Somos olvido de lo que fuimos,
nos habita un extraño,
una grotesca caricatura
de un verdadero rostro.
Tiene distintas caras
que a cada instante se muestran,
laberinto de espejos donde la luz
crea y deforma,
mientras los ojos se visten de memoria
para reconocerse.
Somos olvido de lo que fuimos
Es difícil retener la virtud
Es difícil retener la virtud
de la paciencia
frente a la tozudez de los días.
Olvidar el polvo y apreciar
la hierba que crece
entre los muros.
Despertar y seguir el juego
del sueño de estar vivo.
Es fácil poner palabras
a la piedra y a la sombra,
a la nube y a los lirios
y enmudecer
ante el silencio y el olvido.
Dejemos que la luz siga su curso,
el cielo tiene sus razones
para cubrirse en densa oscuridad
o abrirse a un sol resplandeciente.
No seas la veleta dócil
de este campanario
que un día señala al sur
y otro al norte,
sino sed su torre imperturbable.
Qué diría aquella niña
Qué diría aquella niña
de toda esta sensación.
Tal vez, del bullir de sentires
en su cabeza
no encontraría más palabra
que dolor, bruma o vacío.
Como el dolor no es definible,
la bruma es oscura
y el vacío tan grande,
lo expresaría con juegos o llantos.
En su imaginación tendría
la imagen de una lavadora
con las prendas girando con fuerza
en el centrifugado
sin distinguirse unas de otras,
solo un bulto apretado y húmedo
escurriendo agua por los agujeros,
como su nariz respirando agitada
o su boca llena de angustia.
Podrían ser también las ruedas
de un coche que corre veloz
dando vueltas sin parar.
Y, retumbando en sus oídos,
los golpes de cuerda
sobre las losas del patio
al saltar y enredarse los pies
en un nudo.
Una eterna lucha sin tregua ni paz
en solitario
en el territorio hostil de su mente.
Aquella niña no encontraría las palabras
con tan corto diccionario,
archivaría para un futuro
en ficheros de cartón y por orden alfabético
las lágrimas acumuladas:
por la c, las del corazón y la carne;
por la d, las de derrotas;
por la r, las reprimidas;
por la s, las silenciadas;
por la a, solo las amargas por ser muchas.
Y, en cajón aparte, las descartadas
las dulces por ser pocas
y las sin sentido, confusas y olvidadas
por no saber definirlas.
Podrá detener la ola
¿Podrá detener la ola
la pasión de un mar
por besar la orilla?
Su fuerza es vencida espuma
sobre la arena
y en las caracolas
se oyen los susurros de los amantes
entregados en el húmedo tálamo.
No hay estrellas sin oscuridad
No hay estrellas sin oscuridad
y crecen las sombras a la luz
de los días.
Pausa y olvido es este dormir
de un hambre que no se sacia,
una boca siempre sedienta
y unos ojos que buscan,
en el bosque, cielo;
en el desierto, agua;
y en el océano, isla.
Aquel edificio se construyó
Aquel edificio se construyó
con materiales nobles.
Ahora son viejos cimientos de un pasado,
un cadáver que se descompone
y se transforma en reliquia venerada,
momificado pedazo de carne.
El recuerdo es el esqueleto
de la experiencia,
aguanta sólido y firme.
El viento va mordiendo pertinaz
su pétrea osamenta,
por sus agujeros hacen nidos
insectos y pájaros.
Adornada su fachada con molduras,
zócalos y cornisas,
renovada la pintura con los años.
El agua se filtra por sus entresijos,
minando la apretada estructura,
se adhieren polvo y grava,
y está devorado de humedades.
El tiempo lo desvanece
como terrón de arena entre los dedos.
Todo estaba perfecto en el plano,
mas, incluso mientras se hacía
ya era olvido,
cola de traje nupcial que arrastra
la suciedad del suelo
por el camino de los días
hacia el altar del sacrificio.
La vida fue entonces, ahora,
es muerto que se pudre.
Se abandona al estío
Se abandona al estío
esta tierra infértil,
convierte en dura corteza
su arroyo caudaloso.
La pradera frondosa
es escuálida tundra
que el viento mece
en las noches de luna llena.
