Heráclito

 

Volveré a beber de aquella fuente,
mas no de sus aguas cristalinas,
su sabor recogió la sal de la tierra
y tomó de grises nubes su tóxico alimento.
Volveré quizá a saciar mi sed,
al menos, confía mi carne.
Porque ella, que es esencia pura,
ella, que domina la tierra,
inunda sus continentes,
atraviesa sus entrañas,
muere y renace una y mil eternidades,
se arrastra por el suelo
o al cielo asciende como áureo ángel.
Ella, que fue madre antes que esta madrastra,
que nos subyuga y cubre nuestros muertos,
dará de beber al sediento en su árido peregrinar
con las manos llenas de su oasis.
Tan sólo habrá que esperar
a que se desate la tormenta
y vuelva el gorjeo del cristal de sus gotas
a inundar de verde los valles,
brote el jardín del edén
con su frescor sin sombra.

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