Tralará tralará

 Hoy es miércoles, ¡caracoles!
y hemos tenido aguas mil en este abril.
Si canto mi mal espanto,
pero él no tiene miedo.
Dijo el poeta, ¡luz más luz!,
y vino el apagón.
Añadió el sabio, solo sé que no sé nada
y no hay nada mejor que saber sin preguntar,
no te mates por saber pues el tiempo te lo dirá.
Saquemos conclusión de la historia,
del amor amamantado,
de la mano diestra,
del dedo índice que señala.
Con las letras menudas aprendí
esta canción entre juegos.
Digan ustedes qué santo patrón sería
y cuán grande su ingenio
que, con el germen de la verdad,
creó esta gran fábula,
mentirijillas de patas muy largas
para alcanzar la luna y rebotar su eco.
Con un simple tarareo sigamos el compás,
tralará, tralará.

Este puso un huevo,
este lo echó al fuego,
este lo peló,
este le echó la sal
y este gordito, gordito,
¡se lo comió enterito!
Tralará, tralará.

Es tarde de siesta

 Es tarde de siesta,
en el silencio bulle la vida.
Había frescura en aquella estancia
de tabiques de cal y suelo de cemento.
En días luminosos de primavera
se perdían los pies entre retamas.
Alegre algarabía de cantos de pájaros
en las mañanas y, al llegar el cenit,
flotaba en el aire su zumbido,
melodía de la calma.
Es recuerdo indeleble
la impertinencia de su danza,
de soledad sin rejas,
abiertas las alas al gozo.
Juegan al incordio del sosiego,
revolotean a su alrededor,
rozan la oreja, se posan en la nariz,
suben por los brazos
huyen de la frente a la palmetada.
Corro de patio sobre tu cabeza,
anuncian el tórrido estío.
En sus alargadas sombras
buscan el cuerpo que dormita
al consuelo de la penumbra.
Y, concienzudas, siguen en su empeño,
las molestas,
juguetonas hadas de la memoria,
las moscas.

Cuando el campo estaba florido

 Cuando el campo estaba florido,
eran verdes los prados,
frondosos los bosques
y en las cumbres de las montañas
reverberaba la luz de un grandioso sol
¡qué hermoso horizonte se prometía!
El paso firme,
siempre puesta la vista al frente
persiguiendo la meta de aquel paisaje.
Y llevado por la urgencia avanzar
sin descanso hasta no alcanzar su paraíso.
Nunca llegaban las manos a rozar aquel territorio
que parecía cada vez más lejano y turbio.
Qué triste evidencia abrir puertas,
traspasar fronteras,
pisar su orilla,
y encontrar en su lecho tanto abandono.
Apagado el oro de un sol,
la tierra árida,
sin color ni brillo,
sin verde prado,
sin nieve blanca,
solo un bosque de cenizas
y un campo de flores secas.

En este equinoccio de primavera

 En este equinoccio de primavera
la luz alarga sus dedos,
llega tardía la noche
y duerme un poco más el alba.
Es tiempo exuberante,
la tierra procrea una cosecha
de bellos colores,
el aire y sus vientos son menos
agresivos
y nos abrasan las llamas
de un sol ardiente.
El ímpetu de los carnales deseos
irrumpe el hermoso desierto de una playa
y se lanza a la caricia
de mar menos bravo.
En aquella soledad,
con estallidos de blanca espuma
penetra la despavorida avalancha
como potros salvajes
y siembran de pisadas la dorada arena.
La fuerza de su bramido
acalla el dulce mecido de las olas
y corrompe la pureza del silencio.

Han buscado para su descanso

 Han buscado para su descanso la piedra del escalón de la espadaña, este mirlo negro y su  pareja de pardos plumajes. Es época de celo, el macho se ha subido a la cumbrera  del tejado, la seduce con graciosos giros de alas. Tienen el refugio en el hueco de una teja donde harán nido para su prole. Llenan el aire sus penetrantes gorjeos en la calma de la siesta. Ha bajado el bullicio de la mañana, recorren los espacios ecos de voces y el rugido esporádico del tráfico. Por el cielo pasa la fina línea blanca de un avión, como un gusanillo de seda mordiendo con sus dientes este reverberante azul del cielo. Van pasando los minutos, sigiloso avanza el sol y vierte por los rincones las sombras. Buscan la luz los pájaros y se recrean recibiendo el calor de un atardecer manso. El tiempo repite un ritual mientras el mundo renace a cada instante.

