Las notas sueltas para no perderse

 Las notas sueltas para no perderse
se unen en la agenda,
los apuntes del día en un diario,
los datos de la vida en la biografía,
los meses en los almanaques,
muchas páginas se juntan en un libro.
Adónde van a atarse las hojas secas
del árbol.

Desmenuzadas quedan las nubes

 Desmenuzadas quedan las nubes
sobre este azul claro del cielo.
Después de este largo y caluroso día,
se acerca un atardecer más aliviado.
Ya vuelven las palomas
y en breve harán presencia
los vuelos en círculos de los vencejos.
Cuando se abracen las sombras
para hacer clandestina noche,
el cuerpo amodorrado
estirará sus piernas,
a sus pasos dará ritmo.
Casi en letargo le dejó este ardiente sol,
se espabilará y con tropiezos se verá obligado
a salir de la guarida.

Quién fuera oso para dormir
todo un frío invierno y despertar gozoso
en una hermosa primavera y un ferviente verano.

¿Adónde se van estos días?

 ¿Adónde se van estos días?
Los arrastra este monótono tic tac
a un lugar imposible de volver.
Quizá, si tuviéramos aunque solo fuera
el plano viejo de un callejero,
pero ya ves, por qué erróneos caminos
nos lleva el mapa de la memoria
con sus rotos y borraduras.
Por qué falsos desvíos
unimos trayectos, ponemos puntos
fuera de sus coordenadas.

Estas tardes de verano

 Estas tardes de verano
se filtran por las horas,
tierra húmeda de tiempo infinito.
No abre fuente fresca
en la boca de los deseos,
deja caer lánguidos hilos de nada
y vierte a gotas un sorbo dulce.
Estas tardes de verano
tienen sus eternos silencios de siestas
donde reina la calma
con rumor distante.
Hay aleteos de palomas que cruzan
de sombra a sombra,
el eco de un motor que se aleja,
un crujir seco en el vacío.
Con el repentino zumbido de zángano,
el cuerpo pesado y en reposo
se contrae y se aligera,
luego, abierta a los párpados,
deja sobre el aire la desgana.

Puedes quitarte las ropas

 Puedes quitarte las ropas,
vestirte de limpio cada día,
inventarte un mismo reflejo.
Caerán invisibles y minúsculas capas de piel
como hojas secas de un árbol,
transformando líneas y ángulos.
La savia salvaje se calmará
y hará pesado caudal en su recorrido.

Este árbol creció y llegó a su límite,
deja en las grietas de su corteza
anidar arañas que tejen con finos hilos
un nuevo traje para su tronco.
Espera que el aire le anuncie
la nueva estación que dará comienzo
y repetir con otras cláusulas
el débito marital con la existencia.
Desnudo de hojas, lluvias
limpiarán de forraje sus cuencas,
sus retorcidos nervios se desperezarán
y confundirán el crujir de truenos
con un corazón latiente.

Es torpeza que lo llame el aire
con el mismo nombre,
pues este árbol ha cambiado tanto de ramaje,
que el que dio sombra ayer,
cubre y deshoja espacios hoy,
ha quebrado el viento alguna rama.
Que los sentidos no lo engañen,
quieren en su cárcel retenerle.

No hay vereda que contenga
el espejo del cielo.
En sus infinitos destellos se miran
sin ceñirse a sus raíces.
La tierra siempre se renueva.

A cada paso renuncio y acepto

 A cada paso renuncio y acepto
el siguiente.
De este camino anduve un buen trecho.
Bajo hileras de árboles dejé mis sombras
que hacen profunda oscuridad
en su fondo abandonado
y abre la luz del sol
un oscuro horizonte cada día,
con distinto rostro.

Breve como la distancia

 Breve como la distancia
de aquí al cielo,
breve el suspiro olvidado
sobre lozanos pétalos,
breve nuestras medidas
y breve el sueño que dibujamos
con nuestros gestos.

Qué extrañado anda el cuerpo

 Qué extrañado anda el cuerpo
entre estos aires,
los pies se resisten a su impulso
y las manos se pierden
en las costuras de viejas prendas
recias de años y polillas.
Qué extrañada la voz en su eco.
Reclama la garganta sus nuevas sílabas.
El regreso no siempre es a casa,
sino a buscar entre las sombras
los refugios de nuevos senderos.

Me aburro

 Me aburro, sí, me aburro
con el peso encima
de una eternidad desganada.
Me aburro y presiento los días
llenos de hastío.
Hay tantas cosas por hacer
y, sin embargo, Dios, cómo me aburro.

De pronto el cuerpo despierta
de ese letargo de horas apáticas,
bosteza sobre un reloj parado
con sueño profundo o con pesado insomnio.
Deja reposar sus agujas,
cansadas de rodar
por un mismo camino,
entre las sábanas frágiles
de vidrio aun sabiendo
que este ahora
en nada se parecerá al siguiente.

Me aburro como si el tiempo
tuviera idéntico semblante
y, a fuerza de mirarlo,
perdiera el interés de estos ojos.
Me aburro y callo,
porque llega apuntando la veleta
un cambio de aires
hacia un invierno incierto.

