¡Y miro al cielo! Una luna blanca,

 ¡Y miro al cielo! Una luna blanca,
radiante novia envuelta en tul de nubes
con la forma de diamante,
que parece proteger una hermosa perla
entre sus suaves valvas.
Por un instante brota esta magia,
el olvido del irrefutable misterio
la tragedia de una luz impenetrable.
Al fondo, una negrura amenaza tormenta
y estos ojos dudan de su rabia.
No puede tanto resplandor cegarse
por esta sombra.
La noche es húmeda y agradable el roce
de este frío aire en mi rostro.

Me cruzo con muertos y muerto soy

 Me cruzo con muertos y muerto soy.
No ahora, ni hoy o mañana,
tal vez, en otro momento.

Esa mujer de mediana edad
lleva en su frente marcada
la fecha final aunque no la veamos.
Y este y aquel otro y yo,
todos llevamos impreso
el sello de cancelado.

Qué frágil bulto somos estos cuerpos
que vamos de un lado a otro
con sus preocupaciones.
Me cruzo con gente anónima
y pienso, ¿serán antes ellos o yo?
¿No llevan nuestros pasos a este destino?
No en vano nuestra razón
ve tras la cáscara
el cadáver que será este fruto.

Si supieras que no hay dolor

 Si supieras que no hay dolor
sino que es engaño del cerebro.
La mente, que crea con palabras y memoria,
encadena emociones a nuestros cuellos.
Los sentidos ven y oyen, no sienten,
entregan al cuerpo que recibe sin inmutarse.
No hay reacciones,
ni asco, ni placer, ni dolor.
Los ojos han visto
como el objetivo de una cámara
capta aquello que recuadra,
fondo y formas estáticas
en movimiento.
Qué hacer, cómo anular
la determinación en su empeño.

Somos frágiles aviones de papel

 Somos frágiles aviones de papel
en la borrasca, en el ojo del huracán
o cuando la nave
rebasa la barrera de la luz.
Una corriente contraria,
una nube nos protege,
nos recoge en su vientre,
recompone y de nuevo nos lanza
al cielo con la ayuda del aire.
Una vez más, nos elevamos
en la atmósfera de la consciencia.

Sin embargo, eso no ocurre siempre,
y desaparecemos en la nada.

Tal vez ninguna experiencia ajena valga

 Tal vez ninguna experiencia ajena valga
porque solo el creador sabe.
Damos y recibimos consejos,
otros modelos nos avalan,
tratamos de imitar vidas ejemplares.
Por qué he de ser diferente
si somos todos guijarros de la misma piedra.
Ahí viene la lucha desorientada,
la rendición o el triunfo,
el escarmiento por cabeza propia.
No es orgullo ni fracaso
sino la suerte que nos toca,
esta es moneda con dos caras.
Aunque siempre es de noche,
y en algunas nos ciega una negra, muy negra oscuridad,
en otras brilla una blanca, muy blanca luna.

Ay, soy tierra sedienta

 Ay, soy tierra sedienta,
árida mi piel busca sus caricias,
amante que tan pronto se entrega
como se aleja
y abandona mi lecho con sus aromas.

Agua, agua.
Se me llena la boca con tu nombre,
sorda y llevada por otros aires
a otras carnes.
Calmas mis ansias
pero no sacias mi fuego.

Ha amanecido el día luminoso

 Ha amanecido el día luminoso,
y poco a poco las nubes lo van cubriendo
con un fondo gris plomizo.
Qué bella sutileza deja sobre los espacios.
Los edificios adquieren una reposada luz.
Esta traslúcida claridad, este aire fresco
de vapor de agua suspendido
va preñando vientres de nubes
a punto de abrirse en canal
y parir la dulce lluvia de finas gotas.
Tanta descendencia hará charcos
entre los desnivelados adoquines,
se llenarán ríos y lagunas en los valles.
Sorberá el mar salado su dulzor
por breves segundos
y la fuente manará su transparencia
de sabrosa melaza.

