En la distancia un extraño

En la distancia un extraño
nos mira,
descubrimos
tras su cristalino nublado
por brumosas cataratas
turbias y confusas escenas,
sombras chinescas del tiempo.
Le cuesta a esta luz del ahora
acostumbrar la vista
a sus oscuras imágenes
empañadas de sombras.
La memoria, a duras penas,
trata de unir ayeres con este hoy.

Tropezamos con un forastero
que nos llama por nuestro nombre
y dice conocer nuestro pasado.
Viene su figura vestida
con descuidado aspecto,
sin embargo, desprende un perfume
reconocido, a veces agradable,
a veces nos repugna.
Nos sonríe tiernamente
y de repente, se agria su rostro.
Su mirada nos confunde,
emana tristeza y miedo,
felicidad con mácula de nostalgia.
Ante él sentimos el vértigo
de los años.

Este viento árido
lleno de polvo nos lo trae
de visita,
su afilada voz
atraviesa los valles del alma.
Nos invade un escalofrío
y giramos el cuerpo para ver
lo que su dedo nos señala.
¡Están tan lejos aquellos edificios
que apenas distinguimos sus detalles!

Nos entretiene
y queremos continuar
nuestro camino
siguiendo las trazadas líneas
sobre un plano ondulado.
Son sus palabras eco que se extingue
o el grito que nos desvela,
huellas fijadas en barro seco
o líquida arena de un pertinaz reloj.
Trae en su equipaje reliquias
encontradas
entre los objetos abandonados
al fondo de un trastero
donde acumularon telarañas.

El recuerdo se presenta
sin previo aviso,
vino de aquel país remoto
donde fue exiliado.
Es aquel familiar que nos cuenta
historias de aventuras
de las que somos protagonistas.
Sentimos por él
un dudoso afecto,
lo amamos con locura
o, perdido el roce, nos inspira
desconfianza y rechazo.
Después,
se marcha silencioso,
a saber cuándo volverá de nuevo,
y quedamos sumergidos
dentro de esta charca
en continua metamorfosis.

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