Su mundo se ha vuelto tan pequeño

 Su mundo se ha vuelto tan pequeño,
apretada entre tabiques endebles
que se han forjado firmes muros de prisión.
Muchas son las contrariedades,
basta una gota de lluvia
para ser fuerte aguacero.
Que la sorpresa de una mancha
en el mantel blanco sea augurio
de un mal día.
Que olvidó al hacer la compra
sus peras conferencia,
un disgusto muy grande.
Que le dio sin querer a una tecla del móvil
y no le llegan los mensajes,
una ruina.
Que el termo del agua no funcione,
una catástrofe.
Que la antena no coja su cadena favorita
y no pueda ver la novela
de los martes, miércoles y jueves,
una tragedia.

A esta mujer los años la aniquilan
y vive una permanente contienda
frenética y dura contra sus fantasmas
y monstruos de humo.
Se lamenta, ¡qué vida más desgraciada!
Mejor morir y descansar de tanto sufrimiento,
proclama con la boca pequeña.
Se reprocha y se insulta,
siempre fui una carajota,
esclava de los demás y maltratada.

***

A este cuerpo que impotente asiste
a su resuello, su duelo le deja roto
y molido a palos el corazón se resiente.
Un terremoto se desencadena,
se contraen sus músculos,
se rompen las rocas de su ánimo,
y sus vértebras son pedazos que caen
ladera abajo hacia el precipicio.
Se abre en el asfalto una brecha profunda
y afloran los fuegos no apagados.
Duele mucho verla tan frágil
y el error estúpido de sus pecados
que la convierten en una vasija vieja
sin vino, oscuro interior con olor acre.
Es la muerte de la que huye
y cada día de ella bebe.

***

Sin embargo, cuánto teme
a esa mosca intrusa
que entró por la ventana
y le atormenta con su zumbido.
Le quita la calma la brisa
que agita sus desvelos
y trastorna los sueños cotidianos.
Niega al espejo sus verdades
y aún espera en la mirada del otro
saber si sigue siendo bella.
Va engañada con el brillo del sol mañanero
y al atardecer las sombras
hacen piña en el salón de su casa,
destruyen las luces de sus anhelos
y callan sus palabras con el ruido de la tele.
Espera ávida los juicios de la calle,
jueces tan severos a los que debe convencer
con sumisa obediencia.
Y de pronto, todo este drama se descompone
por el halago de alguien que pasa.
Viste su mesa con un alegre ramillete
que le devuelve la sonrisa.

En la estrechura de su memoria
todo es confusión.
No sabe poner en equilibrio la balanza,
y hace océano de olvido
de sus profundas aguas
para mirarse en la superficie
desde donde ve un fondo de lodo.

Después de un tremendo sofoco,
pasada la tormenta,
su mente de niña queda como un lienzo
sin mácula.
Qué tierno su corazón sin rencores.
Ojalá respire los aires de la indolencia
y tome cada día como un regalo.

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