Cómo serán tus otoños y primaveras

 Cómo serán tus otoños y primaveras,
aquellos ceñidos de flores
y arroyos jubilosos,
estos sembrados de manto ocre
y verdes riberas.
No quiero soñarlos y que al despertar
caigan sus velos mostrando el rostro
del desengaño.
Recogeré cada día las voces musitadas
entre las sombras
y, al retorcer sus esquinas,
descubrir las risas de sus destellos.

Morirán aquellos que se amaron

 Morirán aquellos que se amaron.
De las secas fibras de sus corazones
tejerán pasiones otros enamorados.
Rueda de cadáveres.

Hoy es día de mercadillo

 Hoy es día de mercadillo,
¡qué gentío hay en la plaza!
Los ojos curiosos recorren los puestos
atiborrados de cachivaches
y objetos pasados de moda.
Es universo para nostálgicos,
coleccionistas y caprichosos.
Ese juego lo tenía de pequeño,
aquel plato se parece a la vajilla de la abuela,
esta caja de madera tendrá por lo menos cien años
y aquellas de lata eran de galletas.
¡Ah, qué recuerdos!
Las monedas antiguas, los sellos,
tebeos y libros apiñados,
todo viejo, obsoleto, caduco,
de un ayer que resiste al olvido,
negándose a ser borrado de la historia.
Misales de cubiertas de tela roja y negra
tocados por temblorosas manos de beata.
Hay viejos relojes de cadena oxidados,
bajo el turbio cristal yacen sus agujas
como princesas de un cuento de hadas.
¡Qué beso les devolverá la vida
a estos momificados cadáveres!
¡Qué parte de la estantería ocupará
esa muñeca de porcelana!
Tan alegre está el ambiente
que se unen a la algarabía
las campanas de la iglesia.
Los corazones se encienden
con estos placeres sencillos,
beben la vida con estos sorbos,
como si el tiempo no pasara
y quedase en esta fluida urna
la dulce mezcolanza de pasado y presente eterno,
sacando trastos del desván de la memoria.

Qué lindos estos pajarillos

 Qué lindos estos pajarillos
con su trino alegre
en este día soleado
con olor a dulce primavera.
Qué aire fresco y puro
pletórico cielo luminoso
y sobre los tejados
deja el sol su brillo de nácar.
La esquila en el campanario
reposa tras el Ángelus.
¿Qué tiene la primavera
que enciende chispas
en las frías ascuas
del brasero del invierno?

Su mundo se ha vuelto tan pequeño

 Su mundo se ha vuelto tan pequeño,
apretada entre tabiques endebles
que se han forjado firmes muros de prisión.
Muchas son las contrariedades,
basta una gota de lluvia
para ser fuerte aguacero.
Que la sorpresa de una mancha
en el mantel blanco sea augurio
de un mal día.
Que olvidó al hacer la compra
sus peras conferencia,
un disgusto muy grande.
Que le dio sin querer a una tecla del móvil
y no le llegan los mensajes,
una ruina.
Que el termo del agua no funcione,
una catástrofe.
Que la antena no coja su cadena favorita
y no pueda ver la novela
de los martes, miércoles y jueves,
una tragedia.

A esta mujer los años la aniquilan
y vive una permanente contienda
frenética y dura contra sus fantasmas
y monstruos de humo.
Se lamenta, ¡qué vida más desgraciada!
Mejor morir y descansar de tanto sufrimiento,
proclama con la boca pequeña.
Se reprocha y se insulta,
siempre fui una carajota,
esclava de los demás y maltratada.

