Llegados a una edad

Llegados a una edad,
el espejo ya no miente
y la vida grita el absurdo.
La verdad no se esconde
bajo un falso rubor
en las mejillas,
ni es más alegre
la sonrisa perfilada.
No recobran la vivacidad
los colores de antaño,
el brillo de unos ojos,
la luz intensa de unos cabellos.

Cubren y marcan sus territorios
el transitar de los días,
llenan el pasado
las hojas de muchos calendarios,
gastan los objetos el continuo
roce de nuestros dedos.
Se abrió una senda profunda
sobre aquel inocente y salvaje bosque
con las huellas de nuestras pisadas.
Olvidaron los pasos otros caminos,
llevados por las marcadas señales.
No se hizo más fuerte nuestro andar
sino acostumbrado hábito
y levantamos muros,
cerramos ventanas
fijando la mirada hacia los letreros
luminosos.

Pero llegados a esta edad
donde importan menos
los futuros retos,
los peldaños hacia una cima,
la dirección por deseos pueriles,
te inunda una oleada de paz,
te invade una brisa cálida.
Elige tu boca su voz,
el sabor preferido,
desprecia el murmurar
por el leve rumor
de tus propias palabras.
Ahora intentas dirigir
tu voluntad,
abandonas las imposiciones,
los deberes pesados,
el convencional atavismo grupal,
la férrea costumbre.
Llega la revolución aniquiladora
de un sistema establecido,
levantas los brazos
y arrojas al fuego
los edificios que profanaron
el templo sagrado de tu ser.

Eliges los minutos sin respeto
a las agujas de un reloj,
ignoras las inquisidoras miradas
que te acusan del pecado mortal
de romper tan gran invento:
alterar el estatus quo inviolable,
la desobediencia al anónimo servidor.

Romperás como papel de seda
todos los sustantivos y adjetivos
que insultan tus gustos y preferencias
por atreverte a marcar otro rumbo,
a elegir sin seguir modas.
Creas tus horarios sin importarte
el represor rechazo,
el castigo por ser infiel
a las normas,
el contrato rescindido.

Llegado a esta edad,
miro la vida desde los cristales
de mis cansadas pupilas.
Sin levantar arma contra nadie,
reivindico mi lugar.
Salto sus murallas
sin temor a sus espinos.
Prefiero mi locura
a la cordura de sus exigencias.
Beberé el tiempo que me reste,
sumaré según mis cálculos.
Tomaré sorbo a sorbo
este veneno del existir.
Me basta el alimento
que me nutre.
Me dejaré llevar por la orilla:
no soy más que un pedrusco
en esta poblada playa.
Allá aquellos que se creen
roca resistente,
acabarán también
hechos guijarros.

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