A qué Dios rezar

 ¿A qué Dios rezar sin nuestra indumentaria?
¿En qué vasto territorio tendrá su hogar
y de qué país de jauja será único habitante?

¡Qué lástima!

 ¡Qué lástima!
Me despido de este jardín
con tus flores secas.
No volverán mis ojos
a verte reverdecer
con las primeras lluvias.
Aún recuerdo los fugaces
copos de unas nieves
tan pronto derretidas
al rozar tu tierra
y la blancura de tu escarcha
en las frías mañanas de invierno.
¡Qué lástima!
No volver a ver tu cruz
y tu campanario
desde estas ventanas,
ni correr para ver vibrar la úvula
de tu campana.
Tuve el regalo de tu horizonte 
prestado por un tiempo
y, aunque lo devuelvo en forma,
lo llevo en mi corazón,
en transformada materia,
diluida en el espejo de mis ojos,
al fondo de mi alma va plasmada.

Es difícil soñar con un horizonte

 Es difícil soñar con un horizonte
si te han elegido otro.
Pones un pie donde ya marcó tu huella.
Llevas a la espalda el empuje del viento
y aún ingenua, dices, mañana iré
por este camino.
Huyes, quizá, 
mas por donde indicó tu mapa.

Hay un mar para cada mirada

 Hay un mar para cada mirada.
Como olas nacen de su vientre,
tan inmenso y profundo desde su orilla
y con ocultos secretos en sus entrañas.
Nunca te engañará,
si sabes leer su lenguaje.
Hay que conocerlo bien,
dicen aquellos que con él tratan.
Los niños hacen charcos en la orilla
con el deseo de abarcarlo entre
sus pequeñas manos.
Somos mar de altas mareas y fuerte oleaje,
un lecho en calma y fresca brisa,
fuego abrasador su dorada arena  
y beso dulce de un sol de invierno.
Sobre su manto oscuro de noche
brillan los plateados rayos de luna 
y los de un faro protector,
guía para su territorio sin senda.

En su abismo habitan todos nuestros miedos.
Su calmada superficie,
de suaves ondas de aguas turquesas,
el arrullo de su espuma acariciando la orilla,
la gaviota que pende sobre las olas
nos hace olvidar su fondo oscuro,
la incertidumbre de su deriva,
su voracidad y su furia,
y, acogidos en su útero,
nos dejamos flotar 
mecidos como en el vientre materno
y somos náufragos que alcanzaron la isla
a salvo de los peligros.
A veces, su ronco respirar 
nos pone en alerta y nos encoge el corazón,
a veces, es una dulce nana que adormece,
susurros de sirenas llamándonos a su abrazo.

Es como caminar rodeada de árboles

 Es como caminar rodeada de árboles
y temer que detrás de sus troncos
se oculten enemigos.
Te asustan sus sombras que no ofrecen
los detalles claros de su rostro. 
Es el miedo ante un ruido,
el crujir de tus propios pasos
te sobrecoge.
No es engaño ni tampoco puedes
decir que es cierto,
es la lejana línea del horizonte
cubierta de niebla.
Y no tranquiliza la luz del sol
que cuelga en el cielo.
Ella enigmática, sugerente,
provoca un palpito,
recelo en la mirada.
Anda con cautela, se dice.
No tienes indicios,
sin embargo, sientes su presencia
y no te relajas.
La confianza anda confusa,
te sientes inseguro,
la duda te atormenta.

Ella, extraña y misteriosa,
presentimiento de oscuridad,
la sospecha.

Qué pena el olvido

 Qué pena el olvido 
de aquellos que quieren olvidar
para justificar su orgullo.

Qué triste aquellos que olvidan
sus recuerdos entre las sombras
sin remedio.

Qué triste aquel que olvidó
todo lo recibido por lo poco
entregado.

Errante y solitario camina

 Errante y solitario camina
por los senderos sin sombras
donde cobijar su alma 
y consolar su tristeza.
No halla más huellas
que las propias
ni más voz que el retumbe de su eco.
Nadie le abre la puerta a su paso
y encuentra solo vacío y soledades.
Así fue y así será, le dice su memoria,
pero persiste en su intento
sin doblegarse la esperanza.

Esta gata es mi sombra.

