos!
Bajo el cielo gris de la mañana,
los pasos siguen las huellas del día
llevados por un río hacia un océano ignoto.