Ahí está el cementerio del pasado
con sepulcros llenos de coronas y flores secas.
Todo está muerto,
sólo apuntan al cielo los cipreses.
Cubre las tumbas un polvo de años,
la huella tozuda que resquebraja.
En la piedra con las continuas lluvias
apenas quedan una fecha y un nombre
tatuados sobre la lápida,
la mínima concesión para toda una vida,
un mar que se va secando
y deja pequeñas lagunas
sobre la arena
mantenidas a fuerza de saliva y llanto.
El recuerdo las hace fuente, pozo, cieno.
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