***

A este cuerpo que impotente asiste
a su resuello, su duelo le deja roto
y molido a palos el corazón se resiente.
Un terremoto se desencadena,
se contraen sus músculos,
se rompen las rocas de su ánimo,
y sus vértebras son pedazos que caen
ladera abajo hacia el precipicio.
Se abre en el asfalto una brecha profunda
y afloran los fuegos no apagados.
Duele mucho verla tan frágil
y el error estúpido de sus pecados
que la convierten en una vasija vieja
sin vino, oscuro interior con olor acre.
Es la muerte de la que huye
y cada día de ella bebe.

***

Sin embargo, cuánto teme
a esa mosca intrusa
que entró por la ventana
y le atormenta con su zumbido.
Le quita la calma la brisa
que agita sus desvelos
y trastorna los sueños cotidianos.
Niega al espejo sus verdades
y aún espera en la mirada del otro
saber si sigue siendo bella.
Va engañada con el brillo del sol mañanero
y al atardecer las sombras
hacen piña en el salón de su casa,
destruyen las luces de sus anhelos
y callan sus palabras con el ruido de la tele.
Espera ávida los juicios de la calle,
jueces tan severos a los que debe convencer
con sumisa obediencia.
Y de pronto, todo este drama se descompone
por el halago de alguien que pasa.
Viste su mesa con un alegre ramillete
que le devuelve la sonrisa.

En la estrechura de su memoria
todo es confusión.
No sabe poner en equilibrio la balanza,
y hace océano de olvido
de sus profundas aguas
para mirarse en la superficie
desde donde ve un fondo de lodo.

Después de un tremendo sofoco,
pasada la tormenta,
su mente de niña queda como un lienzo
sin mácula.
Qué tierno su corazón sin rencores.
Ojalá respire los aires de la indolencia
y tome cada día como un regalo.

Con un pedacito de cielo

 Con un pedacito de cielo
se agarra la mínima esperanza,
la luz penetra las nubes
volviéndolas más luminosas.
Con un pedacito de luna,
la noche es más clara,
sobresalen las cumbres
tras su hueste de sombras.
Con un pedacito de amor
el corazón no se sacia,
gota a gota se funden
y hacen oleaje contra las rocas.

Son continuo tormento las púas de esa planta

 Son continuo tormento las púas de esa planta,
rozando la piel la hiere con sus puntas afiladas
hasta hacer lacerante estigma indeleble,
pústula que vierte
la podredumbre de los miedos
al terrible mañana.
Ella sufre hasta por el polen que suelta
la simple brisa,
teme que anuncia los desastres
de un gran huracán
y se encierra en sus tinieblas,
brumas que podría deshacer a brazadas
pues no son nubes negras todavía.
Erró el rumbo y se adentró por el sendero oscuro
de un apretado bosque
por donde ningún destello de sol
penetra.
De sus cabellos caen estas semillas
y hacen gran cosecha en esta tierra húmeda.
Crecen sin parar las sombras
rodeándola, torturándola días y aún más,
sus eternas noches.
Qué hacer se pregunta si este mundo
se ha convertido en un aterrador jardín
lleno de estos arbustos espinosos.
Bebe con ansia el agua
de las falsas creencias
y exprime el jugo de su sangre
convirtiéndola en desierto.
Con el corazón en la mano le aconsejo
que no escuche sus amenazas,
que es verdad que puede atacar por sorpresa.
Mas, si por desgracia ocurre,
sacar el veneno, curar la herida
y buscar el refugio de un oasis.

En los infinitos espacios va libre

 En los infinitos espacios va libre
de la carga de la carne,
por el aire camina con pies etéreos
su sustancia.
Es contraría melodía a nuestros oídos
y esta recia piel no está hecha
para notar su sutil roce.
Qué decir de los ojos
que sin fe caminan,
atados a la luz que entra
en sus pupilas con sombras.
Cómo distinguir su brillo transparente.
De aquel jardín oculto no llega
el aroma de sus flores
y, aunque la boca en silencio
capte un sabor indefinible,
solo el corazón atiende el recado
de sus líquidas palabras.