 Esta gata es mi sombra.
Cada mañana al levantarme,
me saluda y rodea mis piernas
mientras preparo el desayuno.
Tengo que arrastrar los pies
para no pisarla
y si la rozo, encima protesta.
Allá donde voy me persigue,
me siento, se sienta al lado,
me levanto, se levanta.
Querría estar siempre
recibiendo caricias
en mi regazo.
Levanta sus patitas y con qué
cuidado acaricia mi cara
sin sacar las uñas,
con su planta esponjosa 
y reposa su cabeza en mi brazo. 
Pero, me da miedo
que de repente me dé
un mordisco pequeño
como forma de cariño
y me ponga nerviosa. 
Si no me ve, coge cualquier
objeto mío con un maullido protector.
Esta gata me dice ma-ma
a su forma gatuna
y se contagia de mi ánimo.
Sueña que caza y mueve sus dientecillos
y su bigote de forma curiosa
como si ya gozara de su presa.
Tiene su preciado manjar 
en la distancia, sobre los tejados
y a veces, se pone tan nerviosa
que corre como una loca por la casa.
Pobre gata, acaso no sabe
que la sombra solo a ratos
puede unirse al cuerpo
y entonces desaparece
entre las tinieblas de la noche.

Por qué se marcha el forastero

 ¿Por qué se marcha el forastero 
del lugar que ama?
¿Acaso no es locura
abandonar la tierra que le acogió?
Estas piedras le protegieron
y alimentaron sus dones 
su boca hambrienta de sueños.
El aire esparció en su piel
sus fragancias
y las calles condujeron sus pasos
por bellos y vetustos paisajes.
Allá dónde va,
¿tendrá el mismo recibimiento?
¿Hallará en su cielo
las bondades de este territorio?
El amor no se reparte,
se entrega por entero.
¡Ojalá en aquel horizonte
su verdor lo envuelva
en un apasionado abrazo!

Se agotan los días

 Se agotan los días 
y, alterado el cotidiano ritmo,
ya no se buscan las cosas 
en el lugar acostumbrado, 
sino que esperan volver a la vida
en el útero de unas cajas.
Se agotan las horas
y agónicas espiran
entre el impasse y la urgencia
de sus agujas.
Imposible retener el vacío
que llena poco a poco estas estancias.
Se agotan los minutos
de estar contenida
entre las fronteras que fueron refugio 
para la sustancia de los sueños.
Se agotan los pasos, las miradas,
el reposo, la rutina, la melodía en el aire,
el dulzor saboreado en la boca, 
la espera y la recompensa 
de ver sus días y sus noches sin mayor desvelo
que alguna pesadilla traicionera.
No podrán en el cercano mañana
los brazos retener este horizonte,
enredados quedarán entre la telaraña
de la memoria. 
El corazón se aprieta
para dar abrigo al alma que ya extraña.
Va puesta la vista al paso siguiente
mientras sigue en la misma senda,
toma a cada instante el impulso 
hacia adelante.
Se agarran los dedos a la trama del porvenir
y deshacen hebras trazadas
para tejer nueva prenda.
Pierde pie ya el cuerpo en este mar
de imprecisas formas
y debe nadar confiado 
hacia tierra segura.

Fueron solo unos instantes

 Fueron solo unos instantes,
las nubes habían sembrado
sobre las tejas 
la tonalidad plomiza de lluvia.
Los fornidos brazos del sol
deslizaron el cerrojo y abrieron 
los cristales de su ventana, 
asomó ligeramente su cabeza
proyectando unos rayos firmes
y certeros
sobre el tejado.
Cambió su rostro cetrino
por un intenso rojo fuego.
Fueron solo unos instantes
pero, ¡tan gloriosos!

Preguntan la mujer y el hombre

 Preguntan la mujer y el hombre,
¿qué es mejor, la palabra o el silencio?
Y el eco propagado desde las altas montañas
al profundo valle de la humanidad
proclama el secreto de su derrota,
quisieron alcanzar el cielo y su gloria
y dejaron en el aire el lamento de su fracaso.

Responde el eco:
el silencio, 
el silenci, 
el silenc, 
el silen, 
el sile, 
el sil,
el si, 
el s, 
el, 
e, 

Él guarda todas las palabras,
las dichas, olvidadas y oídas,
las pensadas, reprimidas y por decir,
las nunca por labios susurradas,
el grito por la garganta lanzado,
profuso río o manantial seco.
Creadas y muertas palabras,
naciente flor en otras bocas.
El silencio sellado en el último suspiro,
podridas palabras, larvas de gusanos.
Soñadas palabras de un infinito,
derramada lluvia sobre la carne y el lodo,
semillas que germinarán 
en nuevas palabras.
Encarnación del verbo, el silencio,
diálogo del alma con Dios.

