Cuando se roza el entender deseado
y se deshacen las cuerdas
de engaños y sus lazos de apegos,
el instante nacido es ya caduco,
insinuado hallazgo que quedó vacía ilusión,
movimiento de un algo
que pareció ser y no fue.
Cuando la balanza se inclina
al peso de la existencia,
coge la carga de los días y sus vanos sueños
por donde transita cómodo el pensar
sobre un paisaje de certezas,
reflejos sobre un espejo que fácil se rompe.
Hay una sutil sensación que nos hace
perder el equilibrio.
Entre los trozos quebrados de ese cristal
asoma por una grieta abierta,
se evidencia el error que nos conduce.
Qué hermosa,
qué frágil,
qué liviana y escurridiza
es esa intuición,
destello lúcido sin mácula de duda,
y sin embargo, inaprensible.
Enseguida la realidad
nos hace creer pura fantasía.
Se va tal cual aparece,
huye ante nuestra presencia.
De regreso al escenario
despertamos de ese sueño
para volver a representar nuestro guion.
Cuando se roza el entender deseado
No hay melodía sin silencio
Detente,
callad trinos y arrullos,
crepitar de un bosque,
clamor de agua.
Reposa tu andar en esa piedra
y, ausente,
deja se pronuncie el silencio,
soporte para la verdad
mejor que los sonidos.
Van los sentidos
Van los sentidos
atentos a las esquinas
y a la vuelta se dan de frente
con sus propios ecos.
Raudos los pies no cesan su caminar,
apenas aprovechan
los remansos de este río,
que fluye impetuoso
en busca del mar,
sin advertir
el acelerado corazón,
el fin de su suerte.
Vierte restos en sus lenguas
transformando su ribera,
borrado rastros por otros.
Cuando sientes dolor en el abandono
Cuando sientes dolor en el abandono,
piensas, todo perdura.
No hay fin en esta trayectoria,
en senda de múltiples paisajes.
La luz que hoy recorres
con pies descalzos y sin temor
encontrará días nublados
sobre el horizonte.
Un sol dejarás atrás
y un sol esperará después del ocaso
otro amanecer.
Detrás de estos ruidos hay una voz
Detrás de estos ruidos hay una voz
que te habla.
Solo en el silencio la escucharás,
se mueve libre por los espacios.
Alcanza tu oreja y recorre lenta
y dulcemente todo tu cuerpo.
¿Acaso no la oyes?
Para, no corras,
respira suave
y atiende.
Ha dejado de llover
Ha dejado de llover.
Las nubes han bajado a tierra,
abrazan los muros y los árboles.
El paisaje entre brumas
parece un territorio onírico.
Es verdad que la luz embellece
el mundo y hasta la noche la desea.
Sin embargo, qué encanto adquiere
cuando se enturbian las cosas
entre esta neblina densa.
La piel se deja acariciar
bañada entre sus diminutas gotas.
Luchan en el cielo gruesas nubes
Luchan en el cielo gruesas nubes,
sus oscuros ropajes lo han cubierto
con un manto gris de melancolía.
Hay una luz clara a pesar de su envergadura
que deja pasar la luz de un sol vencido.
Al llegar la tarde han hecho apretada piña
y se despliegan como pétalos de una flor
sus piñones sobre la tierra mojada.
La espada de un legendario héroe
hace zigzag de rayos
en la frente del horizonte.
En su boca queda contenido por un instante
el grito de dolor y estalla
tan desgarrador sollozo
que estremece.
Está este mar hoy tan calmado
Está este mar hoy tan calmado,
apenas un velero surca el horizonte
y un sol alto en su cénit
hace brillar sus aguas como un espejo.
Dentro sobre esta arena de mi playa
me mece una dulce melodía
entremezclada con mis pensamientos.
Quieren robarme este dulce rumor de olas
y yo me niego aunque ruedan
por mis mejillas algunas gotas de sal.
¿Acaso no es lo bastante bello este paisaje
para no ceder ni un centímetro de mi isla
la entrada a estos piratas
con pretensiones de robar
mi más preciado tesoro?
Levanto en esta orilla mi muralla,
esa nave no se atreverá
por mucha que sea su osadía.
Ahora, ya sabe de mi fortaleza.
Claro y alto
Claro y alto, advirtió con contundencia el grito.
Tranquilo, le dijo el conciliador susurro.
La voz calló el rumor que corría
por la estrecha calle de la garganta
a gones de campana anunciado,
con la fuerza de una vocal abierta
y la vibración de una consonante sonora.
