Trabaja el labriego la tierra
con la esperanza puesta en el cielo.
Trabaja el carpintero la madera
con la promesa de que las lluvias
madure el árbol,
y hagan crecer bosques.
Trabaja el jardinero
con el regalo de nubes y soles
por conseguir un jardín florido
inundado de múltiples
aromas y pétalos.
Trabaja el escultor la piedra
extraído de la roca dura
con el deseo de ser como Dios
y a imagen y semejanza
crear su propio universo.
Modela el ceramista el barro,
extrae de las entrañas
de la montaña la forma simple,
el objeto bello y práctico.
En el corazón de la mujer y del hombre
se pintan a pincel los sueños
se dibuja un paisaje prometido.
Trabaja el labriego la tierra
Llevas la herida abierta
Llevas la herida abierta
de los sueños sin cumplir,
de todo lo perdido
del camino sin meta.
Cargas con su llaga,
su dolor sin paz,
la encarnadura que nunca
cicatriza.
Ah, esa cascada que nunca veo
Ah, esa cascada que nunca veo
y creo escuchar desde el valle.
Llegar hasta ella significa
recorrer terrenos abruptos,
un bosque oscuro y denso,
rodeado de bruma espesa.
Nunca llegaré a su fuente,
es privilegio ¡de tan pocos!
Debe ser maravilloso seguir los pasos,
guiado por su eco vibrante,
hacerse rumor agitado como
el corazón anhelante que va
a su encuentro.
Esa cascada existe, lo sé,
vi los pies de su arroyo
descender la ladera
y entregarse como lenguas
de un fuego.
Era joven torrente luchando
contra las piedras.
A veces, hacia arrullos
de enamorado en un recodo del cauce.
Dejaba pasar
la muchedumbre de gotas
y reposaba en su lecho
detenido un rato,
el suficiente para mostrar
su calmado espejo
besado por el sol.
Brillaban sus aguas cristalinas,
después retomaba su curso
para no convertirse en lodo.
Nunca veré esa cascada,
está demasiado oculta
allá arriba en la cima.
Clandestina sale de una de las rocas
de esa montaña.
Su camino no está hecho
para mi voluntad ni mi fortaleza.
Mi cuerpo abriga un miedo ancestral
y le falta valentía para penetrar
el laberinto de sus senderos.
La soledad debe ser inmensa
en su espesura ,
rodeada por el bullir
palpitante de sus entrañas.
No continuar,
vencerse ante la duda
de un terrible enemigo,
a pesar del alegre trino de las aves
y recrearme
en la belleza de sus vuelos.
Sentir por un instante el encanto de su magia,
ir confiada y libre, jubilosa.
Sin embargo, surge de sus profundidades,
o de su inalcanzable cielo,
un graznido, un silbido, un crujir
de hojas húmedas,
la letanía de almas, clamor de ramas
movidas por el viento.
Entonces se para
el tiempo y se hiela el corazón
de repente.
Huyes y no encuentras
la senda de vuelta, ya no sabes
si subes o bajas.
Sé que muchos quedaron atrapados
en su penumbra,
fríos y sólidos como piedras.
No, nunca veré ese milagro,
ese retoño recién nacido,
la pétrea parturienta abierta en canal,
ofreciendo una vida tan hermosa,
tan risueña esa criatura.
Mirarlos nos llena de gozo
qué plenitud en esa madre
y en ese hijo.
¡Qué pena, vivir y morir sin ver
esa cascada, sin tocarla,
sin recibir su bautismo!
Aunque sé que dentro de mí fluye,
que en mi sangre lleva su memoria,
aunque estos ojos estén ciegos,
aunque sea culpable de mi derrota.