Camina una mujer calle abajo,
derrama sobre su cuerpo tibio
la luz del sol de la mañana.
No es ella ese espectro que avanza
paso a paso hacia el destino de su tormento,
ni la materia fluida, deshecha en partículas,
delimitada por unos contornos
que define una claridad engañosa.
Sobre el asfalto,
atada a sus pies,
va su sombra.
No os confunda, que no es ella
esa que lleva un bonito vestido
con estampado de rosas
y esparce aroma de espliego al andar.
Ha pintado sus ojos color canela
y cubre su mueca agria
con lápiz de labios rojo.
Es un reflejo iluminado eso que veis,
porque ella es la mancha oscura
que se arrastra por el suelo.
Es
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