Y hay que espabilarse,
tomar la azada de los minutos
y cavar bien la tierra y cuidar
de sus semillas.

Allí donde la luz no entra

 Allí donde la luz no entra
se ciñe la más densa oscuridad.
¿Podrán acostumbrarse los ojos
a ella y discernir que le rodea?

Donde las manos palpan
y dan nombres aleatorios
a lo que no ve,
¿podrá dar forma si la luz no
le enseñó a diferenciar del fondo?

Cuando en el espacio insonoro
la locura se apodera de la mente,
¿podrá algún Dios darnos razones?

Entre las tinieblas de una estancia
por donde se cuelan por ínfimos resquicios
algunos rayos de claridad,
la mirada poco a poco intuye
los contenidos de ese espacio
y, a imitación de un misterio, les da certezas.
¿Podrá el alma ser luz y hendir
el vacío de la nada?

Volcado entre las sombras
de nuestra ignorancia
brillan destellos de verdad,
la que por compasión
nos otorga un creador bondadoso.

Qué sola está la playa

 Qué sola está la playa
en esta noche de verano.
Qué oscura inmensidad este mar
donde se divisan en el lejano horizonte
los puntos de luz señalando la posición
de los barcos.
Y, arriba, un cielo igual de negro,
salpicado por el brillo de algunas estrellas,
las más capaces para competir
contra el resplandor artificial
de los edificios de costa
donde la vida bulliciosa vive su desenfreno.
Al romper la ola dibuja
un borde de espuma plateada,
y arrastra hacia la orilla su cola
de volantes de encaje blanco.
Mis pies descalzos se abrazan
con las dóciles olas.
Callado a nuestro oído está su ronco rumor
en los profundos abismos
y deja en este cargado silencio
un dulce canto, tierno susurro de oleaje
y rodar de guijarros y conchas.
En este caudal se encuentra
una muchedumbre de gotas parlanchinas,
juguetonas e inquietas,
que besan la arena empapándola.
Pierde su dorada y porosa textura
por un apretado y oscuro manto,
donde la huellas desaparecen tan rápido
como los instantes que son borrados por otros.

Nos queda siempre

 Siempre se queda una faena por hacer
al terminar el día.
Se pospone, quizá, para la mañana siguiente,
escrito en la agenda su hora, mes y año.
Siempre hay un poso que no se rebaña,
una cita incumplida,
el itinerario previsto del viaje
que fue solo al país del soñar.

Nos queda siempre
la posibilidad de convertirla en hecho,
rellenar el hueco o vaciar el vaso,
culminar y conseguir redondear la cifra.
Y un día cualquiera,
un día de tantos,
madrugada, amanecer,
cénit, ocaso del sol,
noche profunda negra o estrellada ,
dejamos en el aire un aliento sin retorno.

Quedarán ropas sucias en el cesto,
desorden en los cajones,
ventanas abiertas,
llaves olvidadas,
palabra pensada sin voz,
labor sin terminar,
bobina enredada con nudos.

Para que no se pierdan

 Para que no se pierdan
unimos las notas en agendas,
el discurrir de las horas en el diario,
los datos y detalles de una vida en biografías,
las hojas de los meses en un calendario.
Las voces sueltas ancladas sobre el papel
hacen un relato por escapar al olvido.
La palabra de un dios se hace
sagrada escritura.
El sueño humano de eternidad
hila hebras del tiempo
para retenerlo entre las páginas de un libro.

Somos ave de paso

 Somos ave de paso.
Dejamos en el vacío nido
abandono y  reliquias de ayeres.
Buscamos otro mañana en cada hoy,
olvidamos las plumas desprendidas,
la resistencia del aire y el empuje
de la bandada.
Ansiamos libertad y vamos atados
a un rumbo.

Aprendemos en el viaje una certeza,
la soledad de nuestro vuelo.

Si esta envoltura no deja ver

 Si esta envoltura no deja ver
la desnudez de este cuerpo.
Si su abrigo no nos alivia el frío
ni nos protege del polvo
que empaña nuestro mirar.
Si la arena que el viento arrastra
araña la piel hasta hacernos sangre.
¿Por qué nos engaña esta lucidez,
aprieta el corazón y exprime
lágrimas de hiel y veneno a la vida
en lugar de ser tibieza?
Si cubre un velo la clara verdad,
haciéndonos reales los falsos reflejos
la luz de un sol con sus juegos de sombras.
Si entre los sueños de esta locura,
pudiéramos restarle invierno a la primavera
y hacer de este páramo jardín eterno.
Si a la alegría de horas,
no le ceda el llanto de días.
Si los sentidos estuvieran libres
de un corrompido pensar
que nos lleva siempre al borde
de un precipicio.
Si no tuviéramos que esperar a la vigilia
para despertar,
ni a la oscuridad de la muerte para ver,
seríamos peces que nadan
en un inmenso océano
sin miedo a caer en la red,
ni ser presa fácil en las fauces
de un voraz depredador.

La fuente asiste al bullicio

 La fuente asiste al bullicio.
El ruido festivo en la noche
cubre con su grueso manto
su tierno rumor.
Brota alegre el agua
y el aire impetuoso
mueve su melena transparente
que cae lánguida
sobre su lecho de piedra.