Qué agreste naturaleza

 Qué agreste naturaleza,
supura la tierra la esencia rancia
del tiempo.
Las lluvias de siglos han sembrado
un apretado nudo de verdes intensos
y atraviesan los muros de las casas
vistiéndolas con un añejo ropaje,
prendas roídas por infinitas gotas
que penetran silenciosas por sus poros.
Arriba un cielo plomizo rodea 
las cumbres de las montañas
y el paisaje adquiere la superficie opaca 
de la plata sucia,
que relucirá brillante
cuando el sol salga airoso de esta nubes.
Un miedo se instala en el pecho
entre corazón y alma,
¿y si esta fría atmósfera,
esta bruma espesa
se cuela por los nervios solidificándolos?
Qué extraña sensación
nos produce el lugar desconocido
donde el cuerpo debe aprender
otras voces y colores
y un mismo cielo parece
tan distinto.
Eres tú el rostro forastero,
el extraño que se extraña
de lo que un día le será cotidiano.
¿Llevará este río más agua en invierno?

Al menos

 Al menos, 
aprenda su corazón a resistir,
cree en la fiel rutina
y, asida a las agujas de un reloj,
esparza la plegaria de los minutos por el aire,
alcance ese mar su horizonte 
y se haga un todo con el cielo.
Naufraguen sus maletas con sus pertenencias,
pero llegue salvo a tierra su cuerpo
y encuentre el verdadero tesoro,
la dulce paz para su alma 
que no se la lleve el último suspiro.
Amén.

La casa torcida


No se sabe cómo trazó en el plano estos espacios el arquitecto, si fue que le tembló el pulso. Tal vez el maestro de obra dejó sin supervisar al peón novato y puso los ladrillos sin nivel. El dueño al final, dio por buenos los tabiques. Pero en esta casa, no hay ni un cuadro derecho. Las puertas por la inclinación del piso se desvencijan y los muebles ceden hacia un lado. Hasta los grifos andan confusos y dan agua fría por donde debía salir la caliente. Ya nada más subir las escaleras hay descuadre en la altura de algunos peldaños. Sin embargo, qué amplio su ventanal abierto a un grandioso horizonte.

En esta casa escorada van enfilados los sueños, entregados a este bello paisaje. Qué importa el eje inclinado, cambiar el hábito en la ducha, tener el cajón atrancado, la losa hundida, los defectos en su construcción, el encaje difícil de las estanterías. El cuerpo hará anécdota con sus rarezas, le perdonará el corazón sus veniales pecados, la boca recordará sus méritos y las palabras harán en la memoria alabanzas. Pero, ay, sus ojos cómo añorarán su luz cuando ellos se llenan con su brillo.

La firmeza del puente

 La firmeza del puente,
la resistencia de tu piedra,
el pulido brillo de unos ojos
detrás del ramaje de unas pestañas.
Roca hollada por lluvias,
playa devorada por la arena,
bosques de frondosas hojas 
picoteadas por gorriones hambrientos.
Mira ese escuálido árbol,
tiene vencido su tronco,
esmirriada sombra que no da consuelo
a las tardes solitarias.
Perdidos sus frutos,
se hacen desechos,
buena cosecha para gusanos.
Morirá si un clemente sol
no se apiada,
si no rompe esa nube
y lo riega.

Así sin darte cuenta

 Así sin darte cuenta,
despacio,
suave,
sigiloso,
entra el ladrón.
Te engañó con regalos,
puso primero en tu oído
la palabra,
entre tus manos jugosos frutos,
en tus pies el primer paso,
sobre tus ojos la primera mirada de deseo
y dentro de tu corazón, el amor.
Ese traidor fue robando de noche,
clandestino,
astuto diablo enredado entre los sueños
y, con aquellos cabos atados,
cortó sus hilos.
Deshilachadas pendían las prendas
sobre las anudadas cuerdas
que se deshacían.
Jugaba con trampas,
aprovechaba tus horas distraídas.
mientras bordabas quehaceres inocentes
y, poquito a poco, grababa
su estigma sobre tu piel.