El lobo hambriento aúlla,
acechando la presa frágil,
trémulo y aterido
está el corazón desolado.
Piedra sobre piedra, muro contra muro
Piedra sobre piedra, muro contra muro,
cada paso borra la anterior huella,
olvido sobre olvido.
Un día el ayer es revelado
como un codiciada fortuna.
Aquel cadáver se vuelve bello despertar.
Deseado tesoro, devuelto su lustre,
recibe la gloria de un muerto resucitado.
Todo presente que damos por perdido
tiene el valor justo de cambio
transformado en el siguiente,
despreciado por ser objeto de uso.
Tal vez, en un mañana rascarán paredes,
abrirán fosos, romperán cimientos
y la ridícula figura de un estante
la despreciada loza rota
de una vieja vajilla,
los pedazos de un endeble tabique,
sepultura de dolor y pobreza,
serán preciosas joyas
en ajenas manos asombradas
por tocar con sus dedos
lo que fue cotidiano
de un perdido mundo.
Tu esencia es única
Tu esencia es única,
increada,
eterna,
manifestada al mundo.
Con errores superpuestos,
la esencia se viste a cada instante
con diferente traje
y estos ojos lo hacen uniforme.
Tachuelas y botones dorados,
de galones, insignias y medallas,
rasgaduras en siete de muchos combates
van perdiendo color con el tiempo.
No te engañen los ojos
entre sombras que no se disuelven del todo.
Si sabes que el reflejo en el espejo
dice ser tú, sin serlo,
torpeza es ignorar que,
aunque vestiste tu cuerpo con distinto ropajes,
sedosas prendas, terciopelos rojos,
lino, esparto y poliéster,
todas telas cubren la misma esencia.
No olvides nunca,
eso que ves son solo disfraces,
ni niña fuiste ni envejece tu rostro,
ni mujer ni hombre,
eres sueño de baile de astros.
Diestra mano que escribe
Diestra mano que escribe
las horas de mis días
con tinta volátil,
Fuerza y fe se vuelven
temblorosa gota
que se precipita al vacío.
Un parchón sobre nítidas grafías,
corazón acobardado
que rompe su compás armónico
y guarda silencio.
Cuando la sombra cae sobre mi cabeza
van tan apretadas las palabras,
tan sujetos mis brazos,
de mis piernas cuelga una pesada ancla,
hunde al fondo mi fortaleza
y una montaña me sepulta.
Me han cortado las alas
las espinas de una rosa.
Quedo acurrucada sobre la tierra,
cierro los ojos
y espero que la luz fulgurante
entre de nuevo
por esa ventana azul.
De la claridad de los ojos
De la claridad de los ojos
nace la realidad de las cosas.
De la oscuridad en sus párpados
nace la realidad onírica.
Toda realidad es ilusión,
luz que penetra, muestra y oculta
formas corpóreas y etéreas
sobre un paisaje infinito.
He surcado este inmenso océano
He surcado este inmenso océano
y ahora estoy sentada a su orilla,
esperando se haga desierto.
Cuando una pinza aprieta tu pecho
Cuando una pinza aprieta tu pecho,
prenda que el viento agita
y más firme la sujeta.
Cuando un sol deja seca la lengua,
muerden hormigas pelusas en tu vientre.
Son gritos de mudos que nadie oye,
danza de histéricos,
llamas de un fuego helado.
Qué mensaje se grabó en la carne
que no entendió la memoria
y ahora evoca entre las cosas
más simples y cotidianas
raras sensaciones
de un indefinible miedo,
una inquietud sospechosa
la sombra larga, tétrica y oscura
de un minúsculo guijarro.
Quién reconoce ya el brote
Quién reconoce ya el brote
de un fruto aún no maduro.
Adónde quedaron el bermellón
de su piel suave,
el jugo rebosante entre los labios,
la mosca que dejaba su larva
en sus semillas
y un gusano trazaba
un laberinto por sus tiernas carnes.
Quién reconoce al olvido,
a no ser que al avivar las brasas
de una memoria tibia,
deje en sus rescoldos las pétreas instantáneas
de un rostro teñido de ceniza
de ojos profundo como el carbón.
