Hay días, a veces, horas,
por donde corre un aroma rancio
a carne podrida.
Muestra el rostro cadavérico
este existir que, de normal,
se cubre con un velo de seda.
Hay una daga clavada en el pecho
que rasga las vísceras
y se recrea en remover su mango
dejando correr una espuma agria
por la comisura de la boca.
Hay atardeceres más oscuros
que la noche.
Perfuma de hedor la carne,
vierte silencio la garganta
y el nudo del miedo se aprieta
con firmeza.
Hay una tenue luz que asoma,
son rayos de una luna doncella.
Abre esta flor sus pétalos de terciopelo,
embaucada va la mirada
a caer en su belleza.
Ese nudo se desata,
se sosiega el corazón,
la razón se vuelve a engañar.
Hay días, a veces, horas
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