Hecho un ovillo de matas

 Hecho un ovillo de matas,
dentro de su cobijo como una crisálida,
se despierta el cuerpo.
Viene de recorrer territorios cubiertos de tinieblas,
teñidos de un cierto color pardo
por donde se mueven sus figurantes
entre geometrías irreales con certeza.
Es una atmósfera cargada y mágica
que deja sobre los espacios
la luz tenue de una vela.
Son sinuosos y recónditos sus escenarios,
transitados por extraños
y conocidos transformados en otros rostros.

En esta habitación malva,
de paredes torcidas y remiendos
con tono más oscuro,
los objetos se distinguen con nitidez
bajo la luz penetrante del sol
iluminando la estancia.

En este pequeño universo de intimidad,
los objetos cotidianos se manifiestan
con rotunda presencia.
En la esquina de enfrente
una sombra luminosa, un haz de luz,
se quiebra formando un ángulo obtuso
que atrapa entre sus luminosos lados
un móvil de viento estático, sin melodía,
a la espera de abrir la ventana,
entre el aire fresco y golpee con suavidad
el metal de sus tubos,
creando armonías aleatorias.
A su lado hay unos dibujos de pájaros,
una paloma que lleva en su pico una bufanda roja
y un jilguero apoyado sobre una ramita.
En un papel para acuarela
con la marca de un doblez,
está perfilada a rotulador azul y malva,
una luna creciente de la que cuelgan
en hilera unas estrellitas.
Todos nacieron de la misma mano,
dulce, tierna y herida.

Con el antifaz sobre la frente,
los ojos del durmiente parpadean
resentidos por la claridad del día.
Se recrean en los detalles
con la intención de retener de nuevo el mundo.
Brazos y piernas inician pequeños movimientos,
preparándose al ritmo cotidiano.
Cada hueso y músculo desentumece su rigidez,
ese muerto regresa a la vida.

En un lateral cuelgan de una alcayata
varios objetos,
un corazón hecho a retazos de tela vaquera,
trozos pegados unos con otros con cola,
igual que una bola con cartón de huevo.
Una percha retorcida que parece
prensada en la fragua a fuego y lodo,
bajo el martilleo continuo de ruedas
sobre el yunque del asfalto.
Hay también un yoyó antiguo,
aquellos de pasta dura,
de color amarillo y azul,
que cae como péndulo de reloj
sobre la pared.
Las prendas quitadas en la noche
reposan sobre una caja de herramientas
de metal que hace de costurero.
Más arriba, apoyada en un tornillo,
una pecha, esta perfecta, funcional.
No sirve para ropas
sino para sostener unas docenas
de collares de todo tipo,
tejidos a lana o cosidos con fieltro,
hechos de piedras y cristales
recogidos de la orilla de una playa.
Sobre ellos pende de un hilo
un corazón grande
construido con restos de hebras
rosas, rojos y azules.

De vez en cuando desgarrando
el silencio,
irrumpe atronador el motor de un vehículo
y, al regresar la calma,
una voz anónima transita la calle
hablando por teléfono.
A lo lejos se oyen las campanas de una iglesia,
pronto sonaran las de este campanario cercano.
Entrarán de lleno en esta densa soledad y paz
advirtiendo de un tiempo que se fuga
con estos destellos.

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