Quién reconoce este polvo
salvado del lodo
cuánta ternura de ese alguien
que a veces parece estar
y tan pronto huye,
sutil sombra que te acompaña
fiel amiga o monstruo tenebroso.
Somos dioses, pues creamos
Somos dioses, pues creamos
mundos.
De la nada hacemos un todo,
tan reales como este
que nos sostiene y nos aplasta.
Cada noche en nuestros sueños,
creamos en siete horas
esta tierra y sus océanos
con todas las especies.
Acaso no son sus personajes
objetos de alegrías y dramas,
de miedos y placeres,
de tristeza y angustias.
Acaso no levantamos edificios,
trazamos calles, paisajes
desérticos y frondosos bosques,
construimos montañas tan verídicas
que si caen piedras nos aplastan.
Somos dioses a ratos
y cabalgando sobre nuestros lomos
llevamos sus cuitas.
Como el Dios de nuestras oraciones
sufre y padece,
goza y jubilea las penurias
y las alegrías de nuestros corazones.
Acaso somos sueños de dioses.
Son los días monótono transcurrir de rutinas,
Son los días monótono transcurrir de rutinas,
días de acostumbrado sabor
con alimento distinto.
La misma mesa con platos diferentes.
El comensal, con rostro cansino,
tiene en sus comisuras
el peso de las aburridas horas.
El cuerpo de continuo
le recuerda una llaga en la lengua.
Si toma sal le escuece,
pero también le cura.
Virtud y defecto de la carne,
ser tierna al más leve roce
y fuerte para el alivio.
Es un bálsamo la costumbre
pero no hace olvido.
No, no se calma la sed
No, no se calma la sed
con la brisa del viento.
Caerá la lluvia
y solo se humedecerán tus labios.
No, no dejará la memoria
el aliento de un beso
ni la huella en la piel
de una caricia.
Adónde fueron las nanas,
las risas inocentes,
las bocas hambrientas
y la cuna del alma
que guardaban los sueños.
Es un nido vacío
entre ramas de un árbol
ya viejo.
No, no se calma la sed
con el rocío del alba.
Pronto lo secará un sol
de invierno.
Son agujas de un reloj
Son agujas de un reloj
sobre las sábanas,
marcando las once y veinticinco
de una mañana cualquiera.
Del centro de esta esfera cálida,
hacia abajo, dintel, pilar y zócalo,
hacia arriba, cúpula, altar y sagrario.
Se retira de los ojos la licuada oscuridad,
atravesada por rayos fieros,
que dan calor allí donde se posan
y muerte donde la sombra los cubre.
Sobre un cielo azul claro,
océano para veleros de nubes,
el frío invernal se cuela hasta los huesos
y muerde hasta el espíritu.
Un helado suspiro se ha congelado
antes de salir por la boca.
El corazón ha tomado el aire
y lleva por su cauce esta pura savia,
roja sangre que riega este árbol
por sus purpúreos capilares,
desde las raíces al tronco,
hasta sus ramas.
No sabe el cuerpo qué siente ,
ni qué le pasa,
por qué su hálito se resiste
a reverdecer en este invierno.
Caen mustias sus hojas,
tiemblan,
no sabe si de frío o pavor.
La desesperanza es estar fuera
La desesperanza es estar fuera
de lo divino,
de lo sublime y sagrado
de esta vida.
Lejos de la maravilla de la creación,
en la escala de lo vegetativo,
es dolor inconsolable.
Apartado de la palabra,
qué puerta se ha cerrado
y no se encuentra la llave
para poder abrirla.
Como saliva la boca a la vista
del deseo.
la pupila se dilata y contrae
al capricho de la luz.
Como la mirada se abstrae y concentra
y la marea sube y baja
por atracción de los astros.
Así va nuestra vida,
movida por su órbitas,
aun estando en un lugar fijo,
parada.
Da sus últimos pasos un año,
Da sus últimos pasos un año,
ese que, recién nacido,
ha pasado por todas las estaciones
y, cercano a su fin, no muestran sus días
mayor sabiduría que los pasados
si acaso, acumuladas experiencias
y sensaciones.
De la alquimia de los sucesos,
se destila su esencia
para quizá extraer el puro mineral
del conocimiento,
el odre donde se conserva el buen vino,
y que hable la verdad
tras esas sombras de ilusiones y engaños.
