Llueve y dejo la estancia en silencio
para oír caer la lluvia.
Se escucha el chocar de gotas
contra los viejos adoquines
y el golpear del agua brotada
de los canalones
haciendo arroyos que ceden por la pendiente
de un valle diminuto.
Solo de vez en cuando
pasa un coche,
y aparecen y se pierden
algunas voces con sus cuerpos
protegidos por paraguas.
Llueve y no es espanto
para una paloma
que cruza en vuelo de un tejado a otro
gozosa con su ofrenda.
Han dejado un coche aparcado
justo donde desagua la fuente de un canalón
y suena como un tambor de lata.
Se van llenando unos contenedores
de basura que harán caldo en su olla
y pequeños charcos van surgiendo
entre los huecos de las losas.
Llueve y es tan dulce su canto,
sin estridencias ni ira,
vertida del cielo gris claro
es una algarabía de niñas alegres
y saltarinas jugando al corro
en la calle.
Las tejas y piedras están húmedas
y llenos los espacios por su melodía.
De soslayo,
hacia un rincón del muro,
justo en una esquina
se perfila la lluvia, fina, recta, continua,
rítmica y simétrica.
Llueve y se dibujan en los cristales
lunares transparentes
y un brillo de espejo.
Llueve y, puesta mi mirada
hacia el frente ,
no la distingo en el vacío ,
sin nada que le haga sombra
es invisible.
Qué silencio sonoro,
qué hermosa gallardía su traje de plata,
qué don preciado este elixir,
qué grato su aroma de tierra limpia.
Inunda el aire su frescura
y calma el corazón sus inquietudes.
Ah, qué regalo su clara y pura esencia,
con qué mesura entregada.
Llueve y dejo la estancia en silencio
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