Ya no rezo, sólo a veces.
Cuando el dolor es tan intenso
que clamo a un dios desposeído
de toda bondad.
Soy árbol prestado a la lluvia,
agitado por el viento,
soportando el inclemente sol
que hace sombra para su sombra.
No deseo
y ninguna ilusión habita mi horizonte.
Soy tierra seca sin oasis
y el silencio es abrasador.
Ahuyento hacia el abismo
el miedo atroz a lo inevitable.
Me agarro a una fe provisional,
soy cobarde e imploro.
Cuando la angustia se hace insoportable,
grito al cielo de los dioses
alguna mágica señal.
El viento aúlla llamando
a la manada de demonios
y cruzo las calles temiendo sus esquinas
por donde puedan aparecer
los espectros de la decepción.
Detesto mi persistente ahínco
que no se rinde del todo a negar.
Suplico un faro que me guíe
con el sortilegio de la palabra.
Ya no rezo, sólo a veces.
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