Aquella sala, como cuerpo frío,
cobijaba las almas deshechas.
Cirujanos abren heridas
en lugar de cerrarlas.
Almas heladas como témpanos de hielo,
icebergs derretidos
ante el fuego del infierno de sus demonios,
cuerpos enteros que contienen
almas despedazadas.
En sus miradas huecas,
cuánta amargura retienen.
No es vacío
lo que aparentan tras su opaco velo,
sino un colmado de dolor
que se rebosa y los ahoga
como náufragos sentenciados a su destierro.
Cuántos monstruos obstinados
en apuñalar su etérea materia
caminan y hablan con expresión cansada.
Qué lenguaje se oculta
tras esas palabras que nadie entiende,
ni siquiera ellos, que sufren
su envite enérgico.
Y viene el curandero
con su hálito de veneno consolador
envuelto en fina capa de polvo blanco.
Todo un océano,
no de sobria calma, sino de ebriedad
y aturdimiento, incapaz de mecer su cama,
que siguen agitándola engendros ávidos
de fácil presa.
Pasean por sus laberínticos túneles
de horrores y desamparo,
agitando los brazos en danzas macabras ,
sortilegios en rituales maléficos
que torturan su sueño.
No se trata de fantasmas
que entre nosotros deambulen,
son cuerpos que sangran y vierten
sus ríos salados de manantiales secos
en el páramo de nuestra indiferencia.
Venid, almas heridas, venid a llorar juntas,
que el mundo escuche vuestro eco triste.
Aquella sala, como cuerpo frío
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