Al chocar las duras piedras de la razón

 Al chocar las duras piedras de la razón,
al frotar los maderos de un corazón encendido,
una llamarada resplandece por un instante
y luego se apaga.

Esta voz busca la palabra

 Esta voz busca la palabra,
el molde de un sentir,
pero siempre se pierde,
rebosa los bordes
y escapa riachuelos
de almíbar,  
deja salivando la boca
que se conforma
con lamer el fondo del cuenco.

Esta voz busca sin fe
en un laberinto de sonidos,
tira de las letras
intenta componer una recta línea
y le tiemblan las manos.

Quiso abrazar el hermoso cuerpo,
llegó a rozar su piel cálida,
de pronto, se convirtió en duro y frío hielo,
fantasma que traspasa las paredes.
Aunque intentó cerrar todas puertas,
nada suena como el corazón lo siente.
Fue el vano intento de atrapar
la nada.

Demasiada soberbia
en ser tan pequeño.

Eres, me dijeron y lo acepté

 Eres, me dijeron y lo acepté
aunque aún no conocía las palabras.
Soy, me dije
y así caminé creyéndomelo.
Al tiempo y a aquel eco
les costaba unirse con mi propia voz.
Dudaba y creaba conflictos.

Desnuda frente al espejo
confronté su reflejo con mi carne,
mientras aquel era duro y frío
esta era blanda y cálida.
Quién soy, me pregunté en silencio
y, con mirada sincera,
abandoné la forma prescrita,
olvidé las líneas trazadas.

Ahora a quien me dice, eres,
amablemente le doy las gracias
pero, le contesto,
cómo puede saberlo
si yo no tengo claro quién soy.

Decidí dejar seguir el camino
alumbrado por aquel foco
y seguir la senda
con la claridad que mi luz mostraba.
Nada de conjugaciones,
ni prestados adjetivos
o cerrados conceptos,
siempre ser,
en infinitivo, a cada instante.

El universo habla a su forma

 El universo habla a su forma,
no tiene vocabulario al uso,
tan pronto se expresa con fuegos artificiales
como con herramientas burdas
y sencillas, cotidianas o fútiles.
Si atiendes sin rigor ni ley,
sin censuras ni desprecio,
el universo cuenta detalles
de su secreto, dibuja perfiles
que los ojos desacostumbrados ignoran.
Las manos que tanto aprietan
entre sus cuencas la certeza de una realidad
no entienden que son más líquidas sus ilusiones
que las aguas cristalinas de este océano
si te haces orilla y recibes sus olas.

Cosmos, territorio sin mapa,
llevamos vendas en los ojos,
llena la boca de pocas palabras,
cerrados los sentidos por velos
que hizo gruesa cortina
nuestra ignorancia.
Entreabrimos los párpados
miramos el mundo táctil
y caminamos sordos
a la voz que palpita
con nuestro corazón,
al unísono.

El sueño es impúdico

 El sueño es impúdico,
sin moral ni ética.
Nos sitúa en el abismo
de la consciencia
y nos lanza al precipicio
de la sinrazón.
Al despertar,
sus demonios y ángeles
aún circundan nuestros pensamientos,
hasta volver a la vigilia
con sus medidas y normas.

Qué animal nos habita
con sus primarios instintos.
Qué dios nos contiene
capaz de vencer
las leyes que nos sujetan.
Volamos ligeros,
corremos sin avanzar,
nos salvarnos de la caída
por profundos precipicios.
Somos seres inmortales
sin ver nuestro reflejo
ni hacemos sombras.
Qué ser padece los terrores
más horribles,
los sufrimientos más atroces
y vuelve indemne
al cobijo cálido del lecho.

Esta que llamo yo

 Esta que llamo yo,
situada en un supuesto presente,
es una parte divisible
en recuerdos que pasan
ante un espejo deforme.

El transeúnte desea partir

 El transeúnte desea partir
hacia otro paisaje de calendario.
Encontrar el verde valle,
rodeado de montañas nevadas,
con un bosque de hojas caducas,
gran variedad de flores silvestres
que alegren su hermoso prado
y un arroyo apacible
de aguas dulces y transparentes.

Allí, en una casita de madera
con humeante chimenea,
guardar por siempre silencio.

