Ayer ocurrió la desgracia

 Ayer ocurrió la desgracia,
una más de tantas,
hoy hay trinos de aves,
silbidos melódicos de mirlos,
graznidos de gaviotas,
arrullos de palomas en la fuente.
Danzan insectos sobre bellas flores
que esparcen intensos aromas,
gorjeos de gorriones hambrientos,
gusanos repugnantes reptan y comen
excrementos de ratas.

Ayer la muerte mostró su rostro,
frío témpano, hueco como la sombra
del vuelo siniestro de halcón
tras estas montañas de vísceras rasgadas.
La muerte, perfecta anfitriona,
celebra con júbilo el encuentro:
bienvenido a la fiesta de la eternidad
el recién llegado.
Ayer, uno menos en este valle de lágrimas.

No somos los que quedamos
más privilegiados que aquellos que se fueron.
Tal vez ondeemos un tiempo el espacio,
como pequeñas pompa de jabón
que dispersa el suave aleteo de mariposa,
frágil semilla ligera que surca
el océano de campos sembrados,
mota de polvo, marioneta de comparsa
movida por hilos invisibles
de aire, de silencio, de ausencias.

Ayer se despedazaron cuerpos
en este campo de batalla,
hoy entre cantos de pájaros
estallan sobre un cielo azul
el cráter de un grandioso sol
que rebosa su lava de fuego
como puñales clavados
en la piel quemada.

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