Convivir con la incertidumbre,
la continua sospecha,
la vigilante mirada
hacia los lados, al frente,
a las piedras caídas del cielo,
asegurar los pasos sobre la tierra
hasta llevar en la espalda un ojo.
Medir la distancia
con el peligro,
encarcelar los temores,
tener los sueños bajo control
y engañar su esencia
con el paladear dulce
de nuestros proyectos.
Sujetar los segundos, los minutos
y las horas en agendas,
los días y meses en hojas
de calendario,
donde marcamos, ilusos,
en un horizonte
horarios y fechas.
Hacer un claro en el bosque
denso y oscuro del futuro.
Aun sabiendo que pisamos aire,
nos empeñamos en pisar la nada,
volar más allá de este presente.
Convivir con lo incierto,
amante que no nos promete
amor incondicional.
Ni enemigo ni amigo,
nuestros deseos no entran
en sus cálculos.
Conocer y aceptar esta verdad
nos duele tan profundo,
nos desgarra las entrañas,
que evitamos postergar
nuestra la voluntad a su curso
y corriente.
Es una lucha sin tregua
querer salir de su firme cauce,
intentar tomar otros caminos,
desviarnos para descubrir
paisajes diferentes.
Nos vence la frustrada realidad.
Es ilusión creer que tenemos
el timón en nuestras manos.
Al final, su pendiente nos dirige
hasta llevarnos al océano
en un eterno retorno
hacia su fuente.
Convivir con la incertidumbre
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