Espejo de cuerpo alto



                                                 Casa n.º 10 de la Plaza de la Catedral
                                                 Almirante Gravina.
                                                 Murió a consecuencia de las heridas
                                                 producidas en el combate de Trafalgar.

En el espejo de cuerpo alto
dejó su reflejo el insigne almirante.
Un espejo guarda todas las imágenes
que se miraron y entraron a su abismo.
En aquel viejo cristal quedaron las huellas
del paso del tiempo,
con negros parches que el óxido dejó
en su plateada superficie.
Qué marcial porte dibujado
en tan impecable uniforme ,
la postura engolada y firme,
los rasgos soberbios,
confiado ante el combate
donde resolver la victoria o la derrota
–tal vez el miedo o la duda
se ocultara a su propio reflejo–.
Volvería tras la lucha
a recibir sus honores
y se miraría otra vez
con brillantes medallas.

Los ojos fijos, escudriñando
un futuro incierto,
el cuerpo enjuto,
la boca con labios finos
de dubitativa dureza
y orgullo ufano.
Derrotado por el destino,
la muerte a pocas días le esperaba
en aquel océano de fuego y sangre.

En el frío y viejo cristal
atrapada quedó aquella imagen
tragada en su enigmático universo,
ya no vestido de humana vanidad,
sino con el traje de esencia eterna.

Son ojos porque te ven


En la ciudad la soledad
es una razón que inquieta,
un oscuro callejón
entre grandes avenidas.

En la ciudad los otros nos rodean
con sus duplicados ojos,
cegados, extraños.
Ignorados fantasmas
se cruzan por las aceras.

En la ciudad los ojos que nos miran
no son ojos porque nos vean,
no enfocan al igual sus pupilas,
son como párpados cerrados,
córneas pétreas sin conciencia.

Imagen mostrada al transeúnte
tras el cristal de un escaparate.

Secuencias


Bullicio en la calle
mientras mi cuerpo descansa
en su lecho tibio.
La mañana se agita
entre voces que construyen
edificios deformes,
frases inconexas
de orquesta desafinada,
que, a veces, suena
con la nota perfecta.
Es como aroma de flores
la oscuridad,
donde los trasnochados
disparan en el silencio
sus voces ebrias de alcohol e insomnio.

¿Belleza?


Aprendemos a distinguir la belleza,
pero hay una belleza dada,
implícita en cada elemento,
sin formas ni límites determinados.
Es falso que una simetría
sea el requisito básico,
bello es el tronco escamoso y torcido del olivo.
Sentenciamos que la belleza
está en el que mira,
la otra mitad está en el mirado.
La belleza es caos y equilibrio,
lo visible y lo oculto.
Hay sustancias que adquieren ese adjetivo
nada más nombrarlo:
digo amapola y hasta su sonido es bello,
menciono prado verde y en mi mente surge
la imagen exuberante de un valle,
nieve sobre las copas de los árboles,
montañas con anillos de nubes,
y cima besando el cielo.
Blanco velero en un mar inmenso,
pétalos de rosa con gotas de rocío,
un cuerpo,
unos ojos,
un canto,
un gemido.
Todo eso es belleza y todo nuestro.

Pero si digo:
babosa, polluelo desplumado,
ojos de moribundo, niño hambriento,
sapo, cucaracha, lodo, sangre,
vísceras, rabia, hastío,
huracán, noche monstruosa,
boca babeante, suciedad, harapos,
deformidad,
pus,
dolor,
grito.
Haremos una mueca de asco, rechazo, horror,
sentiremos un escalofrío.
Todo eso también es belleza,
también tú,
mi querido enemigo.


Aunque pienses que ha quedado

 Aunque pienses que ha quedado
varado el barco entre las rocas de la playa
y estos días parezcan vestirse
con las mismas prendas,
haya calor o frío,
verás en ese traje muchos remiendos,
más cortas las mangas,
desvaídos los colores
y añadido en el forro
un bolsillo secreto.
Otra vez volverán tras las lluvias,
las infatigables moscas
y el viento del norte vendrá a vencerlas
con el filo plateado de su espada.
Aunque este cielo no sea el mismo
y unos ojos vean con nostalgia
su belleza perdida,
su mirar más profundo distingue
las pinceladas de un cuadro.
Vuelve la luz por el este
y mi sombra va hacia el oeste
caminando.
Igual que el reloj mis pasos,
marcarán horas,
remotas quedarán en el olvido,
sumando minutos en cada presente.
En la noche bastará oír su tic tac
para dejar al corazón sosegado,
en los días hacer cuartos al agotamiento
y una oración por las promesas de un fruto.
Tal vez, este árbol echará más ramas
y nuevas flores
cuando llegue la primavera,
el jardinero debe estar atento.