Los años, empedernidos tahúres,
echan sus cartas sobre el tapete
de los días.
Ganaron y perdieron las apuestas,
llenaron sus pupilas de avidez
y cubrieron sus párpados de insomnio.
Todo empeño depositado en un azar
mucho más experto que cualquier perspicacia.
Uno tras otro se suceden en su ronda
como si fueran un absorto ritual,
ya manido y viciado,
siempre con la esperanza puesta
en la partida próxima,
perfeccionando sus estrategias
haciéndose más hábil para el disimulo
y la mentira.
Una vida es un parto múltiple,
en sus criaturas buscamos algún parecido.
En sus distintos rostros distinguimos
qué traen de su madre o de su padre.
Tal vez nos recuerden de cada uno
los ojos de un tío crápula,
la boca de aquella prima soltera,
la nariz del abuelo,
de la abuela esa frente ancha.
Un no sé qué nos recuerda
ese algo indefinible,
de extraña mezcolanza,
entre tristeza y miedo,
esa mirado del viejo antepasado
en aquel retrato gris y blanco.
Cuánto guarda esa imagen desgastada
y comida de polillas
que cuelga olvidada y, sin embargo,
siempre presente,
de una alcayata
en un rincón a oscuras.
Termina un año, comienza otro,
sin percatarnos que son horas sumadas
a un recorrido continuo sin regreso,
solo de ida y sin mapa.
Arañados segundos a un tiempo fugaz
de un tiempo infinito.
Somos compañeros de estancias transitadas
Somos compañeros de estancias transitadas,
de idas y venidas entre horas,
de vigilia y sueño.
Somos compañeros al abrigo de la noche,
a las tardes moribundas en un cielo
de acero que al fuego ardió rojo
y tornó al enfriarse en oscuridad.
Somos compañeros de quejas y ayes,
de ecos que la boca repite,
moja la lengua en risa y monotonía,
de voces ignoradas enfrentadas
al grito o al silencio,
a la comodidad en las palabras.
Somos planta enraizada en la piedra,
alimentada de relentes
y de soles de días
arraigándose, pesada,
la costumbre.
Mirar es más que ver
Mirar es más que ver
y abrir no solo las ventanas
de nuestras pupilas,
sino las puertas del espíritu
y dejar las alas libres,
surcar la oscuridad
sin miedo a la locura.
Mirar el vacío más allá del bosque
tejer esas brumas
y confeccionar un bello vestido.
Soy voz de un coro eterno
Soy voz de un coro eterno,
no dueña de ninguna palabra,
oído que obedece un eco.
A veces, no lloran los ojos
A veces, no lloran los ojos
ni la boca se lamenta.
A veces, simple e invisible,
el corazón se encoge
y un mar violento de aguas oscuras
levanta un oleaje de tristeza.
Es un pozo sin manantial,
un fuego que devora sus profundidades.
Los suspiros se hunden
ahogados en su garganta.
No consuela el baño
de sus saladas aguas.
Es sequía que quiebra la tierra
y calma su sed la palabra,
le devuelve su forma y consistencia
a la sustancia desvanecida.
Perplejos los ojos no entienden
Perplejos los ojos no entienden
qué justifica la injusticia
por más que el dolor
purifique al espíritu
con recompensa de goce eterno
un cielo aquí en la tierra
a pesar de todos nuestros pesares.
Vivimos agarrados a este clavo
que arde,
quemándonos las manos
su infierno.
No habrá palabra verdadera,
ni verbo hecho carne que nos salve.
La promesa del premio está
en el abandonarse
al amor de un Dios que nos pide
obediencia, olvido de los sentidos
y humillada razón a una fe ciega.
Bienaventurada esa mente
que al menos alcanza el consuelo
de un sueño, de una mentira,
de una revelación que transmuta
en alma y trasciende
la carne para rozar quizá,
la superficie acotada que es la vida
y vislumbrar el divino abismo
que le rodea
Teclear con el índice cada letra
Teclear con el índice cada letra
de la palabra,
señalar el objeto
para que el ojo fije su interés
y se recree en sus detalles.
Sonidos en el aire,
en el espacio del tiempo.
Después surgirá el deseo,
la pasión,
la derrota,
el relato
con puntos suspensivos.
