Acaba de morir mi perro.
Se llamaba Puchi, había cumplido
hacia un par de meses los dieciséis años.
En estas últimas semanas
se fue deteriorando mucho,
se cansaba al caminar
parecía un caballito trotador.
Enfermó, le salió un tumor y después otro
y otro, incurables.
Pero era tan fuerte que no perdía
las ganas de comer
y, a pesar de estar ya casi ciego,
distinguía desde lejos un papel blanco.
Recuerdo cuando lo cogí por primera vez
en brazos, tan pequeñito,
con esa carita de bueno
que siempre ha tenido.
Lo elegí de toda la camada a él
porque sentí la nobleza
en su mirada.
Era desde pequeño tan nervioso,
tan voraz con escarbar la tierra,
arrancar las plantas
y secar las flores con su orín,
que tuvimos que cercar una parte
del patio: una zona para él
y otra protegida de su desenfreno.
Era un perro muy humano.
Creo que haberlo retirado
de su clan antes de la cuarentena
no le permitió aprender de sus congéneres
sus propios instintos.
Y, cuando llegó a la pubertad,
en su comportamiento sexual fue tan torpe,
que ante una hembra no supo cómo hacer,
sin poder llegar a culminar el acto.
Aunque sí que se agarraba a cojines
y a piernas de extraños.
Ha muerto en casa, tranquilo.
La muerte iba arañando cada aliento,
la sangre se congelaba en sus patas.
En unos estertores suaves sin violencia,
abrió la boca tomando el poco aire
que sus pulmones débiles le permitían.
Llevaba tres días sin probar agua,
ni comida y aún respondía
a nuestra llamada, a una caricia.
Como no podía ya andar,
lo bajábamos en una bolsa
para hacer sus necesidades.
Hasta anoche mismo
fue capaz de sostenerse un poco
en pie y caminar alrededor del parterre
de la plaza donde olisqueaba su territorio
y levantaba la pata.
Hacía tiempo que ya no podía.
Con dificultad se mantenía en cuclillas,
hasta que ni siquiera pudo hacer eso.
Hace apenas una hora que aún
estaba, aunque ya casi no estaba.
Puchi, pequeño Puchino,
corretea por otros campos,
sé feliz, escarba la tierra,
cómete todas las servilletas
que te apetezca,
olisquea todas las esquinas y troncos,
goza de amar y ser amado.
Mi querido Puchini, te recordaré siempre.
Te quiero, amigo.
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