Fuimos engañados una vez más

 Fuimos engañados una vez más,
creímos aprender ya el truco,
reconocer donde estaba la mentira.
Y sin embargo, si hasta uno se engaña,
¿no será este mundo un desierto sin verdad
y lamemos arenas de certezas
creyendo ser manantial en nuestros espejismos?

Cuántos siglos y minutos

 ¿Cuántos siglos y minutos
necesita el cuerpo para acostumbrarse?
Acaso, ¿no revisas la agenda
donde se repitieron los meses?
Este Sísifo no escarmienta
y rodará una vez tras otra, ladera abajo
como piedra que hará sedimento.
Solo así, un día tal vez, los pies
estén al mismo nivel de la corona.

Está la gata entretenida en su aseo

 Está la gata entretenida en su aseo
mientras reposa sobre la manta.
Después, hecha un ovillo, duerme.
Tal vez sueña que caza estas palomas
que revolotean sobre los tejados
tras las ventanas abiertas a la luz cenital.

Los días caen como plomo

 Los días caen como plomo
desde las alturas.
Fueron plumillas mecidas por el aire,
que subían y bajaban armoniosas
hasta el suelo
y entre los dedos, pegadas,
de un soplo volvían a volar.
Así eran de pausados y ligeros en la infancia.
Los calendarios avanzaban con pasitos cortos
cuando eran sustituidos en la alcayata.
Por no saber de horas ni de años,
el vivir era un todo presente.
El día se estiraba como el aburrimiento
de las tardes silenciosas,
la prisa del reloj era para la merienda
y el juego en la calle.

El tiempo, ese enemigo que acecha,
el compañero vil,
la sombra pétrea de la calavera es nuestro miedo,
el que aprendimos con las palabras.
Surgió del tierno corazón inventándose la vida,
de la ingenuidad del sueño.
Sutil, lento y pertinaz,
se coló por las alegres primaveras,
rompió el cristal transparente
de sus miradas,
para ver el reflejo dibujado
de aquel otro universo árido,
donde la sonrisa es más triste
que la lágrima fugaz de sus bocas.

No por cerrar la puerta

 No por cerrar la puerta
impedimos entrar a los miedos,
vienen pegados
a la suela de nuestros zapatos,
adheridos al pelo y a la piel.
Nos guardamos de la mordedura
del perro rabioso,
salvados del peligro que ronda
las calles y el mundo que habita.
No vienen a nuestras espaldas
los pasos del enemigo
ni nos persiguen las sombras.
Echamos el pestillo y dos vueltas de llave,
miramos debajo de la cama
y encendemos las luces.
Aseguramos con rejas y cementos
las ventanas y resquicios
por donde pudieran colarse.
Respiramos tranquilos,
anda la casa en orden
y todo está en su lugar.
De pronto, suena el teléfono,
inofensivo artefacto,
capaz de matarnos de un susto.

Pero, ay, de aquellos miedos
etéreos, invisibles, mezclados
con la transparencia.
De apariencia inocente,
esos que, sin gritar,
con un simple suspiro,
te paralizan y te dejan sin aliento,
sin boca te clavan los dientes.
Sus armas parecen inofensivas,
frágiles palitos de una rama
con tan afiladas puntas
que hieren y penetran
hasta lo más profundo.
Dañan con precisión exacta
allí donde más duele,
en tu talón de Aquiles.
No hay ley que lo detenga
ni encierro seguro,
para estar protegido de sus maldades
tendremos que rezar mucho,
mostrarnos con ellos desafiantes
y engañarnos con creernos
criaturas inmortales.

Con todos estos trozos rotos

 Con todos estos trozos rotos
de prendas abandonadas
haré un paisaje de momentos,
tejidos de memoria
al abrigo del olvido.

El jacinto jugaba con la margarita

 El jacinto jugaba con la margarita,
vestidos sus pétalos de soles.
Soñaban mañanas y noches de luna.
Ignoraban que el mundo
no estaba bien hecho.
La primavera va rápido por el cielo,
hincha nubes de promesas de lluvia.
Serán niños con suerte chapoteando
en sus charcos,
mas solo verán dulces reflejos   
en espejos que se rompen.