Vendí mi ser a la pereza
Vendí mi ser a la pereza
y esta me retiene
entre los espacios que habito.
Busco desde la ventana
los sonidos,
el mundo con sus ingenios.
Me entretengo entre nubes
y alcanzo colinas suaves,
valles profundos.
Me baño en ríos transparentes
de escasas aguas,
y debo agacharme para mojarme.
Sueño aún con la bucólica
imagen de rodar por una ladera
llena de verde hierba y flores silvestres.
Así de simple,
el cuento dejó huella.
Trabaja el labriego la tierra
Trabaja el labriego la tierra
con la esperanza puesta en el cielo.
Trabaja el carpintero la madera
con la promesa de que las lluvias
madure el árbol,
y hagan crecer bosques.
Trabaja el jardinero
con el regalo de nubes y soles
por conseguir un jardín florido
inundado de múltiples
aromas y pétalos.
Trabaja el escultor la piedra
extraído de la roca dura
con el deseo de ser como Dios
y a imagen y semejanza
crear su propio universo.
Modela el ceramista el barro,
extrae de las entrañas
de la montaña la forma simple,
el objeto bello y práctico.
En el corazón de la mujer y del hombre
se pintan a pincel los sueños
se dibuja un paisaje prometido.
Llevas la herida abierta
Llevas la herida abierta
de los sueños sin cumplir,
de todo lo perdido
del camino sin meta.
Cargas con su llaga,
su dolor sin paz,
la encarnadura que nunca
cicatriza.
Ah, esa cascada que nunca veo
Ah, esa cascada que nunca veo
y creo escuchar desde el valle.
Llegar hasta ella significa
recorrer terrenos abruptos,
un bosque oscuro y denso,
rodeado de bruma espesa.
Nunca llegaré a su fuente,
es privilegio ¡de tan pocos!
Debe ser maravilloso seguir los pasos,
guiado por su eco vibrante,
hacerse rumor agitado como
el corazón anhelante que va
a su encuentro.
Esa cascada existe, lo sé,
vi los pies de su arroyo
descender la ladera
y entregarse como lenguas
de un fuego.
Era joven torrente luchando
contra las piedras.
A veces, hacia arrullos
de enamorado en un recodo del cauce.
Dejaba pasar
la muchedumbre de gotas
y reposaba en su lecho
detenido un rato,
el suficiente para mostrar
su calmado espejo
besado por el sol.
Brillaban sus aguas cristalinas,
después retomaba su curso
para no convertirse en lodo.
Nunca veré esa cascada,
está demasiado oculta
allá arriba en la cima.
Clandestina sale de una de las rocas
de esa montaña.
Su camino no está hecho
para mi voluntad ni mi fortaleza.
Mi cuerpo abriga un miedo ancestral
y le falta valentía para penetrar
el laberinto de sus senderos.
La soledad debe ser inmensa
en su espesura ,
rodeada por el bullir
palpitante de sus entrañas.
No continuar,
vencerse ante la duda
de un terrible enemigo,
a pesar del alegre trino de las aves
y recrearme
en la belleza de sus vuelos.
Sentir por un instante el encanto de su magia,
ir confiada y libre, jubilosa.
Sin embargo, surge de sus profundidades,
o de su inalcanzable cielo,
un graznido, un silbido, un crujir
de hojas húmedas,
la letanía de almas, clamor de ramas
movidas por el viento.
Entonces se para
el tiempo y se hiela el corazón
de repente.
Huyes y no encuentras
la senda de vuelta, ya no sabes
si subes o bajas.
Sé que muchos quedaron atrapados
en su penumbra,
fríos y sólidos como piedras.
No, nunca veré ese milagro,
ese retoño recién nacido,
la pétrea parturienta abierta en canal,
ofreciendo una vida tan hermosa,
tan risueña esa criatura.
Mirarlos nos llena de gozo
qué plenitud en esa madre
y en ese hijo.
¡Qué pena, vivir y morir sin ver
esa cascada, sin tocarla,
sin recibir su bautismo!
Aunque sé que dentro de mí fluye,
que en mi sangre lleva su memoria,
aunque estos ojos estén ciegos,
aunque sea culpable de mi derrota.