Tú creíste intuir una sombra insignificante
cuando en realidad penetraban densas tinieblas 
hasta hacer completa oscuridad.
Pensaste que era un desvelo sin importancia,
un olvido fugaz,
una simple raya en el lienzo blanco,
el ascla rota de un cristal transparente 
que aún ponía a la mesa tu alimento ,
la losa que cubría tu suelo firme.
Se hicieron hileras de minutos,
esa larga procesión de hormigas
abría heridas en tu tierra,
labraba laberintos,
roía tus raíces
sembraba de excrementos
tu sagrado trono
y se echaba cada noche
en tu lecho cálido,
cada día más frío,
cada invierno más helado.
Cada mañana se formaba escarcha 
sobre tus blancas sábanas.
Y así, sin percatarte del desastre,
te borró de los labios los besos
y de tu garganta las risas,
rosas crecidas en otros jardines
que fueron arrancadas de tu patio.
Y barrió del diccionario 
las flores de la primavera,
verde
luz,
nube de terciopelo.
Y, a cambio cayeron
las hojas secas
en temprano otoño,
fuerte viento,
bruma,
tormenta.
Los pies caminaron espacios
cada vez más vacíos
y retumbaban los ecos 
de recuerdos lejanos.
Y descubrió aquello que estuvo
siempre presente,
lo delataron sus ojos.
Tras la cortina de lágrimas
reconoció el rostro del enemigo.
Debimos aprender
a perderlo todo sin miedo,
la voluntad del destino es férrea.
La vida es la ingenua niña
que va perdiendo su tesoro
mientras camina sin propósito 
por un bosque oscuro.

Llovía y cubrió su cabeza

 Llovía y cubrió su cabeza
levantando sus brazos,
plegadas alas de mariposa
protegida del aguacero.
En aquel prado de amplias avenidas
y loco tráfico mecánico y humano,
eran flores silvestres
sobre un denso magma
por donde pululan insectos
libando su néctar
mientras arrecia la tierra
bajo sus pasos.

Ha venido el viento

 Ha venido el viento.
Arrastró todo a su paso,
arrinconaba el lodo
por las esquinas,
rodaban desechos
calle abajo.
Agitaba los toldos
de las terrazas
y campanilleaban sus cadenitas
contra el hierro.
Llegó la calma después
y las ventanas cerradas 
se abrieron al mundo.
Comenzaron los pétalos
de las flores a desplegarse
como niñas desperezándose del sueño.
Brillaban los cristales,
tragaban la luz de un sol enérgico.
Lento, indolente, regresó el gato
a buscar su cojín en el balcón
pero lo asustó el crujir 
de una persiana al levantarse 
y salió como rayo a esconderse
baja la cama.
Silenciosa, lánguida, con los párpados 
echados sobre los ojos, 
la soledad se mecía al compás
monótono del reloj.

Ha llovido, rugía el cielo

 Ha llovido, rugía el cielo, 
levantaba en el aire humaredas
de polvo y esparcía ese olor
caliente y dulce de la sangre
vertida por las entrañas de las piedras.
Espero con impaciencia llegue la noche
y saber si de esta batalla 
salió victoriosa la luna.
Traiga el esplendor en su rostro
y entre a mi castillo 
a desvelarme su misterio
y repose su luz en mi lecho.

Somos reflejos de un sol

 Somos reflejos de un sol.
Si él no nos alumbra,
la noche nos traga.
Desaparecidos del mundo,
seguimos vivos en su útero.

Volver al inicio, recoger la madeja

 Volver al inicio, recoger la madeja
que nos condujo al olvido.
Habrá que desatar nudos,
quitar vueltas retorcidas,
meter el cabo por un sitio
y liarlo aún más.
Retroceder,
probar por otro agujero,
buscar otro camino.
Encontraremos hilos tan apretados 
unos con otros,
que el regreso
nos parecerá imposible.
Dudaremos si cortar por lo sano,
abandonar el intento,
quedarnos entre las manos
el trozo liberado y continuar 
tejiendo con el resto que nos quede.
Mas no, nunca rendirse,
esta es nuestra única meta,
volver al inicio,
deshacer esta maraña,
ese enredo confuso.
Es necesario volver sin miedo, 
libre de ataduras,
alcanzar el principio,  
la fuente pura y clara.
Y después, que la piedra nos revele
sus profundidades.

