No olvido el cuerpo contraído
por el dolor intenso
y el latir galopante de una vida,
la brutal violencia dando
tan bellos frutos.
No olvido la oscuridad de una sala
y los ajenos gemidos
y mi aullido silencioso.
No olvido la mano misógina
violentando la fuente del río
ni el terror a esa mano
que volvía insistente a la escena de su crimen.
No olvido el miedo y la impaciencia,
del dolor por acudir en pocos segundos,
pero no olvido la alegría
de ser dirigida hacia unos focos
y aunar las fuerzas extenuadas
hasta de tus entrañas arrancar
la causa de tu alegría,
la carne trémula de un ser diminuto.
No olvido que fue una y dos veces repetido
y que en cada caso distinto
fue el mismo dolor y el mismo gozo,
pero menos hostil,
con mayor cuidado y cariño.
Bañada en el dulce elixir químico,
los últimos esfuerzos parecen simulacro
de una lucha,
hasta que alza ese cuerpo resbaladizo
y en mi pecho, piel con piel
unidos al mismo hilo aún
seguimos siendo uno.
No olvido
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