Dios mío, dame las palabras mejores

Dios mío, dame las palabras mejores
o el silencio más acertado
cuando me hable de su dolor.
Dejar que la cálida verdad
se muestre libre y fresca doncella,
sin alhajas ni artificios,
su bello rostro sin máscara.

Sea diáfana agua que limpie
el polvo que arrastran las voces
llenas de tiempo y costumbres,
de resabio impuro,
vertido por la boca seca
de una agotada fuente.

Se abra este virginal verbo
para ser oído con el corazón
y no el hueco discurso,
semilla podrida cubierta
por aparente cáscara.


Que brote el claro arroyo
de los sentimientos,
alma con alma desnudas,
ligeras, abiertas entrañas,
miradas una a la otra,
frente a frente,
más allá del falso reflejo
en espejos oxidados

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