Tenía en sus sonrisas y palabras

 Tenía en sus sonrisas y palabras
rincones encendidos
y abiertas cancelas de cristal.
De la mano de la mañana
habitaba el nuevo día
para hacerse breve adiós.

No entiendo como no extraña

 No entiendo como no extraña
esta monotonía de mañanas,
tardes y ocasos,
de noches breves y eternas.
Engañados vamos por un sol
que aparece y desaparece como
por arte magia.
Y cada mañana un volver
o un comenzar a la obra
que dejamos interrumpida,
coger entre los dedos el pincel
y seguir pintando este cuadro
con trazos reconocidos.
Tiempo marcado por un reloj
bajo la orden de un dueño sin rostro,
llevando el paso a su ritmo
y a contrapié la libertad de los sueños.
No entiendo esta necesidad imperante,
tan humana, de hacernos rutinarios,
caminar los espacios señalados
entre finos hilos fáciles de romper
y sin embargo, dejarnos tan apretados
en este nudo.

Estos ojos hechos para la forma

 Estos ojos hechos para la forma,
solo de geometrías entiende,
mas mi mirada sabe
que el recorte que hace mi pupila
con la verdad no se corresponde.
Este mundo ilusorio creado a partir
de su aritmética, de sus precisos modelos,
vestida la memoria con sus trajes,
solo reconoce aquellos parecidos
que se ajustan al patrón.
Y este ojo que mira ya sabe
que la mesa encerrada en metros,
anchura y altura,
tiene la licuada forma en el espacio
como el cielo que nos cubre.
La botella que comprime
el agua en su figura
es también océano inabarcable.
Es necesario para estar en el mundo
este engaño.
Estas formas sujetas al error
vierten su líquido hacia el infinito.

Llueve y dejo la estancia en silencio

  Llueve y dejo la estancia en silencio
para oír caer la lluvia.
Se escucha el chocar de gotas
contra los viejos adoquines
y el golpear del agua brotada
de los canalones
haciendo arroyos que ceden por la pendiente
de un valle diminuto.
Solo de vez en cuando
pasa un coche,
y aparecen y se pierden
algunas voces con sus cuerpos
protegidos por paraguas.
Llueve y no es espanto
para una paloma
que cruza en vuelo de un tejado a otro
gozosa con su ofrenda.
Han dejado un coche aparcado
justo donde desagua la fuente de un canalón
y suena como un tambor de lata.
Se van llenando unos contenedores
de basura que harán caldo en su olla
y pequeños charcos van surgiendo
entre los huecos de las losas.
Llueve y es tan dulce su canto,
sin estridencias ni ira,
vertida del cielo gris claro
es una algarabía de niñas alegres
y saltarinas jugando al corro
en la calle.
Las tejas y piedras están húmedas
y llenos los espacios por su melodía.
De soslayo,
hacia un rincón del muro,
justo en una esquina
se perfila la lluvia, fina, recta, continua,
rítmica y simétrica.
Llueve y se dibujan en los cristales
lunares transparentes
y un brillo de espejo.
Llueve y, puesta mi mirada
hacia el frente ,
no la distingo en el vacío ,
sin nada que le haga sombra
es invisible.

Qué silencio sonoro,
qué hermosa gallardía su traje de plata,
qué don preciado este elixir,
qué grato su aroma de tierra limpia.
Inunda el aire su frescura
y calma el corazón sus inquietudes.
Ah, qué regalo su clara y pura esencia,
con qué mesura entregada.

Vence la hora, no hay vuelta atrás

 Vence la hora, no hay vuelta atrás,
el universo decide.
Abierto el plazo para la salida
y mientras, guardar en la mirada
las nubes blancas que avanzan con decisión
llevadas por las manos del viento
sobre el cielo azul de este día.
Forzar los sentidos a retener
las efímeras sensaciones
hacerlas perpetuas en la recóndita isla
donde hallar siguiendo un mapa su tesoro.
Recorran ligeros los nervios sin polvo de olvido,
tracen sus senderos y los desvíos obligados
para volver siempre a esa estancia
donde se recrean las formas y los sonidos
recogidos al amparo en el rincón de la memoria.
¡Ah!, a veces amiga y a veces, caprichosa
juega al escondite,
aprovecha nuestra torpeza.