Me basta muy poco

 Me basta muy poco
para continuar el camino
que intuyo me aguarda.
Elijo hoy este silencio
para oír todas las voces.
Abro bien los ojos,
estos que no olvidan
tiempos mejores.
Antes que un combate de anhelos,
prefiere el corazón serenarse
y dejar, si acaso, volar
el alma y de regreso
le cuente sus aventuras
por sus amplios paisajes.

Un desesperado dolor

Un desesperado dolor
nos abrasa en sus llamas frías.
En un desgarrado silencio
anidan todas las batallas
perdidas.
 

Qué clandestina intrusa

 Qué clandestina intrusa,
qué destreza sutil,
se cuela inadvertida
en un lunar sobre
el mantel de la mesa.
Se asienta en un rincón de la casa,
es esa raya pintada en la pared del pasillo,
sin saber qué mano ni objeto
la dejó estampada.
Mancha de óxido en la íntima lencería,
pelusas de polvo en las molduras de las puertas,
cortina que pierde anillas
y cuelga deslucida,
sin firmeza ni lozano esplendor.
Es una sábana mal doblada
en el cajón de la cómoda.
Es la forma hundida del colchón.
Es esa taza con una muesca
en la que evitas poner los labios
al tomar el café de la mañana.
Vaporosa, vestida de negro tul
y sinuosas sombras,
se camufla ante el espejo.
Acabarás arrinconada en un hueco,
sentada frente a la imagen de una extraña.

¿Qué se veía en un rostro?

 ¿Qué se veía en un rostro?
Unos ojos camuflados entre sombras,
una boca con sonrisa fingida,
unas mejillas con falso rubor
de polvos compactos,
una nariz soporte de unas gafas.
¿Qué se veía en la mirada?
Una lágrima encubierta,
una sonrisa circunscrita,
la cara de engaño del color
y el aire amargo aspirado
de un infortunio.

Fue fácil guardar en un cuerpo,
retenido por sus recónditos espacios,
el horror que rondó las agónicas horas.
Ordenaba al paso mantener el ritmo,
el iris limpio con suero fisiológico
arrastrando la sal que dejaron las olas.
Abajo, en el vientre, entre las vísceras
jugosas, bañadas en sangre,
los brazos aún sujetaban un cuerpo escuálido,
con el grueso peso de la muerte
y la liviana vida puestas en la balanza.
Intuido esqueleto, reflejado cadáver
en la pasión del tormento.
En su regazo su crucificada descendida
aún conservaba la fe entre los labios.
Los ojos del alma alzados al cielo,
suplicantes, mientras el miedo devoraba
la frágil carne lívida.

Son recuerdos que la memoria borra
y la memoria aventa
como alfombra al sacudirla.
El rostro marca las finas líneas
de las palabras gritadas en silencio
que la goma del tiempo emborrona.
Y, sobre la hoja cenicienta,
deja reposadas sus virutas una y otra vez.
Aquellas que parecieron volar
lanzadas a soplos por la boca
caen de nuevo y se reposan entre sus grietas
haciéndose dura costra y nunca olvido.

A prueba se ponen las virtudes

 A prueba se ponen las virtudes
y cumplen penitencias sus pecados.
Advierte el alma el magma
que le rodea,
a ratos afuera, a ratos dentro,
caen, ruedan y reposan
estos pedazos rotos.

