Decisión

Sopesamos nuestras decisiones
como si se tratara
de un test de opción múltiple.
Siempre hay una respuesta
claramente renunciable,
tan evidente su error
que nos resulta fácil
descartarla.
En otras nos confunden
los distintos argumentos
por falta de información.
A veces nos parecen plausibles,
mas los rechazamos al instante.
Es tan grande la incertidumbre
que acabamos bloqueados
ante un dilema existencial.
Divagamos entre contradicciones,
negamos todas o todas nos resultan
verdaderas.
Y, al final, en esa encrucijada,
nos inclinamos por seguir
el camino equivocado.

Si la decisión se estudió a fondo
por lo general,
despejadas las incógnitas
nos quedaremos entre dos
alternativas muy igualadas.
Si acaso, una doble negación
nos aturde,
nos embarga la duda.
Una definición incompleta,
incluso, un interrogante añadido
nos provocan una lucha interior.
Entramos en pánico,
abrumados, temerosos,
al límite del caos.
Nos inunda la sensación
de peligro inminente,
equivocarnos en el último momento,
cometer la terrible torpeza de fallar
por tan mínima diferencia.
El drama se desencadena
cuando creíamos tener la segura
entre las manos,
se complica si nos dicen
que son ciertas a y c
o todas incorrectas.

Ahí, ya sin recursos,
agotadas todas las reflexiones,
nos vemos abocados a terminar
a la vieja usanza,
abandonamos el sentido común y la lógica
y abrazamos la solución
con la regla del azar:
lo echamos a cara o cruz
o entonamos la canción infantil:
Pito pito gorgorito
¿Dónde vas tú tan bonito
A la era verdadera
Pim pam pum ¡fuera!

¡Pues esta!

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