Con prudencia le dieron el alto los apretados labios,
frenado en seco quedó el hipo.
Carraspeó un poco, bisbiseó entre dientes
un runrún sordo.
Venía de algún lugar insospechado
el desesperado clamor de los ecos superlativos.
A veces, irrumpían el chasquido de unos dedos
sollozos infernales.
En ocasiones eran risas,
como gorjeos de pájaros o melodiosas gotas de una fuente.
Asustaba ese ruido críptico,
el bramido denso, estridente,
divisibles fonemas que no levantaba
ni un consolador lamento,
sino el leve quejido por lástima
con cierto sabor amargo en la lengua.
Un rugir de bestia asustó al gemido
que dejó entrecortado el aliento.
Al final fue simple gruñido de cachorro.
Aliviado se escapó un suspiro
cuando entro elegante, sabio, ingrávido,
el majestuoso silencio.
Esa fingida luz de sol y luna
Esa fingida luz de sol y luna
apagó la transparencia cristalina
que de esa fuente manaba.
Fue claridad sonora en la noche
y se ha hecho clandestino rumor.
Luz silenciosa, sombra transparente
Luz silenciosa, sombra transparente,
en esta tarde
que con templanza se deleita
besando los muros, lamiendo las aceras.
Con la mirada huidiza advierte ya
cómo vienen las sombras,
sin hacer ruido estas bellas cenicientas.
Al llegar el anochecer
sus zapatitos de cristal
se cubrirán de brea.
La blanca luz de un sol cálido
La blanca luz de un sol cálido,
el ave solitaria sobre la cruz de piedra,
las ventanas con sus brazos abiertos
entregadas al lecho de su amante,
horizonte de tejas ocres
cubiertas de hollín, musgo y tiempo.
Oleaje de un calmado mar
que solo a mis ojos se muestra
mecido por su abandono y olvido.
Somos rocas grandes como montañas
Somos rocas grandes como montañas,
piedras y guijarros.
Mas todos seremos escurridiza arena
entre los dedos del tiempo.
Tengo necesidad de decir algo
Tengo necesidad de decir algo,
pero no sé qué decir.
Hablaré del cielo, este hermoso
y cambiante cielo de mi horizonte.
Impreso en mi nervio óptico
ha quedado fija esta imagen
que olvidaré con los años.
Dudaré de sus perfiles,
cuántas ventanas tenía aquella buhardilla
o las chimeneas con sus distintos sombreritos.
Quizá, aun esforzándome,
no pueda traer a mi memoria
de un modo seguro cada detalle:
esta cruz que me mira y miro
cada día con sus tantas noches.
En este lugar sin mar,
qué bello es este oleaje de tejas,
viejas y ocres con su pequeño jardín mustio,
que el estío dejó seco y escuálido
y que reverdecerá en invierno con las lluvias.
Recordaré lejano, sin textura,
carente de los olores y brillos,
el sonido de los caños rebosantes de agua
dirigidos los canalones a un mismo punto del suelo,
dejando su reguero de manantiales.
Ahora, en este día claro y en este atardecer
traslúcido de rojos y malvas entre un dorado difuso,
como pintado por lápices pastel,
no veo aquella imagen pura y de extrema belleza
desvelada tras la cortina de un aguacero.
Por más que lo intento, se niegan los ojos.
Del mismo modo y con más razón,
olvidará mi cabeza este paisaje
cuando me halle lejos frente a otro distinto.
No me refiero a la eventualidad que lo transforma,
sino a la presencia sólida y estable
que lo levanta con dignidad cada mañana
para gozo de mi corazón.
Aunque nada es duradero por siempre,
sé que existirá mientras yo viva
este solemne edificio con sus muros de siglos ,
aguantando más años que mi frágil cuerpo.
Por eso escribo, para no olvidar
ninguno de sus trazos.
Caprichosa es la mirada.
Su fondo siempre es diferente,
nada es igual, algo cambia,
una grieta invisible se muestra.
Necesito escribir y no sé qué decir,
por eso divago.
La busco y no la encuentro
La busco y no la encuentro,
por algún sitio la tuve que dejar.
Ay, esta cabeza olvidadiza,
este desorden en los cajones.
Cómo encontrar entre tanto desbarajuste
algo tan trasparente, fino y escurridizo,
fácil de camuflarse y perderse
por las grietas de este mueble viejo,
por rincones oscuros de las estanterías.
Hice el nudo a San Cucufato,
recé a San Antonio abad, patrón
de las causas perdidas,
aún tengo atado el pañuelo
y el santo sigue callado e impávido
con sus velas encendidas implorantes
y las flores frescas cada día en el jarrón.
