Cuando la carne está herida
y el cuerpo cede al gélido beso
del bisturí, el alma desaparece.
Vencida se postra sobre un tálamo de sacrificio
y todo duele, ojos, espalda, aliento,
la boca vacía de palabras,
los labios ribera en sequía,
seca está su garganta,
tierra arañada por dientes de acero.
¿Adónde marcha el alma
cuando la carne es frágil fortaleza
rodeada por un paisaje ajeno
de voces huecas?
Y luego todo es silencio.
Dibuja en la piel
su desagradable oruga
ese amasijo de vísceras retorcidas,
zurcido tejido al capricho de la aguja,
Los días pasan y tejen hojas en ese tallo
y las ramas se enderezan.
De nuevo el aire puro
recorre los nervios,
abre canales de savia.
Se ausentó el alma de aquel desierto,
regresa y se acomoda confiada,
olvidada la traición.
Ella, como el agua
que brota del manantial puro,
deja rodar un murmullo sutil,
se sumerge enigmática
en la intimidad de su estancia.
Acogida en su lecho,
se envuelve entre satinadas sábanas
y duerme plácida.
Cuando la carne está herida
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