Estos tabiques tan endebles

 Estos tabiques tan endebles,
que separan vidas,
dejan entrar sombras de nubes
nutridas de gotas,
como tul de almidonada rutina
con encajes de transparencias.
Un arrastre de piernas
por los mismos espacios,
maullidos de gatos histéricos,
hábitos desgastados por dedos y palabras.
Son trozos sueltos de un completo traje,
de cuerpos desvestidos de pies a cabeza.
Visillos que insinúan apenas unas curvas,
algunos ángulos,
líneas torcidas y finas vírgulas
que resaltan un hombro caído,
una mirada recelosa,
la letra que la boca guarda,
el perfil desdibujado de un rostro,
cuartillas escritas llevadas por el viento.
Por debajo de la puerta asoman
unos zapatos sin brillo
y en la ventana ondea
la solapa de un cuello,
el puño despeluchado,
una camisa mal abrochada,
y de refilón el ala rota
de un sombrero viejo.
Voces dejando al descubierto
unos íntimos desacordes,
el grito o las palabras alzadas
en el abismo de un sueño.
Murmullos y gruesos sonidos sordos,
algún gemido esporádico,
eco cediendo en el denso aire
de una habitación con el cerrojo echado.
Soledades compartidas,
enredaderas que suben
por los peldaños y fachadas,
fiel cotidianidad que tira con fuerza
de sus esqueletos.
Las varillas de los días mueven sus hilos  
y, al llegar la noche, el silencio,
roto por un crujido,
un sofoco,
el agua lanzada de una cisterna
y unos pasos cansados que caminan
hacia el colchón del olvido.
Al fin, la vida cede al total abandono.
Tras los tabiques quedan piezas perdidas
de un mandamiento secreto.

Si la vida os da años, no os preocupéis

 Si la vida os da años, no os preocupéis,
bajaréis los mismos escalones.
Si pisáis sobre un terreno hollado,
¿por qué creéis ser distintos?
¿Por qué te miras tanto al espejo?
¿Acaso crees ver otra cosa que no hayas visto?
Pretendes en su reflejo agarrar
un tiempo perpetuo,
retener las horas de la inocencia,
en el rostro del presente.
Aquel lienzo cogió mugre y polvo,
en su fresca pintura se hicieron grietas
y en sus primarios colores hoy deslucidos
quedarán los mañanas tras un cristal empañado.
¿Por qué ese mirar constante
en un torpe intento por retener
los mismos perfiles?
Con engaños reconoces tuyo
al extraño que te usurpa.
Entre las hendiduras labradas
por los días,
la muerte hace su nido.
En su brillo la sonrisa disimula,
niega la mirada acusadora,
mientras la carcoma lame
lenta y pertinaz la vida.

Soy pez

 Soy pez, camino en agua que no veo,
nado en su río dulce y en su mar salado.
Soy pez de corta memoria
y mucho extravío,
ignoro mi propia tragedia.
Soy un pobre pez de tantos,
como todos voy sin ver
las aguas que me contienen,  
penetran, permiten mi movimiento
y, estando tan cerca de mi boca,
muero de sed.
Cuando las olas me arrastren
a la orilla,
podre al fin conocer su océano.

Aire, aliento que entra y sale

 Aire, aliento que entra y sale,
que vierte su bondad y su ira.
En un remanso nos abandona,
nos pone alas y nos trae
semillas para ser nuestro alimento.
Fuimos arrojados con su soplo
a esta tierra fértil y estéril,
tierra, verbo y vino de nuestra memoria
y sepultura en el olvido.

En nuestras huecas manos

 En nuestras huecas manos
el sol descubre el correr de nuestra sangre.
El agua calma la llaga,
alivia su ardor.
Un manantial claro
brota y mana de la profundidad
en un desierto.
Es su cauce vida y muerte,
cuna y tumba,
que cede al oriente o poniente.
Fuego y agua,
abrazados,
sacian en su vientre a los diablos
que habitan nuestros infiernos.

Los brotes de las llamas

 Los brotes de las llamas
son hielo que quema la piel,
cortan la carne con afilado dolor.
En la blancura de los fríos astros
arden reflejos, esparcido brillo
sobre las cosas opacas,
rutilante alba que expande simples destellos,
avivado resplandor de minúsculas gotas.

El trazo perfilado de las letras

 El trazo perfilado de las letras,
su silueta, su rúbrica, el signo,
construyen la palabra.
La idea brotó de las comisuras
de los sentidos.

Hoy el cielo parece un tejido


Hoy el cielo parece un jersey
abullonado,
ha tejido puntos de mora
de nubes blancas.