Nuestro existir es un absurdo

 Nuestro existir es un absurdo
al que damos nombre
y le buscamos una razón de ser.
Nuestra vida es una madeja,
enredada, mancha oscura en la distancia,
confuso discurso de palabras inconexas
que quizá un día podamos descifrar.

Recojo las cosas que ocuparon

 Recojo las cosas que ocuparon
estos espacios que hoy abandono.
Los libros que aún quedan por leer
vendrán conmigo a otra casa.
Las prendas que pretendieron vestirme
y a la espera guardé en los armarios
tal vez salgan a tomar otros aires.
Estos objetos sin utilidad,
sin embargo, tan valiosos,
seguirán pegados a mi mirada.
Dejaré polvo, hilos sueltos, 
polillas hambrientas
y larvas de moscas por rincones
preparadas a recibir otros cuerpos.

Cargo cajas llenas con mis pertenencias
y aunque envueltas del ligero aire
es grueso peso de futuros sueños.

Seguirán sonando estas campanas

 Seguirán sonando estas campanas
cuando lejos de aquí me halle.
¿Qué torres altas verán mis ojos
y qué claros cielos alumbrarán 
mis días? 
Abriré las ventanas cada mañana 
y tomaré el aliento
del paisaje que habite.

Qué bello ha entrado el día

 Qué bello ha entrado el día.
Sacó del armario el vestido arrugado,
guardado por meses,
y al calor de un radiante sol
ha quedado planchado y liso,
tan vaporosas sus formas.
Qué gracia da al cuerpo
de las horas, qué luz transita
por la urdimbre de su tejido.
Lo traspasa una claridad admirable,
centelleantes reflejos de cristal,
espolvoreada purpurina plateada. 
Son sus minutos pasos primorosos,
van de puntilla sus pies,
calzados con zapatillas de bailarina.
Todo reluce bajo los rayos,
el aire tiene la suave ondulación
y la blancura de una sábana tendida.
Brotan en el ambiente
susurros de voces,
gorjeo de aves,
ecos de risas de ángeles.
Hay un crujir de seda y tul
por los espacios
y un océano infinito surcado
por veleros.
Un brillo intenso atraviesa el iris
de los ojos
dejándolos ciegos su extrema pureza.

Parece estática, pétrea, inerte

 Parece estática, pétrea, inerte,
duras sus entrañas,
áspera su piel,
su mirada ciega,
terroso su semblante
y, sin embargo, ¡qué sabios sus ojos,
cuánta belleza muestran!
Vibra y se transforma su sustancia, 
modifican su silueta las horas,
se perfilan en su cuerpo
las caricias del aire
y su oleaje la moldea.
El tiempo la viste de arena
y polvo cósmico,
derrama la sensual fragancia 
de la naturaleza
y esculpe en su talle
un universo que solo ven aquellos
que, con admiración,
la contemplan.
Un día, trae en su pecho
tatuado un corazón,
otro, cuelga de su ancho cuello una cruz
y, a veces, por arte de magia,
quedan atrapados en su espejo opaco
rostros silenciosos que nos miran.
Después, se desvanecen en la nada,
o quizá se hundan en su tuétano,
perdidos por los senderos recónditos
del inframundo.

No hay un después

 No hay un después
en todos los ahoras.
Nunca más
habitará este cuerpo
los espacios 
que hoy
le contienen.
Marcharse,
lento, 
guardar en los bolsillos
estos instantes,
como migas de pan
esparcidas
por otros
territorios.

Cada mañana pongo la noche en mis ojos

 Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para atrapar la luz de una quimera,
velero sobre las aguas azules
del océano del tiempo.
Cada mañana retiro las sombras
y en mi pequeña pupila
se trazan estos perfiles hermosos.
Cada mañana arranco una brizna
del árbol de las horas
y extraigo su jugo.
Qué frondoso es este jardín prohibido
donde gozan libres los pájaros
y los hombres rondan los suburbios.
Cada detalle de este paisaje
se funde hoy en mi mirada,
mañana quedará perdido en la lejanía.
Aunque luche por retenerlo,
la frágil memoria cortará su hilo
y será cometa surcando aquel edén.
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para protegerlos contra las lanzas
de estos rayos de sol
y ser fiel al fuego eterno.