Mañana, desde otro horizonte,
abrir sus ventanas y al entrar un sol
se cubran de luz sus detalles,
mostrándolos nítidos con el mismo brillo
de todos los ayeres,
igual que este presente hará
uno más de los suyos.
Paisaje íntegro y generoso es la vida
encerrada en cada corpúsculo de este existir.
Ser peregrino que siempre halle
el cálido abrazo
y el amable hospedaje
para continuar el camino.

Han marchado las lluvias

 Han marchado las lluvias.
En el traslúcido cielo
se esparcen hebras de nubes,
se enciende la claridad
de un sol de tarde,
suave y diáfana.

Mirarlos aún protegidos por la inocencia

 Mirarlos aún protegidos por la inocencia,
acogidos en sus tiernos brazos.
¿Cómo mirar esa foto y no sentir
nostalgia de aquel ayer,
en el que el tiempo borra sus perfiles
y no deja olvido del dolor
por la muerte constante
de lo bello?

Soñar si los pasos no avanzan

 Soñar si los pasos no avanzan,
dormir y que vuele el espíritu
por los infinito territorios.
Ante la quietud de nuestro cuerpo,
encarcelados los actos,
el alma escapa de esa muerte
¡y vive!

Estos hilos de lluvia

 Estos hilos de lluvia
son barrotes de mi cárcel.
Encierran tras el cristal
la soledad y su silencio.
Fuera, se apaga el mundo
lentamente
y la carne triunfa cada mañana.
Los ojos cansados de rutinas
esperan su descanso,
mientras, al amanecer,
despierta la fe engañada
con los alegres trinos
de estos mirlos negros.

Él siempre quiso llevar encima su reloj

 Él siempre quiso llevar encima su reloj,
no desprenderse de la certeza
de estar vivo.
Lo llevaba en su delgada muñeca.
Castigadas sus venas,
cubrían su piel extensos lagos púrpuras.
Ese reloj, talismán contra la muerte
lo traicionó, paró su tic tac.
Dejó de girar sobre las horas cotidianas,
abandonó toda rutina y cuidado,
huérfana quedó la mano de su cadena
y helado el latir de su corazón.
Hoy su esfera de cristal,
sus agujas impertérritas,
me miran desafiantes,
su callado ritmo amenaza y recuerda
el último aliento.

A pesar de las nubes

 A pesar de las nubes la noche es clara, las lleva el viento y a ratos cubren una luna que crece cada día. Al cruzarse por encima su claridad, deja rastros luminosos, bordes de un gris teñido de burdeos. Es noche profunda y sin embargo, parece el inicio de un nuevo alba. Perfila la luz clara con maestría este mundo que duerme. Sobre ese fondo misterioso  emerge la rotunda presencia de una iglesia, trazado cada detalle con limpias líneas. No hace falta un sol para mostrarla en toda su grandeza. Hacia poniente donde se hacen nudo las tinieblas, se levanta suave una espadaña  culminada por una rústica y pétrea cruz. Al este, buscando la luz, está la torre del campanario, hermosa silueta con los cuatro arcos de sus ventanas huecas tragando todas las sombras. Con su viejos yugos de madera y solo tres campanas silenciosas. Dentro, a resguardo, dormitan las palomas.
En esta noche de clara luna, bañada de gruesas nubes cargadas de lluvia, el insomne antes de rendirse al sueño, respira su belleza y deja acariciar su rostro por este aire frío. Son como estas nubes claras y oscuras, muchedumbre brumosa que huye hacia otro firmamento, abandonado el espíritu al reposo. Madrugada de este cielo sublime que contiene todos los miedos y todas las promesas, la amenaza de la incertidumbre y el consuelo de la esperanza.