Sus orejas no escuchan mis súplicas,
firme su figura de escayola,
sus ojos no atravesados por la luz
me miran sin ver
y solo responde el solemne silencio del templo.
Me es sumamente importante,
necesito recuperarla.
Acepto pues sin remedio, su ausencia.
Me doy por vencida,
aunque no puedo evitar frustrarme
y desespero ante la pregunta
¿adónde se habrá metido?
Por ningún lugar aparece.
Recuerdo cuando la tuve entre mis manos,
llenaba mi corazón su presencia,
en mi mirada brillaba su reflejo.
Sin ser llave abre la puerta
y entra en mi casa,
el milagro de su sonrisa.
Ya las palabras se atascan
Ya las palabras se atascan,
colgadas quedan de la punta de la lengua
y acaban suicidándose
sobre la arena de la memoria,
que al sol de los días
y a palmadas de las horas
se endurecen.
¡Y miro al cielo! Una luna blanca,
¡Y miro al cielo! Una luna blanca,
radiante novia envuelta en tul de nubes
con la forma de diamante,
que parece proteger una hermosa perla
entre sus suaves valvas.
Por un instante brota esta magia,
el olvido del irrefutable misterio
la tragedia de una luz impenetrable.
Al fondo, una negrura amenaza tormenta
y estos ojos dudan de su rabia.
No puede tanto resplandor cegarse
por esta sombra.
La noche es húmeda y agradable el roce
de este frío aire en mi rostro.
Me cruzo con muertos y muerto soy
Me cruzo con muertos y muerto soy.
No ahora, ni hoy o mañana,
tal vez, en otro momento.
Esa mujer de mediana edad
lleva en su frente marcada
la fecha final aunque no la veamos.
Y este y aquel otro y yo,
todos llevamos impreso
el sello de cancelado.
Qué frágil bulto somos estos cuerpos
que vamos de un lado a otro
con sus preocupaciones.
Me cruzo con gente anónima
y pienso, ¿serán antes ellos o yo?
¿No llevan nuestros pasos a este destino?
No en vano nuestra razón
ve tras la cáscara
el cadáver que será este fruto.
Si supieras que no hay dolor
Si supieras que no hay dolor
sino que es engaño del cerebro.
La mente, que crea con palabras y memoria,
encadena emociones a nuestros cuellos.
Los sentidos ven y oyen, no sienten,
entregan al cuerpo que recibe sin inmutarse.
No hay reacciones,
ni asco, ni placer, ni dolor.
Los ojos han visto
como el objetivo de una cámara
capta aquello que recuadra,
fondo y formas estáticas
en movimiento.
Qué hacer, cómo anular
la determinación en su empeño.
Somos frágiles aviones de papel
Somos frágiles aviones de papel
en la borrasca, en el ojo del huracán
o cuando la nave
rebasa la barrera de la luz.
Una corriente contraria,
una nube nos protege,
nos recoge en su vientre,
recompone y de nuevo nos lanza
al cielo con la ayuda del aire.
Una vez más, nos elevamos
en la atmósfera de la consciencia.
Sin embargo, eso no ocurre siempre,
y desaparecemos en la nada.
Tal vez ninguna experiencia ajena valga
Tal vez ninguna experiencia ajena valga
porque solo el creador sabe.
Damos y recibimos consejos,
otros modelos nos avalan,
tratamos de imitar vidas ejemplares.
Por qué he de ser diferente
si somos todos guijarros de la misma piedra.
Ahí viene la lucha desorientada,
la rendición o el triunfo,
el escarmiento por cabeza propia.
No es orgullo ni fracaso
sino la suerte que nos toca,
esta es moneda con dos caras.
Aunque siempre es de noche,
y en algunas nos ciega una negra, muy negra oscuridad,
en otras brilla una blanca, muy blanca luna.
Ay, soy tierra sedienta
Ay, soy tierra sedienta,
árida mi piel busca sus caricias,
amante que tan pronto se entrega
como se aleja
y abandona mi lecho con sus aromas.
Agua, agua.
Se me llena la boca con tu nombre,
sorda y llevada por otros aires
a otras carnes.
Calmas mis ansias
pero no sacias mi fuego.
Ha amanecido el día luminoso
Ha amanecido el día luminoso,
y poco a poco las nubes lo van cubriendo
con un fondo gris plomizo.
Qué bella sutileza deja sobre los espacios.
Los edificios adquieren una reposada luz.