Volcadas piedras de río
sobre azuladas aguas.

Sobre un fondo oscuro del cosmos

 Sobre un fondo oscuro del cosmos
habita aquello que,
por no tener nombre,
no se pronuncia.
Ausente de figura, sin volumen,
recóndito, etéreo, volátil y puro,
se escapa a la mirada
y se escurre entre los dedos.

Es trece de noviembre

 Es trece de noviembre,
miércoles húmedo y tranquilo.
La estancia está en penumbra
y brilla la luz de un calefactor.
Hace mucho tiempo de un día,
entonces soleado. Era sábado
y un cálido atardecer.
Unas palomas alzaron el vuelo.
El giro de llave abrió esta puerta
que hoy guardamos como un tesoro.
Aunque muchas lluvias mojaron
nuestros cuerpos y las prendas
se endurecieron bajo el sol ardiente,
por suerte, el frío nunca caló hasta el tuétano.
El fuego que ardía en la hoguera
quemó la leña y deja brasas aún candentes.

Llegará el invierno de nieves,
serán cenizas de muchos pasados
entre los rescoldo de su lumbre
y otras palomas alzarán el vuelo,
buscarán una tierra más amable
bajo un cielo resplandeciente.

Llueve y son caricias al aire sus gotas

 Llueve y son caricias al aire sus gotas.
Lleva toda la noche y la mañana sin parar
y aún continua en la tarde su hermosa melodía.
Es un brotar de fuente, una suave ola deslizada
sobre la arena de una playa.
Algunas chocan sobre el capó de un coche,
cartones apilados en la basura,
diapasón marcando un compás.
Llueve en este día gris claro
sin el fulgor dorado del sol,
empapa su continuo rodar de agua
tejados, muros y adoquines.
Llueve sin estridencias,
es calmada y dulce esta lluvia,
sin bravura, sin hacer charcos,
ni ríos, ni torrentes.
Desciende el poco caudal  
hacia las alcantarillas.
Hay vacío de voces,
solo algún motor ruge de vez en cuando
y, en las pausas un silencio,
entrega al oído y al alma
su sereno canto
de fuentes clandestinas en un jardín.

Mientras en el púlpito

 Mientras en el púlpito
se predica la salmodia,
sus ecos abandonan
el amparo de los muros y bóvedas.
Por las ventanas abiertas
un presente se conjuga
sin ornamentos.
Olvido son estos templos cotidianos,
donde el cordero de dios
se ofrece en sacrificio
y resucita cada día.

El día está indeciso

 El día está indeciso,
no sabe qué vestido ponerse,
qué rostro lucir para la calle.
No sabe si dibujar en sus labios
una amplia sonrisa
y mostrar la blancura de sus dientes
o, por el contrario, poner la mueca seria,
dejar caer sus comisuras,
fruncir el ceño y oscurecer
la dulzura de sus ojos azules.
De pronto esta señorita se asoma
vestida de colores luminosos,
la piel perfumada,
con rubor en sus mejillas
y la mirada dulce y cálida.
Ha desatado su moño y suelta
su melena de rayos dorados.
Ceñido a su talle lleva un vestido
de lentejuelas brillantes como cristales
que resaltan su natural belleza.
Pero, como asustada niña se esconde
tras la cortina,
deja un pequeño resquicio entreabierto
y una mano huraña se la cierra de golpe.
Sale a la puerta una señora malhumorada,
vestida por entera de luto
de los pies a la cabeza,
sin un rastro de clemencia en su semblante
con ruda mirada y apretada boca.
Parece celosa del encanto de la tierna doncella,
callada pero con firmeza le ordena
cerrar la ventana
y queda encerrada en la oscuridad
de su estancia.
No quiere que ojos lascivos la miren,
debe guardar su pureza
hasta de los malos pensamientos.
La inocente niña desobedece
y se entrega voluptuosa al gozo.
Aprovecha un despiste de su carcelera
y abre primero un ventanuco de su torre,
después la ventana de par en par
y por último sale al balcón radiante de nuevo,
mostrándose en plenitud.
En este día toda la luz y la noche
se concentran,
la alegría y la melancolía
de su voluble ánimo.
Es el amor con sus aristas
que zarandea al corazón
con sus dudas y caprichos.