Me miran los días con el descaro

 Me miran los días con el descaro
de sus mañanas,
el ritual de luz y alborozo acostumbrado
que llevan las risas de la chiquillería.
A estos ojos cansados de noche
se les contagia su júbilo
y, frente a su decadencia,
le ofende tanta arrogancia
de lozanía y juventud.
Pero este turgente cielo
pronto se hará lacio corpiño,
y reverberarán los rayos de sol
sobre la piel aún exuberante de su atardecer,
sin sospecha de que avanzan
sigilosas sombras que se esconden
por los rincones.
Estos ojos cansados de noche la previenen:
no andes con alardes,
que el ocaso se aproxima.
Le llegará de golpe toda la penumbra
que tan ajena creyó.
Por cosa alejada la tenía,
cuento y leyenda de lunas y estrellas,
donde oscuridades mayores
las cubrieron de desventuras
y apagaron el brillo de su plata.

El día al final termina para todos
y estos ojos cansados de noche
se asoman en la negrura que adquirió
aquella resplandeciente blancura
en el azogue de su espejo.
De hito en hito se miran y se reconocen
caduco tiempo lleno de melancolía.

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