Qué puede hacer una materia tan frágil

  ¿Qué puede hacer una materia tan frágil
en los brazos de este inmedible cosmos?
Esta escurridiza verdad está cubierta por infinitos velos,
ante su incógnita siento el desprecio del ignorante
y compasión por el destino del mundo.

La miro en su terrible abandono

La miro en su terrible abandono,
en su mirada perdida por los oscuros
laberintos de su cabeza.
No rompió la química el cristal de sus ojos.
A pesar de esa sombra que los cubre,
brillan como perlas cuando sonríe
con la ingenuidad de la infancia.
Bajo sus ramas sembró la hojarasca seca
moho y despojos de frutos que no fueron recogidos.

En un sillón frente a la pantalla
pasa las horas infinitas de los días
envuelta en románticos amores,
así olvida la necesidad de su herido corazón
que late con historias que no duelen.

Entre sus brumas se encierra,
pero, ante una muestra de cariño
ella siempre da las gracias
y se despide con un beso fuerte.

Quién ha apagado la lámpara del cielo

 ¿Quién ha apagado la lámpara del cielo
y dejó esta estancia en penumbra?
¡Con la luz tan hermosa que entraba
durante el día y los claros de luna en la noche!
Han puesto muros en sus ojos
y a horas caprichosas se cuelan
unos finos hilos de oro o plata
por entre las rendijas,
que el abandono de unas manos
dejaron al descubierto.
Por suerte, no está totalmente a oscuras.

Aunque reconozco en mi rostro

Aunque reconozco en mi rostro
los ojos que cada día me miran
y leo en mis labios sus pensamientos.
Aunque estos brazos y piernas
van unidos a este tronco que lucha
por seguir erguido.
Aunque la huella de mi pulgar
sea la misma y los papeles oficiales
me identifiquen,
qué sé yo de mi hígado,
del trabajo de mi sangre
repartiéndose por mis células.
Qué cansancio tiene mi corazón
sin un descanso dando cada segundo su latido.
Mis pobres pulmones suspiran,
paran y sostienen un silencio
para soltar un grito desesperado
o el desgarro de un sollozo.
Estas vísceras que me acompañan
cada hora de mi vida,
¿en qué espejo se miran para reconocerse?

Esta búsqueda de uno mismo
rastrea una pueril superficie,
ni siquiera sospecha la consciencia
la lucha que sus neuronas mantienen.
¿Acaso veo las chispas que sueltan
al rozarse la mano de una dentrita con otra
ni como rebusca en la memoria un recuerdo?
Todo esto y más que ni piensan mis palabras,
son este cúmulo de carne y huesos.

La herida abre un resquicio
y en lugar de ver en su rojez
mi reflejo claro,
retiro mi mirada, sello, desinfecto,
espero la cicatriz que borre el dolor del daño,
con el terrible engaño de hacernos olvido
sin abrazarnos por entero,
del derecho y del revés ,
de frente y de espalda,
de arriba abajo,
de fuera a dentro.

Este río no es solo agua,
es también piedras, peces y lodo
en el fondo de su ser.

Triste este descampado de yerbajos pajizos

 Triste este descampado de yerbajos pajizos.
Han levantado las espigas y cardos
un palmo del suelo.
Repitieron las pisadas un mismo camino
cegaron las semillas los continuos pasos
y trazó el tiempo un pequeño sendero.

Hay cierta vergüenza

 Hay cierta vergüenza
en el que sobrevive,
una culpabilidad oculta
con rabia,
muchas preguntas sin porqués.

Aún más pesa la muerte ajena
al que por ley natural
iría por delante en la nefasta lista
y sin embargo, se queda
mientras el otro se marcha.

No se entiende la muerte,
ni ella trata de explicarse,
ni da razones, ni le importa
ser causa de la terrible ausencia.
Sabrá qué incógnita
guarda bajo la manga.
Su abismo no tiene fondo
y ese precipicio nos hace temblar.

En su sima nadie sabe qué se halla
tal vez, un inmenso desierto
de huesos y cenizas
o la arena dorada y cálida
de una infinita playa,
muy concurrida de almas alegres
disfrutando de un eterno verano.