No sé qué les ocurre a los relojes,
qué prisa les ha entrado,
van sus frágiles segundos
y sus lacayos minutos con tal urgencia
que parecen ser ellos los que tiran
de las agujas como bestias de carga.
Sería una distracción para un hermoso baile
su rítmico tic tac,
pero saltan por sorpresa las alarmas
azuzando tus pasos.
No es un juego esta carrera.
Como engarzados vagones de un tren,
va una semana tras otra.
Cruza por delante de tu vista el tiempo
con rabiosa premura por llegar
no sabemos a qué destino.
Sus ruedas levantan una nube de polvo,
te envuelve y arrastra con violencia.
A veces, me gustaría desprenderme
de este caudillo justiciero.
¡Ah!, pero están los ruidos de una rutina
separando los espacios,
obedeciendo su determinante orden.
Colabora un sol que pasea por el horizonte,
sin hacer pausa ni día ni noche.
Son mis párpados muselina
y mis ojos se acostumbran
a un paisaje difuminado
donde los detalles se dispersan y pierden
en la atmósfera del horizonte,
lienzo salpicado de manchas
de distinto grosor y tamaño:
los días, comas;
las semanas, punto;
los meses, dos puntos de serie de calendarios
por punto y seguido separados.
La vida, puntos suspensivos
con monotonía de horas.
No sé qué les ocurre a los relojes
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