Esta traslúcida claridad, este aire fresco
de vapor de agua suspendido
va preñando vientres de nubes
a punto de abrirse en canal
y parir la dulce lluvia de finas gotas.
Tanta descendencia hará charcos
entre los desnivelados adoquines,
se llenarán ríos y lagunas en los valles.
Sorberá el mar salado su dulzor
por breves segundos
y la fuente manará su transparencia
de sabrosa melaza.
Qué puede hacer una materia tan frágil
¿Qué puede hacer una materia tan frágil
en los brazos de este inmedible cosmos?
Esta escurridiza verdad está cubierta por infinitos velos,
ante su incógnita siento el desprecio del ignorante
y compasión por el destino del mundo.
La miro en su terrible abandono
La miro en su terrible abandono,
en su mirada perdida por los oscuros
laberintos de su cabeza.
No rompió la química el cristal de sus ojos.
A pesar de esa sombra que los cubre,
brillan como perlas cuando sonríe
con la ingenuidad de la infancia.
Bajo sus ramas sembró la hojarasca seca
moho y despojos de frutos que no fueron recogidos.
En un sillón frente a la pantalla
pasa las horas infinitas de los días
envuelta en románticos amores,
así olvida la necesidad de su herido corazón
que late con historias que no duelen.
Entre sus brumas se encierra,
pero, ante una muestra de cariño
ella siempre da las gracias
y se despide con un beso fuerte.
Quién ha apagado la lámpara del cielo
¿Quién ha apagado la lámpara del cielo
y dejó esta estancia en penumbra?
¡Con la luz tan hermosa que entraba
durante el día y los claros de luna en la noche!
Han puesto muros en sus ojos
y a horas caprichosas se cuelan
unos finos hilos de oro o plata
por entre las rendijas,
que el abandono de unas manos
dejaron al descubierto.
Por suerte, no está totalmente a oscuras.
Aunque reconozco en mi rostro
Aunque reconozco en mi rostro
los ojos que cada día me miran
y leo en mis labios sus pensamientos.
Aunque estos brazos y piernas
van unidos a este tronco que lucha
por seguir erguido.
Aunque la huella de mi pulgar
sea la misma y los papeles oficiales
me identifiquen,
qué sé yo de mi hígado,
del trabajo de mi sangre
repartiéndose por mis células.
Qué cansancio tiene mi corazón
sin un descanso dando cada segundo su latido.
Mis pobres pulmones suspiran,
paran y sostienen un silencio
para soltar un grito desesperado
o el desgarro de un sollozo.
Estas vísceras que me acompañan
cada hora de mi vida,
¿en qué espejo se miran para reconocerse?
Esta búsqueda de uno mismo
rastrea una pueril superficie,
ni siquiera sospecha la consciencia
la lucha que sus neuronas mantienen.
¿Acaso veo las chispas que sueltan
al rozarse la mano de una dentrita con otra
ni como rebusca en la memoria un recuerdo?
Todo esto y más que ni piensan mis palabras,
son este cúmulo de carne y huesos.
La herida abre un resquicio
y en lugar de ver en su rojez
mi reflejo claro,
retiro mi mirada, sello, desinfecto,
espero la cicatriz que borre el dolor del daño,
con el terrible engaño de hacernos olvido
sin abrazarnos por entero,
del derecho y del revés ,
de frente y de espalda,
de arriba abajo,
de fuera a dentro.
Este río no es solo agua,
es también piedras, peces y lodo
en el fondo de su ser.
Triste este descampado de yerbajos pajizos
Triste este descampado de yerbajos pajizos.
Han levantado las espigas y cardos
un palmo del suelo.
Repitieron las pisadas un mismo camino
cegaron las semillas los continuos pasos
y trazó el tiempo un pequeño sendero.
Hay cierta vergüenza
Hay cierta vergüenza
en el que sobrevive,
una culpabilidad oculta
con rabia,
muchas preguntas sin porqués.
Aún más pesa la muerte ajena
al que por ley natural
iría por delante en la nefasta lista
y sin embargo, se queda
mientras el otro se marcha.
No se entiende la muerte,
ni ella trata de explicarse,
ni da razones, ni le importa
ser causa de la terrible ausencia.
Sabrá qué incógnita
guarda bajo la manga.
Su abismo no tiene fondo
y ese precipicio nos hace temblar.
En su sima nadie sabe qué se halla
tal vez, un inmenso desierto
de huesos y cenizas
o la arena dorada y cálida
de una infinita playa,
muy concurrida de almas alegres
disfrutando de un eterno verano.